Capítulo 27

Cuando acabó la ducha que ambos se dieron, el vapor aún colgaba en el aire, un telón suave y cálido que parecía extender el momento íntimo que Egor y Nerea acababan de disfrutar.

Las duchas con él solían ser largas y perversas, pero no esa. Aquella no fue con esa intención.

Con movimientos deliberados y cuidadosos, Egor ayudaba a secar la piel de Nerea, cada toque de la toalla sobre su cuerpo un susurro de caricias que anticipaban lo que estaba por venir.

Lo que se avecinaba…

Sobre la cama, dispuestos meticulosamente, había dos lazos de seda negra. Uno para vendarle los ojos, otro para atarle las manos. Era una fantasía que Nerea había confesado durante un momento de vulnerabilidad, excitación y confianza, deseando experimentar el amor de una manera más intensa y entregada, además de que era su recompensa por soportar el tatuaje con valor. Egor, en un gesto de aceptación y deseo de cumplir su anhelo, había preparado todo para hacer realidad su petición.

Estaba tan emocionado como ella
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