Keira —Ho-hola —saludo con un torpe balbuceo y me apresuro a esconderme en la habitación, lejos del fondo musical de strippers y de los gritos emocionados de más de diez mujeres—. ¿Qué haces despierto a esta hora? En Alemania son… —Estoy en Manhattan, quería sorprenderte —¡Uh! ¡Vaya! Creo que la sorpresa se la llevó él—. ¿Te gusta azotar? —pregunta muy serio. —Yo… este… ¿qué? —Escuché lo que gritaste. —¡Ay, Dios bendito! ¿Cuánto tiempo estuvo hablando Irlanda con él?—. ¿Quieres azotarme, nena? ¿O prefieres que sea yo quien lo haga? —me abanico con la mano, apenada. Pamela está justo frente a mí con una risita burlona en la cara. Hago un ademán para que salga y se va, sacudiendo la cabeza. —No puedo hacer esto ahora, Decker. Cuando termine la fiesta, iré a tu apartamento… si quieres. —Ven ahora —ordena autoritario. —No puedo. —Joder, Keira. ¿Por qué me haces esto? —grita furioso. —¿Qué te estoy haciendo? —¿Dónde estás? Voy por ti —dice, eludiendo la pregunta que le hice. —No,
Keira Capítulo 35 Me despierto con un dolor de cabeza nada normal, pero no me extraña, sabía que pasaría. El espacio a mi lado de la cama se encuentra vacío, pero sé que él sigue aquí, me dijo que estaría dos días en la ciudad antes de volver a Alemania. Me envuelvo entre las sábanas para bajarme de la cama y pronto me doy cuenta del detalle que Sebastian dejó para mí: un vaso de agua y un envase con analgésicos, la combinación que necesito para aliviar mi cabeza. «Te espero en la cocina», dice el pos-it que dejó al lado del frasco de medicinas. Me muerdo el labio mientras contemplo el lío arrugado de sábanas que quedó en la cama. Lo que pasó anoche fue increíble. Primero, fue suave y delicado, de esa forma dulce que suele ser cuando siento que me hace el amor. Pero luego, ¡ay, señor! parecía que había despertado a un animal hambriento que estuvo encerrado por años en un calabozo oscuro. No sé si aquellas posiciones estarán en el Kamasutra, pero deberían ser añadidas sino. Recorda
KeiraSebastian camina los pasos que nos habían separado y se mete entre mis piernas, apoyando las manos a cada lado de la encimera, reteniéndome a voluntad. Mi respiración se corta al sentir su aliento sobre mis labios mientras me dejo consumir por aquellos iris color plomo.—No, no quiero que termine, Keira. Quisiera que fueras mía para siempre —asegura con sus ojos clavados en mí, provocando que mi corazón se desboque de emoción. ¿Por qué me dice esas cosas? No es justo.—Pero soy tuya ahora —murmuro con un quejido ronco, conteniendo mis emociones. Quiero saber qué impide que lo sea, qué lo tiene, pero él no va a decírmelo.—Y soy un maldito afortunado por eso —musita antes de devorar mis labios con un beso ardiente—. Sabes a mi salsa boloñesa —pronuncia en la comisura de mi boca.—Sí, y está muy buena —sonrío—. A ver, déjame terminar mis deliciosos espaguetis.—¿Y después qué? —cuestiona queriendo saber si me iré o me quedaré.—Después, tú decides —respondo con voz melosa y sensua
KeiraSebastian se queda en silencio el tiempo suficiente para entender que ya me ha dado una respuesta. ¿Por qué carajo planteó algo así? Intento escaparme de sus brazos porque todo lo que quiero es alejarme de él y pasar mi vergüenza a solas, pero él me retiene, abrazándome más fuerte.—Suéltame, Sebastian. Déjame ir.—No quiero que te vayas, Keira, no así —enuncia son soltarme.—Pero yo quiero irme, necesito hacerlo… —murmuro con un nudo en mi garganta.—Soy un idiota, estoy tan desesperado de no perderte…—No puedes perder lo que nunca has tenido —espeto con rabia. Le he cedido mi cuerpo, él me ha permitido disfrutar del suyo, pero no hay una entrega completa. Esto solo se ha tratado del placer, de saciar una necesidad, y no estoy dispuesta a abrirle mi corazón cuando él no me admite en el suyo.—«Soy tuya ahora… », lo dijiste en la cocina, Keira —replica a manera de reproche.—Sabes muy bien que me refería a mi cuerpo. ¿O no es eso lo que significa “eres mía”?, porque siempre lo
Keira Sebastian eligió el peor momento para llamarme, hoy no puedo hacer esto, me siento demasiado triste y devastada para enfrentarlo.—El contrato no fue más que una excusa para acercarme a ti sin tener la menor idea de que te meterías tan profundo en mi corazón —manifiesta con notable emoción, dejándome sin palabras. No esperaba escucharle decir algo así, llevo días convenciéndome de que para él no significo nada, que solo fui una mujer con la que se quitó las ganas. Y aunque mi corazón se ha vuelto loco de felicidad, mi mente no me da tregua.—¿Por qué me dices esto si antes aseguraste que nada ha cambiado?—Porque estoy desesperado, Keira, porque me haces falta, porque no dejo de pensar en ti…—Nada me impide estar contigo, Sebastian. Eres tú el que no puede estar conmigo y es muy injusto que me llames y me digas todas estas cosas cuando lo que nos separa no depende de mí —enuncio al borde de las lágrimas, me encuentro muy susceptible con todo lo que está pasando.—Sí, tienes ra
Keira—¿En qué piensas? —pregunta muy campante, como si fuese su problema.Lo miro con el ceño fruncido y contengo las ganas de gritarle que dejó de ser su asunto cuando me echó de su vida. ¿Sería grosero de mi parte? Tal vez, pero no puede tratarme como si nada hubiese pasado cuando la verdad es muy distinta. Espero que un día pueda dejar de sentir rencor por él, de verdad, pero ese momento no está cerca de llegar—. Lo siento, no quería incomodarte.—Sabes que hago esto por Ángel. No quiero que confundas las cosas con algo más.—Claro, lo entiendo. Imagino que ahora tienes a alguien en tu vida y no quiero generar tensión. Mi único deseo es conocer a mi hijo y también ayudarte económicamente con lo que él necesite.¡Oh, sí! Apareció mi salvador… tres años tarde. En cuanto a lo de alguien más en mi vida… ¡Ja! No tengo de quién alardear, ojalá así fuera para que no vea una posibilidad. ¿Y qué de él? ¿Tendrá a alguien especial a su lado? ¿Y a mí qué me importa? Robert Hayes es libre d
KeiraUna semana más se suma al calendario, avanzando rápidamente hasta el treinta y uno de enero, el día más esperado por Jess y Leandro.—Te ves hermosa. —Le digo a mi amiga al verla con su precioso vestido de novia. Leandro va a babear cuando la vea entrar por el pasillo de la iglesia. —Estoy demasiado nerviosa, negra. ¿Y si Leandro no va a la iglesia?—¿En verdad piensas eso? Dios, Jess. Ese hombre estará ahí así el cielo se esté cayendo.—Cierto, sí. No lo hagamos esperar entonces.—No comas ansias, todavía es temprano. Mejor deja que el fotógrafo termine su trabajo aquí y luego nos vamos.—Ya me tomó un montón de fotos a mí sola. Mejor ve por Ángel para que nos haga una sesión a los tres —dice con una sonrisa.—¡Sí! Ya mismo voy por él. —Salgo de su suite y cruzo el pasillo hasta llegar a la habitación en la que está mi angelito con su padre, un invitado añadido a última hora. El hombre se ha portado tan bien que hasta se ganó la simpatía de Jess, y eso que mi amiga es un hues
KeiraHan pasado dos meses desde la boda de Jess y, durante ese tiempo, Robert ha insistido en darme el cheque, pero mi respuesta sigue siendo no. Mi excusa era que no quería deberle nada, pero hace un par de días encontré una mejor: ya no lo necesito. Resulta que mi padre nos dejó la mitad de su fortuna a mí y a Irlanda. La otra mitad, la dividió entre mamá y un fondo de inversión. Ahora, cuento con el dinero suficiente para pagarle a Decker sin depender de nadie más. Con mi chequera en la mano, escribo la gran cifra en el lugar correcto. Una vez que completo la información, con mi firma incluida, meto el cheque en un sobre con la dirección de su apartamento de Manhattan escrita delante.—Ya nada me une a él —murmuro con el papel entre mis manos, pero lejos de estar aliviada, me siento muy mal porque una parte de mí lo seguía esperando como una estúpida.Dos veces, Keira. Te has equivocado dos veces con los hombres y no puedes permitirte una tercera. Le digo a Jess que saldré a trot