Capítulo 5: Damián Jr.

La vida corporativa no debería ser una novela. Es la única certeza que tengo en la cabeza mientras veo cómo esta mujer grita y se esfuerza para que no la saquen de la oficina. Ya no es un solo empleado, son dos los que la están jalando de la cintura para que no entré.

Estoy, paralizada.

—Muévete, yo llamaré — me gruñe Damián quitándome el teléfono de la mano y marcando — Suban, sáquenla ya. ¡No es a la señorita Leonor, es a otra más! ¡Apúrense!

Ni puedo recordarle a mi odiado jefe que ese no es mi nombre, la mujer en cuestión demuestra tener la fuerza de un caballo. Se suelta de los hombres y viene a aferrarse a mi brazo.

—¡Tienes que ayudarme! ¡Mi hijo no tiene la culpa de los errores de su madre!

—Disculpa, pero yo no puedo ayudarte… — digo intentando que me suelte.

Si espero que mi maravilloso jefe me saque a esta mujer de encima, me equivoco, él se levanta de la silla y nos da la espalda. Parece que se la pasa con migraña.

—¡Sí puedes ayudarme! ¡Convéncelo de que se haga la prueba de ADN! ¡No estoy loca! ¡Créeme! — clama.

Irónicamente los guardias que me sacaron a mí de la oficina, vuelven por esta desconocida. Ella se resiste jalándome de la chaqueta. La escena hará morir de la risa a mis hermanas cuando se las cuente. Uno me jala a mí y otro a ella para separarnos.

—Con cuidado, no la lastimen. ¡Oigan! — reclamo mientras veo con la brusquedad que la sacan a rastras de la oficina.

Uno de los guardias se la monta en el hombro porque es que la mujer no para de gritar.

—¡Damián es tu sangre! ¡Me dijiste que me amabas! — grita mientras la sacan.

El silencio que hay en el resto del piso es asombroso. Nadie dice pío, ni se mueve de su puesto, sólo se quedan parados y asustados, como intentando moverse sin poder hacerlo realmente. Miro atónita a Damián que sigue de espalda frotándose el rostro.

—¿Vas a dejar que la saquen así? ¿Tanto te cuesta mostrar algo de diplomacia? — reclamo asombrada.

—Deja de hacerte la defensora del pueblo, y ve a callarla — me ordena y se queja alborotándose el cabello — Me duele la cabeza.

Dejo atrás a tal caballero moderno, y me apresuro a las puertas del ascensor, ese donde la mujer está pegada a estas. No deja que se cierren.

—No sigan usando la fuerza, por favor — pido a los guardias, y después me dirijo a la mujer — Cálmate, y hablemos con más tranquilidad.

—¿No me mandarás a sacar del edificio? — cuestiona sospechosa.

Le toco las manos en las puertas del ascensor, lo hago con “calma” y una sonrisa tenue.

—Te prometo que no lo haré. Sólo hablemos, las dos. ¿Bien? Me meteré en el ascensor contigo, mira — digo ingresando.

La mujer termina de soltar las puertas, se calla. Ello resta un nivel de incomodidad a la situación, apenas uno. Porque detrás de nosotras están dos hombres fornidos de dos metros de altura cada uno, vigilándome, y a mi lado está esta mujer que no para de mirarme como corderito esperanzado. La música de ascensor no mejora nada.

Al llegar al primer piso, está la recepcionista con un bebé precioso en los brazos. Ella le pasa el bebé a su… madre.

—Señora, lo que acaba de hacer es muy irresponsable — advierte la chica.

Por cierto, la chica me ve con sospecha. Alzo mi mano para que no piense algo que no es. Todos salimos del ascensor.

—Esta vez no me echaron a mí. Lo juro, ellos son testigos — señalo a los guardias de atrás. Esta entiende, y se retira.

Me quedo viendo al bebé, y pensando lo peor de Damián.

—¿Podemos hablar en un sitio más cómodo? — ofrezco.

…..

Llegamos a una cafetería dentro del mismo rascacielos. Aunque estar en una cafetería no ha hecho que los dos guardias nos hayan dejado a solas. Los cinco estamos sentados en un silencio ridículo como la situación.

—Bueno… ¿Qué quieren de beber? Les invito — ofrezco.

—Un americano — dice el calvo.

—Un mocca y un pedazo de pastel de zanahoria — responde el otro.

Ninguno de los dos muestra alguna expresión al pedir sus cafés. La mujer les ve como dos bichos raros.

—Yo estoy bien así, gracias — menciona ella.

Llamo al mesero, le indico el pedido, y agrego dos botellas de agua.

—Vayamos por partes. Mi nombre es Leonora, ¿cuál es el tuyo? — le pregunto.

—Marisella, y él es Damián Jr — asegura la mujer cargando a su bebé.

—¿Damián Jr? — pregunto atónita.

—Sí, como su padre. Ya dije que es su padre. ¡Este niño es hijo de Damián Goldstein! — ella va alzando la voz como para que en la cafetería nos escuchen.

—No hay necesidad de alzar la voz Marisella. Soy toda oídos, para ti — negocio con ella — ¿Me puedes comentar cómo era la relación del señor Damián contigo? ¿Eran pareja? ¿Se pelearon? ¿Qué te ha dicho del bebé?

Marisella se prepara para narrar una historia trágica, y con un toque, teatral.

—No éramos una pareja oficial, me escondió de su familia, pero él me amaba, me lo dijo una y otra vez. De nuestro amor, surgió esta pequeña bendición que merece un padre como todo niño. ¿No estás de acuerdo con eso Leonora?

Quizás ni sea la única amante de Damián. No si pasó la noche conmigo con tanta facilidad, y hasta a mí me dijo que me amaba. La ira dentro de mi corazón es peligrosa, y mis ganas de matarlo mayores. Me controlo. Esto es trabajo, sé profesional Leonora. Muy profesional.

—No sé mucho de su relación, soy nueva en este puesto. Mi jefe me pidió que llegase a un punto medio contigo. ¿Qué necesitas para que te puedas ir con tranquilidad a tu hogar con tu bebito?

—¿No es evidente lo que necesito? Quiero que se encargue de nuestro hijo — reclama.

—Ya veo… ¿has introducido una demanda de paternidad? — ofrezco.

Marisella frunce su ceño.

—¿Cómo puedo hacerlo con lo poderosa que es su familia? No quieren un hijo ilegítimo. Me han amenazado — a ella se le mojan los ojos, se pone a llorar — ¿Puedes comprender lo difícil que es ser madre soltera?

Le paso una servilleta de las que hay en la mesa. Estoy entre la incomodidad y la pena. No aplique para esto.

—Gracias — dice ella secándose — Me siento mareada, voy al baño... ¿puedes sostener a mi bebé por un rato?

—Preferiría no hacerlo — sonrío avergonzada.

E igual Marisella me pasa a su bebé, que pronto se aferra a mí, y se va.

—Mi nombre es Jesús — dice el calvo de la nada.

—El mío José — dice el que sí tiene cabello.

Sonrío a la fuerza, y asiento. Sí, hay algo malditamente mal en esta empresa. Con el paso de los minutos, me impaciento, no porque el bebé sea inquieto, sino porque Marisella no regresa. No quiero ser despedida por abandono de mi cargo. Indico que iré al baño.

Cuando llegó el área de los lavabos está vacía.

—¿Marisella? — pregunto viendo por debajo de las puertas de los cubículos — Necesito regresar a mi trabajo.

No me responden. Hasta que veo el único cubículo ocupado, toco a la puerta de este.

—Tu bebé quiere estar contigo. Terminemos de hablar — llamo.

Entonces, la puerta es abierta, sólo que no es por Marisella, sino otra mujer.

—No soy Marisella. Lo siento — responde la mujer que se va.

Mis ojos se abren despavoridos.

—¿Dónde está tu mamá Damián Jr? — pregunto al bebé que se ríe sin entender nada.

Salgo corriendo lo más que puedo con un bebé en brazos a nuestra mesa.

Sin embargo, Marisella tampoco está allí.

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