Bueno, actualización. Estoy en la calle actualmente después de haber sido escoltada por dos guardias de seguridad de la oficina de Damián Goldstein. El impacto de haber sido escoltada de un sitio como ese, es muy grande como para procesarlo rápido.
La mirada del resto de los empleados viéndome con pena mientras todo esto ocurría y yo aguantándome las lágrimas, está para ese rincón de mi memoria en el que almacenamos los momentos más vergonzosos de la vida. En pleno shock es que he pedido un taxi, y en pleno shock es que la gente me pasa por el lado sin importarle a nadie quién soy. Nadie aquí sabe que soy Leonora Brown y que vengo de la familia que vengo. Chequeo la app para ver por dónde va mi taxi y viene tan lento por el tráfico, que me pongo a caminar para acercarme yo a él. Quise pensar por estos días que esa noche no había acontecido, que no me había acostado así de fácil con un desconocido y dejado seducir con palabras obviamente falsas de amor. Quise seguir con mi vida sin recordar que había caído en una mentira tan vieja como la historia de la humanidad. Ahora, eso es imposible. —Idiota. Cobarde. Poco hombre — refunfuño insultado a ese ser. Camino con tal rabia y hace tal brisa que el estúpido pase que cuelga de mi cuello se me pega a la cara. Exploto peleando con un pedazo de plástico y cuerda que también han decidido odiarme esta endemoniada mañana. Hasta que paro de hacer el ridículo y bajo la mirada a ellos. Todavía conservo la tarjeta que me dieron al entrar, no me la habían quitado al escoltarme hacia afuera. Una idea se me ocurre. Una peligrosa y capaz de empeorar la situación, pero ¿qué tenía que perder? Retrocedo todo lo que he caminado, y me uno a un grupo de oficinistas entrando al edificio. Logro comuflajearme con éxito. Como los que me escoltaron no son los mismos guardias que están alrededor, y parece que la recepcionista estaba ocupada con otra cosa mientras me sacaban silenciosamente, puedo llegar a la puerta del ascensor. Los dedos de los pies me sudan sin control mientras espero. Volteo ligeramente para comprobar que no me estén observando y es cuando veo a uno de los guardias que me sacó hablando con la recepcionista. —Dios tú sabes que yo no te molesto. Hazme el favor — susurro en mi cabeza. Dios parece hacerme el favor cuando las puertas se abren, y me uno a la masa de personas que están entrando. —Señorita… ¡devuelva el pase! — llama un hombre en nuestra dirección. Al escuchar eso, es demasiado tarde. Las puertas se cierran antes de que puedan detenerme. Esta vez no voy al piso del idiota, voy al piso de recursos humanos. Decidida y con una misión, conseguir una reasignación y no aceptar que me despidiesen sin ningún motivo de mi primer trabajo formal como graduada. Cuando Amy me ve llegar, viene emocionada en mi dirección. —No te guardes nada, cuéntame a quién te asignaron — pregunta siguiendo mi paso. —Me asignaron a Damián Goldstein, y me trató como una- Amy se detiene en seco, muestra un gran horror en la cara. —¿Al tirano? ¿Tu jefe será Damián? — cuestiona perdiendo el color de sus mejillas. —¿Quién es ese tal Damián para ponerte así? ¿Para ponerlos a todos así? ¿Tirano? — digo defendiéndome. Ella me toma del brazo, me lleva a una esquina revisando que nadie repare en nosotras. —Damián es el director de operaciones de la empresa, es un ejecutivo de los pesados. ¿Por qué te asignaron con él? ¿Se volvieron locos? —Creo que llevan locos mucho tiempo, en especial el tipejo eso. Me despidió y mandó a sacar de la empresa cuando le dije mi nombre. Voy a hablar con la señora Natasha sobre esto — explico queriendo separarme de mi amiga. —¡No! — me jala del brazo — Él está allí. ¡No puedes entrar! —¿Qué dices? Qué esté lo hace mejor. Voy a entrar — aseguro con confianza. Me deshago del agarre de Amy, y hago caso omiso a sus advertencias. Entro en la oficina sin tocar, y es como ella había dicho. El fulano Damián está sentado a su anchas en una de las sillas. Al verme una mueca burlona se siembra en su rostro. Y en el mío, una que la imita es todo su esplendor. Si Damián es uno de los pesos pesados de esta empresa, no debería escandalizarme que su presencia gritase tal dominio. Lo que sí me saca de lugar es que Natasha, que se nota es una mujer de la edad de mi propia madre, pareciera una invitada de su propia oficina. Está sentada encogida, silenciosa y diría que asustada por el hombre este. Hay algo malo en esta empresa. Y el origen del mal, es él. —Llama a seguridad de nuevo Natasha. No la quiero cerca de mí — pide Damián. —La chica no merece tal trato Damián. Ella no escogió ese puesto, se le fue asignado — interviene con reservas Natasha. —¿Asignado por quién? ¿Ahora no puedo escoger quién trabaja para mí? — se burla. —Fue por él, por el señor Rowan — explica temerosa. Ante la ira silenciosa desmedida de Damián, mi cerebro conecta ese nombre con su poder. Si bien desconocía anteriormente el nombre del director de operaciones de esta empresa, no desconocía el nombre del director ejecutivo, era Rowan Goldstein. No sólo el CEO de aquí, sino cabeza de su familia. —Dile a mi abuelo que no caeré en sus juegos infantiles. Ya he dicho lo que tenía que decir — asegura y se levanta de la silla abrochando su chaqueta. Él quiere salir de la oficina, pero para eso tengo que moverme de la puerta. No me muevo. En cambio, me quedó mirando con el mentón bien elevado a Damián, un hecho que a él le sorprende por un segundo, el resto de los segundos que componen el minuto de nuestra guerra de miradas, me ve con esa superioridad y odio, que no se puede explicar. —Si crees que ser hija de quién eres te protegerá en esta empresa, te recomiendo que lo pienses dos veces — me amenaza. Así que sí sabía quién soy. Tal vez siempre lo supo, qué encantador. —Quién debería pensar dos veces un despedido así de arbitrario serías tú. Dame un solo motivo legítimo para irme, y me iré señor Damián — respondo en su mismo tono. —Entraste con un periodo de prueba, te puedo sacar cuando quiera como el COO de esta empresa — vuelve a amenazar. —No entré con un periodo de prueba. Firmé contrato por un año — le aclaró. Damián ve de inmediato a donde está Natasha, que se mueve el cuello de su vestido para respirar mejor. Se nota que dirá algo que lo molestará. —Es verdad. Su contrato es por un año — informa. Él vuelve a mirarme y a dar unos pasos cerca de mí. La cercanía me hace temblar por dentro y si estuviese en otra circunstancia, ya estaría llorando o golpeándolo para que se alejase de mí. Tal vez las dos al mismo tiempo. Pero mantengo mi barbilla alta. Lo que hablamos a continuación, sólo los dos lo podemos escuchar. —Entrevistaré a un candidato mejor calificado que tú esta misma tarde. No necesito más de tus servicios deficientes. ¿Servicios deficientes? ¿Después de esa noche? La mano me pica, se la quiero estrellar en contra de la cara. Me contengo. —Puede entrevistar a quien quiera como es evidente, pero permita mi reasignación a otro puesto. Es lo más justo y… maduro — afirmo. —¿Tú me hablas de madurez a mí? Deberías respetar a tus mayores, pero qué se puede esperar de una niña consentida como tú. —Si yo soy una niña consentida, qué eres tú. ¿Un viejo consentido? — respondo dejando caer mi máscara de contención. Él más se molesta y yo no me quedó atrás. —¡¿Todo esto es porque hemos pasado una noche juntos?!Se suponía que estaría abriendo mis alas en una nueva vida. No encogiéndolas ante la terrible vergüenza e ira que me está consumiendo. Ver al hombre con el que pase la noche más mágica que hubiese tenido, poniendo un rostro de absoluto pánico al recordárselo. El cambio de sus expresiones es tan drástico, que es doloroso. —Déjanos a solas — pide Damián imponente a Natasha. Si pienso que ella se negará, eso queda desestimado muy rápido. Natasha ya se está parando y esquivándonos para salirse de su propia oficina sin chistar. —Tómense el tiempo que quieran — se despide. Veo la puerta por la que se fue, después veo a Damián que va a sentarse a la silla de Natasha. Como si esta fuese su oficina, aunque si Rowan es su abuelo, y él tiene un puesto tan grande para la edad que aparenta, eso hace más sentido. No le calculo más de 30. —¿Todos tus empleados te temen? ¿Qué clase de jefe eres? — pregunto desconcertada. —Uno que no quieres tener. ¿Para qué la insistencia? — responde de mal hum
La vida corporativa no debería ser una novela. Es la única certeza que tengo en la cabeza mientras veo cómo esta mujer grita y se esfuerza para que no la saquen de la oficina. Ya no es un solo empleado, son dos los que la están jalando de la cintura para que no entré. Estoy, paralizada. —Muévete, yo llamaré — me gruñe Damián quitándome el teléfono de la mano y marcando — Suban, sáquenla ya. ¡No es a la señorita Leonor, es a otra más! ¡Apúrense! Ni puedo recordarle a mi odiado jefe que ese no es mi nombre, la mujer en cuestión demuestra tener la fuerza de un caballo. Se suelta de los hombres y viene a aferrarse a mi brazo. —¡Tienes que ayudarme! ¡Mi hijo no tiene la culpa de los errores de su madre! —Disculpa, pero yo no puedo ayudarte… — digo intentando que me suelte. Si espero que mi maravilloso jefe me saque a esta mujer de encima, me equivoco, él se levanta de la silla y nos da la espalda. Parece que se la pasa con migraña. —¡Sí puedes ayudarme! ¡Convéncelo de que se haga la
Entre primeros días de trabajo caóticos, este debería ganarse el premio mayor. Tengo al bebé de mi jefe cargado en mis brazos y nadie me da respuesta de dónde está su madre.—¿No pueden encontrarla en el edificio? — exclamo perdiendo los estribos a José — ¡Tiene que estar aquí! ¡No pudo abandonar a su bebé con una desconocida! ¿Qué madre haría eso?Al avisarles que Marisella no estaba en el baño, los guardaespaldas de Damián habían ido a buscar a esa mujer por todo el piso en donde estábamos. Mientras yo me quedaba anonadada y con un bebé durmiéndose en mi hombro.—Cálmese señorita Leonora — me pide el hombre.Le miro con llamas en mis ojos.—¡¿Cómo me pides que me calme?! ¡No me dijeron en mi entrevista de trabajo que tendría que encargarme de los asuntos personales de mi superior! — digo tan estresada.¡Me había acostado con Damián! ¡Me había dicho que se enamoró de mí y prometió continuar lo nuestro al amanecer! ¿Ahora tengo que cuidarle al hijo que tuvo con la amante?Me equivoco
Mi simpatía por Marisella vuelve a reaparecer. Había que estar hecha del mismo material estéril que Damián Goldstein para no conmoverse con una madre llorando a mares con su bebé en brazos. —¿Cuál diagnóstico te dieron? — pregunto en un susurro. —Tengo un tumor en el cerebro. No para de crecer — asegura. —¿Damián sabe de esto? —Se lo he dicho, me ha bloqueado y sus guardaespaldas no me dejan acercarme a él en persona. También intenté ir con la prensa, tampoco quieren ir en contra de la familia. ¿A quién le dejaré a mi hijo? No tengo más familia. —Oye… Una prueba de ADN podría ayudarte — le aconsejo con lo poco que sé de este enredo. Marisella ve una luz al final del camino. —¡Ayúdame a conseguir su ADN! ¡Me lo das y le hago la prueba a mi hijo! ¡Ya no podrán verme como una loca! — me pide. Me asusto de inmediato. En definitiva, no firmé para esto. —Eso no sería ético de mi parte — aseguro. Ella más se acerca a mí con los ojos llorosos. —De mujer a mujer. ¿Qué harías si estuvi
Salí corriendo de Goldstein Invesments a la boutique más cercana, y regresé corriendo para arreglarme lo mejor que pude en el baño. Hice milagros para comprar un vestido, zapatos y maquillarme en 20 minutos. Lo conseguí de algún modo, y heme aquí. Llegando hiperventilada al estacionamiento subterráneo donde me está esperando Damián a punto de meterse al auto. Cuando me ve, puedo notar cómo me mira de pies a cabeza con una leve impresión, que esconde con facilidad para meterse en el auto. Le sigo. —Te ves mal. Pudiste hacerlo mejor — asegura viendo en dirección contraria a mí. No sé qué más quería. Tengo un vestido negro largo que se ciñe a mi figura. Sé que no es el mejor vestido, pero ni me lo probé en la tienda por las prisas. Sólo lo pagué y me lo llevé. —Lo siento. Fue lo mejor que pude conseguir en 20 minutos — respondo confundida. —Ya que insistes en estar bajo mi mando, sin que particularmente eso me agrade, tendrás que adaptarte a mis horarios. Toma — Damián casi que me la
Veamos, los matrimonios arreglados no son la norma en mi familia. Por ejemplo, mis padres se casaron perdidamente enamorados. Eso es lo que siempre me han contado, que comenzaron a trabajar juntos y perdieron la cabeza el uno por el otro, con un cortejo respetuoso y muy lento. Aun así, estoy al tanto de que, en las generaciones anteriores, matrimonios arreglados sí acontecieron. Pero demandarlos en la actualidad, imposible. Nunca pasaría. —No nos quieren casar. ¿Te volviste loco? Aunque loco ya has estado desde el inicio — espeto. Damián da varios pasos amenazantes para acercarse a mí, no retrocedo, me le quedó mirando con fuerza. —Eres una atrevida, no sabes respetar a tu superior. Miro a la muñeca de mi mano con mi reloj. —Ni debería estar trabajando a estas horas. Estoy fuera de horario laboral, fuera de ese tú no eres mi jefe — le comunico. Él me quiere decir varías cosas a través de su molestia. Aunque la cercanía que tiene su cuerpo del mío, siento que me quema. Un paso m
Mi tercera semana de trabajo es igual de infernal que la primera y segunda. Damián me está poniendo más trabajo del que una empleada nueva como yo debería tener; mis compañeros de trabajo evitan hablar conmigo, y sigo sin tener un escritorio fijo.Pero nada ha hecho que presente mi renuncia, continuó comprometida con no dejar a ese hombre destruir mi espíritu. Conmigo no podrá, y se lo he demostrado cumpliendo todas las asignaciones que me ha pedido. Con cada asignación exitosa que le entrego, peor es su furia.—¿Leonora? ¿Tienes un momento para mí? — pregunta Felipe.Es uno de los supervisores del piso, el único que a duras penas se atreve a hablarme. Ignoro el dolor de espalda que tengo porque hoy me toco un escritorio rotativo con la peor silla que pudieses tener.—Sí, por supuesto. ¿Qué sucede? — respondo viéndole en una sonrisa.Él baja su cabeza, como para que no le siga sonriendo. Esta empresa es tan rara, no es que sean odiosos conmigo, es que me tienen miedo. No estoy exagera
Los últimos días han pasado en cámara lenta. Desde que le di el cepillo de dientes a Marisella, y espero ese resultado positivo de ADN, no me he podido contactar con ella. No sé nada de esta. Lo único que sé es que Damián sigue haciendo mi vida imposible.El último capricho de mi jefe ha sido mandarme a agrupar una pila de facturas en orden cronológico. Cabe destacar que son facturas de sus gastos personales, nada de la empresa. Los dedos me están doliendo mientras pongo el clip metálico en las facturas del mes de julio.—¿Cómo vas con las facturas, Leonor? — pregunta burlón Damián desde su escritorio.Es imposible ya que este hombre tenga casi un mes trabajando conmigo, teniéndome en sus narices aquí en su oficina semi secuestrada, y no sepa mi nombre. Lo hace a propósito.—Bien. Voy por julio — digo ignorando sus ganas de buscarme pelea.—¿Crees que llegarás a julio en esta empresa al ritmo que vamos? — me vuelve a retar.Cuando digo que Damián es un hombre malévolo, es porque es un