CAPITULO 2

SABRINA

Los Ángeles, California

5 años después

«¡Mierda!», maldije al despertar y notar que no me encontraba sola, un brazo enorme rodeaba mi cintura.

La sábana blanca cubría parcialmente nuestros cuerpos por lo que la levanté levemente y entorné los ojos al descubrir lo que había saboreado la noche anterior. Sonriente, suspiré y sacudí la cabeza para regresar a la realidad. Ya había amanecido y debía marcharme antes que despertara Axel, Ángel o tal vez Ángelo. No recordaba su nombre y era mejor así.

Despacio aparté su brazo y salí de la cama para que no despertara. Lo menos que deseaba era charlar después de una noche que solo significó sexo, y sabía de sobra que los hombres se ponían intensos cuando éramos las mujeres quienes abandonábamos el lecho sin dar explicaciones.

Tomé el vestido rojo del piso y me lo pasé rápido por la cabeza. Recogí mis tacones, mi pequeño bolso y busqué con los ojos mi braga, porque no la encontraba por ningún lado.

«¡Diablos!», renegué porque se hacía tarde y la bendita braga no aparecía.

El hombre atlético y fornido que yacía en la cama comenzó a removerse y entré en pánico, por lo que caminé de puntillas hasta la puerta para largarme de una vez.

Respiré tranquila cuando estuve fuera y me calcé los tacones para bajar por las escaleras y salir de aquel hotel. Odiaba los elevadores y me encantaba hacer ejercicio en la mañana.

Mientras bajaba escalón por escalón, fui desenredando mi pelo con los dedos, intentando verme lo más decente posible. Al llegar a la recepción todos se me quedaron viendo, como si desentonara por entero con la sobria decoración del lugar.

Compuse mi postura recta y solo levanté el mentón, siguiendo hasta la salida.

—Pareciera que nunca hubieran visto a una mujer después de follar —murmuré mientras cruzaba la enorme puerta.

—¿Tomará un taxi? —preguntó el portero y afirmé.

—Muchas gracias.

Cuando el taxi llegó, caminé para montarme en el coche y marcharme, pero una voz gruesa impidió que siguiera al interior.

—¡Sabrina! —Oí a alguien gritar y, tanto el portero que me había abierto la puerta del coche como yo, volteamos a buscar de quien se trataba—. ¡Sabrina, aquí estoy! —Elevé la vista hasta el balcón de una de las habitaciones del tercer piso—. ¡Has olvidado esto! —dijo burlón, enseñándome un trozo de tela roja que colgaba de sus dedos—. ¡Y también despedirte!

—¡Quédatelo como recuerdo y cuando regreses a la ciudad, búscame! ¡Sabré quién eres cuando me enseñes la braga! —respondí en voz alta, causando que el portero del hotel casi se atragantara con su propia saliva.

Solo reí, negando con la cabeza. Le guiñé un ojo al portero que no se veía nada mal y le pedí al chofer que me llevara al trabajo.

Miré la pantalla del móvil para cerciorarme de la hora y faltaban treinta minutos para las ocho. Mi jefa me despediría si llegaba tarde otra vez.

Apresuré al chofer y faltando un minuto llegamos a la revista donde trabajaba desde que me había graduado como periodista.

—¡Quédese con el cambio! —dije al taxista y salí disparada del coche.

Prácticamente corrí e ingresé como un torbellino a la revista, mientras Nina, la chica de la recepción bufaba y me tendía un café que ya esperaba por mí.

—Eres un ángel, Nina.

—Sí, sí, sí. Mejor date prisa porque hoy está insoportable —indicó, refiriéndose a mi jefa.

—¿Está de malas? ¿De nuevo? —Arrugué la nariz, mientras aguardaba a que el elevador se abriera.

—Como siempre, Sabrina. Y preguntó por ti cuando llegó. —Me observó de pies a cabeza.

—¿Qué? —pregunté, mientras bebía un sorbo de café.

—Apestas a sexo y pareces una zorra que acabó su turno; mejor haz algo con tu aspecto antes de ver a Lina.

Rodé los ojos y suspiré.

—Veré que puedo hacer. Gracias por el café. —Me subí al elevador y Nina negó, como si se resignara a que yo ya no cambiaría.

Cuando llegué al piso que me correspondía, nadie se volteó a verme porque era común que llegara en esas fachas.

Alina, una de mis mejores amigas y mi compañera de sección, me tendió una bolsa y cogió mi café.

—Gracias —susurré y ella me guiñó un ojo.

Fui de prisa al tocador y me encerré en uno de los cubículos para cambiarme de ropa. Extraje de la bolsa la falda tubo color negra y la camisa blanca. Me las puse rápidamente, después guardé el vestido rojo en la bolsa.

«Ojalá se le hubiera ocurrido agregar una braga», pensé, mientras me acercaba al lavabo para arreglar mi cabello y maquillaje.

Saqué de mi bolso el cepillo de pelo, lo peiné rápidamente y me hice una coleta alta, enrollando la goma con un mechón de pelo y ajustándolo con una hebilla. Quedó perfecto.

Desmaquillé mi piel, me unté crema y un poco de base para emparejar el tono. Delineé mis ojos, coloqué un poco de máscara en las pestañas y brillo en los labios, terminé conforme con mi aspecto.

«¿Quién diría que soy la misma mujer que llegó hace minutos a la revista?», pensé.

Le sonreí a mi reflejo en el espejo y salí del tocador sintiendo como el fresco llegaba a mi entrepierna. No todo siempre podía ser perfecto.

Mi propia experiencia me lo había enseñado con creces.

Llegué a mi escritorio y bebí un sorbo de café, relamiendo mis labios y cerrando los ojos. Era todo lo que necesitaba para ser feliz.

—¿Cómo fue la noche? —preguntó Alina, quien estaba sentada delante de mí en su escritorio.

El espacio que ocupábamos era una oficina abierta que consistía en un piso completo del edificio. Los escritorios, dependiendo de la sección en la que uno laboraba, estaban colocados uno delante del otro, separando las áreas con pilares cromados que llegaban al techo.

Las paredes eran de cristal, por lo que el lugar era bastante luminoso. La decoración era exquisita: fotos de modelos y diseñadores, obras de arte, sillones de cuero negro con almohadones púrpuras y un piso brillante de mármol negro.

Alina y yo estábamos en la sección de accesorios de temporada, donde redactábamos artículos sobre lo que estaba de moda: bolsos, zapatos, joyas.

—Bastante bien —respondí, mientras encendía el ordenador—. ¿Y tú?

—Nada mal. El hombre resultó todo un cerebrito, pero no puedo quejarme. Le doy un siete y medio.

—Pues al mío le daría un ocho —repliqué y ambas reímos.

—¿Tienes planes para esta noche?

—Alison regresó de París y nos reuniremos a cenar en casa de mi padre. Dijo que tiene algo muy importante que decirnos, así que… —Me encogí de hombros.

—Si terminas temprano te espero en el Sunset LA. Tengo reservaciones y unos amigos que llegaron de Madrid estarán allí.

—No prometo nada, Alina. Sabes que cuando voy a casa de mi padre las cosas se ponen difíciles. De todos modos, lo intentaré.

Ambas seguimos con lo nuestro hasta que mi dulce jefa me pidió que acudiera a su oficina.

Al llegar a su despacho, su secretaria me pidió que siguiera, señal de que ya aguardaba por mí.

—Buenos días —saludé al ingresar.

—Apestas, Sabrina. ¿Has salido otra vez? ¡Es apenas martes, por Dios! —sermoneó sin verme a la cara, leyendo lo que tenía en las manos.

—Buenos días, Sabrina. ¿Cómo has amanecido? Bien, gracias, Lina, ¿y tú? —Rodé los ojos, remedando la conversación

—No te hagas la chistosa conmigo y siéntate.

—¿Qué sucede? —pregunté, mientras tomaba asiento. Lina dejó sus papeles, entrelazó las manos y me vio con seriedad.

—Solo quería asegurarme de que irás a la cena en casa de papá —dijo conciliadora, suavizando su voz.

—Sí, Lina. Ya le prometí a Alison que iría, pierde cuidado.

—Gracias por hacerlo. Sé que es difícil para ti tener que ir a casa, pero es nuestra hermana pequeña —asentí—. ¿Cuándo terminarás con todo esto, Sabrina? —Fruncí el ceño—. Las fiestas, embriagarte y acostarte con cualquiera… —explicó y solo miré el techo—. ¿Acaso no quieres formar una familia, sentar cabeza, comprar una casa y tener niños? Tienes veintiocho años y ya pasó mucho tiempo de…

—¡Ni lo menciones, Lina! —Levanté la voz y me puse de pie—. No te atrevas a recordarme algo que es la pesadilla más recurrente de todas mis noches.

—No todos son iguales a él. No tienes por qué repetir la historia.

—Lina, lo siento, pero esa es una conversación que no deseo tener. Si no tienes más nada que decir, volveré a mis labores. —Di media vuelta pero su voz me detuvo.

—Aún no he terminado. —Cambió su tono de voz y supe que se trataba de trabajo—. Tus compañeras se han quejado de ti. Llegas tarde y con un aspecto deplorable. Utilizas el sanitario como tu vestidor personal y a Alina como tu guardarropa.

—Eso es ridículo —objeté, sonriendo.

—Dicen que aún conservas tu empleo porque tu jefa es tu hermana y que si no tomo cartas en el asunto, tendrán que recurrir a otras instancias.

—¿Eso qué significa?

—Que si no te despido, ambas perderemos nuestros trabajos.

—No pueden hacerte eso; ¡eres la mejor editora de todo Los Ángeles! —repliqué y ella sonrió, poniéndose de pie y caminando hasta mí—. Has rechazado formar una familia por esta revista. Conoces todo de ella porque la revista eres tú.

—Hay muchas buenas editoras que harían lo que fuera por mi puesto y en los negocios, la buena memoria se pierde cuando amenazan tus intereses.

—Entonces renunciaré. No dejaré que pierdas el trabajo de toda tu vida por mi causa.

—Sería mucho más feliz si en vez de decir que renunciarás, prometieras cambiar y dejar los excesos.

—Lina…

—Escúchame, Sabrina, le prometí a nuestra madre que cuidaría de ustedes como si fuera ella misma y no romperé mi promesa. Al menos no ese juramento. —Las lágrimas se asomaron a mis ojos y a los de Lina, pero pronto recompuso aquella imagen imponente de una mujer de hierro y se volteó, regresando a su sillón—. Piénsalo y luego de la cena hablaremos otra vez de todo esto. Puedes retirarte.

Tragué con fuerza y solo di media vuelta para marcharme de la oficina.

Lina tenía razón y mi madre tal vez estuviera muy decepcionada de mi comportamiento, pero no quería volver a pasar por lo mismo. No deseaba enamorarme, entregarme y que me lastimaran de nuevo. Los excesos se habían convertido en mi rutina y era la única manera de olvidar.

Llegué a mi escritorio y Alina me vio raro.

—¿Pasa algo? —Negué—. Sabrina, nos conocemos desde que usamos pañales. Puedes engañar a cualquiera pero a mí no.

—Las demás mujeres al parecer se han quejado de mis constantes llegadas tardías y han amenazado a Lina con hacerla perder su empleo si no me corre.

—¡¿Qué?! —gritó, captando la atención de todas—. ¿Pero qué se han creído? —dijo indignada y entorné las cejas—. Lina prácticamente fundó la revista Divine, no pueden hacerle eso.

—Es lo mismo que le he dicho, pero al parecer hay otras editoras que quieren su puesto y la cuestión va más por ese lado que por mi comportamiento.

—Pues ponte el despertador y acaba antes del amanecer para que no llegues tarde —dijo con seriedad y quise reír.

—Ay, Ali. De verdad que a veces eres tan inocente.

—¿Por qué lo dices?

—Creo que deberé replantearme esta vida, al igual que deberías de hacerlo tú. Ya estamos viejas para esto —bromeé y bufó.

—Apenas hemos florecido. No quieras aguarme la fiesta tú también, que para eso tengo a mi insoportable hermano.

—Josh es un gran hombre y un buen hermano. Solo quiere cuidar de ti.

—Como lo hace Lina contigo —acotó con una sonrisa tierna—. La vida nos ha golpeado con cosas demasiado difíciles, Sabrina. En un segundo ha cambiado todo el futuro que habíamos planeado en la escuela, ¿recuerdas? —Asentí con melancolía.

—Tal vez tenga mejores cosas para nosotras —dije por decir y Alina negó.

—Solo fue para demostrarnos que no necesitamos de ningún hombre para salir adelante, y mucho menos, para ser felices. Aunque son un mal necesario si hablamos de sexo —compuso de nuevo la fachada de indiferencia que había adquirido desde lo que le ocurrió y solo afirmé para darle la razón.

Al salir de la oficina fui a mi departamento para preparar las cosas que llevaría a casa de mi padre, quien vivía en Montebello, una pequeña ciudad del condado a unos trece kilómetros de la gran ciudad, y donde no había regresado más que para las cinco navidades que llegaron después del fracaso que resultó mi boda.

Por mucho tiempo había sido la comidilla del lugar, por lo que decidí no volver en un tiempo. Tras cinco años, aquella amarga herida no había terminado de cerrar.

De Jason no supe nada desde aquel día, pero las malas lenguas decían que se había mudado junto con toda su familia a otro estado.

Aunque la mayoría del tiempo lo odiaba, en el fondo sabía que había sido culpa mía por no haber querido aceptar desde un principio que él no me amaba como me merecía.

Con la pequeña maleta hecha, bajé hasta el aparcamiento de mi piso y conduje hasta aquel lugar que me traía muchos bellos recuerdos, pero que eran opacados por el trago amargo que pasé en aquella iglesia.

Cuando llegué, Lina ya lo había hecho y saludamos a papá con efusividad.

—Al menos por esta noche olvidemos el trabajo y finjamos que somos buenas hermanas y nos adoramos. —Le había susurrado al oído y ella solo rodó sus ojos para luego afirmar con la cabeza y largarse a reír.

—Mis pequeñas… después de tanto tiempo al fin las tendré conmigo a todas de nuevo —dijo mi padre, sirviéndonos vino e invitándonos a sentarnos con él en el jardín. Era junio y el calor se sentía insoportable.

—¿Alison aún no ha llegado? —Papá negó.

—Dijo que llegaría sobre la hora.

—¿Saben que se trae entre manos? —indagué de nuevo y ambos negaron, hasta que oímos un auto aparcar frente a la casa.

—Debe ser ella. —Mi padre entusiasmado se puso de pie para ir a su encuentro.

—¿Qué locura crees que ha cometido esta vez? —preguntó Lina y me encogí de hombros.

—Espero que no la misma que yo hace cinco años —ironicé y sonrió.

—Por primera vez estamos de acuerdo. Lo único que nos falta es que Alison quiera casarse tan joven.

Cuando mi padre regresó hasta el jardín, su rostro estaba descompuesto.

—¿Qué ocurre, papá? —pregunté de inmediato, yendo a su alcance.

—¡Sabrina! ¡Lina! —Oímos la voz chillona de Alison y nos volteamos a mirarla, mientras ella corría prácticamente hasta nosotras y papá negaba con la cabeza.

—¿Cómo estás, nena? —saludó Lina, abrazándola.

—Te ves preciosa, Alison —acoté, imitando la acción de mi hermana mayor.

—Es el amor —respondió ella.

Mamma mía —dijo papá juntando sus manos y mirando al cielo.

—¡Me voy a casar! —gritó nuestra pequeña hermana, dando saltitos efusivos y las dos nos miramos, pensando que se había vuelto completamente loca.

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