El trayecto hasta el restaurante duró unos cuarenta minutos, en los que nos adentramos en una especie de bosque llamado Bois de Boulogne. Piero me dijo que el establecimiento funcionaba en un pabellón de Estilo Segundo Imperio, que se caracterizaba por la suntuosidad y la policromía, en la que se buscaba demostrar riqueza mediante el oropel y el relumbrón, conservando solo lo más ostentoso y radiante.
El estilo había nacido durante el imperio de Napoleón III y se debía a la obsesión de la emperatriz Eugenia, por el estilo de Luis XVI y María Antonieta. Me dio algunas clases magistrales de estilos arquitectónicos, detonando la pasión que le profesaba a su profesión.
Me sentí bastante a gusto en su compañía y aunque no había entendido demasiado algunas explicaciones, mi mandíbula casi cae por el piso al tener delante tan majestuosa obra de arte.
—Llegamos —dijo él, bajando del coche y rodeándolo para abrirme la puerta—. Este es el restaurante Le Pré Catelan. Bienvenida, Sabrina y espero haberte sorprendido.
Y vaya que lo había hecho porque lo que tenía delante parecía un palacio de tres plantas, de un exquisito diseño que deslumbraría a los ojos de cualquiera.
—No muchas veces me han sorprendido, pero déjame decirte que te has colocado en el primer lugar de mi lista. —Tomé su brazo para ingresar al lujoso local.
Nos recibió un hombre de unos cincuenta años, que al parecer era conocido de Piero y nos guio a un salón de lujo.
Lo primero que había llamado mi atención fue el techo adornado por frisos y los pilares de mármol. El piso estaba cubierto de punta a punta por tapices en distintos tonos verdes y marrón. En el centro del salón colgaba una araña estilo candil candelabro que iluminaba el espacio tenuemente. La decoración era impecable y la mesa que nos tocó, simple y elegante, con manteles de seda plateados y un segundo mantel de color blanco, adornado por un pequeño arreglo de flores.
Piero corrió mi silla y tomé asiento, para luego hacer lo mismo delante de mí. Escogió un vino que recomendó el maître y nos enfrascamos en una cálida conversación hasta que llegaron los platos que degustaríamos.
Con seguridad podía decir que había pasado una de las noches más maravillosas de mi vida, con alguien con quien no debía terminar en la cama. Aunque conocía a Piero desde apenas un día, era como si lo hiciera de toda la vida por lo fácil que me resultaba ser yo misma con él.
Debía aceptar que la mujer que se había quedado en Los Ángeles solo era una fachada que utilizaba para no caer de nuevo en las trampas del amor y terminar sufriendo como lo hice una vez. Si eso ocurría, no sabía con certeza si podría reponerme de nuevo, y la vida de excesos que llevaba era una excusa para llenar un gran vacío que en el fondo sentía.
—Creo que fue uno de los momentos más agradables que he pasado en mi vida —dije, cuando nos retiramos y Piero conducía de regreso al apartamento.
—Me alegra que sea así y creo que podríamos recrear más momentos como este, antes de que regreses a Los Ángeles —respondió, logrando que sintiera cierta melancolía.
—Dependerá de Alison y su agenda.
—Lucio dijo que tenías vacaciones pagadas por tres meses…
—Pues Lucio mete sus narices donde no lo llaman y empiezo a comprender el motivo por el que se lleva de maravillas con mi hermana —bromeé y ambos reímos.
—¿No te gustaría quedarte después de la boda? —preguntó, desconcertándome por completo—. Podría enseñarte lugares que jamás habías imaginado que pudieran existir. Creo que durante los preparativos de la boda no verás nada comparado con lo que me gustaría enseñarte.
—Realmente no lo había pensado. —Fue mi respuesta—. ¿Por qué lo harías?
—¿Por qué lo haría? —repitió, frunciendo el ceño.
—Sí —dije—. ¿Por qué querrías que me quedara más tiempo?
—Porque realmente me gustaría que conocieras París como se debe. Además, me encantaría conocerte un poco más. Me caes bien, Sabrina, y no hay nada de malo en que seamos amigos. Tal vez en un futuro, puedas ser tú quien me enseñe la ciudad donde vives.
—Podría ser —respondí con una sonrisa.
—Piénsalo, al menos.
—Prometo que lo haré —dije cuando Piero aparcó el coche porque habíamos llegado.
En la puerta del apartamento que ocupaba, tomó mi mano y besó mis nudillos mientras algo se removía en mi estómago.
—Gracias por la compañía. Hace tiempo no me sentía tan a gusto con alguien —me sonrojé.
—Igual yo. Gracias por la exquisita velada —agradecí, con la intención de entrar. Sin embargo, Piero tiró de mi mano, acercándome a él.
Lo miré a los ojos completamente aterrada. Él me miraba serio, como si buscara descubrir algo en mis ojos marrones. De improviso, sentí como sus manos se afianzaban a mi cintura y su aliento comenzaba a acariciar mi rostro. Cerré los párpados, expectante, cuando sus labios con suavidad cayeron sobre los míos.
Ni siquiera pude reaccionar o responderle, aunque de todas maneras, fue un beso casto que duró unos segundos.
Al separarse, sonrió apartando un mechón de pelo de mi rostro. No quería abrir los ojos, no deseaba verlo porque tenía miedo de comenzar a sentir cosas que no debía.
—Abre los ojos, Sabrina —susurró con su aliento cálido acariciando mi piel. Abrí mis párpados y me vio con seriedad—. Lo lamento, pero no pude resistirme. Eres hermosa, con esta piel sedosa de un inusual matiz —pronunció, rozando con sus dedos mi brazo—, unos preciosos ojos que revelan el daño que te han causado, pero también la sinceridad de tu corazón. Perdona por no contenerme y probar esta boca perfecta, sonrosada y carnosa que tienes.
—Piero, no estoy lista para esto —respondí en un susurro.
—Y según tú, ¿qué es esto? —preguntó.
—No lo sé.
—¿No te gustaría descubrirlo?
—No estoy lista para involucrar a mi corazón en un experimento. No quiero salir lastimada.
—Solo debes dejarte llevar y todo caerá en su sitio. No es tan difícil.
—No, Piero. Tú lo haces sonar demasiado fácil. No me conoces ni yo a ti, ¿qué sentido tendría?
—Precisamente el de llegar a conocernos.
—¿Y no podríamos hacerlo solo como amigos? —Miré esa boca apetecible que se humedecía con su lengua.
—Sabes que una amistad entre los dos sería insostenible. Estoy seguro de que sientes la tensión entre nuestros cuerpos y que ser solo amigos sería dilatar un poco las cosas. Pero de todos modos, lo haremos a tu manera. Prométeme que te quedarás un tiempo más luego de la boda. —Volvió a tomar mi mano, besando nuevamente mis nudillos.
—Está bien. Lo haré. —Besó esta vez mi mejilla.
—Bonne nuit, Sabrina.
—Que descanses.
Crucé la puerta, cerrando y recostándome en ella. Mis dedos viajaron a mis labios y una lágrima rodó por mi mejilla.
Alison tenía razón: Piero era el hombre perfecto, pero no quería arriesgarme de nuevo. Tal vez el tiempo, como bien dijo, coloque cada cosa en su sitio y esto pueda funcionar. Tenía razón al decir que una amistad a largo plazo sería insostenible, pero de todas maneras si no lo intentaba, jamás sabría que hubiera podido pasar.
Negué con la cabeza y fui a quitarme el vestido, desmaquillé mi rostro y me vestí con una de las tantas camisetas de los Lakers que utilizaba de pijama.
Metida bajo las cobijas, comprendí que Jason había hecho añicos mi autoestima en el plano amoroso. Con todo lo que me había hecho, rasgó una profunda herida, dejando la cicatriz de la inseguridad latente siempre.
Tentada por las palabras de Piero, me puse de pie y encendí la lámpara, yendo hasta el espejo del tocador para mirar mi reflejo.
Indudablemente era hermosa. Tenía los rasgos de mi madre y la piel de mi padre: suave y dorada que parecía bronceada casi siempre. El pelo oscuro, los ojos marrones y una silueta envidiable.
Pero, y ¿mi corazón y mi alma?
Por dentro me sentía frágil ante la posibilidad de una relación seria después de haber sido víctima de tantas mentiras y engaños. Y aunque a veces pensaba que intentarlo no estaría mal, siempre me retractaba y volvía a las noches vacías con el hombre de turno.
Ni siquiera recordaba el rostro, mucho menos el nombre del último tipo con el que me acosté. En esos encuentros, intentaba llenar un hueco que al parecer, quedaría vacío para siempre.
Me había liado con tantos hombres, que ni siquiera reconocería a alguno si me lo cruzara, pero de la misma manera, ninguno consiguió hacerme sentir algo más que pasión y arrebato. Sin embargo, tampoco sabía cómo enfrentar mis miedos y salir del pánico de iniciar una relación formal. Pero: ¿quería pasar así el resto de mi vida?
Jamás me había planteado esa pregunta durante estos últimos cinco años, y con la aparición de Piero, al que conocía apenas hacía cuarenta y ocho horas, había atravesado por cosas que no creí que volvería a pasar en mucho tiempo.
Suspiré, regresé a la cama porque él tenía razón: era imposible disimular el magnetismo que sentían nuestros cuerpos desde el momento en que nos vimos en el aeropuerto. Me gustaba a pesar de saber que no debí haberlo dejado besarme. Me gustaba y estaba segura de que lo mejor que podría hacer si no deseaba sufrir, era alejarme porque tenía la certeza de que si me involucraba con un hombre como él, estaría completamente rendida y el golpe sería aún más duro si terminaban mal las cosas.
A tempranas horas, Alison ya me había arrastrado a las calles comerciales de París. Ella deseaba alquilar un salón de eventos para el banquete nupcial, pero su suegra convenció a Lucio de hacerlo en el jardín de la mansión donde vivían. Luego de hacer algunas compras que solo le servían de catarsis, la acompañé a la casa familiar de Lucio para conocer el sitio donde vivía. Nuevamente quedé sorprendida por la majestuosa casa y era que los parisinos parecían tener un gusto impecable por el arte.
La casa, a diferencia de lo que creí, era de estilo moderno, dividida en tres plantas. Un césped bien cuidado rodeaba el caminero que llevaba a la entrada principal.
—Tu familia política se baña en dinero —susurré para que solo Alison me oyera.
—Eso no les quita lo estirados. —Fruncí el ceño.
—¿Ocurre algo, Alison? —pregunté preocupada y ella negó.
—El padre de Lucio es encantador y su madre, aunque también ha sido educada conmigo, a veces siento como si hubiera preferido que su hijo se casara con una mujer de aquí y de su misma condición social.
—¿Te lo ha insinuado?
—No, pero la hermana de Lucio, a quien no le caigo para nada bien, lo ha mencionado algunas veces.
—No te dejes llevar por lo que digan. Al fin y al cabo, después de la boda se irán lejos y podrán vivir tranquilos. Además de que ese tiempo les servirá para darse cuenta lo especial que eres, Nani. —Acaricié su espalda y ella asintió poco convencida—. ¿Estás segura de que deseas casarte?
—De eso no tengo dudas, Sabrina. Solo que me siento incómoda con esa mujer haciendo comentarios despectivos sobre mí. Ni siquiera nos conoce.
—Solo debe ser una niña consentida y caprichosa que te tiene envidia. Sabes que nuestra familia es una de las mejores en nuestra pequeña ciudad y tienes hermanas muy exitosas… —dije para animarla y ella sonrió al fin—. Ignórala y pasemos el tiempo fuera, para que no tengas que soportarla —sugerí.
—Es preciosa, no tiene nada que envidiarme. Es rica y está comprometida, según ella con un exitoso empresario neoyorquino que a Lucio no lo termina de convencer y presiento, que como él no ve con buenos ojos su compromiso, solo quiere fastidiarnos. Pero eso no quita que me sienta mal con sus comentarios.
—Con más razón; ignórala y compórtate como si nada con tus suegros. Hazlo por Lucio y por la paz de tu matrimonio, nena. ¿Está bien?
—Está bien, Sabrina. Gracias por estar aquí —replicó y solo pude abrazarla deseando que todo pasara rápido para que se marchara con Lucio a Dubái.
Entramos a la casa y nos recibió una mujer muy amable, de finos rasgos que para nada parecía el tipo de persona que despreciaría a alguien por una estupidez como la que insinuaba la hermana de Lucio. Recorrimos el jardín y convencí a mi hermana de que era un precioso lugar y que con el verano encima, era una gran idea. Su suegra me lo agradeció y por cómo veía a Alison, supe que su cuñada solo la quería molestar y que estaba mintiendo.
Gracias a Dios las horas pasaron rápido, mientras el organizador de la boda iba intercambiando ideas con ella y su suegra. La noche estaba a punto de caer, por lo que decidí que era tiempo de irme aunque Lucio llegó y me invitó a quedarme para la cena. Decliné educadamente su oferta y cogí un taxi para regresar al apartamento.
Cuando iba a bajar del coche, vi a una pareja discutiendo en la entrada del edificio y la decepción presionó tanto mi pecho cuando noté que el hombre, que ahora abrazaba a la mujer, era nada más y nada menos que Piero.
—Mademoiselle, ¿es aquí? —preguntó el chofer, quien esperaba nada más que su pago.
—Sí, lo siento. Tome. —Le pasé el dinero y me quiso regresar el cambio—. Quédeselo —dije como pude porque me sentía descompuesta—. ¿Sería mucho pedirle que aguarde un momento más? Hasta que aquella pareja se marche —expliqué.
—No hay problema —respondió y aguardamos unos minutos más, hasta que Piero la acompañó hasta su coche y la mujer se marchó.
Cuando él también se perdió dentro del edificio, bajé y con prisa ingresé para subir por las escaleras. Al entrar al apartamento, solo pude agradecer que hubiera visto aquello antes de que ocurriera algo más entre nosotros, pero en la soledad de mi cama sentí cierta tristeza porque en verdad me habría gustado que todo lo que había dicho en la noche hubiera sido verdad.
SABRINAHabían pasado más de dos semanas como un torbellino: rápido y llevándonos con Alison todo por delante. No había vuelto a ver a Piero porque prácticamente lo evitaba de todas las maneras posibles: salía temprano y regresaba solo para dormir.En tres días llegarían mis amigas, Lina y Josh. Lo estábamos arreglando todo con mi hermana pequeña para que se sintieran de lo más cómodos en París. Lina se quedaría con Alison, mientras que mis amigas se quedarían conmigo y Josh con Piero.Sabía que tendría que verlo y hablar con él tarde o temprano, pero prefería dejar pasar el tiempo para que de la misma manera me dejara de importar. Sin embargo, cada día que pasaba extrañaba su compañía y pensaba con nostalgia en lo que pudo haber sido.«Es mejor así: mientras menos lo veas, más rápido saldrá de tu cabeza», me decía a mí misma por las noches.Ese día nos tocaba escoger la tarta de bodas y todo estaría listo para el banquete. Mi vestido lo traería Lina y la despedida de soltera sería el
SABRINALos días fueron pasando y con ellos las noches que había aceptado cenar con Piero.A decir verdad, con cada velada que compartíamos, las cosas iban siendo más complicadas para mí porque ese hombre era encantador. Estar cerca de él y no sentir cosas, resultaba imposible.Aun así, seguía resistiéndome a los encantos que evidentemente utilizaba para hacerme cambiar de opinión.El jueves había llegado y con Piero le prometimos a Alison que iríamos al aeropuerto por mis amigas y familia. Él llevaría a Lina a casa de Lucio y luego pasaría con mi padre y Josh a su apartamento. En un principio, papá vendría solo para la ceremonia, pero a último minuto lo convencieron de que se tomara unos días para conocer París. Aunque Alison lo quiso persuadir de quedarse en casa de sus suegros, papá se opuso rotundamente escudándose en Josh, a quien había convencido de ir juntos a un hotel. Sin embargo, Piero había dicho que no habría problema alguno en que se quedaran ambos con él.El aeropuerto e
SABRINAPiero comenzó a inquietarse por mis sollozos y tiré de la sábana que lo cubría desde las caderas con la intención de envolverme en ella. Sin embargo, mis ojos casi se salen de sus órbitas al dejarlo completamente desnudo.—¡Mi Dios! —grité por la sorpresa de verlo de aquella manera, tumbado boca arriba con vellos en el pecho que descendían casi imperceptibles por el surco de su abdomen, haciéndose más evidente debajo de su ombligo y acabando en su virilidad de manera frondosa.Tragué grueso e intenté componerme enrollando rápidamente la tela alrededor de mi cuerpo. Sorbí por la nariz y sequé las lágrimas que había derramado al invadirme el pánico mientras Piero despertaba con dificultad.Frunció el ceño y se llevó ambas manos a la cabeza, dejando su brazo sobre su frente.—Mon Dieu… —dijo en un suave murmullo, bajando los brazos a los lados de su cuerpo e intentando incorporarse con las palmas.Lo miré expectante mientras se sentaba en el borde del lecho y llevaba la cabeza ha
PIEROUn mes antes de la despedida de soltera…Me sentía frustrado porque otra vez me había dejado plantado y ya no llevaba las cuentas de las veces que lo ha venido haciendo este último tiempo.Tomé mi móvil y marqué su número, aunque sabía que sería en vano. Ella no vendría y de nuevo me quedaría con este maldito problema encima, que me había anudado al cuello hacía poco más de dos años.—Lo siento, monsieur, pero el tiempo se ha acabado —dijo el juez y solo afirmé con la cabeza, mirando a mi abogado.—Ya no podemos esperar más, Piero —murmuró apenado—, hay otros casos esperando y el juez no puede perder su tiempo.Me puse de pie furioso y salí de la sala de audiencias, maldiciendo a aquella condenada mujer.Apenas crucé la puerta, encendí un cigarrillo, calando hondo mientras cerraba los ojos.—Aquí no puedes fumar, Piero —advirtió Leo, mi abogado y amigo—. Además, creí que lo habías dejado.Caminé hacia la salida sin decirle una palabra, pero oí sus pasos tras de mí. Cuando al fin
PIEROEl domingo había mandado revisar que todo estuviera en excelentes condiciones para la llegada de la cuñada de Lucio. Incluso compré algunas cosas de la tienda, que yo pensaba eran indispensables en una despensa: café, frutas, algunas galletas y lácteos.No sabía nada de aquella mujer ni me imaginaba como era físicamente, aunque si le rompieron el corazón y luego ya no tuvo ninguna relación, no debía poseer demasiado encanto.De camino al aeropuerto, mi móvil comenzó a repicar y respondí de inmediato: era Danna.—Hola, Danna… —saludé y oí un sollozo del otro lado—. ¿Pasa algo?—Es ella, Piero… otra vez ella —recosté mi cabeza en el respaldo y suspiré.—Qué hizo esta vez…—Lo mismo de siempre… quiere dinero, una fuerte cantidad de la que yo no dispongo, en este momento— respondió y fruncí el ceño.—Danna, no me vengas con que has estado dándole dinero… —dije furioso y ella rompió en llanto—. ¡Oh por Dios! —Golpeé con fuerza el mando del coche, lleno de rabia—. ¿Desde cuándo te ha
SABRINASuspiré feliz mientras me miraba en el espejo que tenía en la habitación. El vestido blanco y perfecto me quedaba justo, sin que faltara o sobrara nada. Era de corte sirena con una cola de metro y medio, hecho a mano por una de las mejores modistas de novias de la ciudad.Lina había conseguido que me lo hicieran en tiempo récord y como yo deseaba, el vestido era su regalo de bodas.El tocado era de un hilo fino de plata con flores blancas minúsculas de piedras, trenzadas alrededor del recogido, sujeto al velo que caía como cascada de nube sobre mi espalda.Los zapatos Manolo Blahnik me calzaban perfectos y tenían incrustaciones de pedrería que hacían juego con los detalles del vestido y el tocado.Dos toques suaves en la puerta me devolvieron a la realidad y por el espejo vi a mi padre que asomaba la cabeza. Di media vuelta con una enorme sonrisa.—¿Cómo me veo, papá? —pregunté con ilusión y mi padre solo negó con la cabeza, juntando sus manos a la altura del pecho.—Como un á
SABRINALos Ángeles, California5 años después«¡Mierda!», maldije al despertar y notar que no me encontraba sola, un brazo enorme rodeaba mi cintura.La sábana blanca cubría parcialmente nuestros cuerpos por lo que la levanté levemente y entorné los ojos al descubrir lo que había saboreado la noche anterior. Sonriente, suspiré y sacudí la cabeza para regresar a la realidad. Ya había amanecido y debía marcharme antes que despertara Axel, Ángel o tal vez Ángelo. No recordaba su nombre y era mejor así.Despacio aparté su brazo y salí de la cama para que no despertara. Lo menos que deseaba era charlar después de una noche que solo significó sexo, y sabía de sobra que los hombres se ponían intensos cuando éramos las mujeres quienes abandonábamos el lecho sin dar explicaciones.Tomé el vestido rojo del piso y me lo pasé rápido por la cabeza. Recogí mis tacones, mi pequeño bolso y busqué con los ojos mi braga, porque no la encontraba por ningún lado.«¡Diablos!», renegué porque se hacía tar
SABRINA—No puedes estar hablando en serio —expresó en voz baja Lina porque notamos que al jardín ingresaba un hombre.—¡Por supuesto que no puede estar hablando en serio! —exclamé sin importar que me oyeran—. Tiene que ser una broma, Alison. Apenas has cumplido veintiuno y ni siquiera lo conoces.—Nunca en mi vida he hablado más en serio, Lina —respondió con seriedad a nuestra hermana mayor—. Menos bromearía con algo tan importante. —Me miró a los ojos, dolida—. Creo que fue un error haber venido. Me hubiera quedado en París y casado sin las personas más importantes de mi vida porque a ellas no les importa mi felicidad.Me crucé de brazos, enarcando una ceja y Lina bufó, porque esa era la típica manera en que nuestra pequeña, pero diabólica hermana lograba todo lo que se proponía.—Lo sentimos, Alison. Pero debes comprender que nos ha tomado por sorpresa la noticia. Ni siquiera sabíamos que tenías novio —explicó paciente y ella solo se cruzó de brazos—. Te enviamos a París a un talle