Keira
¿Vas a soltar ese aparato en algún momento?
Me está costando mucho contenerme. Yo no soy del tipo sumisa lame traseros que obedece sin protestar. Aunque este trabajo me ha hecho enterrar unas cuantas veces la cabeza como avestruz.
Sin duda, el nombre de Sebastian Decker ocupará el puesto uno de los hombres más hostiles que me han contratado.
Mi amiga Jess y yo llevamos una lista negra de los clientes más odiosos que hemos tenido, y el último que ella agregó era tan agrio como el limón, pero este es peor que los ácidos estomacales. Creo que su frente es un ceño fruncido eterno y que no ha sonreído en años, hasta me hace extrañar al “viejo verde mano suelta” de Paul Richmond. Y créanme, la comparación por sí sola es una gran ofensa.
Cuando la limusina se detiene, la máquina Decker opera de manera automática y guarda su aparato tecnológico en el interior de su smoking. Aprieto los labios para contener la risa por la comparación que hice de él con un robot. A veces mi mente me juega bromas muy infantiles.
—Póngase el abrigo, hace frío afuera —ordena el robot Decker con ese mismo tono arrogante que ha usado las pocas veces que se ha dignado a hablarme. Mi cabeza está llena de comentarios sarcásticos, pero tengo que morderme la lengua y asentir. ¿O quizás debería sonreír? ¡Me da igual!
Obediente, no por gusto sino porque no quiero incordiar al cliente, me pongo el abrigo que había colocado a un lado cuando entré al auto. Conforme con mi acción, el alemán gruñón abandona la limusina y me espera en la calzada, como indicó en su breve y escrupulosa explicación. Dejo que sostenga mi mano cuando me deslizo fuera del auto y hasta le ofrezco una leve sonrisa. Su mano se siente cálida, segura y fuerte mientras sostiene la mía, provocando que un cosquilleo placentero se desplace por la piel de mi palma y se traslade con inquietante velocidad hasta un lugar inadecuado. Puede que el hombre sea un imbécil, pero es uno bastante atractivo y eso es algo que no puedo ignorar.
Decker comienza a caminar y mis piernas, de puro milagrito, le siguen el ritmo. Ahora que avanzo junto a él soy consciente de su altura y complexión; no debe medir más del metro ochenta, es delgado, aunque imagino que debajo de la tela oculta un perfecto juego de músculos. Mantiene una postura erguida y elegante a la vez. Luego de un corto trayecto, ingresamos al lujoso Hotel Plaza, en Manhattan, donde he estado otras veces como acompañante. Y, como cada vez, me siento fascinada ante su hermosa arquitectura renacentista de estilo francés, según comentó Harold McDowell, el segundo millonario que me llevó del brazo hacia el interior. Lo recuerdo muy bien, era amable, atento y muy hablador. Nada parecido al hombre que acompaño esta noche. Al cruzar el elegante lobby, llegamos al salón en el que se celebrará la recepción de los señores Baker. Le entrego mi abrigo al guarda ropas y avanzamos hasta donde se encuentra la anfitriona –quien saluda a Decker con una fingida amabilidad– y nos guía a la mesa que ocuparemos.
Mientras camino, una gran parte de mi pierna derecha queda al descubierto, gracias a la abertura de un metro de largo, que alcanza la mitad de mi muslo. En los hombros, dos tiras gruesas se unen al escote en forma de corazón, drapeado en un nudo cruzado.
Un hombre de cabello canoso se pone en pie cuando llegamos a la mesa. Decker le estrecha la mano como un saludo y luego me presenta como Keira Morrison, sin entrar en detalles. Pascual Archibald, como dice llamarse, toma mi mano para luego besarla con galantería. A su lado, una mujer mucho más joven que él se pone en pie y es presentada como Cristal Archibald, su esposa. La saludo con una sonrisa mientras en mi cabeza la comparo con la Hiedra Venenosa: vestido verde ceñido al cuerpo, escote revelador, cabello exageradamente rojo y una mirada matadora y sensual que no intenta disimular. Decker la saluda con un asentimiento mientras desliza su palma abierta por mi espalda desnuda, pillándome desprevenida. Un calor inusual se despliega en mi espina y alcanza lugares carentes de atención desde hace muchos años. Me reto duramente por reaccionar de esa manera ante su toque. Él es un cliente, nada más. Y además, en lo que va de la velada, ha demostrado ser tan frío como el invierno.
Sin quitar su mano de mi espalda, me invita a rodear la mesa para ocupar nuestros asientos. La sensación de calor, cada vez más intensa y categórica, confirma que todo es debido a él: al olor exquisito y varonil que exuda su piel, a la forma sutil con la que mueve su dedo pulgar sobre mi espalda, a ese suave susurro ronco que pronunció en mi oído la palabra «relájese». No había notado que mi cuerpo estaba tieso como estatua hasta que lo mencionó.
¿Qué te pasa, Keira? Se trata de un gruñón de m****a controlador que no fue capaz de mirarte por más de diez minutos seguidos.
Me deslizo con suavidad sobre el asiento que él, caballerosamente, apartó para mí. Un poco después, se sienta a mi lado y apoya su mano izquierda sobre la piel desnuda de mi rodilla, como si fuera habitual en nosotros. Regreso a través de sus palabras y no recuerdo que en su discurso mencionara que se comportaría de esa forma conmigo. No esperaba sus manos sobre mí. Sonrío tontamente antes de apartar la mirada, algo en él me inquieta y no me creo tan fuerte como para soportarlo. Decker mueve su dedo pulgar por la piel suave de mi rodilla, provocando que el fuego que arde en mi interior se vuelva voraz y desee ser extinguido por él. Lo miro, porque creo que eso es lo que está pidiendo al tocarme, y descubro que el color de sus ojos es una combinación de gris plomo y verde musgo; que en la comisura de sus ojos hay ligeras arrugas, y que su frente dejó de ser un fruncido eterno. Se ve... relajado. Lentamente, se inclina hacia mí y me dice al oído que recuerde porqué estoy aquí. Asiento con debilidad y le muestro una sonrisa pícara, como si me acabara de decir algo erótico y sensual, y no que me echó en cara el mal trabajo que estoy haciendo como acompañante.
¡Lo estoy arruinando! Y no soy buena en muchas cosas en la vida, pero me jactaba de hacer bien mi papel como Dama de Oro… hasta hoy.
Keira Intento ser una mejor acompañante para el señor Decker, no quiero terminar con una mala reseña que afecte futuras contrataciones, pero no puedo evitar preguntarme por qué un hombre guapo y adinerado como él tendría que recurrir a una acompañante. ¿No le sería fácil encontrar a una mujer con quien en verdad desee estar? La idea de que es gay vuelve a cruzarse por mi mente, pero al instante la rebato porque él no lo parece. Algo en la forma en la que me tocó me dijo que lo estaba disfrutando. Abandono ese pensamiento y me concentro en el resto de los invitados sentados en la mesa. Karl y Cameron son jóvenes y se tratan con mucho cariño. Él le acerca un aperitivo a la boca, ella le limpia la comisura de los labios con el pulgar. Se besan, lo han hecho varias veces, luego se susurran cosas al oído y sonríen, mirándose a los ojos. —¿Desde cuándo están saliendo? —pregunta Cameron antes de darle un sorbo a su Martini. Espero antes de decir algo. Sé que Decker tiene que responder a
Keira —Usted ha resultado ser lo opuesto a lo que esperaba. No puede concentrarse, me contradice, me reta… No creo que deba seguir trabajando como acompañante. —¿Lo reto? —cuestiono alzando una ceja. Él mira alrededor, cerciorándose de que nadie nos esté observando, y se pasa ambas manos por los costados de la cabeza como un gesto de exasperación. —Solo suba conmigo, le prometo que no la tocaré —pronuncia en voz baja, procurando que nadie más escuche. —Está bien —acepto liberando un suspiro. Decker presiona el botón del llamado, las puertas se abren, paso primero y él me sigue. Su perfume inunda la cabina y me hipnotiza. Huele muy bien, Sebastian Decker me gusta más de lo que estoy dispuesta a admitir. —¿De verdad no intentó nada? —pregunta mi mejor amiga Jessica, abriendo sus ojos marrones de par en par cuando le cuento sobre la noche que pasé con el multimillonario alemán con cara de póker. —De verdad. Entramos a la enorme suite y me dijo con voz arrogante y gruesa: «
Keira No lo entiendo ¿por qué su secretaria no me advirtió? Me hubiera vestido mejor. Muchísimo mejor. Mientras tanto, sigo de pie delante de él, incapaz de moverme, aferrada con fuerza al asa de mi neceser sin saber qué hacer. No me gusta improvisar, soy una persona organizada. Estaba preparada para llegar a la suite, sentarme frente a un espejo, maquillarme y peinarme. Luego, vestirme y esperar la llamada desde la recepción anunciando la llegada de Decker. Pero no para encontrarlo a él aquí y que me viera así. Bueno, en realidad, no me ha mirado ni una vez. Podría dar varios pasos atrás, salir de la habitación e intentar arreglarme un poco en el pasillo. —Señorita Morrison —pronuncia con voz estoica, apartando mi mente de mis cavilaciones. No lleva saco ni corbata, luce casual y mucho más atractivo de lo que recuerdo, lo que desata locas emociones en mi estómago, como un enjambre de insectos voladores picando en mi interior. La sensación empeora cuando se inclina hacia adelante,
Keira —¿La intimido, señorita Morrison? —pregunta, aunque es obvio. Estoy pegada al fondo del ascensor, guardando una distancia prudente. —Me mareo en los ascensores y solo busco estabilidad —respondo con firmeza y me aplaudo en mi interior por haber hablado con un grado tal de convicción. —Lo tomaré en cuenta —pronuncia sin enfrentarme. ¿Qué esperaba? Que girara de forma seductora y me acorralara entre su cuerpo y la pared. Tonta, no te hagas esas escenas en la cabeza que luego terminas acalorada. —¿Lista? —dice, ofreciéndome su brazo como soporte. —Claro, señor —respondo, dando tres pasos al frente. Salgo del ascensor de su brazo y nos reunimos con Dimitri en el pasillo de la planta baja. El escolta camina al frente, murmurando frases cortas por su auricular, mientras nosotros lo seguimos. Una vez que salimos, caminamos hasta una limusina negra y me deslizo dentro de ella en compañía de Decker. Él ocupa el asiento frente a mí, sin hacer contacto visual, como la primera vez, y
KeiraAl decir eso, aparta la mano que mantuvo por tanto tiempo en mi rodilla y la posa en la suya, apretando sus dedos como si le doliera privarse de mi piel. No obstante, se comporta como si nada, hablando con el resto de los invitados en la mesa y bebiendo sorbos pequeños de su bourbon. Mientras tanto yo, me encuentro deseando que vuelva a deleitarme con el calor de su palma apresando mi rodilla desnuda.¿Quién me entiende?Luego de una hora, sin más intentos invasivos de su parte, la lujosa cena llega a su fin. Debería sentirme aliviada de que mi actuación termine aquí, pero me enfrento a algo más temible que sonreír con hipocresía ante los presentes: volver a la limusina con Decker.Cuando nos ponemos en pie, y luego de las protocolares despedidas de rigor, caminamos juntos hacia la salida del salón donde se celebró la cena. Y, por supuesto, su mano se aventura a mi espalda descubierta. No sería de otra forma. Algo que, no puedo negar, me encanta.—Primero las damas —ofrece, abri
KeiraSu vestido de diseñador y su ropa interior de encaje se pueden ir a la mismísima mierda. —N-no tenía que… —balbucea, pero lo interrumpo abruptamente con una advertencia enérgica.—¡Más le vale no volver a preguntar por mí en la agencia, señor Decker!Al terminar con mi acto de rebeldía, y sin darle oportunidad de redimirse, corro a la habitación y me escondo a puerta cerrada.No puedo creer lo que hice. ¡Estoy loca! Sí, definitivamente, lo estoy. Jamás pensé que sería capaz de hacer algo así. Y aunque una parte de mí está avergonzada, la otra se siente temeraria. Si él pensaba que me iba a humillar, se equivocó de mujer.—¿Cómo pude sentir atracción por alguien así? —Me cuestiono enojada.Eso es lo de menos ahora, lo único que necesito en este momentos es vestirme y largarme de esta jodida suite, y de la vida del señor Decker.Temiendo que él esté fuera de la habitación, llamo a Jess y le hago un resumen de lo que pasó, no tengo tiempo para entrar en detalles. Ella ofrece venir
KeiraFinalmente, el auto se detiene frente al Madam Geneva, un bar en Bleecker Street en el que he entrado algunas veces, pero a esta hora está cerrado y se lo hago saber al engreído de Decker. Una minúscula sonrisa se dibuja en su boca por mi comentario. ¿Se burla de mí? Estoy por mandarlo a la mierda cuando dice:—Conozco al dueño.Es muy sagaz, debo aceptarlo. Traerme a un bar cerrado… eso no lo vi venir. —Mantenga su mano quieta. —Le advierto cuando noto su intención de ponerla en mi espalda una vez que abandonamos el auto. No va a andar tocándome cada vez que le dé la gana.El interior del bar es muy acogedor, decorado en tono marrón y dorado, con bonitas mesas y sillas de madera. En el techo, el estilo es algo más rústico, mostrando vigas de hierro pintadas en color terracota; mientras que la luz la proveen bombillas amarillas que cuelgan de un armazón circular de hierro. Pero Decker no tiene planeado que ocupemos alguna de las tantas mesitas o un puesto en la barra, sino que
Keira Desde aquel beso, no he podido dejar de pensar en Sebastian, en sus fuertes manos sosteniendo mi cuerpo, en su lengua saboreando mi boca, en lo mucho que deseaba que me follara sobre ese sofá, como se atrevió a decir. Sigo cuestionando lo débil que me vuelvo cuando se trata de él. Considerando los hechos, no lo fui tanto. Hui, pude hacerlo, a pesar de lo dispuesta que estaba a entregarme a la lujuria que desbordaba de su cuerpo, visible en esa profunda mirada que era una mezcla de oscuridad y ardiente pasión. Su aroma varonil sigue flotando delante de mí como si lo tuviera a escasos centímetros de mi cuerpo, llevándome de nuevo a sentir esa sensación de mareo y éxtasis que me roba la cordura. Lo recuerdo de una forma vívida en mis momentos de soledad, cuando toco el costado de mi cama y la siento vacía, cuando hace frío y descubro que no hay ningún cuerpo al lado para brindarme calor. La verdad es que me encuentro en un momento vulnerable de mi vida. Estoy demasiado cansada de