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Capítulo 2: Una película de terror

En mi estómago se mezclan los nervios usuales de un nuevo trabajo y las ansias por aprender lo más que pueda parada aquí, frente el gran rascacielos de Goldstein Investments. Entro en una recepción que no parece tener final y al anunciarme a la recepcionista me da un pase de entrada provisional que guindo de mi cuello.

Llego al piso de recursos humanos y me dirijo a la oficina de la reclutadora, no sin antes darle una sonrisa breve a Amy. Ella me pica el ojo para continuar con lo que está haciendo en su escritorio, trabaja aquí, y fue quien me avisó que estaban buscando a más personal.

Entro en la oficina, no soy la única nueva. Hay cuatro personas más junto a las que tomo asiento después de dar los buenos días. Desde aquí la reclutadora que se llama Natasha nos da una charla introductoria de la empresa, y su historia. Después habla independientemente con cada uno de los nuevos. Los asigna a que vayan a un piso diferente y hablen con los encargados. Yo soy la última que queda con ella.

—Veamos… — dice leyendo su tablet, luego se enfoca en mí — Leonora, me alegra conocerte en persona finalmente.

—A mí también. No es lo mismo verse en persona que por videollamadas — así habían sido mis entrevistas con ella.

Natasha me sonríe amablemente, aunque hace algo conmigo que con el resto no hizo. Se sienta a mi lado.

—Necesitamos que cubras un puesto de gran prioridad en nuestra empresa. Un puesto que no es simple, pero sí muy necesario e importante — ella habla como… ¿nerviosa? — No quiero que te sientas intimidada por los desafíos impuestos.

—No te preocupes, es complicado intimidarme — bromeo.

Ella intenta reírse, pero la sonrisa le sale corta.

—Trabajarás bajo las ordenes de Damián, serás su nueva asistente. Está en el piso 20. Suerte — me extiende su mano y yo la tomo para estrecharla. Tiene la mano fría.

Me deshago de la mala sensación. Subo al ascensor, llego al piso 20, aunque este me sorprende por lo silencioso que es. Si se te cae un alfiler capaz y lo escuchas. Me acerco a uno de los trabajadores.

—Disculpa la molestia, pero… ¿quién es Damián? Me mandaron con él desde recursos humanos.

El hombre me ve de pies a cabeza extrañado.

—¿Segura que te mandaron con él? ¿Quién?

—La señora Natasha, y sí estoy muy segura — respondo.

Él no me dice más nada, se levanta y camina. Le sigo el paso apresurada, y pensando lo raro que es el ambiente en este sitio. Todos parecen robots de lo disciplinados que se ven. El hombre se para frente a una puerta de cristal con vidrios opacos.

—Es aquí. Yo no te dije dónde era si te pregunta.

Intento sonreír porque debe ser una broma, pero el chico se va apresurado. Ni gracias me deja darle. Toco a la puerta.

—Pedí que no me molestarán — respondo una voz gruesa y estricta desde dentro.

—Ah disculpe. Me mandó Natasha. ¿Puedo entrar? — digo sin echarme para atrás.

—Termina de pasar — vuelve a responder obstinado.

Trago mucha saliva por el tono de la voz, e ignoro que un par de chicas cerca me ven con miedo. Como si esto fuese una maldita película de terror y estuviese a punto de conocer al demonio mismo. Niego con mi cabeza. Esta era mi nueva vida.

Termino de entrar para encontrarme con una imagen capaz de congelarme totalmente. En ese escritorio está el hombre con el que pase la noche hace algunos días. El mismo que me dejó sola en esa cama al amanecer sin molestarse en darme su nombre, número o cumplir la promesa que me hizo. Ese que ahora tiene una placa que dice su nombre tallado en letras doradas.

—¿Da-damián Goldstein? ¿Ese es tu nombre? — titubeo aterrada.

—Sí. Felicidades, sabes leer — responde cruelmente — ¿Tú quién eres?

Parecía que había dormido con mi nuevo jefe sin planearlo o esperarlo. Y que, por algún motivo, él finge no conocerme.

—Esto es incómodo ¿no? — es lo primero que digo.

Él me ve malhumorado y de una manera tan fea, que siento que el estómago me duele. Las sonrisas de esa noche y las pláticas tontas que tuvimos parecieran que nunca pasaron.

—Si tú te sientes incómoda, ¿cómo me sentiré yo? ¿Qué quieres? Termina de decirlo — menciona dejando de verme y firmando documentos con su mano derecha.

—La señora Natasha de recursos humanos-

—Sé quién es Natasha. Sigo sin saber quién eres tú.

Mi lengua acaricia el interior de mi mejilla con tanta fuerza, que si fuese dura me la atravesaría. Sonrío para contener mi temperamento. Está bien que no quiera hablar de esa estúpida noche, pero ¿es necesario el teatro de que no me conoce?

—Ella me pidió que viniese contigo. He sido asignada como tu asistente — repito lo que dijo Natasha.

Al decirlo, su mano para, y su rostro se eleva lentamente a mirarme. Sus ojos marrones me aterran hoy.

—¿Tú eres el reemplazo de Dafne? — pregunta sin creerlo.

—Si el puesto de Dafne era el de tu asistente. Es lo que parece. Puedes confirmarlo comunicándote con Natasha… — explico queriendo sonar de una pieza, pero me cuesta.

Él se dedica a golpear enfurecido en su teclado, suena tan duro que creo romperá a la pobre computadora.

—¿Cómo te llamas? — pregunta bruscamente — ¿Cuántos años tienes? ¿17?

Como odio a la gente hipócrita. No parecía de 17 esa noche. Me enfoco en lo que importa, quién soy y quién aspiro ser profesionalmente.

—Mi nombre es… Leonora… Leonora Brown — respondo apretando mis manos en puños — Tengo 23 años y un Bachelor of Business Administration de la universidad de-

—No es necesario continuar — me frena de una, me callo — Estás despedida.

El pánico que estoy sintiendo actualmente es doloroso y capaz de volverme loca.

—No… no… puedes despedirme. No he hecho nada malo. ¿Por-por qué? — digo con los ojos muy abiertos.

—Porque-porque quiero — Damián es tan malo que imita la forma en la que mis ojos se abren. Se burla de mí.

Mi boca tiembla ante su actitud, él no había sido así conmigo esa noche. Fue tan amable y encantador. Tierno y divertido, cálido y sexy. No un imbécil como se está portando ahora.

—Estás siendo injusto conmigo. Esto debe ser un malentendido, acaban de darme una charla introductoria y entrar a tu oficina. Con todo respeto — él que a ti pedazo de caca te falta — señor Damián, no puede despedirme.

Él deja de ver la computadora, le da tal girón a la pantalla que puedo divisar que tiene mi hoja de vida en esta, la ha buscado durante nuestra horrible plática los dos sobrios.

—Ya que sabes leer, velo por ti misma. Tienes la hoja de vida vacía apartando pasantías. ¿De qué me servirías? Eres una niña inexperta, no estoy para cargas. Suficiente tengo.

Quizás eso debieron decírmelo antes de contratarme, maldito cretino. Me vuelvo a morder la lengua.

—Disculpe, pero he firmado un contrato bajo el puesto de asistente administrativo. Puede reubicarme donde le parezca más propicio — ofrezco siendo racional y política.

—No, no quiero reubicarte, quiero despedirte. Vete o llamaré a seguridad — ordena.

Sonrío brevemente de la incredulidad, no se atrevería ¿verdad?

—Me gustaría que se calmará y discutamos este tema con Natasha de por medio. Por favor.

Él me imita la sonrisa, aunque la suya es más alegre y de calma. Alza su teléfono y marca.

—Sí, por favor, saquénla de mi oficina.

Debe estar jugando. ¿No?

En realidad, no jugaba. Un par de hombres están entrando en la oficina para sacarme de ella.

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