SABRINALos días fueron pasando y con ellos las noches que había aceptado cenar con Piero.A decir verdad, con cada velada que compartíamos, las cosas iban siendo más complicadas para mí porque ese hombre era encantador. Estar cerca de él y no sentir cosas, resultaba imposible.Aun así, seguía resistiéndome a los encantos que evidentemente utilizaba para hacerme cambiar de opinión.El jueves había llegado y con Piero le prometimos a Alison que iríamos al aeropuerto por mis amigas y familia. Él llevaría a Lina a casa de Lucio y luego pasaría con mi padre y Josh a su apartamento. En un principio, papá vendría solo para la ceremonia, pero a último minuto lo convencieron de que se tomara unos días para conocer París. Aunque Alison lo quiso persuadir de quedarse en casa de sus suegros, papá se opuso rotundamente escudándose en Josh, a quien había convencido de ir juntos a un hotel. Sin embargo, Piero había dicho que no habría problema alguno en que se quedaran ambos con él.El aeropuerto e
SABRINAPiero comenzó a inquietarse por mis sollozos y tiré de la sábana que lo cubría desde las caderas con la intención de envolverme en ella. Sin embargo, mis ojos casi se salen de sus órbitas al dejarlo completamente desnudo.—¡Mi Dios! —grité por la sorpresa de verlo de aquella manera, tumbado boca arriba con vellos en el pecho que descendían casi imperceptibles por el surco de su abdomen, haciéndose más evidente debajo de su ombligo y acabando en su virilidad de manera frondosa.Tragué grueso e intenté componerme enrollando rápidamente la tela alrededor de mi cuerpo. Sorbí por la nariz y sequé las lágrimas que había derramado al invadirme el pánico mientras Piero despertaba con dificultad.Frunció el ceño y se llevó ambas manos a la cabeza, dejando su brazo sobre su frente.—Mon Dieu… —dijo en un suave murmullo, bajando los brazos a los lados de su cuerpo e intentando incorporarse con las palmas.Lo miré expectante mientras se sentaba en el borde del lecho y llevaba la cabeza ha
PIEROUn mes antes de la despedida de soltera…Me sentía frustrado porque otra vez me había dejado plantado y ya no llevaba las cuentas de las veces que lo ha venido haciendo este último tiempo.Tomé mi móvil y marqué su número, aunque sabía que sería en vano. Ella no vendría y de nuevo me quedaría con este maldito problema encima, que me había anudado al cuello hacía poco más de dos años.—Lo siento, monsieur, pero el tiempo se ha acabado —dijo el juez y solo afirmé con la cabeza, mirando a mi abogado.—Ya no podemos esperar más, Piero —murmuró apenado—, hay otros casos esperando y el juez no puede perder su tiempo.Me puse de pie furioso y salí de la sala de audiencias, maldiciendo a aquella condenada mujer.Apenas crucé la puerta, encendí un cigarrillo, calando hondo mientras cerraba los ojos.—Aquí no puedes fumar, Piero —advirtió Leo, mi abogado y amigo—. Además, creí que lo habías dejado.Caminé hacia la salida sin decirle una palabra, pero oí sus pasos tras de mí. Cuando al fin
PIEROEl domingo había mandado revisar que todo estuviera en excelentes condiciones para la llegada de la cuñada de Lucio. Incluso compré algunas cosas de la tienda, que yo pensaba eran indispensables en una despensa: café, frutas, algunas galletas y lácteos.No sabía nada de aquella mujer ni me imaginaba como era físicamente, aunque si le rompieron el corazón y luego ya no tuvo ninguna relación, no debía poseer demasiado encanto.De camino al aeropuerto, mi móvil comenzó a repicar y respondí de inmediato: era Danna.—Hola, Danna… —saludé y oí un sollozo del otro lado—. ¿Pasa algo?—Es ella, Piero… otra vez ella —recosté mi cabeza en el respaldo y suspiré.—Qué hizo esta vez…—Lo mismo de siempre… quiere dinero, una fuerte cantidad de la que yo no dispongo, en este momento— respondió y fruncí el ceño.—Danna, no me vengas con que has estado dándole dinero… —dije furioso y ella rompió en llanto—. ¡Oh por Dios! —Golpeé con fuerza el mando del coche, lleno de rabia—. ¿Desde cuándo te ha
SABRINASuspiré feliz mientras me miraba en el espejo que tenía en la habitación. El vestido blanco y perfecto me quedaba justo, sin que faltara o sobrara nada. Era de corte sirena con una cola de metro y medio, hecho a mano por una de las mejores modistas de novias de la ciudad.Lina había conseguido que me lo hicieran en tiempo récord y como yo deseaba, el vestido era su regalo de bodas.El tocado era de un hilo fino de plata con flores blancas minúsculas de piedras, trenzadas alrededor del recogido, sujeto al velo que caía como cascada de nube sobre mi espalda.Los zapatos Manolo Blahnik me calzaban perfectos y tenían incrustaciones de pedrería que hacían juego con los detalles del vestido y el tocado.Dos toques suaves en la puerta me devolvieron a la realidad y por el espejo vi a mi padre que asomaba la cabeza. Di media vuelta con una enorme sonrisa.—¿Cómo me veo, papá? —pregunté con ilusión y mi padre solo negó con la cabeza, juntando sus manos a la altura del pecho.—Como un á
SABRINALos Ángeles, California5 años después«¡Mierda!», maldije al despertar y notar que no me encontraba sola, un brazo enorme rodeaba mi cintura.La sábana blanca cubría parcialmente nuestros cuerpos por lo que la levanté levemente y entorné los ojos al descubrir lo que había saboreado la noche anterior. Sonriente, suspiré y sacudí la cabeza para regresar a la realidad. Ya había amanecido y debía marcharme antes que despertara Axel, Ángel o tal vez Ángelo. No recordaba su nombre y era mejor así.Despacio aparté su brazo y salí de la cama para que no despertara. Lo menos que deseaba era charlar después de una noche que solo significó sexo, y sabía de sobra que los hombres se ponían intensos cuando éramos las mujeres quienes abandonábamos el lecho sin dar explicaciones.Tomé el vestido rojo del piso y me lo pasé rápido por la cabeza. Recogí mis tacones, mi pequeño bolso y busqué con los ojos mi braga, porque no la encontraba por ningún lado.«¡Diablos!», renegué porque se hacía tar
SABRINA—No puedes estar hablando en serio —expresó en voz baja Lina porque notamos que al jardín ingresaba un hombre.—¡Por supuesto que no puede estar hablando en serio! —exclamé sin importar que me oyeran—. Tiene que ser una broma, Alison. Apenas has cumplido veintiuno y ni siquiera lo conoces.—Nunca en mi vida he hablado más en serio, Lina —respondió con seriedad a nuestra hermana mayor—. Menos bromearía con algo tan importante. —Me miró a los ojos, dolida—. Creo que fue un error haber venido. Me hubiera quedado en París y casado sin las personas más importantes de mi vida porque a ellas no les importa mi felicidad.Me crucé de brazos, enarcando una ceja y Lina bufó, porque esa era la típica manera en que nuestra pequeña, pero diabólica hermana lograba todo lo que se proponía.—Lo sentimos, Alison. Pero debes comprender que nos ha tomado por sorpresa la noticia. Ni siquiera sabíamos que tenías novio —explicó paciente y ella solo se cruzó de brazos—. Te enviamos a París a un talle
SABRINA—Bonsoir, Piero —respondí cuando el habla me regresó y el hombre, sin dejar de verme a los ojos, se recostó sobre mi cuerpo y rozó su mejilla con la mía, deslizando sus dedos sobre los míos para tomar el asa de mi maleta.—Sería un placer ayudarte con tu equipaje —dijo a mi oído, mientras volvía a incorporarse en su mismo sitio, frente a mí.—Gracias. —Fue lo único que pude decir.—Cuñada, Piero te llevará al apartamento donde te quedarás durante este tiempo. Claro, si no te importa —dijo Lucio, cortando mis pensamientos pecaminosos con el hombre que tenía a escasos centímetros.De inmediato comprendí aquel juego en el que deseaban que cayera, dando por hecho que todo se trataba de una tonta trampa del demonio de mi hermana.—Por supuesto que no, querido cuñado —repliqué, viéndolo desafiante—. ¿Vamos? —me dirigí a Piero y él asintió, caminando a mi lado.Llegamos hasta donde se encontraba su coche y metió mi equipaje en el maletero, abrió la puerta para mí y subí, para que lue