SABRINA
Suspiré feliz mientras me miraba en el espejo que tenía en la habitación. El vestido blanco y perfecto me quedaba justo, sin que faltara o sobrara nada. Era de corte sirena con una cola de metro y medio, hecho a mano por una de las mejores modistas de novias de la ciudad.
Lina había conseguido que me lo hicieran en tiempo récord y como yo deseaba, el vestido era su regalo de bodas.
El tocado era de un hilo fino de plata con flores blancas minúsculas de piedras, trenzadas alrededor del recogido, sujeto al velo que caía como cascada de nube sobre mi espalda.
Los zapatos Manolo Blahnik me calzaban perfectos y tenían incrustaciones de pedrería que hacían juego con los detalles del vestido y el tocado.
Dos toques suaves en la puerta me devolvieron a la realidad y por el espejo vi a mi padre que asomaba la cabeza. Di media vuelta con una enorme sonrisa.
—¿Cómo me veo, papá? —pregunté con ilusión y mi padre solo negó con la cabeza, juntando sus manos a la altura del pecho.
—Como un ángel, mi pequeña. Te vez angelical —respondió, acercándose para darme un beso en la frente—. ¿Lista? El coche aguarda por nosotros y tu hermana se pondrá histérica si no llegamos a tiempo.
—Sí, padre. —Tomé el brazo que me ofrecía—. Me hubiera gustado que mamá me viera así, a punto de casarme —dije apenas, mientras bajábamos las escaleras.
Mi madre había muerto hacía diez años, dejando tres hijas y un esposo sin la dicha de su presencia.
—Estoy seguro de que de todas maneras ella te está viendo, Sabrina. Desde el cielo, cuida de nosotros siempre.
A papá le gustaba pensar que mi madre era una especie de ángel de la guarda que iba con nosotros a todas partes. Asentí y me ayudó a subir al coche para ir a la iglesia y casarme, como siempre soñé.
Al llegar, bajamos y fuimos a un pequeño cuarto a fin de retocar lo que hiciera falta y recibir las indicaciones de la wedding planner que había contratado Lina.
Estaba nerviosa y mis damas de honor, que se resumía a tres de mis mejores amigas, trataban de calmarme.
—Toma —dijo Alina, pasándome una petaca de aluminio. Bebí dos sorbos que me hizo arder la garganta.
—¡Diablos! —Arrugué la nariz y entrecerré los ojos—. ¿Qué m****a es esto, Alina?
—Vodka —dijo como si nada.
—¿Vodka?
—Sí. De Polonia. —Encogió los hombros y sonrió.
—Es la bebida más fuerte entre todos los licores; prácticamente alcohol rectificado… y refinado. —Acotó Mila, otra de mis amigas.
—No es nada fácil de conseguir —explicó Alina, tomando el envase que le devolví—. Ni te imaginas lo que tuve que hacer para que me dieran gratis una botella. —Enarcó una ceja, se metió un dedo en la boca e hizo un sonido obsceno con los labios.
—¡Por supuesto que lo imaginamos! —intervino Sara con diversión—. Pero hoy es el día de Sabrina, no arruinemos el momento con cosas sin importancia —determinó con una sonrisa.
—Pues yo creo que al ser Jason el novio, ya se ha arruinado por completo el día especial de Sabrina. —Alina rodó los ojos bebiendo y Mila le propinó un pellizco en el brazo—. ¡Qué te pasa! —gritó.
—Mejor cállate, Alina, y guarda tus comentarios para otro momento —sugirió Sara, quien era la más sensata de todas.
—Sé que ninguna está de acuerdo con esta boda, pero agradezco que aun así estén aquí, apoyándome. —Un nudo se había formado en mi garganta y mis amigas se acercaron para darme un abrazo—. Tengo miedo… —musité.
—No debes temer, cariño. Solo son los nervios, ya pasará —dijo Mila, poco convencida.
—Aún estás a tiempo de huir. Tengo el coche aquí cerca, Sabrina. —Volvió a hablar Alina, poniéndome los nervios de punta.
Y es que no era para menos. Llevaba cuatro años con Jason; tiempo en el que perdoné más infidelidades que otra cosa.
La última vez que me había fallado, su modo de arreglar la situación fue pidiéndole mi mano a mi padre, quien se había ilusionado con la petición. Debía buscar a Jason y hablar seriamente con él. Tenía que cerciorarme si el paso que estábamos a punto de dar era algo de lo que él estaba seguro. Y más aún, necesitaba que me convenciera de que me amaba locamente como yo a él, aunque lo mío rebasara lo tonto.
—Tengo que hablar con Jason. ¿Saben si ha llegado? —pregunté y todas se miraron con nerviosismo hasta que Alina abrió la boca.
—En el cuarto, cruzando el confesionario.
Asentí con la cabeza y salí con prisa del lugar para ir hasta donde mi amiga indicó que se encontraba mi prometido.
Un golpeteo intenso sacudía mi pecho a medida que llegaba al lugar. Respiré hondo al ver la pequeña puerta y la abrí convencida de que con unas palabras de su parte me sentiría más tranquila.
—Jason, tenemos que hablar… —dije de inmediato, llevándome una grandísima sorpresa—. Pero… pero, ¡¿qué carajos?!
Mi prometido se estaba besando apasionadamente con una mujer que resultaba ser «su prima».
Me quedé paralizada mientras ambos se separaban velozmente e intentaban acomodarse la ropa.
—Linda, esto no es lo que piensas. —Se apresuró en decir y sacudí la cabeza.
La rabia bullía en mis venas y percibía que pronto lloraría. Mi estómago se revolvió y deseé vomitarles en la cara por el asco que me producían.
—Eres la mismísima m****a, Jason… —Logré articular cuando salí de mi conmoción.
—Sabrina, por favor, esto no significa nada. Es algo sin importancia —dijo conciliador, intentando acercarse a mí.
—No te acerques, Jason. Nunca, jamás en tu vida, vuelvas a acercarte a mí. —Lo apunté con el dedo. Todo mi cuerpo temblaba.
—Nos casaremos en veinte minutos, cariño. Podemos resolver esto luego de la ceremonia — sugirió como si nada y entorné los ojos como si se hubiera vuelto loco.
—Eres un maldito enfermo. ¡Por supuesto que no habrá boda! Jamás me casaría contigo después de verte así. ¡Por Dios! Sí, ya sé que he sido una estúpida todos estos años, pero esto el colmo, Jason.
—No cometas una tontería, Sabrina. Todos los invitados ya están aquí. Mis padres, tu familia, nuestros amigos. La recepción ya está pagada, por Dios. Piénsalo un minuto, cariño. Te juro que esta será la última vez. Te lo prometo.
Las lágrimas amenazaron con brotar y cerré los ojos, respirando hondo.
—Hagamos esto juntos. No puedes dejarnos en ridículo delante de tantas personas importantes. Te prometo que te compensaré —insistió pensando que otra vez me estaba convenciendo.
Afirmé con la cabeza y a pesar de que me estaba muriendo por dentro, compuse mi mejor cara.
—Tienes razón, esto es algo insignificante que luego arreglaremos. —Jason sonrió y asintió con la cabeza—. No puedo arruinar este momento por una estupidez. —Volví a decir, mientras él tomaba mi rostro y depositaba un beso en mis labios que me supieron a ácido.
—Te estaré esperando en el altar —susurró sobre mi boca y moví levemente la cabeza para luego salir e ir hasta donde se encontraban mis amigas.
Me tapé la boca para ahogar el grito que deseaba lanzar y corrí de prisa. Cuando entré al cuarto, las tres: Alina, Mila y Sara me vieron con expectación.
No pude evitarlo y rompí en llanto, mientras ellas se acercaban y me abrazaban intentando calmarme.
—No puedo casarme con él —dije al fin y todas afirmaron con la cabeza, incluyendo a Sara—. Necesito que me saquen de aquí.
—Lo haremos, cariño, no te preocupes —dijo Mila.
—Pero antes le darás una lección a Jason —intervino Alina y todas la vimos con curiosidad mientras revelaba su plan.
El momento llegó y me encontraba de pie, sujeta al brazo de mi padre para hacer la entrada nupcial.
Con cada paso que daba agradecía infinitamente el plan de Alina, porque sería retribuirle solo un poco de las tantas humillaciones que me había hecho pasar el idiota de Jason.
Mi querida suegra enarcó una ceja estudiando mi aspecto y asintió con la cabeza, como si su aprobación fuera por demás importante.
Mis amiga se colocaron tras de mí y dejamos que la ceremonia siguiera como si nada hasta el momento de intercambiar nuestros votos.
—Yo —inició Jason—, agradezco a la vida por haberte conocido. Agradezco haber encontrado en ti la comprensión y el cariño que una esposa debe profesarle a su esposo —hizo énfasis en esas últimas palabras y quise darle un puñetazo.
Pensaba en las miles de maneras de borrar esa estúpida sonrisa de su rostro, de presionar su cuello y que los ojos se le salieran despacio hasta reventar por la presión.
—Sabrina —susurró y sacudí al cabeza, prestándole atención—. Tus votos, es tu turno — señaló con una sonrisa nerviosa.
—Yo, agradezco infinitamente a Dios por este día —inicié y Jason asintió satisfecho por mis palabras—, porque gracias a este día, pude comprender que un hombre como Jason no se merece de ninguna manera a una mujer como yo. Un hombre como Jason —abrí los brazos y volteé a ver a los presentes que me miraban como si estuviera loca—, quien tiene el ego demasiado grande en comparación con lo que lleva entre sus piernas, efectivamente no se merece a una mujer como yo. Pero creo que su prima —señalé a la muchacha con la que lo había encontrado—, ¿Elizabeth era tu nombre? —pregunté y la joven agachó la mirada por la vergüenza—. Eso ya no importa; la cuestión es que ella sabe perfectamente los motivos por los que un hombre como Jason no se merece a una mujer como yo.
»Pido perdón a todas las personas que están aquí por mí y que siempre han tratado de abrirme los ojos con relación al hombre con el que pensaba compartir mi vida. —Me quité el anillo del dedo y se lo tiré a la muchacha—. No habrá boda hoy, pero todos están invitados a disfrutar del banquete que la familia de Jason gentilmente preparó.
—No puedes estar hablando en serio —dijo Jason, tirando de manera violenta de mi brazo.
Sin pensarlo, jalé con fuerza deshaciéndome de su agarre y lancé un gancho que fue a parar a su ojo izquierdo.
—¡Auch! —Se oyó pronunciar en conjunto a la multitud y yo sacudí la mano.
—Gracias por abrirme los ojos en el momento justo. Adiós, Jason —dije y tomando la tela de la falda de mi vestido, corrí hacia la salida.
Fuera de la iglesia, me quité mis apreciados Manolos que no tenían la culpa de nada y los lancé a un lado. Cogí el tocado y tiré de este para arrancarme el velo que dejé caer allí mismo.
Tomé los pliegues del delicado vestido y lo rasgué para darle más libertad a mis piernas. Comencé a bajar los escalones y corrí en dirección al parque que estaba justo frente a la iglesia.
Mientras corría, las lágrimas no dejaban de fluir de mis ojos porque me sentía una verdadera estúpida en todos los sentidos.
Llegué hasta el lago y me quedé de pie al borde del muelle, llorando amargamente mientras me maldecía por haber sido tan ingenua.
Mis amigas habían llegado junto a mí y sentí la mano de Alina en mi hombro.
—Lo siento, Sabrina, pero era lo mejor. Solo te habrías condenado a una vida llena de miserias, atada a un matrimonio sin amor.
Afirmé con la cabeza y sentí otras manos desprender los pequeños botones del vestido. Entre todas me despojaron de la prenda blanca, dejando el enterizo de encaje que pensaba utilizar en mi noche de bodas.
—A la m****a el matrimonio —mascullé, mientras las cuatro nos tomábamos de las manos y nos mirábamos con complicidad.
—¡A la m****a el matrimonio! —gritaron las demás y entre risas y llanto, nos lanzamos al agua.
SABRINALos Ángeles, California5 años después«¡Mierda!», maldije al despertar y notar que no me encontraba sola, un brazo enorme rodeaba mi cintura.La sábana blanca cubría parcialmente nuestros cuerpos por lo que la levanté levemente y entorné los ojos al descubrir lo que había saboreado la noche anterior. Sonriente, suspiré y sacudí la cabeza para regresar a la realidad. Ya había amanecido y debía marcharme antes que despertara Axel, Ángel o tal vez Ángelo. No recordaba su nombre y era mejor así.Despacio aparté su brazo y salí de la cama para que no despertara. Lo menos que deseaba era charlar después de una noche que solo significó sexo, y sabía de sobra que los hombres se ponían intensos cuando éramos las mujeres quienes abandonábamos el lecho sin dar explicaciones.Tomé el vestido rojo del piso y me lo pasé rápido por la cabeza. Recogí mis tacones, mi pequeño bolso y busqué con los ojos mi braga, porque no la encontraba por ningún lado.«¡Diablos!», renegué porque se hacía tar
SABRINA—No puedes estar hablando en serio —expresó en voz baja Lina porque notamos que al jardín ingresaba un hombre.—¡Por supuesto que no puede estar hablando en serio! —exclamé sin importar que me oyeran—. Tiene que ser una broma, Alison. Apenas has cumplido veintiuno y ni siquiera lo conoces.—Nunca en mi vida he hablado más en serio, Lina —respondió con seriedad a nuestra hermana mayor—. Menos bromearía con algo tan importante. —Me miró a los ojos, dolida—. Creo que fue un error haber venido. Me hubiera quedado en París y casado sin las personas más importantes de mi vida porque a ellas no les importa mi felicidad.Me crucé de brazos, enarcando una ceja y Lina bufó, porque esa era la típica manera en que nuestra pequeña, pero diabólica hermana lograba todo lo que se proponía.—Lo sentimos, Alison. Pero debes comprender que nos ha tomado por sorpresa la noticia. Ni siquiera sabíamos que tenías novio —explicó paciente y ella solo se cruzó de brazos—. Te enviamos a París a un talle
SABRINA—Bonsoir, Piero —respondí cuando el habla me regresó y el hombre, sin dejar de verme a los ojos, se recostó sobre mi cuerpo y rozó su mejilla con la mía, deslizando sus dedos sobre los míos para tomar el asa de mi maleta.—Sería un placer ayudarte con tu equipaje —dijo a mi oído, mientras volvía a incorporarse en su mismo sitio, frente a mí.—Gracias. —Fue lo único que pude decir.—Cuñada, Piero te llevará al apartamento donde te quedarás durante este tiempo. Claro, si no te importa —dijo Lucio, cortando mis pensamientos pecaminosos con el hombre que tenía a escasos centímetros.De inmediato comprendí aquel juego en el que deseaban que cayera, dando por hecho que todo se trataba de una tonta trampa del demonio de mi hermana.—Por supuesto que no, querido cuñado —repliqué, viéndolo desafiante—. ¿Vamos? —me dirigí a Piero y él asintió, caminando a mi lado.Llegamos hasta donde se encontraba su coche y metió mi equipaje en el maletero, abrió la puerta para mí y subí, para que lue
El trayecto hasta el restaurante duró unos cuarenta minutos, en los que nos adentramos en una especie de bosque llamado Bois de Boulogne. Piero me dijo que el establecimiento funcionaba en un pabellón de Estilo Segundo Imperio, que se caracterizaba por la suntuosidad y la policromía, en la que se buscaba demostrar riqueza mediante el oropel y el relumbrón, conservando solo lo más ostentoso y radiante.El estilo había nacido durante el imperio de Napoleón III y se debía a la obsesión de la emperatriz Eugenia, por el estilo de Luis XVI y María Antonieta. Me dio algunas clases magistrales de estilos arquitectónicos, detonando la pasión que le profesaba a su profesión.Me sentí bastante a gusto en su compañía y aunque no había entendido demasiado algunas explicaciones, mi mandíbula casi cae por el piso al tener delante tan majestuosa obra de arte.—Llegamos —dijo él, bajando del coche y rodeándolo para abrirme la puerta—. Este es el restaurante Le Pré Catelan. Bienvenida, Sabrina y espero
SABRINAHabían pasado más de dos semanas como un torbellino: rápido y llevándonos con Alison todo por delante. No había vuelto a ver a Piero porque prácticamente lo evitaba de todas las maneras posibles: salía temprano y regresaba solo para dormir.En tres días llegarían mis amigas, Lina y Josh. Lo estábamos arreglando todo con mi hermana pequeña para que se sintieran de lo más cómodos en París. Lina se quedaría con Alison, mientras que mis amigas se quedarían conmigo y Josh con Piero.Sabía que tendría que verlo y hablar con él tarde o temprano, pero prefería dejar pasar el tiempo para que de la misma manera me dejara de importar. Sin embargo, cada día que pasaba extrañaba su compañía y pensaba con nostalgia en lo que pudo haber sido.«Es mejor así: mientras menos lo veas, más rápido saldrá de tu cabeza», me decía a mí misma por las noches.Ese día nos tocaba escoger la tarta de bodas y todo estaría listo para el banquete. Mi vestido lo traería Lina y la despedida de soltera sería el
SABRINALos días fueron pasando y con ellos las noches que había aceptado cenar con Piero.A decir verdad, con cada velada que compartíamos, las cosas iban siendo más complicadas para mí porque ese hombre era encantador. Estar cerca de él y no sentir cosas, resultaba imposible.Aun así, seguía resistiéndome a los encantos que evidentemente utilizaba para hacerme cambiar de opinión.El jueves había llegado y con Piero le prometimos a Alison que iríamos al aeropuerto por mis amigas y familia. Él llevaría a Lina a casa de Lucio y luego pasaría con mi padre y Josh a su apartamento. En un principio, papá vendría solo para la ceremonia, pero a último minuto lo convencieron de que se tomara unos días para conocer París. Aunque Alison lo quiso persuadir de quedarse en casa de sus suegros, papá se opuso rotundamente escudándose en Josh, a quien había convencido de ir juntos a un hotel. Sin embargo, Piero había dicho que no habría problema alguno en que se quedaran ambos con él.El aeropuerto e
SABRINAPiero comenzó a inquietarse por mis sollozos y tiré de la sábana que lo cubría desde las caderas con la intención de envolverme en ella. Sin embargo, mis ojos casi se salen de sus órbitas al dejarlo completamente desnudo.—¡Mi Dios! —grité por la sorpresa de verlo de aquella manera, tumbado boca arriba con vellos en el pecho que descendían casi imperceptibles por el surco de su abdomen, haciéndose más evidente debajo de su ombligo y acabando en su virilidad de manera frondosa.Tragué grueso e intenté componerme enrollando rápidamente la tela alrededor de mi cuerpo. Sorbí por la nariz y sequé las lágrimas que había derramado al invadirme el pánico mientras Piero despertaba con dificultad.Frunció el ceño y se llevó ambas manos a la cabeza, dejando su brazo sobre su frente.—Mon Dieu… —dijo en un suave murmullo, bajando los brazos a los lados de su cuerpo e intentando incorporarse con las palmas.Lo miré expectante mientras se sentaba en el borde del lecho y llevaba la cabeza ha
PIEROUn mes antes de la despedida de soltera…Me sentía frustrado porque otra vez me había dejado plantado y ya no llevaba las cuentas de las veces que lo ha venido haciendo este último tiempo.Tomé mi móvil y marqué su número, aunque sabía que sería en vano. Ella no vendría y de nuevo me quedaría con este maldito problema encima, que me había anudado al cuello hacía poco más de dos años.—Lo siento, monsieur, pero el tiempo se ha acabado —dijo el juez y solo afirmé con la cabeza, mirando a mi abogado.—Ya no podemos esperar más, Piero —murmuró apenado—, hay otros casos esperando y el juez no puede perder su tiempo.Me puse de pie furioso y salí de la sala de audiencias, maldiciendo a aquella condenada mujer.Apenas crucé la puerta, encendí un cigarrillo, calando hondo mientras cerraba los ojos.—Aquí no puedes fumar, Piero —advirtió Leo, mi abogado y amigo—. Además, creí que lo habías dejado.Caminé hacia la salida sin decirle una palabra, pero oí sus pasos tras de mí. Cuando al fin