Diana corrió para escapar de la casa, por grande que fuese ese lugar sentía que no había lugar dónde esconderse de él.De lo que su esposo le provocaba.Ya no podía ejercitarse tranquila sin que él apareciera luciendo ese aspecto de gladiador, de hombre rudo y salvaje. Y eso a ella la volvía loca.Su marido ocultaba ese cavernícola que vivía dentro de él bajo esos trajes que se ponía para ir a trabajar, pero cuando se lo quitaba, aparecía su verdadero ser.El hombre que era capaz de rescatarla de las aguas en plena montaña, el que la protegía de los asesinos imaginarios y de los ratones que él mismo le colocaba.Lo sentía su tortura y a la vez su salvación, porque cuando Alexander estaba cerca ella se sentía segura.Y durante cinco años había pasado suficiente miedo para toda una vida.Tenía que huir de él y de todas esas sensaciones que le provocaba.Diana llegó hasta la zona donde se encontraban las piscinas, el día no estaba como para bañarse en ella, pero poco le importó.Así como
Diana había caído en un sueño profundo como era normal en ella.Desde que se había mudado a aquella casa había vuelto a sentir que podía dormir sin preocuparse de nada.Por más que intentó permanecer alerta para cuidar de Alexander, al sentir el calor de la cama y el del cuerpo de su esposo se había rendido al letargo.Era la peor enfermera del mundo.Se había dejado llevar por el sueño y las alucinaciones que su mente creaba no la animaban a despertar.Sentía la respiración acelerada de su esposo en la espalda y sus manos grandes y traviesas comenzar a recorrerle el cuerpo.Ni loca iba a despertar, aunque fuera en sueños dejaría toda esa calentura que tenía incrustada por culpa de Alexander.Tal vez la que tenía fiebre era ella y le había contagiado el resfriado, porque sentía su respiración agitada y el cuerpo ardiendo.Las manos de su esposo se llenaron con sus pechos y los torturó con ellas hasta hacerla desear que no se detuviera.Después la boca de Alexander le tomó el lóbulo de
¡Por favor, que ese hombre no se enferme más!Era la frase que más estuvo diciendo Diana a lo largo del día.Ese ogro, porque no se le podía llamar por otro apelativo, no había estado dejando de dar gritos y llamarla.Casi no le había permitido respirar.«Diana, ¿me colocas la almohada?, Diana me duele el cuello, ¿me das un masaje? Diana, no creo que aguante mucho más, voy a morir, ¿puedo agarrarte un pecho para ser un muerto feliz?».¡No podía más! Y no era que no quisiera cuidarlo, ¡es que el muy desgraciado estaba fingiendo!Se le notaba en la expresión que ya estaba casi recuperado. En cuestión de horas había mejorado muchísimo, pero no quería ni oír hablar de que ella lo dejara solo.Lo peor no era eso.Lo peor era que el señor había exigido su megáfono para llamarla.Diana había decidido quitarle el teléfono después de que la llamara más de cien veces.La primera vez ella había aprovechado que se quedó dormido para ir a darse una ducha.Estaba enjabonada cuando su teléfono comen
Para suerte de Diana, o desgracia, porque ver a su marido tan excitado sobre ella la estaba quemando por dentro, fueron interrumpidos.La puerta se abrió y por ella entraron tres pequeños terremotos.—¡Papiiiiiiiii! Huele a quemado —gritó Nathan.—¡Papá, te estoy viendo el culete! —continuó Gabriel y Alexander se quitó de encima de ella lo más rápido que pudo y se cubrió para que los niños no lo vieran desnudo.Victoria antes de hablar comenzó a llorar.—¡Papi! ¿Por qué querías matar a mami?Diana salió de la cama, roja como un tomate y miró a su hija.—Papi no me estaba matando, hija. ¿De dónde sacas eso?—Yo vi cómo te tenía puesta la mano en el cuello. Nathan, ¿cómo se llama cuando alguien te quiere dejar sin aire?El pequeño pensó por uno instantes y después comentó su conclusión.—«Estrangutular», tuve una niñera que decía que le daban ganas de estrangutularme todo el tiempo.—Eso, mami, papá te estaba estrangutulando.—¡Yo no estaba estrangutulando a nadie! —se quejó Alexander,
Transcurrieron dos semanas desde que Alexander se enfermó y las cosas no iban como a él le gustaría.Si bien el ambiente en su casa era bueno, Diana continuaba esquivándolo.Tras despertar en su cama por segunda vez, ella había catalogado quedarse dormida allí como un error que no repetiría.«Un error», despertarse junto a él era un jodido error.Ya no sabía cómo acercarse a ella, lo había intentado todo. Llevaban una relación muy calmada, como la de dos amigos que convivían.Habían dejado de discutir, de lanzarse comentarios sarcásticos, pero ninguno de los dos era feliz con aquello.Él no lo era y podía notar que ella tampoco, o quizá era lo que quería creer.Tal vez Diana estaba feliz de esa forma, pero él necesitaba más, muchísimo más. —Señor Turner, ¿puedo pasar? —le dijo su asistente y entró sin que le diera permiso—. Ha llamado su esposa, me pidió que le dijera que, como la directora ha felicitado a los niños por su buen comportamiento, va a llevarlos a la feria.—¿Por qué no
Diana bajó del coche lo más rápido que pudo.De pronto la carretera se había iluminado y un grupo de hombres vestidos de mariachis miraban en su dirección.—Nos pagaron para cantar así que a darle —dijo uno de ellos y la canción «Motivos» comenzó a sonar.—¡Ay, me trajiste serenata! —balbuceó ella, emocionada y se olvidó por unos instantes del venado. Buscó a su esposo entre los hombres, pero no lo encontró—. ¿Alexander?Una mano le agarró el tobillo y ella dio un grito. Miró al suelo y se encontró con un cuerpo, las piernas estaban debajo de su coche y no distinguió a la persona porque tenía la cara cubierta por un enorme ramo de flores.Lo reconoció al escuchar su voz.—¡Cumpliste tus sueños, ingrata! —Su marido se quitó el ramo de flores de la cara y la miró con expresión de enfado—. ¡Me has atropellado!***La noche no transcurrió como Alexander esperaba.Él creyó, de forma errónea, como siempre, que la idea de la serenata iba a funcionar muy bien.En aquellos instantes, en su ima
El doctor le había dado el alta a su marido al día siguiente.Le recomendaron que hiciera el mínimo esfuerzo y que intentara siempre moverse en la silla de ruedas.Diana se sentía muy culpable por haberlo atropellado, pero ¿a quién se le ocurría colocarse en mitad de un camino, de noche y sin iluminación?Le habría gustado mucho escuchar la serenata y su corazón comenzó a albergar de nuevo esperanzas al darse cuenta del esfuerzo que estaba haciendo su marido.—¡Papi, estás vivo! —gritaron los niños apenas los vieron entrar. —Para desgracia de vuestra madre lo estoy, creo que quería quedarse viuda.—Alexander no le digas eso a los niños que ellos no se dan cuenta de que estás bromeando —se quejó Diana—. Vuestro padre está bien, pero más gruñón que de costumbre. Nos tocará tener paciencia.—Fue mi culpa —susurró Nathan—. Yo le tiré el peluche a mamá.Era la primera vez que veía a Nathan con esa expresión y tan arrepentido.—Ven, cariño. —Le agarró la mano al pequeño y se lo llevó a un
Diana estaba terminando de preparar a sus hijos para llevarlos a la escuela cuando su marido llegó vestido para el trabajo y en la silla de ruedas.—¿Dónde se supone que vas? —lo increpó ella—. ¿Qué hay de descansar? ¿Qué hay con eso de Diana me tendrás que cuidar de por vida si me quedo en silla de ruedas?—Voy a acompañarte a llevar a mis hijos a la escuela y después me iré a trabajar —dijo él con toda la calma.Después de haberla tenido como una garrapata pegada a su lado y atendiéndolo en todos los sentidos.Sí, había caído como una estúpida en sus redes.No podía resistirse a él.No se quejaba, sabía muy bien que su marido estaba fingiendo para tenerla a su lado y ella lo estaba permitiendo porque quería ver hasta dónde llegaba con eso.Pero nadie que estuviera malherido tenía tanta energía para otras cosas.La estaba intentando conquistar y ella se lo estaba permitiendo. ¿Qué daño podría hacerle un poco de felicidad? Ya sufriría después cuando ese hombre le repitiera que no la a