Capítulo 117Keira Miro a mamá y le pido que me diga la verdad, que si Sebastian ha muerto, tengo que saberlo. Necesito liberar esta opresión en mi pecho que me impide respirar. Necesito verlo y saber que sigue con vida, que está luchando, que va a superar esta prueba… Ella me toma de la mano y, mirándome a los ojos, me asegura que él sigue vivo, que no me ha mentido. Y me aferro a sus palabras porque no puedo imaginar un futuro donde él no esté conmigo. Sería injusto. La doctora Simons me examina de nuevo y anuncia que estoy lista para dar a luz. Me da algunas indicaciones y me preparo para traer a mi bebé al mundo. Tengo que ser fuete por él sin importar que por dentro esté desmoronándome. —Vas a pujar cuando te diga —indica la doctora sentándose en un taburete frente a mí. Sé lo que debo hacer, traje a Kim por parto natural porque ya había pasado tiempo suficiente desde le nacimiento de Ángel—. Puja, Keira —ordena en el momento preciso. Empujo con fuerza y me detengo cuando la c
Capítulo 118Keira Hoy nuestro pequeño cumple dos meses de nacido, han sido semanas algo caóticas porque un bebé recién nacido demanda de muchas atenciones y, con Kim, tuve mucha ayuda de Sebastian; pero su condición le impide levantarse por la noche y atenderlo como hacía con ella. Ha estado asistiendo a terapia, y le ha ayudado, pero aún no se recupera de un todo y eso lo ha vuelto irritable. He sido comprensiva porque sé que es duro para él tener que depender de muletas para caminar, siendo un hombre tan activo y joven, pero si sigue con esa actitud, tendré que intervenir.—Ahí está el principito de mi vida —dice Serena entrando a la sala de juegos de los niños. Viene siempre que puede a verlo, es una hermana enamorada. Kim se encuentra en el jardín de niños a esta hora, de otro modo, estaría haciendo un berrinche. Quiere mucho a su hermanito, pero se pone muy celosa cuando es el centro de atención —. Ven aquí, precioso. —Lo toma de mis brazos y lo llena de mimos.—Iré a tomar un b
Keira Luego de pasar una hora arreglándome, me miro una vez más al espejo, reviso que mi cabello negro esté debidamente peinado, que mi vestido se ciñe perfectamente a mis curvas, sin que nada esté fuera de su lugar, y de que mi maquillaje sea tan glamoroso como amerita la noche. Fui contratada como acompañante por un empresario alemán, propietario de una flotilla de barcos comerciales muy exitosa llamado Sebastian Decker. A sus treinta y cinco años, es uno de los honbres más ricos de Alemania. En la fotografía que vi en su ficha de cliente, solo pude apreciar su rostro serio, con ligeras líneas marcadas en su frente, ojos claros, una nariz larga y perfilada, labios asimétricos, cabello corto cobrizo y una barba muy cuidada que cubre su mandíbula ancha, encajando a la perfección con sus facciones. Me resultó atractivo, aunque eso debería ser irrelevante, este trabajo no se trata de ser cautivada por el cliente, solo de estar a su lado, sonreír y asentir para sus amigos, socios o c
Keira¿Vas a soltar ese aparato en algún momento?Me está costando mucho contenerme. Yo no soy del tipo sumisa lame traseros que obedece sin protestar. Aunque este trabajo me ha hecho enterrar unas cuantas veces la cabeza como avestruz.Sin duda, el nombre de Sebastian Decker ocupará el puesto uno de los hombres más hostiles que me han contratado. Mi amiga Jess y yo llevamos una lista negra de los clientes más odiosos que hemos tenido, y el último que ella agregó era tan agrio como el limón, pero este es peor que los ácidos estomacales. Creo que su frente es un ceño fruncido eterno y que no ha sonreído en años, hasta me hace extrañar al “viejo verde mano suelta” de Paul Richmond. Y créanme, la comparación por sí sola es una gran ofensa.Cuando la limusina se detiene, la máquina Decker opera de manera automática y guarda su aparato tecnológico en el interior de su smoking. Aprieto los labios para contener la risa por la comparación que hice de él con un robot. A veces mi mente me jueg
Keira Intento ser una mejor acompañante para el señor Decker, no quiero terminar con una mala reseña que afecte futuras contrataciones, pero no puedo evitar preguntarme por qué un hombre guapo y adinerado como él tendría que recurrir a una acompañante. ¿No le sería fácil encontrar a una mujer con quien en verdad desee estar? La idea de que es gay vuelve a cruzarse por mi mente, pero al instante la rebato porque él no lo parece. Algo en la forma en la que me tocó me dijo que lo estaba disfrutando. Abandono ese pensamiento y me concentro en el resto de los invitados sentados en la mesa. Karl y Cameron son jóvenes y se tratan con mucho cariño. Él le acerca un aperitivo a la boca, ella le limpia la comisura de los labios con el pulgar. Se besan, lo han hecho varias veces, luego se susurran cosas al oído y sonríen, mirándose a los ojos. —¿Desde cuándo están saliendo? —pregunta Cameron antes de darle un sorbo a su Martini. Espero antes de decir algo. Sé que Decker tiene que responder a
Keira —Usted ha resultado ser lo opuesto a lo que esperaba. No puede concentrarse, me contradice, me reta… No creo que deba seguir trabajando como acompañante. —¿Lo reto? —cuestiono alzando una ceja. Él mira alrededor, cerciorándose de que nadie nos esté observando, y se pasa ambas manos por los costados de la cabeza como un gesto de exasperación. —Solo suba conmigo, le prometo que no la tocaré —pronuncia en voz baja, procurando que nadie más escuche. —Está bien —acepto liberando un suspiro. Decker presiona el botón del llamado, las puertas se abren, paso primero y él me sigue. Su perfume inunda la cabina y me hipnotiza. Huele muy bien, Sebastian Decker me gusta más de lo que estoy dispuesta a admitir. —¿De verdad no intentó nada? —pregunta mi mejor amiga Jessica, abriendo sus ojos marrones de par en par cuando le cuento sobre la noche que pasé con el multimillonario alemán con cara de póker. —De verdad. Entramos a la enorme suite y me dijo con voz arrogante y gruesa: «
Keira No lo entiendo ¿por qué su secretaria no me advirtió? Me hubiera vestido mejor. Muchísimo mejor. Mientras tanto, sigo de pie delante de él, incapaz de moverme, aferrada con fuerza al asa de mi neceser sin saber qué hacer. No me gusta improvisar, soy una persona organizada. Estaba preparada para llegar a la suite, sentarme frente a un espejo, maquillarme y peinarme. Luego, vestirme y esperar la llamada desde la recepción anunciando la llegada de Decker. Pero no para encontrarlo a él aquí y que me viera así. Bueno, en realidad, no me ha mirado ni una vez. Podría dar varios pasos atrás, salir de la habitación e intentar arreglarme un poco en el pasillo. —Señorita Morrison —pronuncia con voz estoica, apartando mi mente de mis cavilaciones. No lleva saco ni corbata, luce casual y mucho más atractivo de lo que recuerdo, lo que desata locas emociones en mi estómago, como un enjambre de insectos voladores picando en mi interior. La sensación empeora cuando se inclina hacia adelante,
Keira —¿La intimido, señorita Morrison? —pregunta, aunque es obvio. Estoy pegada al fondo del ascensor, guardando una distancia prudente. —Me mareo en los ascensores y solo busco estabilidad —respondo con firmeza y me aplaudo en mi interior por haber hablado con un grado tal de convicción. —Lo tomaré en cuenta —pronuncia sin enfrentarme. ¿Qué esperaba? Que girara de forma seductora y me acorralara entre su cuerpo y la pared. Tonta, no te hagas esas escenas en la cabeza que luego terminas acalorada. —¿Lista? —dice, ofreciéndome su brazo como soporte. —Claro, señor —respondo, dando tres pasos al frente. Salgo del ascensor de su brazo y nos reunimos con Dimitri en el pasillo de la planta baja. El escolta camina al frente, murmurando frases cortas por su auricular, mientras nosotros lo seguimos. Una vez que salimos, caminamos hasta una limusina negra y me deslizo dentro de ella en compañía de Decker. Él ocupa el asiento frente a mí, sin hacer contacto visual, como la primera vez, y