Keira
Intento ser una mejor acompañante para el señor Decker, no quiero terminar con una mala reseña que afecte futuras contrataciones, pero no puedo evitar preguntarme por qué un hombre guapo y adinerado como él tendría que recurrir a una acompañante. ¿No le sería fácil encontrar a una mujer con quien en verdad desee estar? La idea de que es gay vuelve a cruzarse por mi mente, pero al instante la rebato porque él no lo parece. Algo en la forma en la que me tocó me dijo que lo estaba disfrutando.
Abandono ese pensamiento y me concentro en el resto de los invitados sentados en la mesa. Karl y Cameron son jóvenes y se tratan con mucho cariño. Él le acerca un aperitivo a la boca, ella le limpia la comisura de los labios con el pulgar. Se besan, lo han hecho varias veces, luego se susurran cosas al oído y sonríen, mirándose a los ojos.
—¿Desde cuándo están saliendo? —pregunta Cameron antes de darle un sorbo a su Martini.
Espero antes de decir algo. Sé que Decker tiene que responder a eso en cualquier momento, antes de que sea evidente que no lo sé, antes de que ella abra los ojos de par en par y baje la mirada. ¿Por qué no dice nada?
Me inclino hacia Decker para intentar hacerle una pregunta, pero el maestro de ceremonias irrumpe en el centro del salón y anuncia a los esposos Baker. Una suave balada es tocada por la banda en vivo desde el escenario y entonces ellos hacen su entrada triunfal. Todos se ponen en pie y aplauden. Hago lo mismo. La novia es hermosa, tiene un cabello rubio cenizo recogido en un moño alto y usa un vestido blanco vaporoso sin mangas. Su esposo, quien viste un smoking negro, la sujeta por la cintura y comienzan a desplazarse por la pista con suavidad. Se miran como si no hubiera nadie más en ese espacio y sonríen ampliamente. Me pregunto si en verdad se aman o si es una de esas bodas de papel con fecha de caducidad. Aunque llevar un anillo en el dedo no es garantía de nada, el amor se acaba, o te das cuenta de que nunca fue amor y te dejan con el corazón roto.
El recuerdo golpea con tanta fuerza mi pecho que tengo que tomar un profundo respiro para que las lágrimas no se derramen en mis mejillas. Ya pasaron tres años ¿cuánto más va a doler?
—¿Está bien? —pregunta Decker con su mano en mi espalda y su aliento en mi oreja.
¿Estoy siendo muy obvia, o él me ha estado mirando más de lo que me he dado cuenta?
—Sí, solo un poco conmovida —respondo lo mejor que puedo, pero mi voz vacilante me delata.
—Vamos a sentarnos —ordena sin apartar su mano de mí. Desearía que la alejara. No me siento cómoda con el calor que irradia su palma en mi piel, pero la mantiene ahí hasta que llegamos a la mesa y volvemos a ocupar nuestros lugares. Agradezco que no me preguntara por qué me ha convomido tanto el baile de los recién casados porque no quiero hablar sobre ese tema y mucho menos con él.
Le informo a mi cliente que iré al servicio y me pongo enseguida, necesito un respiro.
Al salir del baño, me sorprende encontrar a Dimitri custodiando el pasillo.
Decker es un exagerado. ¿Qué me va a pasar en un baño? ¿O será que piensa que me voy a fugar con sus joyas? Sí, debe ser eso.
Al volver a la mesa, el hombre en cuestión se pone en pie, y como lo ha hecho toda la noche, me acaricia la espalda. Antes de que pueda sentarme, me dice que la canción que está sonando es perfecta para bailar, dadas mis precarias destrezas en el baile.
—Es una balada suave que no amerita de grandes destrezas —menciona con cierta arrogancia que me cuesta mucho ignorar. Sin embargo, sonrío para mantener mi papel. Él, como era de esperarse, camina a mi lado con su mano en el centro de mi espalda. El calor que no debería sentir vuelve a abrasar mi piel. Y mientras eso sucede, él me mira a los ojos con miles de preguntas brillando en sus pupilas. Tengo un sexto sentido en cuanto a las miradas y en la suya hay inquietud. Negada a dejarme cautivar por sus ojos, inclino mi cabeza en su pecho mientras sostengo mis manos sobre sus hombros. Las suyas se posan en mi espalda baja y se acoplan a ella como si siempre hubiesen pertenecido a ese lugar. En los segundos inmediatos, nos movemos suavemente por la pista, pero no somos los únicos, hay al menos diez parejas bailando al ritmo de aquella música instrumental. Al estar tan cerca de él, su aroma penetra mi olfato y se traslada a mis terminaciones nerviosas de una forma descarada.
¡Esto no debería estar pasando!
—Quisiera preguntarle algo personal —siento cómo sus palabras vibran en su pecho cuando las pronuncia, logrando con ello que mi corazón se agite.
—¿Podría contar yo con el mismo beneficio? —refuto enfrentándolo. Decker me observa sin expresión, de esa forma fría y dura que solo él puede lograr, y entonces niega con la cabeza.
Terminamos la pieza sin decir nada más y luego me lleva a la mesa de los novios. Will Baker es rubio, alto y de ojos verdes muy claros. Me ofrece su mano y una sonrisa destellante, así, con todos los dientes. Parece muy feliz. Su esposa Amelia nos saluda a ambos con un abrazo enérgico y dice con entusiasmo que está feliz con nuestra presencia, como si me conociera de antes. Eso fue raro. Pienso que producto de la adrenalina de la boda. Dicen que el cuerpo libera la hormona de la oxitocina cuando estamos muy felices y la de Amelia debe estar a tope.
La velada termina dos horas después. Es momento de volver a mi vida normal, sin trajes de gala, joyas o sonrisas fingidas. ¡Estoy desesperada por quitarme estos tacones y liberarme del vestido!
Salgo del salón, del brazo de Decker, hasta llegar al lobby, pero noto con nerviosismo que nuestro camino no nos está llevando a la salida sino a un ascensor.
—¿A dónde vamos? —murmuro para que nadie más escuche.
—A mi suite —responde sin inmutarse.
—Eso no está estipulado en el contrato, señor Decker —impongo de forma categórica.
—Pagué por una noche, y no acaba hasta las once cincuenta y nueve —dice entre dientes.
—¿Qué pretende que pase en esa suite? —pregunto nerviosa.
—¿Qué quiere usted que pase? —contraataca.
—¿Yo? Si el que quiere subir es usted —contradigo.
Él se ríe en mi cara como si le hubiera contado un chiste gracioso. ¿Cómo se atreve? Si no estuviera tan enojada, repararía en lo mucho que me gusta cómo suena su voz cuando se ríe.
Keira —Usted ha resultado ser lo opuesto a lo que esperaba. No puede concentrarse, me contradice, me reta… No creo que deba seguir trabajando como acompañante. —¿Lo reto? —cuestiono alzando una ceja. Él mira alrededor, cerciorándose de que nadie nos esté observando, y se pasa ambas manos por los costados de la cabeza como un gesto de exasperación. —Solo suba conmigo, le prometo que no la tocaré —pronuncia en voz baja, procurando que nadie más escuche. —Está bien —acepto liberando un suspiro. Decker presiona el botón del llamado, las puertas se abren, paso primero y él me sigue. Su perfume inunda la cabina y me hipnotiza. Huele muy bien, Sebastian Decker me gusta más de lo que estoy dispuesta a admitir. —¿De verdad no intentó nada? —pregunta mi mejor amiga Jessica, abriendo sus ojos marrones de par en par cuando le cuento sobre la noche que pasé con el multimillonario alemán con cara de póker. —De verdad. Entramos a la enorme suite y me dijo con voz arrogante y gruesa: «
Keira No lo entiendo ¿por qué su secretaria no me advirtió? Me hubiera vestido mejor. Muchísimo mejor. Mientras tanto, sigo de pie delante de él, incapaz de moverme, aferrada con fuerza al asa de mi neceser sin saber qué hacer. No me gusta improvisar, soy una persona organizada. Estaba preparada para llegar a la suite, sentarme frente a un espejo, maquillarme y peinarme. Luego, vestirme y esperar la llamada desde la recepción anunciando la llegada de Decker. Pero no para encontrarlo a él aquí y que me viera así. Bueno, en realidad, no me ha mirado ni una vez. Podría dar varios pasos atrás, salir de la habitación e intentar arreglarme un poco en el pasillo. —Señorita Morrison —pronuncia con voz estoica, apartando mi mente de mis cavilaciones. No lleva saco ni corbata, luce casual y mucho más atractivo de lo que recuerdo, lo que desata locas emociones en mi estómago, como un enjambre de insectos voladores picando en mi interior. La sensación empeora cuando se inclina hacia adelante,
Keira —¿La intimido, señorita Morrison? —pregunta, aunque es obvio. Estoy pegada al fondo del ascensor, guardando una distancia prudente. —Me mareo en los ascensores y solo busco estabilidad —respondo con firmeza y me aplaudo en mi interior por haber hablado con un grado tal de convicción. —Lo tomaré en cuenta —pronuncia sin enfrentarme. ¿Qué esperaba? Que girara de forma seductora y me acorralara entre su cuerpo y la pared. Tonta, no te hagas esas escenas en la cabeza que luego terminas acalorada. —¿Lista? —dice, ofreciéndome su brazo como soporte. —Claro, señor —respondo, dando tres pasos al frente. Salgo del ascensor de su brazo y nos reunimos con Dimitri en el pasillo de la planta baja. El escolta camina al frente, murmurando frases cortas por su auricular, mientras nosotros lo seguimos. Una vez que salimos, caminamos hasta una limusina negra y me deslizo dentro de ella en compañía de Decker. Él ocupa el asiento frente a mí, sin hacer contacto visual, como la primera vez, y
KeiraAl decir eso, aparta la mano que mantuvo por tanto tiempo en mi rodilla y la posa en la suya, apretando sus dedos como si le doliera privarse de mi piel. No obstante, se comporta como si nada, hablando con el resto de los invitados en la mesa y bebiendo sorbos pequeños de su bourbon. Mientras tanto yo, me encuentro deseando que vuelva a deleitarme con el calor de su palma apresando mi rodilla desnuda.¿Quién me entiende?Luego de una hora, sin más intentos invasivos de su parte, la lujosa cena llega a su fin. Debería sentirme aliviada de que mi actuación termine aquí, pero me enfrento a algo más temible que sonreír con hipocresía ante los presentes: volver a la limusina con Decker.Cuando nos ponemos en pie, y luego de las protocolares despedidas de rigor, caminamos juntos hacia la salida del salón donde se celebró la cena. Y, por supuesto, su mano se aventura a mi espalda descubierta. No sería de otra forma. Algo que, no puedo negar, me encanta.—Primero las damas —ofrece, abri
KeiraSu vestido de diseñador y su ropa interior de encaje se pueden ir a la mismísima mierda. —N-no tenía que… —balbucea, pero lo interrumpo abruptamente con una advertencia enérgica.—¡Más le vale no volver a preguntar por mí en la agencia, señor Decker!Al terminar con mi acto de rebeldía, y sin darle oportunidad de redimirse, corro a la habitación y me escondo a puerta cerrada.No puedo creer lo que hice. ¡Estoy loca! Sí, definitivamente, lo estoy. Jamás pensé que sería capaz de hacer algo así. Y aunque una parte de mí está avergonzada, la otra se siente temeraria. Si él pensaba que me iba a humillar, se equivocó de mujer.—¿Cómo pude sentir atracción por alguien así? —Me cuestiono enojada.Eso es lo de menos ahora, lo único que necesito en este momentos es vestirme y largarme de esta jodida suite, y de la vida del señor Decker.Temiendo que él esté fuera de la habitación, llamo a Jess y le hago un resumen de lo que pasó, no tengo tiempo para entrar en detalles. Ella ofrece venir
KeiraFinalmente, el auto se detiene frente al Madam Geneva, un bar en Bleecker Street en el que he entrado algunas veces, pero a esta hora está cerrado y se lo hago saber al engreído de Decker. Una minúscula sonrisa se dibuja en su boca por mi comentario. ¿Se burla de mí? Estoy por mandarlo a la mierda cuando dice:—Conozco al dueño.Es muy sagaz, debo aceptarlo. Traerme a un bar cerrado… eso no lo vi venir. —Mantenga su mano quieta. —Le advierto cuando noto su intención de ponerla en mi espalda una vez que abandonamos el auto. No va a andar tocándome cada vez que le dé la gana.El interior del bar es muy acogedor, decorado en tono marrón y dorado, con bonitas mesas y sillas de madera. En el techo, el estilo es algo más rústico, mostrando vigas de hierro pintadas en color terracota; mientras que la luz la proveen bombillas amarillas que cuelgan de un armazón circular de hierro. Pero Decker no tiene planeado que ocupemos alguna de las tantas mesitas o un puesto en la barra, sino que
Keira Desde aquel beso, no he podido dejar de pensar en Sebastian, en sus fuertes manos sosteniendo mi cuerpo, en su lengua saboreando mi boca, en lo mucho que deseaba que me follara sobre ese sofá, como se atrevió a decir. Sigo cuestionando lo débil que me vuelvo cuando se trata de él. Considerando los hechos, no lo fui tanto. Hui, pude hacerlo, a pesar de lo dispuesta que estaba a entregarme a la lujuria que desbordaba de su cuerpo, visible en esa profunda mirada que era una mezcla de oscuridad y ardiente pasión. Su aroma varonil sigue flotando delante de mí como si lo tuviera a escasos centímetros de mi cuerpo, llevándome de nuevo a sentir esa sensación de mareo y éxtasis que me roba la cordura. Lo recuerdo de una forma vívida en mis momentos de soledad, cuando toco el costado de mi cama y la siento vacía, cuando hace frío y descubro que no hay ningún cuerpo al lado para brindarme calor. La verdad es que me encuentro en un momento vulnerable de mi vida. Estoy demasiado cansada de
Keira Marcus me llevó a cenar a un lindo restaurant y después fuimos a un club de salsa donde estuvimos bailando un buen rato. Él me trató muy bien, fue amable y atento, pero por muy guapo y divertido que fue, no me alborotó las hormonas como lo hacía el alemán. Compartimos algunos besos y caricias, pero eso fue todo. Me llevó al apartamento cerca de la medianoche y nos despedimos sin más. No tuve que decirle nada, él entendió que no estaba interesada en tener otra cita. Jess se enojó, me acusó de no haberle dado una oportunidad verdadera por estar pensando en Sebastian y tuve que darle la razón, era cierto, no dejé de pensar en él toda la noche. Incluso, tenía más ganas de verlo que antes. Una semana después, Ángel fue hospitalizado con un severo cuadro de neumonía. Pasé un susto de muerte cuando intentaba alimentarlo con el biberón. No sé qué sucedió, yo lo estaba haciendo bien, pero de pronto, comenzó a ahogarse y su pecho se infló de una forma inusual. Llamé a Brian y me dijo qu