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Capítulo ciento treinta y dos

Desde que abrió los ojos corrió al baño a tomar una ducha, envolvió su cabello en lo alto de su coronilla. Se miró al espejo un segundo, sus mejillas tornándose roja cuando vio aquellas marcas en sus hombros, deslizó sus dedos por ella y luego llevó su mano hacia su vagina.

Alejandro seguía dormido, no deseaba despertarlo. Cerró la puerta del baño y comenzó a abrir los cajones que estaban debajo del lavabo.

—Tengo mucho trabajo por hacer— dijo, mirando la mata de vellos que salía de su zona íntima.

No podía quedarse así más tiempo, la había atrapado desprevenida y abandonada, pero ya no estaba abandonada, Alejandro se había encargado de despolvar todo, ¡y de qué manera!

Cuando levantó su pierna, sintió un tirón desde la parte interna de su muslo, fuera de eso estaba bien.

Comenzó aquella labor sin poder creerse que guardara todo eso en esa zona tan pequeña.

Un par de minutos después comenzaba a ver su piel.

Al cabo de media hora ya iba por las piernas, hasta que depiló todas las parte
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