Una soltera en apuros 1 - Romance en París
Una soltera en apuros 1 - Romance en París
Por: Isabella Rossi
CAPITULO 1

SABRINA

Suspiré feliz mientras me miraba en el espejo que tenía en la habitación. El vestido blanco y perfecto me quedaba justo, sin que faltara o sobrara nada. Era de corte sirena con una cola de metro y medio, hecho a mano por una de las mejores modistas de novias de la ciudad.

Lina había conseguido que me lo hicieran en tiempo récord y como yo deseaba, el vestido era su regalo de bodas.

El tocado era de un hilo fino de plata con flores blancas minúsculas de piedras, trenzadas alrededor del recogido, sujeto al velo que caía como cascada de nube sobre mi espalda.

Los zapatos Manolo Blahnik me calzaban perfectos y tenían incrustaciones de pedrería que hacían juego con los detalles del vestido y el tocado.

Dos toques suaves en la puerta me devolvieron a la realidad y por el espejo vi a mi padre que asomaba la cabeza. Di media vuelta con una enorme sonrisa.

—¿Cómo me veo, papá? —pregunté con ilusión y mi padre solo negó con la cabeza, juntando sus manos a la altura del pecho.

—Como un ángel, mi pequeña. Te vez angelical —respondió, acercándose para darme un beso en la frente—. ¿Lista? El coche aguarda por nosotros y tu hermana se pondrá histérica si no llegamos a tiempo.

—Sí, padre. —Tomé el brazo que me ofrecía—. Me hubiera gustado que mamá me viera así, a punto de casarme —dije apenas, mientras bajábamos las escaleras.

Mi madre había muerto hacía diez años, dejando tres hijas y un esposo sin la dicha de su presencia.

—Estoy seguro de que de todas maneras ella te está viendo, Sabrina. Desde el cielo, cuida de nosotros siempre.

A papá le gustaba pensar que mi madre era una especie de ángel de la guarda que iba con nosotros a todas partes. Asentí y me ayudó a subir al coche para ir a la iglesia y casarme, como siempre soñé.

Al llegar, bajamos y fuimos a un pequeño cuarto a fin de retocar lo que hiciera falta y recibir las indicaciones de la wedding planner que había contratado Lina.

Estaba nerviosa y mis damas de honor, que se resumía a tres de mis mejores amigas, trataban de calmarme.

—Toma —dijo Alina, pasándome una petaca de aluminio. Bebí dos sorbos que me hizo arder la garganta.

—¡Diablos! —Arrugué la nariz y entrecerré los ojos—. ¿Qué m****a es esto, Alina?

—Vodka —dijo como si nada.

—¿Vodka?

—Sí. De Polonia. —Encogió los hombros y sonrió.

—Es la bebida más fuerte entre todos los licores; prácticamente alcohol rectificado… y refinado. —Acotó Mila, otra de mis amigas.

—No es nada fácil de conseguir —explicó Alina, tomando el envase que le devolví—. Ni te imaginas lo que tuve que hacer para que me dieran gratis una botella. —Enarcó una ceja, se metió un dedo en la boca e hizo un sonido obsceno con los labios.

—¡Por supuesto que lo imaginamos! —intervino Sara con diversión—. Pero hoy es el día de Sabrina, no arruinemos el momento con cosas sin importancia —determinó con una sonrisa.

—Pues yo creo que al ser Jason el novio, ya se ha arruinado por completo el día especial de Sabrina. —Alina rodó los ojos bebiendo y Mila le propinó un pellizco en el brazo—. ¡Qué te pasa! —gritó.

—Mejor cállate, Alina, y guarda tus comentarios para otro momento —sugirió Sara, quien era la más sensata de todas.

—Sé que ninguna está de acuerdo con esta boda, pero agradezco que aun así estén aquí, apoyándome. —Un nudo se había formado en mi garganta y mis amigas se acercaron para darme un abrazo—. Tengo miedo… —musité.

—No debes temer, cariño. Solo son los nervios, ya pasará —dijo Mila, poco convencida.

—Aún estás a tiempo de huir. Tengo el coche aquí cerca, Sabrina. —Volvió a hablar Alina, poniéndome los nervios de punta.

Y es que no era para menos. Llevaba cuatro años con Jason; tiempo en el que perdoné más infidelidades que otra cosa.

La última vez que me había fallado, su modo de arreglar la situación fue pidiéndole mi mano a mi padre, quien se había ilusionado con la petición. Debía buscar a Jason y hablar seriamente con él. Tenía que cerciorarme si el paso que estábamos a punto de dar era algo de lo que él estaba seguro. Y más aún, necesitaba que me convenciera de que me amaba locamente como yo a él, aunque lo mío rebasara lo tonto.

—Tengo que hablar con Jason. ¿Saben si ha llegado? —pregunté y todas se miraron con nerviosismo hasta que Alina abrió la boca.

—En el cuarto, cruzando el confesionario.

Asentí con la cabeza y salí con prisa del lugar para ir hasta donde mi amiga indicó que se encontraba mi prometido.

Un golpeteo intenso sacudía mi pecho a medida que llegaba al lugar. Respiré hondo al ver la pequeña puerta y la abrí convencida de que con unas palabras de su parte me sentiría más tranquila.

—Jason, tenemos que hablar… —dije de inmediato, llevándome una grandísima sorpresa—. Pero… pero, ¡¿qué carajos?!

Mi prometido se estaba besando apasionadamente con una mujer que resultaba ser «su prima».

Me quedé paralizada mientras ambos se separaban velozmente e intentaban acomodarse la ropa.

—Linda, esto no es lo que piensas. —Se apresuró en decir y sacudí la cabeza.

La rabia bullía en mis venas y percibía que pronto lloraría. Mi estómago se revolvió y deseé vomitarles en la cara por el asco que me producían.

—Eres la mismísima m****a, Jason… —Logré articular cuando salí de mi conmoción.

—Sabrina, por favor, esto no significa nada. Es algo sin importancia —dijo conciliador, intentando acercarse a mí.

—No te acerques, Jason. Nunca, jamás en tu vida, vuelvas a acercarte a mí. —Lo apunté con el dedo. Todo mi cuerpo temblaba.

—Nos casaremos en veinte minutos, cariño. Podemos resolver esto luego de la ceremonia — sugirió como si nada y entorné los ojos como si se hubiera vuelto loco.

—Eres un maldito enfermo. ¡Por supuesto que no habrá boda! Jamás me casaría contigo después de verte así. ¡Por Dios! Sí, ya sé que he sido una estúpida todos estos años, pero esto el colmo, Jason.

—No cometas una tontería, Sabrina. Todos los invitados ya están aquí. Mis padres, tu familia, nuestros amigos. La recepción ya está pagada, por Dios. Piénsalo un minuto, cariño. Te juro que esta será la última vez. Te lo prometo.

Las lágrimas amenazaron con brotar y cerré los ojos, respirando hondo.

—Hagamos esto juntos. No puedes dejarnos en ridículo delante de tantas personas importantes. Te prometo que te compensaré —insistió pensando que otra vez me estaba convenciendo.

Afirmé con la cabeza y a pesar de que me estaba muriendo por dentro, compuse mi mejor cara.

—Tienes razón, esto es algo insignificante que luego arreglaremos. —Jason sonrió y asintió con la cabeza—. No puedo arruinar este momento por una estupidez. —Volví a decir, mientras él tomaba mi rostro y depositaba un beso en mis labios que me supieron a ácido.

—Te estaré esperando en el altar —susurró sobre mi boca y moví levemente la cabeza para luego salir e ir hasta donde se encontraban mis amigas.

Me tapé la boca para ahogar el grito que deseaba lanzar y corrí de prisa. Cuando entré al cuarto, las tres: Alina, Mila y Sara me vieron con expectación.

No pude evitarlo y rompí en llanto, mientras ellas se acercaban y me abrazaban intentando calmarme.

—No puedo casarme con él —dije al fin y todas afirmaron con la cabeza, incluyendo a Sara—. Necesito que me saquen de aquí.

—Lo haremos, cariño, no te preocupes —dijo Mila.

—Pero antes le darás una lección a Jason —intervino Alina y todas la vimos con curiosidad mientras revelaba su plan.

El momento llegó y me encontraba de pie, sujeta al brazo de mi padre para hacer la entrada nupcial.

Con cada paso que daba agradecía infinitamente el plan de Alina, porque sería retribuirle solo un poco de las tantas humillaciones que me había hecho pasar el idiota de Jason.

Mi querida suegra enarcó una ceja estudiando mi aspecto y asintió con la cabeza, como si su aprobación fuera por demás importante.

Mis amiga se colocaron tras de mí y dejamos que la ceremonia siguiera como si nada hasta el momento de intercambiar nuestros votos.

—Yo —inició Jason—, agradezco a la vida por haberte conocido. Agradezco haber encontrado en ti la comprensión y el cariño que una esposa debe profesarle a su esposo —hizo énfasis en esas últimas palabras y quise darle un puñetazo.

Pensaba en las miles de maneras de borrar esa estúpida sonrisa de su rostro, de presionar su cuello y que los ojos se le salieran despacio hasta reventar por la presión.

—Sabrina —susurró y sacudí al cabeza, prestándole atención—. Tus votos, es tu turno — señaló con una sonrisa nerviosa.

—Yo, agradezco infinitamente a Dios por este día —inicié y Jason asintió satisfecho por mis palabras—, porque gracias a este día, pude comprender que un hombre como Jason no se merece de ninguna manera a una mujer como yo. Un hombre como Jason —abrí los brazos y volteé a ver a los presentes que me miraban como si estuviera loca—, quien tiene el ego demasiado grande en comparación con lo que lleva entre sus piernas, efectivamente no se merece a una mujer como yo. Pero creo que su prima —señalé a la muchacha con la que lo había encontrado—, ¿Elizabeth era tu nombre? —pregunté y la joven agachó la mirada por la vergüenza—. Eso ya no importa; la cuestión es que ella sabe perfectamente los motivos por los que un hombre como Jason no se merece a una mujer como yo.

»Pido perdón a todas las personas que están aquí por mí y que siempre han tratado de abrirme los ojos con relación al hombre con el que pensaba compartir mi vida. —Me quité el anillo del dedo y se lo tiré a la muchacha—. No habrá boda hoy, pero todos están invitados a disfrutar del banquete que la familia de Jason gentilmente preparó.

—No puedes estar hablando en serio —dijo Jason, tirando de manera violenta de mi brazo.

Sin pensarlo, jalé con fuerza deshaciéndome de su agarre y lancé un gancho que fue a parar a su ojo izquierdo.

—¡Auch! —Se oyó pronunciar en conjunto a la multitud y yo sacudí la mano.

—Gracias por abrirme los ojos en el momento justo. Adiós, Jason —dije y tomando la tela de la falda de mi vestido, corrí hacia la salida.

Fuera de la iglesia, me quité mis apreciados Manolos que no tenían la culpa de nada y los lancé a un lado. Cogí el tocado y tiré de este para arrancarme el velo que dejé caer allí mismo.

Tomé los pliegues del delicado vestido y lo rasgué para darle más libertad a mis piernas. Comencé a bajar los escalones y corrí en dirección al parque que estaba justo frente a la iglesia.

Mientras corría, las lágrimas no dejaban de fluir de mis ojos porque me sentía una verdadera estúpida en todos los sentidos.

Llegué hasta el lago y me quedé de pie al borde del muelle, llorando amargamente mientras me maldecía por haber sido tan ingenua.

Mis amigas habían llegado junto a mí y sentí la mano de Alina en mi hombro.

—Lo siento, Sabrina, pero era lo mejor. Solo te habrías condenado a una vida llena de miserias, atada a un matrimonio sin amor.

Afirmé con la cabeza y sentí otras manos desprender los pequeños botones del vestido. Entre todas me despojaron de la prenda blanca, dejando el enterizo de encaje que pensaba utilizar en mi noche de bodas.

—A la m****a el matrimonio —mascullé, mientras las cuatro nos tomábamos de las manos y nos mirábamos con complicidad.

—¡A la m****a el matrimonio! —gritaron las demás y entre risas y llanto, nos lanzamos al agua.

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