SABRINA
Los Ángeles, California
5 años después
«¡Mierda!», maldije al despertar y notar que no me encontraba sola, un brazo enorme rodeaba mi cintura.
La sábana blanca cubría parcialmente nuestros cuerpos por lo que la levanté levemente y entorné los ojos al descubrir lo que había saboreado la noche anterior. Sonriente, suspiré y sacudí la cabeza para regresar a la realidad. Ya había amanecido y debía marcharme antes que despertara Axel, Ángel o tal vez Ángelo. No recordaba su nombre y era mejor así.
Despacio aparté su brazo y salí de la cama para que no despertara. Lo menos que deseaba era charlar después de una noche que solo significó sexo, y sabía de sobra que los hombres se ponían intensos cuando éramos las mujeres quienes abandonábamos el lecho sin dar explicaciones.
Tomé el vestido rojo del piso y me lo pasé rápido por la cabeza. Recogí mis tacones, mi pequeño bolso y busqué con los ojos mi braga, porque no la encontraba por ningún lado.
«¡Diablos!», renegué porque se hacía tarde y la bendita braga no aparecía.
El hombre atlético y fornido que yacía en la cama comenzó a removerse y entré en pánico, por lo que caminé de puntillas hasta la puerta para largarme de una vez.
Respiré tranquila cuando estuve fuera y me calcé los tacones para bajar por las escaleras y salir de aquel hotel. Odiaba los elevadores y me encantaba hacer ejercicio en la mañana.
Mientras bajaba escalón por escalón, fui desenredando mi pelo con los dedos, intentando verme lo más decente posible. Al llegar a la recepción todos se me quedaron viendo, como si desentonara por entero con la sobria decoración del lugar.
Compuse mi postura recta y solo levanté el mentón, siguiendo hasta la salida.
—Pareciera que nunca hubieran visto a una mujer después de follar —murmuré mientras cruzaba la enorme puerta.
—¿Tomará un taxi? —preguntó el portero y afirmé.
—Muchas gracias.
Cuando el taxi llegó, caminé para montarme en el coche y marcharme, pero una voz gruesa impidió que siguiera al interior.
—¡Sabrina! —Oí a alguien gritar y, tanto el portero que me había abierto la puerta del coche como yo, volteamos a buscar de quien se trataba—. ¡Sabrina, aquí estoy! —Elevé la vista hasta el balcón de una de las habitaciones del tercer piso—. ¡Has olvidado esto! —dijo burlón, enseñándome un trozo de tela roja que colgaba de sus dedos—. ¡Y también despedirte!
—¡Quédatelo como recuerdo y cuando regreses a la ciudad, búscame! ¡Sabré quién eres cuando me enseñes la braga! —respondí en voz alta, causando que el portero del hotel casi se atragantara con su propia saliva.
Solo reí, negando con la cabeza. Le guiñé un ojo al portero que no se veía nada mal y le pedí al chofer que me llevara al trabajo.
Miré la pantalla del móvil para cerciorarme de la hora y faltaban treinta minutos para las ocho. Mi jefa me despediría si llegaba tarde otra vez.
Apresuré al chofer y faltando un minuto llegamos a la revista donde trabajaba desde que me había graduado como periodista.
—¡Quédese con el cambio! —dije al taxista y salí disparada del coche.
Prácticamente corrí e ingresé como un torbellino a la revista, mientras Nina, la chica de la recepción bufaba y me tendía un café que ya esperaba por mí.
—Eres un ángel, Nina.
—Sí, sí, sí. Mejor date prisa porque hoy está insoportable —indicó, refiriéndose a mi jefa.
—¿Está de malas? ¿De nuevo? —Arrugué la nariz, mientras aguardaba a que el elevador se abriera.
—Como siempre, Sabrina. Y preguntó por ti cuando llegó. —Me observó de pies a cabeza.
—¿Qué? —pregunté, mientras bebía un sorbo de café.
—Apestas a sexo y pareces una zorra que acabó su turno; mejor haz algo con tu aspecto antes de ver a Lina.
Rodé los ojos y suspiré.
—Veré que puedo hacer. Gracias por el café. —Me subí al elevador y Nina negó, como si se resignara a que yo ya no cambiaría.
Cuando llegué al piso que me correspondía, nadie se volteó a verme porque era común que llegara en esas fachas.
Alina, una de mis mejores amigas y mi compañera de sección, me tendió una bolsa y cogió mi café.
—Gracias —susurré y ella me guiñó un ojo.
Fui de prisa al tocador y me encerré en uno de los cubículos para cambiarme de ropa. Extraje de la bolsa la falda tubo color negra y la camisa blanca. Me las puse rápidamente, después guardé el vestido rojo en la bolsa.
«Ojalá se le hubiera ocurrido agregar una braga», pensé, mientras me acercaba al lavabo para arreglar mi cabello y maquillaje.
Saqué de mi bolso el cepillo de pelo, lo peiné rápidamente y me hice una coleta alta, enrollando la goma con un mechón de pelo y ajustándolo con una hebilla. Quedó perfecto.
Desmaquillé mi piel, me unté crema y un poco de base para emparejar el tono. Delineé mis ojos, coloqué un poco de máscara en las pestañas y brillo en los labios, terminé conforme con mi aspecto.
«¿Quién diría que soy la misma mujer que llegó hace minutos a la revista?», pensé.
Le sonreí a mi reflejo en el espejo y salí del tocador sintiendo como el fresco llegaba a mi entrepierna. No todo siempre podía ser perfecto.
Mi propia experiencia me lo había enseñado con creces.
Llegué a mi escritorio y bebí un sorbo de café, relamiendo mis labios y cerrando los ojos. Era todo lo que necesitaba para ser feliz.
—¿Cómo fue la noche? —preguntó Alina, quien estaba sentada delante de mí en su escritorio.
El espacio que ocupábamos era una oficina abierta que consistía en un piso completo del edificio. Los escritorios, dependiendo de la sección en la que uno laboraba, estaban colocados uno delante del otro, separando las áreas con pilares cromados que llegaban al techo.
Las paredes eran de cristal, por lo que el lugar era bastante luminoso. La decoración era exquisita: fotos de modelos y diseñadores, obras de arte, sillones de cuero negro con almohadones púrpuras y un piso brillante de mármol negro.
Alina y yo estábamos en la sección de accesorios de temporada, donde redactábamos artículos sobre lo que estaba de moda: bolsos, zapatos, joyas.
—Bastante bien —respondí, mientras encendía el ordenador—. ¿Y tú?
—Nada mal. El hombre resultó todo un cerebrito, pero no puedo quejarme. Le doy un siete y medio.
—Pues al mío le daría un ocho —repliqué y ambas reímos.
—¿Tienes planes para esta noche?
—Alison regresó de París y nos reuniremos a cenar en casa de mi padre. Dijo que tiene algo muy importante que decirnos, así que… —Me encogí de hombros.
—Si terminas temprano te espero en el Sunset LA. Tengo reservaciones y unos amigos que llegaron de Madrid estarán allí.
—No prometo nada, Alina. Sabes que cuando voy a casa de mi padre las cosas se ponen difíciles. De todos modos, lo intentaré.
Ambas seguimos con lo nuestro hasta que mi dulce jefa me pidió que acudiera a su oficina.
Al llegar a su despacho, su secretaria me pidió que siguiera, señal de que ya aguardaba por mí.
—Buenos días —saludé al ingresar.
—Apestas, Sabrina. ¿Has salido otra vez? ¡Es apenas martes, por Dios! —sermoneó sin verme a la cara, leyendo lo que tenía en las manos.
—Buenos días, Sabrina. ¿Cómo has amanecido? Bien, gracias, Lina, ¿y tú? —Rodé los ojos, remedando la conversación
—No te hagas la chistosa conmigo y siéntate.
—¿Qué sucede? —pregunté, mientras tomaba asiento. Lina dejó sus papeles, entrelazó las manos y me vio con seriedad.
—Solo quería asegurarme de que irás a la cena en casa de papá —dijo conciliadora, suavizando su voz.
—Sí, Lina. Ya le prometí a Alison que iría, pierde cuidado.
—Gracias por hacerlo. Sé que es difícil para ti tener que ir a casa, pero es nuestra hermana pequeña —asentí—. ¿Cuándo terminarás con todo esto, Sabrina? —Fruncí el ceño—. Las fiestas, embriagarte y acostarte con cualquiera… —explicó y solo miré el techo—. ¿Acaso no quieres formar una familia, sentar cabeza, comprar una casa y tener niños? Tienes veintiocho años y ya pasó mucho tiempo de…
—¡Ni lo menciones, Lina! —Levanté la voz y me puse de pie—. No te atrevas a recordarme algo que es la pesadilla más recurrente de todas mis noches.
—No todos son iguales a él. No tienes por qué repetir la historia.
—Lina, lo siento, pero esa es una conversación que no deseo tener. Si no tienes más nada que decir, volveré a mis labores. —Di media vuelta pero su voz me detuvo.
—Aún no he terminado. —Cambió su tono de voz y supe que se trataba de trabajo—. Tus compañeras se han quejado de ti. Llegas tarde y con un aspecto deplorable. Utilizas el sanitario como tu vestidor personal y a Alina como tu guardarropa.
—Eso es ridículo —objeté, sonriendo.
—Dicen que aún conservas tu empleo porque tu jefa es tu hermana y que si no tomo cartas en el asunto, tendrán que recurrir a otras instancias.
—¿Eso qué significa?
—Que si no te despido, ambas perderemos nuestros trabajos.
—No pueden hacerte eso; ¡eres la mejor editora de todo Los Ángeles! —repliqué y ella sonrió, poniéndose de pie y caminando hasta mí—. Has rechazado formar una familia por esta revista. Conoces todo de ella porque la revista eres tú.
—Hay muchas buenas editoras que harían lo que fuera por mi puesto y en los negocios, la buena memoria se pierde cuando amenazan tus intereses.
—Entonces renunciaré. No dejaré que pierdas el trabajo de toda tu vida por mi causa.
—Sería mucho más feliz si en vez de decir que renunciarás, prometieras cambiar y dejar los excesos.
—Lina…
—Escúchame, Sabrina, le prometí a nuestra madre que cuidaría de ustedes como si fuera ella misma y no romperé mi promesa. Al menos no ese juramento. —Las lágrimas se asomaron a mis ojos y a los de Lina, pero pronto recompuso aquella imagen imponente de una mujer de hierro y se volteó, regresando a su sillón—. Piénsalo y luego de la cena hablaremos otra vez de todo esto. Puedes retirarte.
Tragué con fuerza y solo di media vuelta para marcharme de la oficina.
Lina tenía razón y mi madre tal vez estuviera muy decepcionada de mi comportamiento, pero no quería volver a pasar por lo mismo. No deseaba enamorarme, entregarme y que me lastimaran de nuevo. Los excesos se habían convertido en mi rutina y era la única manera de olvidar.
Llegué a mi escritorio y Alina me vio raro.
—¿Pasa algo? —Negué—. Sabrina, nos conocemos desde que usamos pañales. Puedes engañar a cualquiera pero a mí no.
—Las demás mujeres al parecer se han quejado de mis constantes llegadas tardías y han amenazado a Lina con hacerla perder su empleo si no me corre.
—¡¿Qué?! —gritó, captando la atención de todas—. ¿Pero qué se han creído? —dijo indignada y entorné las cejas—. Lina prácticamente fundó la revista Divine, no pueden hacerle eso.
—Es lo mismo que le he dicho, pero al parecer hay otras editoras que quieren su puesto y la cuestión va más por ese lado que por mi comportamiento.
—Pues ponte el despertador y acaba antes del amanecer para que no llegues tarde —dijo con seriedad y quise reír.
—Ay, Ali. De verdad que a veces eres tan inocente.
—¿Por qué lo dices?
—Creo que deberé replantearme esta vida, al igual que deberías de hacerlo tú. Ya estamos viejas para esto —bromeé y bufó.
—Apenas hemos florecido. No quieras aguarme la fiesta tú también, que para eso tengo a mi insoportable hermano.
—Josh es un gran hombre y un buen hermano. Solo quiere cuidar de ti.
—Como lo hace Lina contigo —acotó con una sonrisa tierna—. La vida nos ha golpeado con cosas demasiado difíciles, Sabrina. En un segundo ha cambiado todo el futuro que habíamos planeado en la escuela, ¿recuerdas? —Asentí con melancolía.
—Tal vez tenga mejores cosas para nosotras —dije por decir y Alina negó.
—Solo fue para demostrarnos que no necesitamos de ningún hombre para salir adelante, y mucho menos, para ser felices. Aunque son un mal necesario si hablamos de sexo —compuso de nuevo la fachada de indiferencia que había adquirido desde lo que le ocurrió y solo afirmé para darle la razón.
Al salir de la oficina fui a mi departamento para preparar las cosas que llevaría a casa de mi padre, quien vivía en Montebello, una pequeña ciudad del condado a unos trece kilómetros de la gran ciudad, y donde no había regresado más que para las cinco navidades que llegaron después del fracaso que resultó mi boda.
Por mucho tiempo había sido la comidilla del lugar, por lo que decidí no volver en un tiempo. Tras cinco años, aquella amarga herida no había terminado de cerrar.
De Jason no supe nada desde aquel día, pero las malas lenguas decían que se había mudado junto con toda su familia a otro estado.
Aunque la mayoría del tiempo lo odiaba, en el fondo sabía que había sido culpa mía por no haber querido aceptar desde un principio que él no me amaba como me merecía.
Con la pequeña maleta hecha, bajé hasta el aparcamiento de mi piso y conduje hasta aquel lugar que me traía muchos bellos recuerdos, pero que eran opacados por el trago amargo que pasé en aquella iglesia.
Cuando llegué, Lina ya lo había hecho y saludamos a papá con efusividad.
—Al menos por esta noche olvidemos el trabajo y finjamos que somos buenas hermanas y nos adoramos. —Le había susurrado al oído y ella solo rodó sus ojos para luego afirmar con la cabeza y largarse a reír.
—Mis pequeñas… después de tanto tiempo al fin las tendré conmigo a todas de nuevo —dijo mi padre, sirviéndonos vino e invitándonos a sentarnos con él en el jardín. Era junio y el calor se sentía insoportable.
—¿Alison aún no ha llegado? —Papá negó.
—Dijo que llegaría sobre la hora.
—¿Saben que se trae entre manos? —indagué de nuevo y ambos negaron, hasta que oímos un auto aparcar frente a la casa.
—Debe ser ella. —Mi padre entusiasmado se puso de pie para ir a su encuentro.
—¿Qué locura crees que ha cometido esta vez? —preguntó Lina y me encogí de hombros.
—Espero que no la misma que yo hace cinco años —ironicé y sonrió.
—Por primera vez estamos de acuerdo. Lo único que nos falta es que Alison quiera casarse tan joven.
Cuando mi padre regresó hasta el jardín, su rostro estaba descompuesto.
—¿Qué ocurre, papá? —pregunté de inmediato, yendo a su alcance.
—¡Sabrina! ¡Lina! —Oímos la voz chillona de Alison y nos volteamos a mirarla, mientras ella corría prácticamente hasta nosotras y papá negaba con la cabeza.
—¿Cómo estás, nena? —saludó Lina, abrazándola.
—Te ves preciosa, Alison —acoté, imitando la acción de mi hermana mayor.
—Es el amor —respondió ella.
—Mamma mía —dijo papá juntando sus manos y mirando al cielo.
—¡Me voy a casar! —gritó nuestra pequeña hermana, dando saltitos efusivos y las dos nos miramos, pensando que se había vuelto completamente loca.
SABRINA—No puedes estar hablando en serio —expresó en voz baja Lina porque notamos que al jardín ingresaba un hombre.—¡Por supuesto que no puede estar hablando en serio! —exclamé sin importar que me oyeran—. Tiene que ser una broma, Alison. Apenas has cumplido veintiuno y ni siquiera lo conoces.—Nunca en mi vida he hablado más en serio, Lina —respondió con seriedad a nuestra hermana mayor—. Menos bromearía con algo tan importante. —Me miró a los ojos, dolida—. Creo que fue un error haber venido. Me hubiera quedado en París y casado sin las personas más importantes de mi vida porque a ellas no les importa mi felicidad.Me crucé de brazos, enarcando una ceja y Lina bufó, porque esa era la típica manera en que nuestra pequeña, pero diabólica hermana lograba todo lo que se proponía.—Lo sentimos, Alison. Pero debes comprender que nos ha tomado por sorpresa la noticia. Ni siquiera sabíamos que tenías novio —explicó paciente y ella solo se cruzó de brazos—. Te enviamos a París a un talle
SABRINA—Bonsoir, Piero —respondí cuando el habla me regresó y el hombre, sin dejar de verme a los ojos, se recostó sobre mi cuerpo y rozó su mejilla con la mía, deslizando sus dedos sobre los míos para tomar el asa de mi maleta.—Sería un placer ayudarte con tu equipaje —dijo a mi oído, mientras volvía a incorporarse en su mismo sitio, frente a mí.—Gracias. —Fue lo único que pude decir.—Cuñada, Piero te llevará al apartamento donde te quedarás durante este tiempo. Claro, si no te importa —dijo Lucio, cortando mis pensamientos pecaminosos con el hombre que tenía a escasos centímetros.De inmediato comprendí aquel juego en el que deseaban que cayera, dando por hecho que todo se trataba de una tonta trampa del demonio de mi hermana.—Por supuesto que no, querido cuñado —repliqué, viéndolo desafiante—. ¿Vamos? —me dirigí a Piero y él asintió, caminando a mi lado.Llegamos hasta donde se encontraba su coche y metió mi equipaje en el maletero, abrió la puerta para mí y subí, para que lue
El trayecto hasta el restaurante duró unos cuarenta minutos, en los que nos adentramos en una especie de bosque llamado Bois de Boulogne. Piero me dijo que el establecimiento funcionaba en un pabellón de Estilo Segundo Imperio, que se caracterizaba por la suntuosidad y la policromía, en la que se buscaba demostrar riqueza mediante el oropel y el relumbrón, conservando solo lo más ostentoso y radiante.El estilo había nacido durante el imperio de Napoleón III y se debía a la obsesión de la emperatriz Eugenia, por el estilo de Luis XVI y María Antonieta. Me dio algunas clases magistrales de estilos arquitectónicos, detonando la pasión que le profesaba a su profesión.Me sentí bastante a gusto en su compañía y aunque no había entendido demasiado algunas explicaciones, mi mandíbula casi cae por el piso al tener delante tan majestuosa obra de arte.—Llegamos —dijo él, bajando del coche y rodeándolo para abrirme la puerta—. Este es el restaurante Le Pré Catelan. Bienvenida, Sabrina y espero
SABRINAHabían pasado más de dos semanas como un torbellino: rápido y llevándonos con Alison todo por delante. No había vuelto a ver a Piero porque prácticamente lo evitaba de todas las maneras posibles: salía temprano y regresaba solo para dormir.En tres días llegarían mis amigas, Lina y Josh. Lo estábamos arreglando todo con mi hermana pequeña para que se sintieran de lo más cómodos en París. Lina se quedaría con Alison, mientras que mis amigas se quedarían conmigo y Josh con Piero.Sabía que tendría que verlo y hablar con él tarde o temprano, pero prefería dejar pasar el tiempo para que de la misma manera me dejara de importar. Sin embargo, cada día que pasaba extrañaba su compañía y pensaba con nostalgia en lo que pudo haber sido.«Es mejor así: mientras menos lo veas, más rápido saldrá de tu cabeza», me decía a mí misma por las noches.Ese día nos tocaba escoger la tarta de bodas y todo estaría listo para el banquete. Mi vestido lo traería Lina y la despedida de soltera sería el
SABRINALos días fueron pasando y con ellos las noches que había aceptado cenar con Piero.A decir verdad, con cada velada que compartíamos, las cosas iban siendo más complicadas para mí porque ese hombre era encantador. Estar cerca de él y no sentir cosas, resultaba imposible.Aun así, seguía resistiéndome a los encantos que evidentemente utilizaba para hacerme cambiar de opinión.El jueves había llegado y con Piero le prometimos a Alison que iríamos al aeropuerto por mis amigas y familia. Él llevaría a Lina a casa de Lucio y luego pasaría con mi padre y Josh a su apartamento. En un principio, papá vendría solo para la ceremonia, pero a último minuto lo convencieron de que se tomara unos días para conocer París. Aunque Alison lo quiso persuadir de quedarse en casa de sus suegros, papá se opuso rotundamente escudándose en Josh, a quien había convencido de ir juntos a un hotel. Sin embargo, Piero había dicho que no habría problema alguno en que se quedaran ambos con él.El aeropuerto e
SABRINAPiero comenzó a inquietarse por mis sollozos y tiré de la sábana que lo cubría desde las caderas con la intención de envolverme en ella. Sin embargo, mis ojos casi se salen de sus órbitas al dejarlo completamente desnudo.—¡Mi Dios! —grité por la sorpresa de verlo de aquella manera, tumbado boca arriba con vellos en el pecho que descendían casi imperceptibles por el surco de su abdomen, haciéndose más evidente debajo de su ombligo y acabando en su virilidad de manera frondosa.Tragué grueso e intenté componerme enrollando rápidamente la tela alrededor de mi cuerpo. Sorbí por la nariz y sequé las lágrimas que había derramado al invadirme el pánico mientras Piero despertaba con dificultad.Frunció el ceño y se llevó ambas manos a la cabeza, dejando su brazo sobre su frente.—Mon Dieu… —dijo en un suave murmullo, bajando los brazos a los lados de su cuerpo e intentando incorporarse con las palmas.Lo miré expectante mientras se sentaba en el borde del lecho y llevaba la cabeza ha
PIEROUn mes antes de la despedida de soltera…Me sentía frustrado porque otra vez me había dejado plantado y ya no llevaba las cuentas de las veces que lo ha venido haciendo este último tiempo.Tomé mi móvil y marqué su número, aunque sabía que sería en vano. Ella no vendría y de nuevo me quedaría con este maldito problema encima, que me había anudado al cuello hacía poco más de dos años.—Lo siento, monsieur, pero el tiempo se ha acabado —dijo el juez y solo afirmé con la cabeza, mirando a mi abogado.—Ya no podemos esperar más, Piero —murmuró apenado—, hay otros casos esperando y el juez no puede perder su tiempo.Me puse de pie furioso y salí de la sala de audiencias, maldiciendo a aquella condenada mujer.Apenas crucé la puerta, encendí un cigarrillo, calando hondo mientras cerraba los ojos.—Aquí no puedes fumar, Piero —advirtió Leo, mi abogado y amigo—. Además, creí que lo habías dejado.Caminé hacia la salida sin decirle una palabra, pero oí sus pasos tras de mí. Cuando al fin
PIEROEl domingo había mandado revisar que todo estuviera en excelentes condiciones para la llegada de la cuñada de Lucio. Incluso compré algunas cosas de la tienda, que yo pensaba eran indispensables en una despensa: café, frutas, algunas galletas y lácteos.No sabía nada de aquella mujer ni me imaginaba como era físicamente, aunque si le rompieron el corazón y luego ya no tuvo ninguna relación, no debía poseer demasiado encanto.De camino al aeropuerto, mi móvil comenzó a repicar y respondí de inmediato: era Danna.—Hola, Danna… —saludé y oí un sollozo del otro lado—. ¿Pasa algo?—Es ella, Piero… otra vez ella —recosté mi cabeza en el respaldo y suspiré.—Qué hizo esta vez…—Lo mismo de siempre… quiere dinero, una fuerte cantidad de la que yo no dispongo, en este momento— respondió y fruncí el ceño.—Danna, no me vengas con que has estado dándole dinero… —dije furioso y ella rompió en llanto—. ¡Oh por Dios! —Golpeé con fuerza el mando del coche, lleno de rabia—. ¿Desde cuándo te ha