SABRINA
—Bonsoir, Piero —respondí cuando el habla me regresó y el hombre, sin dejar de verme a los ojos, se recostó sobre mi cuerpo y rozó su mejilla con la mía, deslizando sus dedos sobre los míos para tomar el asa de mi maleta.
—Sería un placer ayudarte con tu equipaje —dijo a mi oído, mientras volvía a incorporarse en su mismo sitio, frente a mí.
—Gracias. —Fue lo único que pude decir.
—Cuñada, Piero te llevará al apartamento donde te quedarás durante este tiempo. Claro, si no te importa —dijo Lucio, cortando mis pensamientos pecaminosos con el hombre que tenía a escasos centímetros.
De inmediato comprendí aquel juego en el que deseaban que cayera, dando por hecho que todo se trataba de una tonta trampa del demonio de mi hermana.
—Por supuesto que no, querido cuñado —repliqué, viéndolo desafiante—. ¿Vamos? —me dirigí a Piero y él asintió, caminando a mi lado.
Llegamos hasta donde se encontraba su coche y metió mi equipaje en el maletero, abrió la puerta para mí y subí, para que luego él hiciera lo mismo.
—Dime, por favor, que no te prestarás al absurdo juego de mi hermana —lancé sin rodeos y Piero sonrió de lado, completamente divertido.
—Cuando te vi, supe que sería imposible engañarte. Eres hermosa y si sigues soltera; además eres demasiado inteligente —dijo con sinceridad y sonreí.
—Gracias por el cumplido, pero no siempre fue así. La experiencia hace que tomemos ciertas posturas, que formemos algunas barreras y sepamos escoger las máscaras que utilizar, de acuerdo con las circunstancias, querido Piero.
—No sé demasiado de barreras y máscaras. Creo que por esa razón, estoy solo —bromeó, arrancando el coche y pisando el acelerador.
—No es lo que dijeron de ti.
—Con que te han lanzado pistas de mí… —dijo divertido—. Creo que a tu hermana y a Lucio les falta algo más de creatividad para montar estas cosas.
—Estoy de acuerdo —afirmé con la cabeza—. ¿Me dirás exactamente qué pidieron?
—Básicamente que tuviera un romance contigo —respondió sin vueltas y no pude más que sonrojarme—. Al principio me negué, pero ahora creo que cometí un gran error —dijo despacio, con ese acento sensual que mojaba de nuevo mi braga.
—Si has dicho que no, ¿por qué estás aquí? —pregunté acalorada.
—Por lo que dijo Lucio; llevarte al apartamento que ocuparás.
—Podría haber tomado un taxi, no te hubieras molestado.
—No es molestia, créeme. Además, Lucio no dejaría que te fueras sola y él vive del otro lado donde tú te quedarás y, casualmente vivo en el mismo edificio. No me costaba nada hacerle ese favor.
—Ya veo…
—No tienes que agradecer, es un placer. ¿A qué te dedicas? —preguntó con interés y sonreí.
—Creí que Alison ya te había puesto al tanto, hasta de mi color favorito —bromeé y negó—. Me gradué en periodismo y elaboro artículos en una revista de modas. —Mordí mi labio inferior, mientras el me veía confundido—. No es tan malo como parece.
—¿Por qué debería de serlo?
—Por tu mirada, creí que te pereció ridículo.
—No debes dejarte llevar nunca por las apariencias, Sabrina. Sí, admito que no me esperaba que trabajaras en una revista de modas, pero porque tienes pasta de abogada, no porque me resultara ridículo —aclaró de inmediato.
—¿Y tú? ¿Cómo te ganas la vida?
—Soy arquitecto. Lucio y yo somos socios.
—Nos ha dicho que viajará a Dubái en poco tiempo.
—Sí. A nuestra constructora le ofrecieron un proyecto muy importante y él lo encabezará. Creo que una de las excusas para casarse con tu hermana lo más pronto posible es esa. Sin embargo, lo conozco desde que usaba pañales y estoy seguro que de todas formas, hubiera tomado esa decisión sin mucho rodeo.
—Parece un buen hombre y mi hermana es distinta a su lado —dije con ternura y él afirmó.
—Si me lo preguntas, Lucio es un gran partido para cualquier mujer. Tanto por su nivel económico, como por su gran corazón.
—Por favor, ¡díselo a mi padre cuando venga para la boda! —Reí, recordando su sarcasmo cuando conocimos a Lucio. Piero frunció el ceño confundido.
—¿No le cae bien a tu padre?
—No es eso. Solo tiene miedo de que Alison salga lastimada por algo que ocurrió en el pasado conmigo.
—¿Sería demasiado indiscreto de mi parte preguntar qué sucedió?
—De todas maneras, alguna vez te enterarás por Alison o cuando las locas de mis amigas lleguen para la boda. —Intenté aparentar indiferencia—. El caso es que, el día de mi boda hui de la iglesia —confesé, desviando la vista.
—Huir a tiempo, no es de cobardes. —Sonreí—. ¿Por qué lo hiciste?
—Porque hubiera sido demasiado cobarde como dices, si seguía con aquella farsa. El hombre con quien me iba a casar no me amaba y ya había desperdiciado demasiado tiempo con alguien que no me merecía. Soporté muchos engaños, concedí muchos perdones y creo que decidí a tiempo quererme más a mí misma, antes que a los demás.
—Entonces te engañó… —murmuró y suspiré.
—Más veces de las que recuerdo, pero hacerlo a minutos de casarse conmigo fue la gota que colmó el vaso. —Tragué con dificultad, recordando aquello. No porque siguiera doliendo, sino porque me sentía una completa estúpida.
—¡Imbécil! —lanzó molesto—. Jamás comprenderé el motivo de las personas para mentir cuando no hay razón. No creo que hubieras puesto una pistola en su cabeza para que se casara contigo y no tuvo ninguna necesidad de hacer lo que hizo, un día tan importante.
—Ya ocurrió y es algo que no se puede borrar. Mi estigma ante las personas que presenciaron aquello, es ser una novia tonta que desperdició un gran partido por una aventura sin importancia.
—Creo que te ha hecho un favor. De no descubrirlo en tu boda, tal vez hubieras cometido el error de casarte y ser infeliz con el hombre más estúpido del mundo. —Sonreí y él me imitó—. Llegamos.
Aparcó frente a un edificio imponente de aspecto clásico que para nada tenía que ver con los modernos rascacielos de Los Ángeles o Nueva York. Tampoco parecía un proyecto nuevo, sino más bien, en proceso de restauración o algo parecido. Se notaba que le faltaban algunos detalles, pero eso no dejaba de hacerlo ver impresionante. Bajé del coche, recorriendo con los ojos tan majestuosa obra. Comenzaba a caer la noche y las luces regalaban a mis ojos un paisaje nunca visto. Di una vuelta completa admirando todo lo que me rodeaba, absolutamente maravillada.
—¿Te gusta? —preguntó Piero y moví la cabeza afirmando—. Es un edificio del siglo dieciocho. Cuando me lo ofrecieron, no dudé un segundo en comprarlo y llevo aproximadamente un año con la restauración. No quise que se me escapara ningún detalle que pudiera quitarle su esencia histórica y clásica.
—Realmente es impresionante —respondí absorta. Las veces que había ido a París no había tenido la oportunidad de conocer la ciudad porque el trabajo lo impedía.
—¿Tu primera vez en París? —preguntó Piero y me volteé a mirarlo, negando.
—No, pero es como si lo fuera. Las veces que vine aquí fue por trabajo y jamás me había tomado la molestia de conocerlo.
—Debemos remediarlo —dijo—. Para comenzar, esta zona se llama Ternes y es uno de los barrios residenciales más lujosos de la ciudad. Lo que lo hace especial es que conserva todos sus matices clásicos.
—Como este edificio… —susurré.
—Como este edificio —respondió—. Entremos, te enseñaré el apartamento que ocuparás.
Al ingresar me sorprendí, además de la escalera imponente tenía elevador.
Piero me guio hasta el piso cinco y abrió una de las dos puertas que se encontraban dispuestas una frente a otra. El espacio era amplio, de paredes blancas, pisos de madera, techo con molduras y una lámpara colgante frente al elevador.
—Pasa, Sabrina —invitó y sacudiendo la cabeza, lo seguí.
Era poco decir lo impresionada que había quedado. Al ingresar al piso, noté que contaba nuevamente con impresionantes molduras de techo, suelo de madera y una preciosa vidriera situada en la zona del comedor ofrecía una maravillosa vista. El apartamento estaba decorado con cuidado, con una colección única de obras de arte y muebles de estilo clásico.
Caminé, admirando cada detalle con una sonrisa. Los ambientes de la sala de estar y el comedor se dividían con puertas corredizas de madera tallada y cristales. Todo era de un blanco impoluto y en el centro de cada espacio, colgaba una araña de bronce que iluminaba lo justo.
—Esta será tu habitación. —Volvió a hablar Piero, llevando mi equipaje hacia un pasillo amplio donde también había dos puertas blancas dispuestas una delante de la otra. Abrió una de ellas, dándome acceso a una enorme alcoba con el mismo estilo que todo el lugar: paredes blancas, techo del mismo color con las ya características molduras. El piso en este caso era de mármol blanco, decorado con una alfombra persa al pie de la cama de madera. Conservaba el mismo estilo que los demás ambientes: cuadros y muebles clásicos, una araña sobre la cama y cortinas bordó que le daban calidez al lugar.
—¿Te gusta? —preguntó el hombre y me tiré de espaldas sobre la cama, completamente feliz—. Creo que eso es un sí —dijo satisfecho y afirmé, incorporándome hasta quedarme sentada en el borde.
—Es impresionante, Piero. No puedo estar más sorprendida por la combinación; es clásica y lujosa. Debe costar una fortuna hospedarse aquí una noche.
—Aunque conserve el encanto de lo antiguo, no le faltan las comodidades modernas y está equipada con una cocina completamente actualizada con todos los electrodomésticos que necesites para cocinar, una lavadora, una secadora y si algo te hace falta, solo marca mi número. Te lo dejé apuntado al lado del teléfono. —Señaló la mesa de noche de estilo victoriano y asentí—. En cuanto al costo, debes tener en cuenta que esta zona es uno de los distritos residenciales más lujosos de París. Además, tiene un tráfico turístico limitado, lo que lo convierte en el lugar perfecto para vivir como un verdadero parisino… algo que necesitas para conocer verdaderamente la ciudad.
—Me faltaría el guía turístico —bromeé y Piero hizo una reverencia, aludiendo a que sería él.
—¿Tienes apetito? —preguntó.
—Realmente no. Estoy agotada y me gustaría descansar.
—Me parece bien —dijo recostado en el marco de la puerta con los brazos cruzados—. El apartamento frente al tuyo es mío; puedes tocar si se te ofrece algo.
—Lo tendré en cuenta y muchas gracias. —Él asintió y caminó hacia la salida.
Lo seguí de inmediato y cuando salió del lugar, me acerqué a la puerta para cerrarla. Piero se volteó y caminó despacio hasta mí, besando la comisura de mis labios.
—Bonne nuit, Sabrina. Te veo mañana. —Se volteó, metiéndose a su apartamento.
Por un momento me quedé suspendida, intentando comprender cómo de un momento a otro, este hombre consiguió que atravesara por estados de ánimo que hacía tiempo no experimentaba. Primero la impresión de cuando lo conocí, después la melancolía al revelarle algo tonto de mi pasado. Me ruboricé como una chiquilla con su cumplido, impresionándome como nunca lo había hecho desde aquel patán.
Suspiré, cerré la puerta y me recosté en ella porque comenzaba a entender el motivo por el que Alison lo escogió, y por esa misma razón debía andarme con cuidado para no caer en la treta de ese pequeño demonio.
En la mañana, los incesantes golpes en la puerta y el sonido de la campana aturdieron mi preciado sueño. Me llevé una almohada sobre la cabeza tratando de ignorar los ruidos hasta hacerme a la idea de que debía despertar. Con frustración, salí de la cama enfundada con una camiseta morada de letras amarillas con el logo de Los Angeles Lakers, el equipo de baloncesto.
Abrí la puerta bostezando y entrecerrando los ojos, me topé con Alison y Piero, quien me vio sorprendido de pies a cabeza.
Alison sonrió con malicia, enarcó una ceja y comprendí que se debía a mi atuendo. La camiseta llegaba hasta mis caderas y debajo solo llevaba puesta ropa interior negra de algodón.
Mis mejillas de inmediato se tiñeron y noté como Piero no desviaba sus ojos de mis piernas, incomodándome por completo.
—Buenos días, Sabrina —canturreó Alison, con dos vasos de café humeante y una sonrisa de recién follada.
Pasó por mi lado dejándome sola delante de Piero y este carraspeó, intentando fijar sus ojos en mi rostro y no en una parte que no debió haber visto. Mi rostro ardía por la vergüenza y lo mejor que pude hacer fue regresar corriendo a la alcoba para ponerme algo que me cubriera.
Desarmé la maleta como una demente, tomando un pantalón deportivo. Me lo puse y luego salí, abochornada al comedor donde Alison estaba acomodada junto con Piero.
—Buenos días —musité con las mejillas ardiéndome aún—. Lo siento —dije mirándolo y él solo negó con una sonrisa.
—Buenos días, Sabrina —repitió Alison, entornando sus ojos y yo rodé los míos—. ¿Cómo dormiste?
—¡Cómo un bebé! La cama me hechizó y dormí como hacía mucho tiempo no podía.
—Estoy segura de que sí —replicó Alison, y supe que se refería a que casi nunca paraba en mi apartamento en las noches—. Hoy tengo muchísimos pendientes y necesito que me acompañes —dijo con ilusión—. Ve a ponerte bonita mientras preparo el desayuno para los tres.
—A mí se me hace tarde, tengo una reunión en pocos minutos —se disculpó Piero, poniéndose de pie. Mis ojos no pudieron evitar evaluarlo porque se veía bastante bien: unos vaqueros, una camisa que hacía juego con el color de sus ojos y se adhería a su cuerpo y una chaqueta negra—. Nos vemos más tarde —se despidió y yo solo lo vi decepcionada. Alison, quien se había puesto de pie, me dio un codazo para que lo acompañara y sacudí la cabeza, siguiéndolo.
Ya en la puerta, tuve el valor de disculparme.
—Disculpa mis fachas, Piero. Cuando no accedí a quedarme con Alison en casa de Lucio fue justamente por estas cosas —bromeé.
—No tienes por qué disculparte. Oí la campana demasiadas veces y me asomé para ver qué ocurría.
—Alison es así de intensa, lo lamento.
—Yo no —replicó, confundiéndome—. ¿Quieres cenar conmigo esta noche? —preguntó, cambiando abruptamente de tema.
—Claro…
—A las ocho, paso por ti. —Se acercó otra vez como en la noche, para darme un beso en la mejilla—. Te llevaré a un lugar especial.
—Estaré lista para esa hora.
—Nos vemos, Sabrina.
—Nos vemos, Piero —dije como tonta, mientras él se perdía en el elevador.
—Es encantador, ¿cierto? —dijo Alison, recordándome que Piero no estaba disponible para mí. Él no.
—Lo es, pero solo está siendo amable por Lucio. Así que sácate esas absurdas ideas que se están formando en tu loca cabecita porque no caeré en sus brazos.
—No es lo que pareció. —Negué—. ¡¿Por qué, Sabrina?! Piero es el hombre perfecto para ti.
—Si me acuesto con él, no será más que eso y lo sabes. Además, no quiero… —Me quedé sin palabras.
—¿Enamorarte?
—No quiero involucrarme con nadie, nena. Entiéndelo, jamás tomaré un compromiso con nadie, no podría confiar en ningún hombre después de todo lo que viví.
—No todos son iguales.
—Para mí todos lo son, Alison.
—¿Hasta Piero? —preguntó con esperanzas.
—Incluso él —afirmé—. Puede que sea el príncipe soñado de muchas. Es un caballero, es educado y atractivo, pero hace mucho dejé de creer en los cuentos de princesas. Ya no insistas y ya no lo quieras involucrar en estúpidos complots del que no quiere participar.
—Pero yo solo quería ayudarte…
—No lo necesito, Alison. Estoy bien con la vida que tengo y además, no es momento de pensar en mí sino en ti y en tu boda. Ya deja de planear absurdos y céntrate en lo que verdaderamente importa.
—Está bien, pero no puedes negar que hace un momento te devoró con los ojos y a ti te gustó —repitió y suspiré mientras la dejaba hablando sola e iba a escoger qué me pondría.
El día trascurrió entre visitar pastelerías, escoger las flores y enviar las invitaciones. Además de elaborar la lista de regalos e ir a la primera prueba del vestido.
Si bien no me agradaban esas cosas, hacerlo con ella me había hecho feliz porque la veía muy ilusionada. Sus ojos brillaban, pedía mi opinión en todo, cosa que jamás había hecho. Llamaba a Lina si tenía alguna duda y todo porque quería que fuera perfecto el mejor día de su vida.
Llegué agotada y en la entrada del apartamento me quité los zapatos, cayendo como un saco de patatas en el sofá. Sin embargo, el reloj sobre la mesita a mi lado me alarmó, porque faltaban cuarenta minutos para las ocho.
A toda prisa, me di una ducha y escogí un vestido negro de corte clásico con escote en V y mangas en los hombros que me llegaba a las rodillas, ajustándose a mi cuerpo.
Recogí mi pelo, dejando algunos mechones sueltos y maquillé lo más natural posible mi rostro. No deseaba parecer desesperada por llamar la atención de Piero.
Unos tacones y un bolsito negros completaron mi outfit. Me miré al espejo y me sentí conforme con lo que veía, cuando oí la campana sonar y fui de inmediato a abrir.
Del otro lado estaba Piero, arrebatador con un traje azul noche y una camisa blanca. No llevaba corbata y tampoco le hacía falta. Fue cuando agradecí haber escogido el color negro porque era evidente que iríamos a un lugar demasiado formal.
—Hola —dije apenas, intentando que la voz me saliera de manera normal y no dejar en evidencia que me había impresionado con su aspecto.
—Bonsoir, Sabrina. Estás exquisitamente bella —replicó con un brillo especial en los ojos y sentí como mi pulso se aceleraba—. ¿Vamos? —Me ofreció su brazo que tomé gustosa.
—Vamos.
El trayecto hasta el restaurante duró unos cuarenta minutos, en los que nos adentramos en una especie de bosque llamado Bois de Boulogne. Piero me dijo que el establecimiento funcionaba en un pabellón de Estilo Segundo Imperio, que se caracterizaba por la suntuosidad y la policromía, en la que se buscaba demostrar riqueza mediante el oropel y el relumbrón, conservando solo lo más ostentoso y radiante.El estilo había nacido durante el imperio de Napoleón III y se debía a la obsesión de la emperatriz Eugenia, por el estilo de Luis XVI y María Antonieta. Me dio algunas clases magistrales de estilos arquitectónicos, detonando la pasión que le profesaba a su profesión.Me sentí bastante a gusto en su compañía y aunque no había entendido demasiado algunas explicaciones, mi mandíbula casi cae por el piso al tener delante tan majestuosa obra de arte.—Llegamos —dijo él, bajando del coche y rodeándolo para abrirme la puerta—. Este es el restaurante Le Pré Catelan. Bienvenida, Sabrina y espero
SABRINAHabían pasado más de dos semanas como un torbellino: rápido y llevándonos con Alison todo por delante. No había vuelto a ver a Piero porque prácticamente lo evitaba de todas las maneras posibles: salía temprano y regresaba solo para dormir.En tres días llegarían mis amigas, Lina y Josh. Lo estábamos arreglando todo con mi hermana pequeña para que se sintieran de lo más cómodos en París. Lina se quedaría con Alison, mientras que mis amigas se quedarían conmigo y Josh con Piero.Sabía que tendría que verlo y hablar con él tarde o temprano, pero prefería dejar pasar el tiempo para que de la misma manera me dejara de importar. Sin embargo, cada día que pasaba extrañaba su compañía y pensaba con nostalgia en lo que pudo haber sido.«Es mejor así: mientras menos lo veas, más rápido saldrá de tu cabeza», me decía a mí misma por las noches.Ese día nos tocaba escoger la tarta de bodas y todo estaría listo para el banquete. Mi vestido lo traería Lina y la despedida de soltera sería el
SABRINALos días fueron pasando y con ellos las noches que había aceptado cenar con Piero.A decir verdad, con cada velada que compartíamos, las cosas iban siendo más complicadas para mí porque ese hombre era encantador. Estar cerca de él y no sentir cosas, resultaba imposible.Aun así, seguía resistiéndome a los encantos que evidentemente utilizaba para hacerme cambiar de opinión.El jueves había llegado y con Piero le prometimos a Alison que iríamos al aeropuerto por mis amigas y familia. Él llevaría a Lina a casa de Lucio y luego pasaría con mi padre y Josh a su apartamento. En un principio, papá vendría solo para la ceremonia, pero a último minuto lo convencieron de que se tomara unos días para conocer París. Aunque Alison lo quiso persuadir de quedarse en casa de sus suegros, papá se opuso rotundamente escudándose en Josh, a quien había convencido de ir juntos a un hotel. Sin embargo, Piero había dicho que no habría problema alguno en que se quedaran ambos con él.El aeropuerto e
SABRINAPiero comenzó a inquietarse por mis sollozos y tiré de la sábana que lo cubría desde las caderas con la intención de envolverme en ella. Sin embargo, mis ojos casi se salen de sus órbitas al dejarlo completamente desnudo.—¡Mi Dios! —grité por la sorpresa de verlo de aquella manera, tumbado boca arriba con vellos en el pecho que descendían casi imperceptibles por el surco de su abdomen, haciéndose más evidente debajo de su ombligo y acabando en su virilidad de manera frondosa.Tragué grueso e intenté componerme enrollando rápidamente la tela alrededor de mi cuerpo. Sorbí por la nariz y sequé las lágrimas que había derramado al invadirme el pánico mientras Piero despertaba con dificultad.Frunció el ceño y se llevó ambas manos a la cabeza, dejando su brazo sobre su frente.—Mon Dieu… —dijo en un suave murmullo, bajando los brazos a los lados de su cuerpo e intentando incorporarse con las palmas.Lo miré expectante mientras se sentaba en el borde del lecho y llevaba la cabeza ha
PIEROUn mes antes de la despedida de soltera…Me sentía frustrado porque otra vez me había dejado plantado y ya no llevaba las cuentas de las veces que lo ha venido haciendo este último tiempo.Tomé mi móvil y marqué su número, aunque sabía que sería en vano. Ella no vendría y de nuevo me quedaría con este maldito problema encima, que me había anudado al cuello hacía poco más de dos años.—Lo siento, monsieur, pero el tiempo se ha acabado —dijo el juez y solo afirmé con la cabeza, mirando a mi abogado.—Ya no podemos esperar más, Piero —murmuró apenado—, hay otros casos esperando y el juez no puede perder su tiempo.Me puse de pie furioso y salí de la sala de audiencias, maldiciendo a aquella condenada mujer.Apenas crucé la puerta, encendí un cigarrillo, calando hondo mientras cerraba los ojos.—Aquí no puedes fumar, Piero —advirtió Leo, mi abogado y amigo—. Además, creí que lo habías dejado.Caminé hacia la salida sin decirle una palabra, pero oí sus pasos tras de mí. Cuando al fin
PIEROEl domingo había mandado revisar que todo estuviera en excelentes condiciones para la llegada de la cuñada de Lucio. Incluso compré algunas cosas de la tienda, que yo pensaba eran indispensables en una despensa: café, frutas, algunas galletas y lácteos.No sabía nada de aquella mujer ni me imaginaba como era físicamente, aunque si le rompieron el corazón y luego ya no tuvo ninguna relación, no debía poseer demasiado encanto.De camino al aeropuerto, mi móvil comenzó a repicar y respondí de inmediato: era Danna.—Hola, Danna… —saludé y oí un sollozo del otro lado—. ¿Pasa algo?—Es ella, Piero… otra vez ella —recosté mi cabeza en el respaldo y suspiré.—Qué hizo esta vez…—Lo mismo de siempre… quiere dinero, una fuerte cantidad de la que yo no dispongo, en este momento— respondió y fruncí el ceño.—Danna, no me vengas con que has estado dándole dinero… —dije furioso y ella rompió en llanto—. ¡Oh por Dios! —Golpeé con fuerza el mando del coche, lleno de rabia—. ¿Desde cuándo te ha
SABRINASuspiré feliz mientras me miraba en el espejo que tenía en la habitación. El vestido blanco y perfecto me quedaba justo, sin que faltara o sobrara nada. Era de corte sirena con una cola de metro y medio, hecho a mano por una de las mejores modistas de novias de la ciudad.Lina había conseguido que me lo hicieran en tiempo récord y como yo deseaba, el vestido era su regalo de bodas.El tocado era de un hilo fino de plata con flores blancas minúsculas de piedras, trenzadas alrededor del recogido, sujeto al velo que caía como cascada de nube sobre mi espalda.Los zapatos Manolo Blahnik me calzaban perfectos y tenían incrustaciones de pedrería que hacían juego con los detalles del vestido y el tocado.Dos toques suaves en la puerta me devolvieron a la realidad y por el espejo vi a mi padre que asomaba la cabeza. Di media vuelta con una enorme sonrisa.—¿Cómo me veo, papá? —pregunté con ilusión y mi padre solo negó con la cabeza, juntando sus manos a la altura del pecho.—Como un á
SABRINALos Ángeles, California5 años después«¡Mierda!», maldije al despertar y notar que no me encontraba sola, un brazo enorme rodeaba mi cintura.La sábana blanca cubría parcialmente nuestros cuerpos por lo que la levanté levemente y entorné los ojos al descubrir lo que había saboreado la noche anterior. Sonriente, suspiré y sacudí la cabeza para regresar a la realidad. Ya había amanecido y debía marcharme antes que despertara Axel, Ángel o tal vez Ángelo. No recordaba su nombre y era mejor así.Despacio aparté su brazo y salí de la cama para que no despertara. Lo menos que deseaba era charlar después de una noche que solo significó sexo, y sabía de sobra que los hombres se ponían intensos cuando éramos las mujeres quienes abandonábamos el lecho sin dar explicaciones.Tomé el vestido rojo del piso y me lo pasé rápido por la cabeza. Recogí mis tacones, mi pequeño bolso y busqué con los ojos mi braga, porque no la encontraba por ningún lado.«¡Diablos!», renegué porque se hacía tar