Cuentas pendientes

Erik entró a su oficina con el ceño fruncido, todavía con la mente ocupada en el juicio por la custodia de Sofía. El estrés y la rabia latente lo acompañaban desde que leyó el citatorio esa mañana. Sin embargo, todo se intensificó al abrir la puerta de su despacho y encontrarse con una escena inesperada.

Mark estaba inclinado sobre su escritorio, revisando documentos con descaro.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, imbécil? —espetó Erik, cerrando la puerta con un golpe seco. Su voz resonó como un trueno—. Esta es mi oficina, y no permito ninguna intromisión.

Mark levantó la vista, sin prisa, y le dedicó una sonrisa burlona.

—No te sulfures, hermanito. Solo estaba buscando una relación de clientes. Estoy en relaciones públicas ahora, ¿lo recuerdas?

Erik avanzó con pasos firmes, apretando los puños.

—No me importa a qué hayas venido. La próxima vez, si necesitas algo, se lo pides a Esther. Pero que sea la última vez que te metes en mi despacho, hurgando entre mis cosas como un ladrón.

M
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