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Capítulo 34: Te deseo y me deseas, ¿por qué nos lo negamos?

Diana estaba dándolo todo en la cinta de correr.

Se encontraba con el corazón a punto de salírsele del pecho y pagando con aquella máquina lo mal que se sentía, cuando su esposo se colocó a su lado.

Ella lo miró de reojo, pero no disminuyó la velocidad.

Él se había colocado en la cinta de al lado y le comentó algo que no escuchó porque estaba con la música a todo volumen.

Al ver que continuaba moviendo la boca mientras comenzaba a caminar con calma, Diana disminuyó la velocidad de golpe y saltó de la cinta.

Un mareo le sobrevino al bajarse con tanta brusquedad y tuvo que agarrarse a la máquina para no perder el equilibrio.

Alexander no tardó más que un par de segundos en saltar de la suya y tenerla en sus brazos.

«¡Dios! ¿Por qué te empeñas en torturarme?», se quejó en su mente.

Su marido al ver que ella no le respondía, le quitó los auriculares.

—Eres una insensata —fue lo primero que escuchó apenas la música dejó de sonar a todo volumen—. Vienes aquí a desgastarte y no has desayunad
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