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Capítulo 3: El despido de una pobre ingenua

Bueno, actualización. Estoy en la calle actualmente después de haber sido escoltada por dos guardias de seguridad de la oficina de Damián Goldstein. El impacto de haber sido escoltada de un sitio como ese, es muy grande como para procesarlo rápido.

La mirada del resto de los empleados viéndome con pena mientras todo esto ocurría y yo aguantándome las lágrimas, está para ese rincón de mi memoria en el que almacenamos los momentos más vergonzosos de la vida.

En pleno shock es que he pedido un taxi, y en pleno shock es que la gente me pasa por el lado sin importarle a nadie quién soy. Nadie aquí sabe que soy Leonora Brown y que vengo de la familia que vengo. Chequeo la app para ver por dónde va mi taxi y viene tan lento por el tráfico, que me pongo a caminar para acercarme yo a él.

Quise pensar por estos días que esa noche no había acontecido, que no me había acostado así de fácil con un desconocido y dejado seducir con palabras obviamente falsas de amor. Quise seguir con mi vida sin recordar que había caído en una mentira tan vieja como la historia de la humanidad. Ahora, eso es imposible.

—Idiota. Cobarde. Poco hombre — refunfuño insultado a ese ser.

Camino con tal rabia y hace tal brisa que el estúpido pase que cuelga de mi cuello se me pega a la cara. Exploto peleando con un pedazo de plástico y cuerda que también han decidido odiarme esta endemoniada mañana.

Hasta que paro de hacer el ridículo y bajo la mirada a ellos. Todavía conservo la tarjeta que me dieron al entrar, no me la habían quitado al escoltarme hacia afuera. Una idea se me ocurre. Una peligrosa y capaz de empeorar la situación, pero ¿qué tenía que perder?

Retrocedo todo lo que he caminado, y me uno a un grupo de oficinistas entrando al edificio. Logro comuflajearme con éxito. Como los que me escoltaron no son los mismos guardias que están alrededor, y parece que la recepcionista estaba ocupada con otra cosa mientras me sacaban silenciosamente, puedo llegar a la puerta del ascensor.

Los dedos de los pies me sudan sin control mientras espero. Volteo ligeramente para comprobar que no me estén observando y es cuando veo a uno de los guardias que me sacó hablando con la recepcionista.

—Dios tú sabes que yo no te molesto. Hazme el favor — susurro en mi cabeza.

Dios parece hacerme el favor cuando las puertas se abren, y me uno a la masa de personas que están entrando.

—Señorita… ¡devuelva el pase! — llama un hombre en nuestra dirección.

Al escuchar eso, es demasiado tarde. Las puertas se cierran antes de que puedan detenerme. Esta vez no voy al piso del idiota, voy al piso de recursos humanos. Decidida y con una misión, conseguir una reasignación y no aceptar que me despidiesen sin ningún motivo de mi primer trabajo formal como graduada. Cuando Amy me ve llegar, viene emocionada en mi dirección.

—No te guardes nada, cuéntame a quién te asignaron — pregunta siguiendo mi paso.

—Me asignaron a Damián Goldstein, y me trató como una-

Amy se detiene en seco, muestra un gran horror en la cara.

—¿Al tirano? ¿Tu jefe será Damián? — cuestiona perdiendo el color de sus mejillas.

—¿Quién es ese tal Damián para ponerte así? ¿Para ponerlos a todos así? ¿Tirano? — digo defendiéndome.

Ella me toma del brazo, me lleva a una esquina revisando que nadie repare en nosotras.

—Damián es el director de operaciones de la empresa, es un ejecutivo de los pesados. ¿Por qué te asignaron con él? ¿Se volvieron locos?

—Creo que llevan locos mucho tiempo, en especial el tipejo eso. Me despidió y mandó a sacar de la empresa cuando le dije mi nombre. Voy a hablar con la señora Natasha sobre esto — explico queriendo separarme de mi amiga.

—¡No! — me jala del brazo — Él está allí. ¡No puedes entrar!

—¿Qué dices? Qué esté lo hace mejor. Voy a entrar — aseguro con confianza.

Me deshago del agarre de Amy, y hago caso omiso a sus advertencias. Entro en la oficina sin tocar, y es como ella había dicho. El fulano Damián está sentado a su anchas en una de las sillas. Al verme una mueca burlona se siembra en su rostro. Y en el mío, una que la imita es todo su esplendor.

Si Damián es uno de los pesos pesados de esta empresa, no debería escandalizarme que su presencia gritase tal dominio. Lo que sí me saca de lugar es que Natasha, que se nota es una mujer de la edad de mi propia madre, pareciera una invitada de su propia oficina. Está sentada encogida, silenciosa y diría que asustada por el hombre este. Hay algo malo en esta empresa. Y el origen del mal, es él.

—Llama a seguridad de nuevo Natasha. No la quiero cerca de mí — pide Damián.

—La chica no merece tal trato Damián. Ella no escogió ese puesto, se le fue asignado — interviene con reservas Natasha.

—¿Asignado por quién? ¿Ahora no puedo escoger quién trabaja para mí? — se burla.

—Fue por él, por el señor Rowan — explica temerosa.

Ante la ira silenciosa desmedida de Damián, mi cerebro conecta ese nombre con su poder. Si bien desconocía anteriormente el nombre del director de operaciones de esta empresa, no desconocía el nombre del director ejecutivo, era Rowan Goldstein. No sólo el CEO de aquí, sino cabeza de su familia.

—Dile a mi abuelo que no caeré en sus juegos infantiles. Ya he dicho lo que tenía que decir — asegura y se levanta de la silla abrochando su chaqueta.

Él quiere salir de la oficina, pero para eso tengo que moverme de la puerta. No me muevo.

En cambio, me quedó mirando con el mentón bien elevado a Damián, un hecho que a él le sorprende por un segundo, el resto de los segundos que componen el minuto de nuestra guerra de miradas, me ve con esa superioridad y odio, que no se puede explicar.

—Si crees que ser hija de quién eres te protegerá en esta empresa, te recomiendo que lo pienses dos veces — me amenaza.

Así que sí sabía quién soy. Tal vez siempre lo supo, qué encantador.

—Quién debería pensar dos veces un despedido así de arbitrario serías tú. Dame un solo motivo legítimo para irme, y me iré señor Damián — respondo en su mismo tono.

—Entraste con un periodo de prueba, te puedo sacar cuando quiera como el COO de esta empresa — vuelve a amenazar.

—No entré con un periodo de prueba. Firmé contrato por un año — le aclaró.

Damián ve de inmediato a donde está Natasha, que se mueve el cuello de su vestido para respirar mejor. Se nota que dirá algo que lo molestará.

—Es verdad. Su contrato es por un año — informa.

Él vuelve a mirarme y a dar unos pasos cerca de mí. La cercanía me hace temblar por dentro y si estuviese en otra circunstancia, ya estaría llorando o golpeándolo para que se alejase de mí. Tal vez las dos al mismo tiempo.

Pero mantengo mi barbilla alta. Lo que hablamos a continuación, sólo los dos lo podemos escuchar.

—Entrevistaré a un candidato mejor calificado que tú esta misma tarde. No necesito más de tus servicios deficientes.

¿Servicios deficientes? ¿Después de esa noche? La mano me pica, se la quiero estrellar en contra de la cara. Me contengo.

—Puede entrevistar a quien quiera como es evidente, pero permita mi reasignación a otro puesto. Es lo más justo y… maduro — afirmo.

—¿Tú me hablas de madurez a mí? Deberías respetar a tus mayores, pero qué se puede esperar de una niña consentida como tú.

—Si yo soy una niña consentida, qué eres tú. ¿Un viejo consentido? — respondo dejando caer mi máscara de contención.

Él más se molesta y yo no me quedó atrás.

—¡¿Todo esto es porque hemos pasado una noche juntos?!

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