Para suerte de Diana, o desgracia, porque ver a su marido tan excitado sobre ella la estaba quemando por dentro, fueron interrumpidos.La puerta se abrió y por ella entraron tres pequeños terremotos.—¡Papiiiiiiiii! Huele a quemado —gritó Nathan.—¡Papá, te estoy viendo el culete! —continuó Gabriel y Alexander se quitó de encima de ella lo más rápido que pudo y se cubrió para que los niños no lo vieran desnudo.Victoria antes de hablar comenzó a llorar.—¡Papi! ¿Por qué querías matar a mami?Diana salió de la cama, roja como un tomate y miró a su hija.—Papi no me estaba matando, hija. ¿De dónde sacas eso?—Yo vi cómo te tenía puesta la mano en el cuello. Nathan, ¿cómo se llama cuando alguien te quiere dejar sin aire?El pequeño pensó por uno instantes y después comentó su conclusión.—«Estrangutular», tuve una niñera que decía que le daban ganas de estrangutularme todo el tiempo.—Eso, mami, papá te estaba estrangutulando.—¡Yo no estaba estrangutulando a nadie! —se quejó Alexander,
Transcurrieron dos semanas desde que Alexander se enfermó y las cosas no iban como a él le gustaría.Si bien el ambiente en su casa era bueno, Diana continuaba esquivándolo.Tras despertar en su cama por segunda vez, ella había catalogado quedarse dormida allí como un error que no repetiría.«Un error», despertarse junto a él era un jodido error.Ya no sabía cómo acercarse a ella, lo había intentado todo. Llevaban una relación muy calmada, como la de dos amigos que convivían.Habían dejado de discutir, de lanzarse comentarios sarcásticos, pero ninguno de los dos era feliz con aquello.Él no lo era y podía notar que ella tampoco, o quizá era lo que quería creer.Tal vez Diana estaba feliz de esa forma, pero él necesitaba más, muchísimo más. —Señor Turner, ¿puedo pasar? —le dijo su asistente y entró sin que le diera permiso—. Ha llamado su esposa, me pidió que le dijera que, como la directora ha felicitado a los niños por su buen comportamiento, va a llevarlos a la feria.—¿Por qué no
Diana bajó del coche lo más rápido que pudo.De pronto la carretera se había iluminado y un grupo de hombres vestidos de mariachis miraban en su dirección.—Nos pagaron para cantar así que a darle —dijo uno de ellos y la canción «Motivos» comenzó a sonar.—¡Ay, me trajiste serenata! —balbuceó ella, emocionada y se olvidó por unos instantes del venado. Buscó a su esposo entre los hombres, pero no lo encontró—. ¿Alexander?Una mano le agarró el tobillo y ella dio un grito. Miró al suelo y se encontró con un cuerpo, las piernas estaban debajo de su coche y no distinguió a la persona porque tenía la cara cubierta por un enorme ramo de flores.Lo reconoció al escuchar su voz.—¡Cumpliste tus sueños, ingrata! —Su marido se quitó el ramo de flores de la cara y la miró con expresión de enfado—. ¡Me has atropellado!***La noche no transcurrió como Alexander esperaba.Él creyó, de forma errónea, como siempre, que la idea de la serenata iba a funcionar muy bien.En aquellos instantes, en su ima
El doctor le había dado el alta a su marido al día siguiente.Le recomendaron que hiciera el mínimo esfuerzo y que intentara siempre moverse en la silla de ruedas.Diana se sentía muy culpable por haberlo atropellado, pero ¿a quién se le ocurría colocarse en mitad de un camino, de noche y sin iluminación?Le habría gustado mucho escuchar la serenata y su corazón comenzó a albergar de nuevo esperanzas al darse cuenta del esfuerzo que estaba haciendo su marido.—¡Papi, estás vivo! —gritaron los niños apenas los vieron entrar. —Para desgracia de vuestra madre lo estoy, creo que quería quedarse viuda.—Alexander no le digas eso a los niños que ellos no se dan cuenta de que estás bromeando —se quejó Diana—. Vuestro padre está bien, pero más gruñón que de costumbre. Nos tocará tener paciencia.—Fue mi culpa —susurró Nathan—. Yo le tiré el peluche a mamá.Era la primera vez que veía a Nathan con esa expresión y tan arrepentido.—Ven, cariño. —Le agarró la mano al pequeño y se lo llevó a un
Diana estaba terminando de preparar a sus hijos para llevarlos a la escuela cuando su marido llegó vestido para el trabajo y en la silla de ruedas.—¿Dónde se supone que vas? —lo increpó ella—. ¿Qué hay de descansar? ¿Qué hay con eso de Diana me tendrás que cuidar de por vida si me quedo en silla de ruedas?—Voy a acompañarte a llevar a mis hijos a la escuela y después me iré a trabajar —dijo él con toda la calma.Después de haberla tenido como una garrapata pegada a su lado y atendiéndolo en todos los sentidos.Sí, había caído como una estúpida en sus redes.No podía resistirse a él.No se quejaba, sabía muy bien que su marido estaba fingiendo para tenerla a su lado y ella lo estaba permitiendo porque quería ver hasta dónde llegaba con eso.Pero nadie que estuviera malherido tenía tanta energía para otras cosas.La estaba intentando conquistar y ella se lo estaba permitiendo. ¿Qué daño podría hacerle un poco de felicidad? Ya sufriría después cuando ese hombre le repitiera que no la a
Diana y Alexander subieron en el ascensor mientras que Roger escapó de ellos y comenzó a subir corriendo las escaleras.«Qué hombre más extraño», pensó, pero no le dio demasiadas vueltas.—¿Por qué tan contenta? —le preguntó su esposo apenas entraron en el elevador.Quería decirle que para ella significaba mucho que él le diera su lugar como esposa, que se enfadara porque no lo invitara cuando salía con los niños, que quisiera pasar tiempo con ella y que la valorara.Nunca se había planteado que él quisiera que lo incluyera en sus planes porque su exesposo jamás se lo pidió.Lo único que recibió de Izan fue todo lo contrario, para Diana aquello era nuevo, pero en lugar de decirlo todo se lo resumió.—Porque tú me haces feliz, gracias por ser así conmigo.Alexander la miró de esa forma que tanto le gustaba y la acercó a él, estaba por besarla cuando las puertas se abrieron.—Hasta el ascensor se pone en mi contra —murmuró y le dio un rápido beso en los labios.Salieron felices, agarrad
Diana pudo notar la expresión de desacuerdo de su padre, aunque la intentó disimular ella lo conocía muy bien.Alexander parecía otro hombre, se había trasformado.A simple vista nada quedaba en él del padre amoroso y del hombre bromista y comprensivo que mostraba en muchas ocasiones.Tampoco era ese hombre malhumorado al que ella solía llamar «el ogro del cuento», no, su esposo en ese momento era un hombre de negocios.Un depredador dispuesto a despedazar a su padre si hacía cualquier movimiento en falso.Tenía esa expresión de superioridad que tantas veces había visto en Izan o en su progenitor. Todo en él emanaba superioridad y su mirada decía sin palabras: «dame un motivo para destruirte y lo haré».Sin embargo, de Alexander esa actitud no le dio miedo porque había comenzado a conocer el hombre que existía en su interior.Por más que a simple vista parecieran dos tiburones dispuestos a atacarse hasta que uno pereciera, su marido era un buen hombre.Su esposo se sentó en la silla d
Diana no supo en qué momento había acabado sentada en el regazo de Alexander, aferrada a su cuello y sin poder hablar porque sentía su garganta cerrada por el llanto.Su esposo no intentó consolarla con palabras, solo se quedó allí, con los brazos alrededor de su cuerpo y con su rostro pegado al suyo.Él no necesitaba decir nada, que no la abandonara y quedara a su lado era suficiente para permitirse mostrarse como lo que se sentía en ese instante, una niña indefensa.En su mente escuchaba a sus padres discutir una y otra vez: «¡No sirves ni para engendrar! ¡Un varón era la único que te pedí y mira lo que me has dado!».Intentó una y mil veces ser lo que él quería, siempre esforzándose más, siempre dando más y nada fue suficiente.No importaba todas las felicitaciones de sus profesores, las matrículas de honor, los premios que conseguía, su padre los miraba como si fueran basura.—Lo siento… Yo no quise avergonzarte —logró decir—. Me iré a casa, te prometo que no volveré a molestarte