En mi estómago se mezclan los nervios usuales de un nuevo trabajo y las ansias por aprender lo más que pueda parada aquí, frente el gran rascacielos de Goldstein Investments. Entro en una recepción que no parece tener final y al anunciarme a la recepcionista me da un pase de entrada provisional que guindo de mi cuello.
Llego al piso de recursos humanos y me dirijo a la oficina de la reclutadora, no sin antes darle una sonrisa breve a Amy. Ella me pica el ojo para continuar con lo que está haciendo en su escritorio, trabaja aquí, y fue quien me avisó que estaban buscando a más personal. Entro en la oficina, no soy la única nueva. Hay cuatro personas más junto a las que tomo asiento después de dar los buenos días. Desde aquí la reclutadora que se llama Natasha nos da una charla introductoria de la empresa, y su historia. Después habla independientemente con cada uno de los nuevos. Los asigna a que vayan a un piso diferente y hablen con los encargados. Yo soy la última que queda con ella. —Veamos… — dice leyendo su tablet, luego se enfoca en mí — Leonora, me alegra conocerte en persona finalmente. —A mí también. No es lo mismo verse en persona que por videollamadas — así habían sido mis entrevistas con ella. Natasha me sonríe amablemente, aunque hace algo conmigo que con el resto no hizo. Se sienta a mi lado. —Necesitamos que cubras un puesto de gran prioridad en nuestra empresa. Un puesto que no es simple, pero sí muy necesario e importante — ella habla como… ¿nerviosa? — No quiero que te sientas intimidada por los desafíos impuestos. —No te preocupes, es complicado intimidarme — bromeo. Ella intenta reírse, pero la sonrisa le sale corta. —Trabajarás bajo las ordenes de Damián, serás su nueva asistente. Está en el piso 20. Suerte — me extiende su mano y yo la tomo para estrecharla. Tiene la mano fría. Me deshago de la mala sensación. Subo al ascensor, llego al piso 20, aunque este me sorprende por lo silencioso que es. Si se te cae un alfiler capaz y lo escuchas. Me acerco a uno de los trabajadores. —Disculpa la molestia, pero… ¿quién es Damián? Me mandaron con él desde recursos humanos. El hombre me ve de pies a cabeza extrañado. —¿Segura que te mandaron con él? ¿Quién? —La señora Natasha, y sí estoy muy segura — respondo. Él no me dice más nada, se levanta y camina. Le sigo el paso apresurada, y pensando lo raro que es el ambiente en este sitio. Todos parecen robots de lo disciplinados que se ven. El hombre se para frente a una puerta de cristal con vidrios opacos. —Es aquí. Yo no te dije dónde era si te pregunta. Intento sonreír porque debe ser una broma, pero el chico se va apresurado. Ni gracias me deja darle. Toco a la puerta. —Pedí que no me molestarán — respondo una voz gruesa y estricta desde dentro. —Ah disculpe. Me mandó Natasha. ¿Puedo entrar? — digo sin echarme para atrás. —Termina de pasar — vuelve a responder obstinado. Trago mucha saliva por el tono de la voz, e ignoro que un par de chicas cerca me ven con miedo. Como si esto fuese una maldita película de terror y estuviese a punto de conocer al demonio mismo. Niego con mi cabeza. Esta era mi nueva vida. Termino de entrar para encontrarme con una imagen capaz de congelarme totalmente. En ese escritorio está el hombre con el que pase la noche hace algunos días. El mismo que me dejó sola en esa cama al amanecer sin molestarse en darme su nombre, número o cumplir la promesa que me hizo. Ese que ahora tiene una placa que dice su nombre tallado en letras doradas. —¿Da-damián Goldstein? ¿Ese es tu nombre? — titubeo aterrada. —Sí. Felicidades, sabes leer — responde cruelmente — ¿Tú quién eres? Parecía que había dormido con mi nuevo jefe sin planearlo o esperarlo. Y que, por algún motivo, él finge no conocerme. —Esto es incómodo ¿no? — es lo primero que digo. Él me ve malhumorado y de una manera tan fea, que siento que el estómago me duele. Las sonrisas de esa noche y las pláticas tontas que tuvimos parecieran que nunca pasaron. —Si tú te sientes incómoda, ¿cómo me sentiré yo? ¿Qué quieres? Termina de decirlo — menciona dejando de verme y firmando documentos con su mano derecha. —La señora Natasha de recursos humanos- —Sé quién es Natasha. Sigo sin saber quién eres tú. Mi lengua acaricia el interior de mi mejilla con tanta fuerza, que si fuese dura me la atravesaría. Sonrío para contener mi temperamento. Está bien que no quiera hablar de esa estúpida noche, pero ¿es necesario el teatro de que no me conoce? —Ella me pidió que viniese contigo. He sido asignada como tu asistente — repito lo que dijo Natasha. Al decirlo, su mano para, y su rostro se eleva lentamente a mirarme. Sus ojos marrones me aterran hoy. —¿Tú eres el reemplazo de Dafne? — pregunta sin creerlo. —Si el puesto de Dafne era el de tu asistente. Es lo que parece. Puedes confirmarlo comunicándote con Natasha… — explico queriendo sonar de una pieza, pero me cuesta. Él se dedica a golpear enfurecido en su teclado, suena tan duro que creo romperá a la pobre computadora. —¿Cómo te llamas? — pregunta bruscamente — ¿Cuántos años tienes? ¿17? Como odio a la gente hipócrita. No parecía de 17 esa noche. Me enfoco en lo que importa, quién soy y quién aspiro ser profesionalmente. —Mi nombre es… Leonora… Leonora Brown — respondo apretando mis manos en puños — Tengo 23 años y un Bachelor of Business Administration de la universidad de- —No es necesario continuar — me frena de una, me callo — Estás despedida. El pánico que estoy sintiendo actualmente es doloroso y capaz de volverme loca. —No… no… puedes despedirme. No he hecho nada malo. ¿Por-por qué? — digo con los ojos muy abiertos. —Porque-porque quiero — Damián es tan malo que imita la forma en la que mis ojos se abren. Se burla de mí. Mi boca tiembla ante su actitud, él no había sido así conmigo esa noche. Fue tan amable y encantador. Tierno y divertido, cálido y sexy. No un imbécil como se está portando ahora. —Estás siendo injusto conmigo. Esto debe ser un malentendido, acaban de darme una charla introductoria y entrar a tu oficina. Con todo respeto — él que a ti pedazo de caca te falta — señor Damián, no puede despedirme. Él deja de ver la computadora, le da tal girón a la pantalla que puedo divisar que tiene mi hoja de vida en esta, la ha buscado durante nuestra horrible plática los dos sobrios. —Ya que sabes leer, velo por ti misma. Tienes la hoja de vida vacía apartando pasantías. ¿De qué me servirías? Eres una niña inexperta, no estoy para cargas. Suficiente tengo. Quizás eso debieron decírmelo antes de contratarme, maldito cretino. Me vuelvo a morder la lengua. —Disculpe, pero he firmado un contrato bajo el puesto de asistente administrativo. Puede reubicarme donde le parezca más propicio — ofrezco siendo racional y política. —No, no quiero reubicarte, quiero despedirte. Vete o llamaré a seguridad — ordena. Sonrío brevemente de la incredulidad, no se atrevería ¿verdad? —Me gustaría que se calmará y discutamos este tema con Natasha de por medio. Por favor. Él me imita la sonrisa, aunque la suya es más alegre y de calma. Alza su teléfono y marca. —Sí, por favor, saquénla de mi oficina. Debe estar jugando. ¿No? En realidad, no jugaba. Un par de hombres están entrando en la oficina para sacarme de ella.Bueno, actualización. Estoy en la calle actualmente después de haber sido escoltada por dos guardias de seguridad de la oficina de Damián Goldstein. El impacto de haber sido escoltada de un sitio como ese, es muy grande como para procesarlo rápido. La mirada del resto de los empleados viéndome con pena mientras todo esto ocurría y yo aguantándome las lágrimas, está para ese rincón de mi memoria en el que almacenamos los momentos más vergonzosos de la vida. En pleno shock es que he pedido un taxi, y en pleno shock es que la gente me pasa por el lado sin importarle a nadie quién soy. Nadie aquí sabe que soy Leonora Brown y que vengo de la familia que vengo. Chequeo la app para ver por dónde va mi taxi y viene tan lento por el tráfico, que me pongo a caminar para acercarme yo a él. Quise pensar por estos días que esa noche no había acontecido, que no me había acostado así de fácil con un desconocido y dejado seducir con palabras obviamente falsas de amor. Quise seguir con mi vida sin r
Se suponía que estaría abriendo mis alas en una nueva vida. No encogiéndolas ante la terrible vergüenza e ira que me está consumiendo. Ver al hombre con el que pase la noche más mágica que hubiese tenido, poniendo un rostro de absoluto pánico al recordárselo. El cambio de sus expresiones es tan drástico, que es doloroso. —Déjanos a solas — pide Damián imponente a Natasha. Si pienso que ella se negará, eso queda desestimado muy rápido. Natasha ya se está parando y esquivándonos para salirse de su propia oficina sin chistar. —Tómense el tiempo que quieran — se despide. Veo la puerta por la que se fue, después veo a Damián que va a sentarse a la silla de Natasha. Como si esta fuese su oficina, aunque si Rowan es su abuelo, y él tiene un puesto tan grande para la edad que aparenta, eso hace más sentido. No le calculo más de 30. —¿Todos tus empleados te temen? ¿Qué clase de jefe eres? — pregunto desconcertada. —Uno que no quieres tener. ¿Para qué la insistencia? — responde de mal hum
La vida corporativa no debería ser una novela. Es la única certeza que tengo en la cabeza mientras veo cómo esta mujer grita y se esfuerza para que no la saquen de la oficina. Ya no es un solo empleado, son dos los que la están jalando de la cintura para que no entré. Estoy, paralizada. —Muévete, yo llamaré — me gruñe Damián quitándome el teléfono de la mano y marcando — Suban, sáquenla ya. ¡No es a la señorita Leonor, es a otra más! ¡Apúrense! Ni puedo recordarle a mi odiado jefe que ese no es mi nombre, la mujer en cuestión demuestra tener la fuerza de un caballo. Se suelta de los hombres y viene a aferrarse a mi brazo. —¡Tienes que ayudarme! ¡Mi hijo no tiene la culpa de los errores de su madre! —Disculpa, pero yo no puedo ayudarte… — digo intentando que me suelte. Si espero que mi maravilloso jefe me saque a esta mujer de encima, me equivoco, él se levanta de la silla y nos da la espalda. Parece que se la pasa con migraña. —¡Sí puedes ayudarme! ¡Convéncelo de que se haga la
Entre primeros días de trabajo caóticos, este debería ganarse el premio mayor. Tengo al bebé de mi jefe cargado en mis brazos y nadie me da respuesta de dónde está su madre.—¿No pueden encontrarla en el edificio? — exclamo perdiendo los estribos a José — ¡Tiene que estar aquí! ¡No pudo abandonar a su bebé con una desconocida! ¿Qué madre haría eso?Al avisarles que Marisella no estaba en el baño, los guardaespaldas de Damián habían ido a buscar a esa mujer por todo el piso en donde estábamos. Mientras yo me quedaba anonadada y con un bebé durmiéndose en mi hombro.—Cálmese señorita Leonora — me pide el hombre.Le miro con llamas en mis ojos.—¡¿Cómo me pides que me calme?! ¡No me dijeron en mi entrevista de trabajo que tendría que encargarme de los asuntos personales de mi superior! — digo tan estresada.¡Me había acostado con Damián! ¡Me había dicho que se enamoró de mí y prometió continuar lo nuestro al amanecer! ¿Ahora tengo que cuidarle al hijo que tuvo con la amante?Me equivoco
Mi simpatía por Marisella vuelve a reaparecer. Había que estar hecha del mismo material estéril que Damián Goldstein para no conmoverse con una madre llorando a mares con su bebé en brazos. —¿Cuál diagnóstico te dieron? — pregunto en un susurro. —Tengo un tumor en el cerebro. No para de crecer — asegura. —¿Damián sabe de esto? —Se lo he dicho, me ha bloqueado y sus guardaespaldas no me dejan acercarme a él en persona. También intenté ir con la prensa, tampoco quieren ir en contra de la familia. ¿A quién le dejaré a mi hijo? No tengo más familia. —Oye… Una prueba de ADN podría ayudarte — le aconsejo con lo poco que sé de este enredo. Marisella ve una luz al final del camino. —¡Ayúdame a conseguir su ADN! ¡Me lo das y le hago la prueba a mi hijo! ¡Ya no podrán verme como una loca! — me pide. Me asusto de inmediato. En definitiva, no firmé para esto. —Eso no sería ético de mi parte — aseguro. Ella más se acerca a mí con los ojos llorosos. —De mujer a mujer. ¿Qué harías si estuvi
Salí corriendo de Goldstein Invesments a la boutique más cercana, y regresé corriendo para arreglarme lo mejor que pude en el baño. Hice milagros para comprar un vestido, zapatos y maquillarme en 20 minutos. Lo conseguí de algún modo, y heme aquí. Llegando hiperventilada al estacionamiento subterráneo donde me está esperando Damián a punto de meterse al auto. Cuando me ve, puedo notar cómo me mira de pies a cabeza con una leve impresión, que esconde con facilidad para meterse en el auto. Le sigo. —Te ves mal. Pudiste hacerlo mejor — asegura viendo en dirección contraria a mí. No sé qué más quería. Tengo un vestido negro largo que se ciñe a mi figura. Sé que no es el mejor vestido, pero ni me lo probé en la tienda por las prisas. Sólo lo pagué y me lo llevé. —Lo siento. Fue lo mejor que pude conseguir en 20 minutos — respondo confundida. —Ya que insistes en estar bajo mi mando, sin que particularmente eso me agrade, tendrás que adaptarte a mis horarios. Toma — Damián casi que me la
Veamos, los matrimonios arreglados no son la norma en mi familia. Por ejemplo, mis padres se casaron perdidamente enamorados. Eso es lo que siempre me han contado, que comenzaron a trabajar juntos y perdieron la cabeza el uno por el otro, con un cortejo respetuoso y muy lento. Aun así, estoy al tanto de que, en las generaciones anteriores, matrimonios arreglados sí acontecieron. Pero demandarlos en la actualidad, imposible. Nunca pasaría. —No nos quieren casar. ¿Te volviste loco? Aunque loco ya has estado desde el inicio — espeto. Damián da varios pasos amenazantes para acercarse a mí, no retrocedo, me le quedó mirando con fuerza. —Eres una atrevida, no sabes respetar a tu superior. Miro a la muñeca de mi mano con mi reloj. —Ni debería estar trabajando a estas horas. Estoy fuera de horario laboral, fuera de ese tú no eres mi jefe — le comunico. Él me quiere decir varías cosas a través de su molestia. Aunque la cercanía que tiene su cuerpo del mío, siento que me quema. Un paso m
Mi tercera semana de trabajo es igual de infernal que la primera y segunda. Damián me está poniendo más trabajo del que una empleada nueva como yo debería tener; mis compañeros de trabajo evitan hablar conmigo, y sigo sin tener un escritorio fijo.Pero nada ha hecho que presente mi renuncia, continuó comprometida con no dejar a ese hombre destruir mi espíritu. Conmigo no podrá, y se lo he demostrado cumpliendo todas las asignaciones que me ha pedido. Con cada asignación exitosa que le entrego, peor es su furia.—¿Leonora? ¿Tienes un momento para mí? — pregunta Felipe.Es uno de los supervisores del piso, el único que a duras penas se atreve a hablarme. Ignoro el dolor de espalda que tengo porque hoy me toco un escritorio rotativo con la peor silla que pudieses tener.—Sí, por supuesto. ¿Qué sucede? — respondo viéndole en una sonrisa.Él baja su cabeza, como para que no le siga sonriendo. Esta empresa es tan rara, no es que sean odiosos conmigo, es que me tienen miedo. No estoy exagera