KeiraMe levanto de la cama y me meto en el baño para darme una ducha y volver a la realidad. Entre estas cuatro paredes, uno puede perderse, y más con un hombre como Decker complaciéndome sin descanso. Tampoco estuve totalmente aislada, le escribí a Jess anoche para pedirle que me echara una mano con Ángel, a pesar de que Pamela estaba atendiéndolo. Ante todo, soy madre, y si mi hijo me llegara a necesitar, iría corriendo a estar con él. Y no, no puedo sentirme mal por dejarlo una noche, me he dedicado a Ángel desde que nació, olvidándome de mí, y creo que no me hace mala madre tomarme este tiempo, y menos cuando está al cuidado de personas competentes y amorosas.Cuando estoy lista para irme, bajo en el ascensor hasta el lobby del edificio y busco la salida. Sebastian puso a disposición un auto para mí, pero insistí en irme por mi cuenta. Prefiero mantener en secreto mi dirección por un tiempo, quiero estar segura del rumbo que tomará todo esto antes de decidir cualquier otra cosa.
KeiraLos tres nos sentamos a desayunar alrededor de la isla de la cocina. Jess preparó comida para un batallón, hay de todo: bollos, tocineta, huevos, jugo, hotcakes…¡Se volvió loca! ¿O será que sabía que mi hermana vendría? No me extrañaría. Más tarde, dejamos a Hedrick con Leandro jugando frente a la televisión de la sala. Lo más seguro es que pasarán el día entero sentados ahí como la última vez, hasta tuvimos que desconectar el cable de la TV para que soltaran los benditos mandos. Cuando entramos a la habitación, Landa saluda a mi hijo y lo llena de besos. Él está muy despierto y con mucha hambre, pero primero tengo que darle sus medicinas. Lleno cuatro jeringas con las medidas exactas de su tratamiento y me siento en el sillón de siempre para comenzar con la rutina.—Hablé con mamá —susurra mi hermana desde la cama, donde se sentó después de darme a Ángel—. Quiere que vaya a casa para Noche Vieja, papá también.—¿En serio? Esas son buenas noticias. —No sé, no le dije del beb
Keira —Ho-hola —saludo con un torpe balbuceo y me apresuro a esconderme en la habitación, lejos del fondo musical de strippers y de los gritos emocionados de más de diez mujeres—. ¿Qué haces despierto a esta hora? En Alemania son… —Estoy en Manhattan, quería sorprenderte —¡Uh! ¡Vaya! Creo que la sorpresa se la llevó él—. ¿Te gusta azotar? —pregunta muy serio. —Yo… este… ¿qué? —Escuché lo que gritaste. —¡Ay, Dios bendito! ¿Cuánto tiempo estuvo hablando Irlanda con él?—. ¿Quieres azotarme, nena? ¿O prefieres que sea yo quien lo haga? —me abanico con la mano, apenada. Pamela está justo frente a mí con una risita burlona en la cara. Hago un ademán para que salga y se va, sacudiendo la cabeza. —No puedo hacer esto ahora, Decker. Cuando termine la fiesta, iré a tu apartamento… si quieres. —Ven ahora —ordena autoritario. —No puedo. —Joder, Keira. ¿Por qué me haces esto? —grita furioso. —¿Qué te estoy haciendo? —¿Dónde estás? Voy por ti —dice, eludiendo la pregunta que le hice. —No,
Keira Capítulo 35 Me despierto con un dolor de cabeza nada normal, pero no me extraña, sabía que pasaría. El espacio a mi lado de la cama se encuentra vacío, pero sé que él sigue aquí, me dijo que estaría dos días en la ciudad antes de volver a Alemania. Me envuelvo entre las sábanas para bajarme de la cama y pronto me doy cuenta del detalle que Sebastian dejó para mí: un vaso de agua y un envase con analgésicos, la combinación que necesito para aliviar mi cabeza. «Te espero en la cocina», dice el pos-it que dejó al lado del frasco de medicinas. Me muerdo el labio mientras contemplo el lío arrugado de sábanas que quedó en la cama. Lo que pasó anoche fue increíble. Primero, fue suave y delicado, de esa forma dulce que suele ser cuando siento que me hace el amor. Pero luego, ¡ay, señor! parecía que había despertado a un animal hambriento que estuvo encerrado por años en un calabozo oscuro. No sé si aquellas posiciones estarán en el Kamasutra, pero deberían ser añadidas sino. Recorda
KeiraSebastian camina los pasos que nos habían separado y se mete entre mis piernas, apoyando las manos a cada lado de la encimera, reteniéndome a voluntad. Mi respiración se corta al sentir su aliento sobre mis labios mientras me dejo consumir por aquellos iris color plomo.—No, no quiero que termine, Keira. Quisiera que fueras mía para siempre —asegura con sus ojos clavados en mí, provocando que mi corazón se desboque de emoción. ¿Por qué me dice esas cosas? No es justo.—Pero soy tuya ahora —murmuro con un quejido ronco, conteniendo mis emociones. Quiero saber qué impide que lo sea, qué lo tiene, pero él no va a decírmelo.—Y soy un maldito afortunado por eso —musita antes de devorar mis labios con un beso ardiente—. Sabes a mi salsa boloñesa —pronuncia en la comisura de mi boca.—Sí, y está muy buena —sonrío—. A ver, déjame terminar mis deliciosos espaguetis.—¿Y después qué? —cuestiona queriendo saber si me iré o me quedaré.—Después, tú decides —respondo con voz melosa y sensua
KeiraSebastian se queda en silencio el tiempo suficiente para entender que ya me ha dado una respuesta. ¿Por qué carajo planteó algo así? Intento escaparme de sus brazos porque todo lo que quiero es alejarme de él y pasar mi vergüenza a solas, pero él me retiene, abrazándome más fuerte.—Suéltame, Sebastian. Déjame ir.—No quiero que te vayas, Keira, no así —enuncia son soltarme.—Pero yo quiero irme, necesito hacerlo… —murmuro con un nudo en mi garganta.—Soy un idiota, estoy tan desesperado de no perderte…—No puedes perder lo que nunca has tenido —espeto con rabia. Le he cedido mi cuerpo, él me ha permitido disfrutar del suyo, pero no hay una entrega completa. Esto solo se ha tratado del placer, de saciar una necesidad, y no estoy dispuesta a abrirle mi corazón cuando él no me admite en el suyo.—«Soy tuya ahora… », lo dijiste en la cocina, Keira —replica a manera de reproche.—Sabes muy bien que me refería a mi cuerpo. ¿O no es eso lo que significa “eres mía”?, porque siempre lo
Keira Sebastian eligió el peor momento para llamarme, hoy no puedo hacer esto, me siento demasiado triste y devastada para enfrentarlo.—El contrato no fue más que una excusa para acercarme a ti sin tener la menor idea de que te meterías tan profundo en mi corazón —manifiesta con notable emoción, dejándome sin palabras. No esperaba escucharle decir algo así, llevo días convenciéndome de que para él no significo nada, que solo fui una mujer con la que se quitó las ganas. Y aunque mi corazón se ha vuelto loco de felicidad, mi mente no me da tregua.—¿Por qué me dices esto si antes aseguraste que nada ha cambiado?—Porque estoy desesperado, Keira, porque me haces falta, porque no dejo de pensar en ti…—Nada me impide estar contigo, Sebastian. Eres tú el que no puede estar conmigo y es muy injusto que me llames y me digas todas estas cosas cuando lo que nos separa no depende de mí —enuncio al borde de las lágrimas, me encuentro muy susceptible con todo lo que está pasando.—Sí, tienes ra
Keira—¿En qué piensas? —pregunta muy campante, como si fuese su problema.Lo miro con el ceño fruncido y contengo las ganas de gritarle que dejó de ser su asunto cuando me echó de su vida. ¿Sería grosero de mi parte? Tal vez, pero no puede tratarme como si nada hubiese pasado cuando la verdad es muy distinta. Espero que un día pueda dejar de sentir rencor por él, de verdad, pero ese momento no está cerca de llegar—. Lo siento, no quería incomodarte.—Sabes que hago esto por Ángel. No quiero que confundas las cosas con algo más.—Claro, lo entiendo. Imagino que ahora tienes a alguien en tu vida y no quiero generar tensión. Mi único deseo es conocer a mi hijo y también ayudarte económicamente con lo que él necesite.¡Oh, sí! Apareció mi salvador… tres años tarde. En cuanto a lo de alguien más en mi vida… ¡Ja! No tengo de quién alardear, ojalá así fuera para que no vea una posibilidad. ¿Y qué de él? ¿Tendrá a alguien especial a su lado? ¿Y a mí qué me importa? Robert Hayes es libre d