Ariel y la señora Julia paseaban por las elegantes calles comerciales de Italia, entrando y saliendo de boutiques mientras buscaban el vestido perfecto para la graduación de Ariel. Julia, con su ojo experimentado y gusto exquisito, sostenía un vestido tras otro, desafiando la inclinación de Ariel por lo discreto.Le desesperaba que la rubia no se decidiera y estaba por hacerlo por ella, pero necesitaba que Ariel eligiera.—Ariel, querida, estás en Italia, el corazón de la moda. Debes elegir algo que grite joven y vibrante, no algo que podrías llevar a una conferencia de bibliotecarios,— bromeaba Julia, extendiéndole un vestido con un estampado floral audaz y colores brillantes.Ariel sonrió, tomándolo con una mano temblorosa, sabía que Julia estaba ansiosa y eso la dejaba nerviosa.—Supongo que tienes razón, señora Julia. Es solo que... estoy acostumbrada a menos atención.— No le gustaba las cosas que resaltaran demasiado, sobre todo cuando habría muchas personas, no era falta de conf
Alejandro estaba a bordo del vuelo nocturno a Italia, cada minuto que pasaba lo acercaba más a Ariel. Este viaje significaba mucho más que un simple reencuentro; era una oportunidad para empezar de nuevo, para cerrar heridas del pasado y, esperaba, resolver todo de manera que ambos pudieran mirar hacia el futuro sin lastres.Los últimos eventos relacionados con Marco habían sido agotadores. Aunque parte de Alejandro deseaba que todo eso fuera suficiente para garantizar que Marco pagara por sus crímenes, había algo en él que no podía dejar de sentir la presión y el estrés que todo el proceso legal conllevaba. Intentaba enfocarse en lo positivo, en el hecho de que pronto vería a Ariel y celebrarían su graduación juntos.El avión aterrizó en el aeropuerto de Roma al amanecer. La primera luz del día se filtraba a través de las ventanas del terminal, bañando todo con un brillo dorado. Alejandro se apresuró a pasar el control de seguridad, ansioso por salir y respirar el aire fresco italian
La ceremonia de graduación había comenzado con el esplendor y la solemnidad típicos de estos eventos en Italia.La universidad se engalanaba con banderas y adornos académicos. En una esquina al fondo del auditorio, Norman acababa de llegar, algo agitado por el tráfico que había retrasado su entrada, pero determinado a no perderse ni un segundo más del importante día de Ariel.Gracias al taxista llegó tarde al lugar, pero veía que todavía no había pasado nada.Mientras buscaba un asiento, su mirada se cruzó con la de Alejandro, quien estaba sentado más adelante junto a doña Julia. Reconociendo la figura de Norman, Alejandro se puso de pie de inmediato y, con un gesto amistoso, se dirigió hacia él.—He guardado un sitio para ti al lado mío,— le dijo Alejandro con una sonrisa que Norman no esperaba. A pesar de sus pasadas diferencias, el gesto de Alejandro parecía sincero, y Norman, aunque con cierta reserva, aceptó la invitación.Estaba allí porque Alejandro lo había contactado, pero es
El zumbido suave del avión privado se mezclaba con los pensamientos de Ariel, quien, a pesar de estar acostumbrada a los vuelos, aún sentía una punzada de nerviosismo cada vez que volaba. Sin embargo, la presencia de Alejandro a su lado, su mano firmemente entrelazada con la suya, le brindaba un consuelo que calmaba su ansiedad.Durante el vuelo hablaron un poco de todo, y en un momento dado, el cansancio la venció y se quedó dormida con la cabeza apoyada en el hombro de Alejandro. Eran muchas horas de vuelo. Y salir de Italia fue algo muy doloroso para Ariel.Al despertar, las lágrimas brotaron de sus ojos al recordar que había dejado atrás a Julia y a su querido Migo. Aunque dolía, sabía que esta partida era necesaria para su propio crecimiento y felicidad.Quería estar con Alejandro, empezar una vida con él como acordaron que haría luego de la graduación y para eso tuvo que irse, Alejandro no podía quedarse en Italia.—Vuelve a dormir—, le dijo la voz sueva de Alejandro. Ella recos
En la penumbra de su oficina lujosamente amueblada, Alejandro miraba fijamente los documentos esparcidos sobre el escritorio.Cada página de las páginas era una prueba del intrincado juego de ajedrez en el que se había embarcado. No era solo una venganza; era una reivindicación meticulosamente orquestada.El reloj marcaba las 8 p.m. y la ciudad a través de las ventanas empezaba a iluminarse con miles de luces. Alejandro recogió su teléfono y marcó un número. La llamada fue breve: su gestor de inversiones, un hombre astuto que Alejandro había contratado para esta delicada operación, confirmó su llegada. Dentro de unos minutos, estaría allí para discutir el último movimiento de Alejandro en este elaborado plan.Cuando el señor Landon, su gestor, llegó, traía consigo un portafolio que contenía las últimas adquisiciones de Alejandro. Saludaron con un apretón de manos, y sin más preámbulos, Landon desplegó los documentos sobre la mesa.—Todo está procediendo según lo planeado, Alejandro. L
Alejandro y Ariel llegaron a la imponente sede del bufete Clinton, el cielo oscureciéndose sobre ellos, proyectando una atmósfera tan cargada como la ocasión misma. Al entrar al lujoso edificio, los pasos de Alejandro resonaban con determinación, mientras Ariel, a su lado, llevaba una expresión de calma serena que contrastaba con la tensión que inevitablemente se acumulaba en el aire.La recepcionista los saludó con una sonrisa profesional, pero su mirada vaciló por un instante al reconocer a Ariel, una señal de que la sorpresa ya comenzaba a tejerse detrás de bambalinas. Los guio a través de pasillos impecablemente decorados hasta una sala de conferencias donde el señor Clinton y Abigail ya los esperaban.Al abrirse las puertas de la sala, la expresión de desconcierto y sorpresa en el rostro de Abigail era palpable. Su padre, al ver a Ariel, no pudo disimular un fruncir del ceño, claramente desconcertado y algo perturbado. Alejandro, con una sonrisa tranquila pero cargada de signific
Alessia se encontró frente a la tumba de su hermana Annie. Las lágrimas ya habían comenzado a formarse en sus ojos incluso antes de llegar, su corazón latiendo con un dolor que no conocía respiro ni olvido.El cementerio estaba tranquilo, las lápidas alineadas en silenciosa solemnidad bajo un cielo que lloraba una fina llovizna, como si el mismo cielo compartiera su duelo. Caminó lentamente hacia la tumba, sus pasos resonando en el sendero húmedo, cada uno más pesado que el último.Al llegar, se arrodilló lentamente frente a la lápida, el frío del mármol impregnando sus rodillas a través del delgado tejido de su vestido. Colocó un ramo de flores blancas, las favoritas de Annie, junto a la piedra, sus dedos temblorosos acariciando las letras grabadas en la superficie.Con un sollozo que se rompió en el aire, Alessia comenzó a hablar, su voz un susurro roto entre lágrimas.—Annie, mi pequeña... lo siento tanto. He venido a decirte que... que te perdono, aunque nunca debí haber necesitad
Era una mañana tranquila. Ariel estaba sentada frente a un gran desayuno, y Alejandro la observaba desde el otro lado de la mesa con una mirada llena de amor y atención que se le escapaba a través de la sonrisa que apenas intentaba disimular. Todo parecía normal, hasta que ella, de repente, se llevó una mano al vientre y frunció el ceño.—¿Todo bien?— preguntó Alejandro, levantando las cejas, alerta.Ariel asintió, con una sonrisa leve mientras le hacía un gesto despreocupado.—Sí, solo… una contracción, pero es muy leve— respondió mientras tomaba otro bocado de su pan tostado.Alejandro dejó la taza de café en la mesa, entrecerrando los ojos mientras la observaba con una gran cantidad de inquietud y emoción. Ese era el día, lo sentía. Habían pasado semanas esperando el momento, y aunque Ariel parecía tranquila, él estaba seguro de que el parto estaba a punto de empezar. Se levantó y empezó a recoger las cosas de la mesa con una eficiencia exagerada.—Voy a preparar el coche— dijo, mi