KeiraEs la segunda vez que vengo al apartamento de Sebastian, pero ahora no se está celebrando una fiesta como aquella vez, aquí no hay nadie más que su ama de llaves y yo. ¿Y por qué estoy aquí? Por estúpida. Es que yo pensé que estaba haciendo una gracia, al enviar aquí la ropa que compré con Juliet, y me salió el tiro por la culata. ¿Para qué alquilar una suite en un hotel, si puedo vestirme en su elegante y enorme ático en el Upper East Side, donde hay una habitación con un enorme armario repleto de ropa y zapatos de mi talla? ¡Obvio que no tiene sentido!Mientras espero que el alemán llegue, camino inquieta por una sala con grandes vistas de Manhattan, la misma en la que él dijo sin descaro que me haría suya esa noche… y lo hizo. A la luz del día, todo se ve distinto, más brillante, suntuoso e imponente de lo que recordaba. Desde esta altura, uno llega a sentirse poderoso e invencible, muy conveniente para inflar el ego de cualquier hombre. Y no es que él necesite de un lugar as
KeiraSebastian se pone en pie y camina hasta un buró frente a la cama. Mi pecho sube y baja con fuerza, alentado por la contracción de mis pulmones. ¿Qué está buscando? No lo sé. Lo único que quiero es que vuelva aquí y termine lo que había iniciado. Me apoyo en mis codos y lo miro mientras camina de regreso a la cama, mostrándome su desnudez sin recato… Y no me quejo. Decker es precioso de una forma brutalmente abrumadora. No puedo apartar mis ojos de él, enfocándome sin ninguna vergüenza en la dureza que se alza entre los pliegues de sus muslos.—Cierra los ojos —ordena arrodillándose entre mis piernas unidas. Cuando lo hago, cubre mis párpados con una venda negra que noté que traía en sus manos—. Si te sientes incómoda con lo que esté pasando, solo dilo, me detendré —asiento tres veces mientras me mojo los labios con la punta de mi lengua. Estoy ansiosa por descubrir lo que va a hacer conmigo.El peso de su cuerpo abandona el colchón y, unos segundos después, una suave caricia toc
Le aplico la ley del hielo de camino a la fiesta. Estoy muy enojada con él por incitarme y luego dejarme en la habitación con una calentura que ni el agua fría de la ducha logró apagar.¡Imbécil engreído! Ya verás cómo te hago pagar por tu crueldad.—¿Vino, nena? —pregunta desde su esquina de mierda. Terminó ahí, cansado de perseguirme dentro de la limusina. Cada vez que se sentaba a mi lado, cambiaba de lugar—. Vamos, dulzura. Solo tengo esta noche contigo y no quiero pelear. Ven conmigo. —Lo ignoro. Eso le enseñará a no jugar conmigo—. Scheiße, ich bin ein idiot.[1] ¡Uh! Por la forma en que se frota las sienes, creo que dijo una palabrota. Pongo los ojos en blanco y le hago compañía al alemán gruñón. No vaya a explotarle la cabeza.—Espero que hayas aprendido la lección —advierto con altanería.—¿Ves? Disfrutas con mi desdicha —señala haciendo una expresión de sufrimiento.—¡Ja! Mira quién habla —ironizo riéndome.—¿Y si levanto tu falda y pago mi deuda contigo? —propone con la m
Keira—¿Qué haces? —le pregunto mirándolo por encima del hombro.—Nos vamos de aquí —sisea mientras avanza hacia la salida del hotel.—No puedes hacer eso. —Me zafo de él.Sebastian se gira hacia mí, pone sus manos en jarra a nivel de sus caderas y exhala fuerte, como si estuviera drenando su rabia con ese suspiro. —No quiero estar aquí, Keira. Esto es un mero compromiso social. Lo que en verdad deseo es estar pegado a ti toda la noche porque me iré en la mañana y no podré volver en semanas —me explica exasperado.—Pero no puedes irte así —insisto, a pesar de que dijo que no vendrá en semanas. Saberlo me perturba, comienzo a extrañarlo sin que se haya marchado y no puedo sentirme de esa forma, no debería.Mi debilidad alemana da un paso al frente, luego dos más y llega a mí, rodeando mi cintura con sus brazos—: Puedo hacer lo que quiera, nena. Soy el jefe —asegura con una sonrisa descarada.—Volvamos a la fiesta —murmuro cerca de sus labios, aunque quiero irme de aquí ahora—. Despué
KeiraMe levanto de la cama y me meto en el baño para darme una ducha y volver a la realidad. Entre estas cuatro paredes, uno puede perderse, y más con un hombre como Decker complaciéndome sin descanso. Tampoco estuve totalmente aislada, le escribí a Jess anoche para pedirle que me echara una mano con Ángel, a pesar de que Pamela estaba atendiéndolo. Ante todo, soy madre, y si mi hijo me llegara a necesitar, iría corriendo a estar con él. Y no, no puedo sentirme mal por dejarlo una noche, me he dedicado a Ángel desde que nació, olvidándome de mí, y creo que no me hace mala madre tomarme este tiempo, y menos cuando está al cuidado de personas competentes y amorosas.Cuando estoy lista para irme, bajo en el ascensor hasta el lobby del edificio y busco la salida. Sebastian puso a disposición un auto para mí, pero insistí en irme por mi cuenta. Prefiero mantener en secreto mi dirección por un tiempo, quiero estar segura del rumbo que tomará todo esto antes de decidir cualquier otra cosa.
KeiraLos tres nos sentamos a desayunar alrededor de la isla de la cocina. Jess preparó comida para un batallón, hay de todo: bollos, tocineta, huevos, jugo, hotcakes…¡Se volvió loca! ¿O será que sabía que mi hermana vendría? No me extrañaría. Más tarde, dejamos a Hedrick con Leandro jugando frente a la televisión de la sala. Lo más seguro es que pasarán el día entero sentados ahí como la última vez, hasta tuvimos que desconectar el cable de la TV para que soltaran los benditos mandos. Cuando entramos a la habitación, Landa saluda a mi hijo y lo llena de besos. Él está muy despierto y con mucha hambre, pero primero tengo que darle sus medicinas. Lleno cuatro jeringas con las medidas exactas de su tratamiento y me siento en el sillón de siempre para comenzar con la rutina.—Hablé con mamá —susurra mi hermana desde la cama, donde se sentó después de darme a Ángel—. Quiere que vaya a casa para Noche Vieja, papá también.—¿En serio? Esas son buenas noticias. —No sé, no le dije del beb
Keira —Ho-hola —saludo con un torpe balbuceo y me apresuro a esconderme en la habitación, lejos del fondo musical de strippers y de los gritos emocionados de más de diez mujeres—. ¿Qué haces despierto a esta hora? En Alemania son… —Estoy en Manhattan, quería sorprenderte —¡Uh! ¡Vaya! Creo que la sorpresa se la llevó él—. ¿Te gusta azotar? —pregunta muy serio. —Yo… este… ¿qué? —Escuché lo que gritaste. —¡Ay, Dios bendito! ¿Cuánto tiempo estuvo hablando Irlanda con él?—. ¿Quieres azotarme, nena? ¿O prefieres que sea yo quien lo haga? —me abanico con la mano, apenada. Pamela está justo frente a mí con una risita burlona en la cara. Hago un ademán para que salga y se va, sacudiendo la cabeza. —No puedo hacer esto ahora, Decker. Cuando termine la fiesta, iré a tu apartamento… si quieres. —Ven ahora —ordena autoritario. —No puedo. —Joder, Keira. ¿Por qué me haces esto? —grita furioso. —¿Qué te estoy haciendo? —¿Dónde estás? Voy por ti —dice, eludiendo la pregunta que le hice. —No,
Keira Capítulo 35 Me despierto con un dolor de cabeza nada normal, pero no me extraña, sabía que pasaría. El espacio a mi lado de la cama se encuentra vacío, pero sé que él sigue aquí, me dijo que estaría dos días en la ciudad antes de volver a Alemania. Me envuelvo entre las sábanas para bajarme de la cama y pronto me doy cuenta del detalle que Sebastian dejó para mí: un vaso de agua y un envase con analgésicos, la combinación que necesito para aliviar mi cabeza. «Te espero en la cocina», dice el pos-it que dejó al lado del frasco de medicinas. Me muerdo el labio mientras contemplo el lío arrugado de sábanas que quedó en la cama. Lo que pasó anoche fue increíble. Primero, fue suave y delicado, de esa forma dulce que suele ser cuando siento que me hace el amor. Pero luego, ¡ay, señor! parecía que había despertado a un animal hambriento que estuvo encerrado por años en un calabozo oscuro. No sé si aquellas posiciones estarán en el Kamasutra, pero deberían ser añadidas sino. Recorda