Meg, después de salir de casa de Emma, siguió todo el plan que había elaborado con su amiga. Paró en una lujosa tienda de delicatessen que hasta hacía seis meses no podía permitirse, compró todo lo que a Levy le gustaba, y condujo de vuelta a casa con un emocionado Ben,que no paraba de narrarle los juegos de aquella tarde.
Una vez llegaron a casa, Meg se alegró de comprobar que Levy no estaba allí, pues de haberse encontrado en la casa, le habría resultado imposible preparar la cena elegante que tenía en mente.
Ayudó a Ben a bañarse, y el niño, tan cansado como contento, no protestó cuando Meg le srivió varitas de pescado y ensalada a las siete y media de la tarde. Se lo comió todo alegre, y antes de las ocho, sin haber podido terminarse su yogur de limón, se quedó dormido ante la mesa de la cocina.&nbs
El lunes por la mañana, después de probarse múltiples mallas de deporte, y camisetas que no le sentaban bien, Sally se decidió por un pantalón ancho de color gris perla, y una camiseta roja, no demasiado ajustada, pues no se sentía demasiado segura de su cuerpo, pero lo suficientemente apretada como para permitirle dar la clase, y que además ella pensaba que le favorecía.Salió de casa silbando, y sintiéndose llena de energía; hacia tanto tiempo que no se sentía tan bien, que paró en la cafetería de la calle de al lado para comprar café para llevar y un croissant.- ¡Que no te vean comiendo eso en el trabajo!Se giró asustada por la advertencia, con la boca llena de hojaldre, y se encontró de frente con Kate, su nueva jefa.- ¡Oh cielos, Kate! Discúlpame, ni lo habí
Meg había recibido la llamada de una clínica que quería entrevistarla para un puesto de trabajo, y ella se puso tan contenta, que apenas si fue capaz de localizar sus documentos personales, meterlos en su bolso de mano y salir hacia el hospital que la había llamado.Aunque ya no necesitaba el dinero de forma desesperada, como si le había ocurrido antes de convertirse en la esposa de Levy Gordon, si tenía cierta necesidad de trabajar, y sentirse útil.Desde que se había mudado a la casa que Levy compró para que vivieran como una familia, se había sentido como un parásito que no aportaba nada. Había tenido que recurrir a la tarjeta que Levy puso a su nombre, y que se financiaba de su propia cuenta bancaria para casi todos los gastos que le habían surgido: desde la nueva ropa que se había visto obligada a comprar; hasta el costoso arreglo de su viejo coche, que había d
Ronda llevaba ya seis meses en la prisión de mujeres más cercana a su domicilio, sin conseguir contactar con nadie de su familia o amigos. Echaba de menos su vida de lujo, fiestas y descontrol, y había llegado a tal nivel de desolación que decidió que ese sería su último día en la oscura celda que le habían asignado.Al principio había pensado que todo era un enorme malentendido; después, cuando la juzgaron, y mientras el joven e inexperto abogado de oficio intentaba ayudarla, había considerado la opción de huir del país; pero tampoco resultó, pues para poder huir se requería tener dinero y contactos, y ella, empobrecida y rechazada por todos, carecía de poder; y finalmente, cuando la habían condenado, había pensado que aquella sería una situación transitoria, que su padre idearía un plan para rescatarla, y que pronto volver
Llevaba allí ya tres horas, sentado en una incómoda butaca de piel, observando a la paciente que dormía plácidamente en la incómoda camilla de la enfermería. Fijó la vista en el libro que había llevado consigo desde su mesa de la consulta, y no levantó la vista hasta que mucho rato después escuchó los esfuerzos de la paciente por ponerse en pie.Él sabía que le resultaría imposible, pues debido a la gravedad de los hechos la habían atado a la cama, pero le sorprendió como la chica no dejaba de forcejear con las ataduras. Ni siquiera podía abrir aún los ojos, y ya imponía toda su fuerza sobre aquel acto.- Señorita Ruthmore, debo pedirle que cese en su intento de levantarse de la cama. Está usted atada con correas de cuero.Los ojos de la chica se abrieron lentamente, perezosos, y cargados de cansancio lo miraron sin c
Meg comenzó su primer día de nuevo trabajo con alegría. Se puso el uniforme, que le pareció demasiado ajustado sin protesta, preparó todas sus cosas para ir al trabajo, y cuando estaba acabando de beber un vaso de zumo en la cocina, su teléfono móvil comenzó a sonar. Ella lo cogió contrariada, pensando que la llamada la haría retrasarse y tendría que darse prisa para llegar puntual a su nuevo puesto de trabajo.- Buenos días, soy Meg.- dijo al aparato al ver que el número que la llamaba era el de recursos humanos de la clínica.- Buenos días, señora Gordon.- respondió la voz cansina que había al otro lado del teléfono.- la llamo en relación a su contratación.- Si, justo estaba a punto de salir de casa para incorporarme a mi nuevo puesto esta mañana.- Pues no hace falta que salga usted de casa, su contr
Levy la miró atónito, y durante unos segundos no reaccionó, pues nunca la había visto llorar de ese modo. De hecho, nunca la había visto llorar, o eso creía, Meg era fuerte, y se echaba el mundo a la espalda.Pero en cuanto fue consciente del dolor que trasmitían sus movimientos, y sobre todo esas lágrimas, rompió la distancia que los separaba con unas rápidas zancadas, y la tomó entre sus brazos. Su vulnerabilidad se le clavó en el alma como si de una afilada cuchilla se tratara, ¿cuánto tiempo llevaría ella sintiéndose de ese modo?Su frágil cuerpo se acurrucó sobre el suyo, y Levy sintió sus respiraciones entrecortadas sobre su ancho pecho. Ella ni siquiera parecía darse cuenta de que él la sostenía entre sus brazos. Acomodó la cabeza contra su hombro, y al hacerlo, su cabello rojo fuego, ese precioso cabell
Sally llevaba varios días sin pegar ojo. Sus ojeras delataban la situación de estrés que estaba viviendo, y las tazas de café vacías que se apilaban en la cocina cada mañana, indicaban que Sally no dormía desde hacía días.Esa mañana, tras haber deambulado por la casa durante horas, se sentó frente al espejo de su tocador, y se decidió a hacer algo para disimular las ojeras que comenzaban a adquirir un tono violaeo. Desafortunadamente, antes de que pudiera acabar de maquillarse, su madre irrumpió en su habitación, sin llamar a la puerta, una costumbre que ella odiaba profundamente.- Hija, tienes un aspecto horrible.- dijo su madre sin preámbulos.- Buenos días para ti también, mamá.- Sabes que otra persona, alguien que no tuviera tanta confianza como yo tengo contigo, no se atrevería a decirte ésto, pero es que te v
Ronda llevaba varios días ingresada en la clínica de la prisión, y a pesar de que su recuperación era completa, e incluso físicamente se apreciaba un cambio en ella, no estaba dispuesta a regresar a su celda común repleta de reclusas malolientes, que la maltrataban, y la obligaban a recluirse en su minúsculo habitáculo.Aunque era consciente de que el doctor de la cárcel había caído bajo su encanto, debía tener cuidado si no quería que el buen doctor sospechara que la cándida Ronda había orquestado todo lo que ahora estaba sucediendo con un meticuloso plan en el que no dejaba ningún detalle al azar.Así que, como parte de su plan, y tras escuchar ruidos en la consulta médica, tomó a cómoda almohada que el médico le había prestado (pero nunca había intentado recuperar), y se dispuso a que el buen h