Keira
—Usted ha resultado ser lo opuesto a lo que esperaba. No puede concentrarse, me contradice, me reta… No creo que deba seguir trabajando como acompañante.
—¿Lo reto? —cuestiono alzando una ceja.
Él mira alrededor, cerciorándose de que nadie nos esté observando, y se pasa ambas manos por los costados de la cabeza como un gesto de exasperación.
—Solo suba conmigo, le prometo que no la tocaré —pronuncia en voz baja, procurando que nadie más escuche.
—Está bien —acepto liberando un suspiro.
Decker presiona el botón del llamado, las puertas se abren, paso primero y él me sigue. Su perfume inunda la cabina y me hipnotiza. Huele muy bien, Sebastian Decker me gusta más de lo que estoy dispuesta a admitir.
—¿De verdad no intentó nada? —pregunta mi mejor amiga Jessica, abriendo sus ojos marrones de par en par cuando le cuento sobre la noche que pasé con el multimillonario alemán con cara de póker.
—De verdad. Entramos a la enorme suite y me dijo con voz arrogante y gruesa: «a las doce, Dimitri vendrá por usted» —lo imito burlona—. Y luego comenzó a alejarse hacia una de las habitaciones.
—¿Y se fue?
—No. Dio la vuelta y agregó: «quítese el vestido y las joyas, en la habitación encontrará un cambio de ropa. También necesito que se despeine un poco, como si la hubiera follado».
Recuerdo la tensión que sentí entre mis muslos cuando pronunció «follado duro» y la película que se produjo en mi cabeza: los dos en una cama, sus manos calientes y fuertes recorriendo mi piel, su boca devorándome... Pero el comenzó a alejarse y me dejó ahí, con aquel ardiente deseo creciendo en mi interior. ¿Cómo podía sentirme de esa forma? El hombre no volvió a tocarme ni una vez más, aquel acercamiento en la fiesta no se trató de un intento de seducción, solo era parte de su actuación.
—¡Oh, mi Dios! ¿Eso dijo? —grita Jess abriendo más los ojos.
—¿Y sabes qué es lo peor?, que quería que lo hiciera. ¿En qué me convierte eso? —pregunto con un tinte de vergüenza formándose en mis mejillas.
—Eso te convierte en una mujer que no ha tenido sexo en tres años. No intentes llamarlo de otra forma, Keira, porque sabes que no es así.
—No lo entiendo, Jess. ¿Por qué él? Es frío, reservado, controlador, odioso, descortés... No es mi tipo.
—No creo en eso de los tipos, Keira. Si existe atracción, no importa si tiene el pelo fucsia. Fíjate en mí, jamás tuve un novio de color y mira ahora, me voy a casar con uno —menciona con una sonrisa.
—Bueno, no importa. Entre Decker y yo no va a pasar nada, eso es claro. Además, en mi vida no hay espacio para nadie más que no sea Ángel. Él lo es todo para mí.
—Kiera… —pronuncia en tono de reproche.
—Ya lo hemos hablado, Jess, sabes que tengo razón. Ningún hombre lo aceptaría y no estoy preparada para que alguien más lo rechace.
—Conozco uno que sí… —comienza.
—¡Basta con eso! Mejor levanta tu trasero del sofá y ve a hacer tus ejercicios matutinos —ordeno con fastidio. Estoy cansada de tener la misma conversación una y otra vez con ella.
—No digo que tengas una relación. Hay algo que se llama sexo casual ¿sabes? Ni siquiera tienes que hablarle de tu vida. Vas a un bar, conoces a un tipo, dejas que te ofrezca una copa, y luego…
—¡Ah, sí! No había pensado en eso. —Mi tono es de ironía pura—. ¿Recuerdas al último tipo que conocí en un bar, me ofreció una copa y luego…?
—Bueno, entonces en un gimnasio, o en un café, o quizás por internet…
Me voy alejando conforme la lista se hace más grande y dejo de escuchar su voz cuando entro a la habitación y cierro la puerta. Camino hasta la cuna donde está mi hijo y lo observo con una sonrisa. Está despierto, sus ojos miel se mueven con inquietud sin poder enfocarse en algún punto, pero cuando acaricio la piel pálida de su mejilla, se detienen unos segundos y se encuentran con los míos. Son hermosos y cálidos, me llenan de una extraña sensación de paz, pero a la vez de melancolía. Los médicos dicen que su visión no es buena, que quizás solo note un borrón oscuro cuando me mira, pero me gusta pensar que no es así, que distingue mi rostro, que me ve.
Lo levanto del colchón y lo acurruco en mis brazos.
—Buenos días, mi amor. ¿Dormiste bien? —Le pregunto mientras beso el cabello rubio cenizo de su cabecita.
Ángel padece una enfermedad genética llamada Microcefalia con Atrofia Cerebral, complicada con Craneosinostosis. En palabras que puedan entender, su cerebro es pequeño, no va a crecer y no hay nada que pueda hacerse para lograrlo. Lo supe cuando cumplí las dieciséis semanas de embarazo, en una de las consultas de control. El médico me explicó que lo mejor era detener el embarazo, pero no pude hacerlo, no quería. Me decía a mí misma que todo era mentira, que él estaba sano y que el doctor se había equivocado.
El progenitor de Ángel no me entendía, no me apoyaba, quería que lo abortara, decía que no valía la pena traer al mundo a un niño enfermo. Me dijo que si no detenía el embarazo, tendría que irme de su casa porque no se haría cargo de los gastos de «ese niño», como si no fuera tan suyo como mío. Entonces hice mis maletas y me fui de su apartamento. Él no me buscó, yo tampoco lo llamé, y eso fue todo. Pasé de vivir en un lujoso ático en Manhattan, con un hombre que pensé que me amaba, a un pequeño apartamento en Brooklyn con mi amiga Jessica. El plan era estar con ella un par de meses, hasta que encontrara mi propio lugar, pero cuando Ángel nació, mis ahorros se convirtieron en polvo y las facturas del hospital comenzaron a acumularse. No me importó, solo quería tener a mi bebé y brindarle mi amor.
Según los médicos, él no viviría más allá del primer año, pero ya tiene tres y sigue aquí. Y mientras esté conmigo, lo llenaré de besos, de canciones, de amor... Él es mi hijo, lo amo sin importar nada más, y es la razón por la que acudí a Damas de Oro. Mi sueldo de mesonera no me alcanzaba para pagar las facturas del hospital ni para cubrir el costo de sus consultas, las terapias y sus medicamentos. Mientras todo eso siga siendo una realidad, seguiré trabajando de acompañante. Soy la única persona que él tiene y me necesita.
Esta mañana, recibí una llamada de mi jefa, me informó que Decker quiere contratarme para que lo acompañe a una cena esta noche y me preguntó si estaba disponible. Me hice la tonta y le pedí un momento para revisar mi agenda, pero claro que podía. Y aunque no debería volver a trabajar para él, por lo de aquellas locas sensaciones que despertó en mí, acepté. No puedo darme el tupé de estar rechazando trabajo, las facturas que guardo dentro del cajón de mi mesita de noche lo confirman.
Media hora después de hablar con Astrid, la línea móvil que destiné para Damas de Oro anunció la llamada de la secretaria del alemán gruñón. Contesté de buena gana; ella me indicó con amabilidad que el señor Decker pasaría por mí a las siete en punto por el Crowe Plaza Time Square y que debía usar la ropa que había elegido para mí, como si eso fuera una novedad.
Me despido de Ángel con un beso y lo dejo con Lucy, una de sus enfermeras, quien cambiará turno en media hora con Pamela, la enfermera del turno de noche. Ambas son excelentes y aman a mi chiquito. Sé que con ellas estará bien cuidado.
Más tarde, después de obtener mi llave en recepción, subo al ascensor hasta la habitación que el señor Decker reservó para mí. Llego dos horas antes para que me dé tiempo de cambiarme y maquillarme. Generalmente, alquilo los vestidos que voy a usar, pero el señor controlador no parece confiar mucho en mi buen gusto.
Al llegar al pasillo, veo a Dimitri custodiando la puerta. Enseguida me pregunto qué hace aquí tan temprano y me avergüenzo un poco por lo desarreglada que me encuentro, sin una pizca de maquillaje en el rostro y con mi cabello recogido en un moño descuidado. Mi ropa tampoco es la más adecuada, estoy usando jeans gastados, botas y una cazadora de cuero sobre una blusa sencilla de algodón.
—Buenas tardes, Dimitri.
—Buenas tardes, señorita Morrison —responde con un asentimiento.
Cuando intento alcanzar la cerradura para deslizar la llave, él se adelanta, introduce su propia copia y abre la puerta para mí. Me sorprendió un poco, la verdad, pero no tanto como entrar al recibidor de la suite y ver al señor Decker sentado en un sillón, hablando por teléfono.
¿Qué hace aquí?
Me paralizo completamente. No sé si caminar hacia él o dar la vuelta y correr. Es la primera vez que un cliente me perturba de esta forma. Quiero pensar que se trata de mi aspecto inadecuado y mi falta de maquillaje lo que me hace sentir nerviosa.
Keira No lo entiendo ¿por qué su secretaria no me advirtió? Me hubiera vestido mejor. Muchísimo mejor. Mientras tanto, sigo de pie delante de él, incapaz de moverme, aferrada con fuerza al asa de mi neceser sin saber qué hacer. No me gusta improvisar, soy una persona organizada. Estaba preparada para llegar a la suite, sentarme frente a un espejo, maquillarme y peinarme. Luego, vestirme y esperar la llamada desde la recepción anunciando la llegada de Decker. Pero no para encontrarlo a él aquí y que me viera así. Bueno, en realidad, no me ha mirado ni una vez. Podría dar varios pasos atrás, salir de la habitación e intentar arreglarme un poco en el pasillo. —Señorita Morrison —pronuncia con voz estoica, apartando mi mente de mis cavilaciones. No lleva saco ni corbata, luce casual y mucho más atractivo de lo que recuerdo, lo que desata locas emociones en mi estómago, como un enjambre de insectos voladores picando en mi interior. La sensación empeora cuando se inclina hacia adelante,
Keira —¿La intimido, señorita Morrison? —pregunta, aunque es obvio. Estoy pegada al fondo del ascensor, guardando una distancia prudente. —Me mareo en los ascensores y solo busco estabilidad —respondo con firmeza y me aplaudo en mi interior por haber hablado con un grado tal de convicción. —Lo tomaré en cuenta —pronuncia sin enfrentarme. ¿Qué esperaba? Que girara de forma seductora y me acorralara entre su cuerpo y la pared. Tonta, no te hagas esas escenas en la cabeza que luego terminas acalorada. —¿Lista? —dice, ofreciéndome su brazo como soporte. —Claro, señor —respondo, dando tres pasos al frente. Salgo del ascensor de su brazo y nos reunimos con Dimitri en el pasillo de la planta baja. El escolta camina al frente, murmurando frases cortas por su auricular, mientras nosotros lo seguimos. Una vez que salimos, caminamos hasta una limusina negra y me deslizo dentro de ella en compañía de Decker. Él ocupa el asiento frente a mí, sin hacer contacto visual, como la primera vez, y
KeiraAl decir eso, aparta la mano que mantuvo por tanto tiempo en mi rodilla y la posa en la suya, apretando sus dedos como si le doliera privarse de mi piel. No obstante, se comporta como si nada, hablando con el resto de los invitados en la mesa y bebiendo sorbos pequeños de su bourbon. Mientras tanto yo, me encuentro deseando que vuelva a deleitarme con el calor de su palma apresando mi rodilla desnuda.¿Quién me entiende?Luego de una hora, sin más intentos invasivos de su parte, la lujosa cena llega a su fin. Debería sentirme aliviada de que mi actuación termine aquí, pero me enfrento a algo más temible que sonreír con hipocresía ante los presentes: volver a la limusina con Decker.Cuando nos ponemos en pie, y luego de las protocolares despedidas de rigor, caminamos juntos hacia la salida del salón donde se celebró la cena. Y, por supuesto, su mano se aventura a mi espalda descubierta. No sería de otra forma. Algo que, no puedo negar, me encanta.—Primero las damas —ofrece, abri
KeiraSu vestido de diseñador y su ropa interior de encaje se pueden ir a la mismísima mierda. —N-no tenía que… —balbucea, pero lo interrumpo abruptamente con una advertencia enérgica.—¡Más le vale no volver a preguntar por mí en la agencia, señor Decker!Al terminar con mi acto de rebeldía, y sin darle oportunidad de redimirse, corro a la habitación y me escondo a puerta cerrada.No puedo creer lo que hice. ¡Estoy loca! Sí, definitivamente, lo estoy. Jamás pensé que sería capaz de hacer algo así. Y aunque una parte de mí está avergonzada, la otra se siente temeraria. Si él pensaba que me iba a humillar, se equivocó de mujer.—¿Cómo pude sentir atracción por alguien así? —Me cuestiono enojada.Eso es lo de menos ahora, lo único que necesito en este momentos es vestirme y largarme de esta jodida suite, y de la vida del señor Decker.Temiendo que él esté fuera de la habitación, llamo a Jess y le hago un resumen de lo que pasó, no tengo tiempo para entrar en detalles. Ella ofrece venir
KeiraFinalmente, el auto se detiene frente al Madam Geneva, un bar en Bleecker Street en el que he entrado algunas veces, pero a esta hora está cerrado y se lo hago saber al engreído de Decker. Una minúscula sonrisa se dibuja en su boca por mi comentario. ¿Se burla de mí? Estoy por mandarlo a la mierda cuando dice:—Conozco al dueño.Es muy sagaz, debo aceptarlo. Traerme a un bar cerrado… eso no lo vi venir. —Mantenga su mano quieta. —Le advierto cuando noto su intención de ponerla en mi espalda una vez que abandonamos el auto. No va a andar tocándome cada vez que le dé la gana.El interior del bar es muy acogedor, decorado en tono marrón y dorado, con bonitas mesas y sillas de madera. En el techo, el estilo es algo más rústico, mostrando vigas de hierro pintadas en color terracota; mientras que la luz la proveen bombillas amarillas que cuelgan de un armazón circular de hierro. Pero Decker no tiene planeado que ocupemos alguna de las tantas mesitas o un puesto en la barra, sino que
Keira Desde aquel beso, no he podido dejar de pensar en Sebastian, en sus fuertes manos sosteniendo mi cuerpo, en su lengua saboreando mi boca, en lo mucho que deseaba que me follara sobre ese sofá, como se atrevió a decir. Sigo cuestionando lo débil que me vuelvo cuando se trata de él. Considerando los hechos, no lo fui tanto. Hui, pude hacerlo, a pesar de lo dispuesta que estaba a entregarme a la lujuria que desbordaba de su cuerpo, visible en esa profunda mirada que era una mezcla de oscuridad y ardiente pasión. Su aroma varonil sigue flotando delante de mí como si lo tuviera a escasos centímetros de mi cuerpo, llevándome de nuevo a sentir esa sensación de mareo y éxtasis que me roba la cordura. Lo recuerdo de una forma vívida en mis momentos de soledad, cuando toco el costado de mi cama y la siento vacía, cuando hace frío y descubro que no hay ningún cuerpo al lado para brindarme calor. La verdad es que me encuentro en un momento vulnerable de mi vida. Estoy demasiado cansada de
Keira Marcus me llevó a cenar a un lindo restaurant y después fuimos a un club de salsa donde estuvimos bailando un buen rato. Él me trató muy bien, fue amable y atento, pero por muy guapo y divertido que fue, no me alborotó las hormonas como lo hacía el alemán. Compartimos algunos besos y caricias, pero eso fue todo. Me llevó al apartamento cerca de la medianoche y nos despedimos sin más. No tuve que decirle nada, él entendió que no estaba interesada en tener otra cita. Jess se enojó, me acusó de no haberle dado una oportunidad verdadera por estar pensando en Sebastian y tuve que darle la razón, era cierto, no dejé de pensar en él toda la noche. Incluso, tenía más ganas de verlo que antes. Una semana después, Ángel fue hospitalizado con un severo cuadro de neumonía. Pasé un susto de muerte cuando intentaba alimentarlo con el biberón. No sé qué sucedió, yo lo estaba haciendo bien, pero de pronto, comenzó a ahogarse y su pecho se infló de una forma inusual. Llamé a Brian y me dijo qu
KeiraPor favor, por favor, que suene la campanilla de cambio de vías. —Sebastian —saluda Ferreira con familiaridad—, ella es Keira Morrison. —Me presenta.—Mucho gusto, señor —articulo con voz compuesta y comedida, haciendo uso de las capacidades actorales de las que presumo. Sí, soy una actriz que está por perder los papeles al notar que la mano de Decker se acerca a la mía.—Sebastian Decker —pronuncia en tono grave y sensual, trayendo a mi memoria todas las veces que susurró frases en mi oído. Son malos recuerdos. Bueno, no malos, pero sí incorrectos y peligrosos.Y hablando de peligro… Al momento que desliza su mano contra la mía, se desata un ciclón hambriento y feroz en la parte más sensible de mi cuerpo, sucumbiendo ante una excitación descarada y bochornosa.¿Qué me pasa? Yo no soy así. Le atribuiré mi calentura a los tres años de abstinencia. Sí, me están pasando factura. Aparto la mano con cierta sutileza, para no parecer descortés ante los ojos de mi cliente, y Sebastian