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Capítulo 4 El perdón antes de partir

Darragh aceptó con un ligero asentimiento, se jugaría el todo por el todo. Mostraría su momento más vulnerable frente a una de las pocas criaturas que alguna vez había estado cerca de herirlo de gravedad y que continuaba viva para contarlo.

El lobo se deshizo del saco y Gia descubrió que tenía dos pistolas sujetas sobre el pecho; le entregó ambas a la mujer.

—Tienen balas de plata, ¿sabes disparar?

—Sí —afirmó ella y revisó que estuvieran cargadas—. Hazlo, lobo.

Gia no retrocedió, sino que se quedó cerca.

Darragh inició su transformación y Gia enmudeció; no todos tenían el honor de ver algo así, ella no. Jamás había visto a un lobo de la familia Ashbourne transformarse. La escena la erizó.

Darragh cayó de rodillas; su piel comenzó a moverse como si algo reptara por arriba de los músculos. Los huesos del hombre crujieron, se rompían y movían en formas inhumanas. Su cabeza se desfiguró y comenzó a alargarse hasta formar el hocico del lobo.

Gia contuvo la respiración. Eso dolía, lo sabía, su transformación era igual, pero verlo en una luna menguante era otro tema.

—¡Se está transformando! —gritó uno de lo atacantes.

Gia se giró y cubrió a Darragh con su cuerpo con ambas pistolas en lo alto; retiró los seguros y tuvo dos segundos para recibir el primer ataque.

Una mujer se abalanzó sobre ella desde la izquierda; Gia disparó, pero no logró derribarla y la mujer la tiró. Su objetivo no era la loba, sino que se dirigió hacia Darragh, pero Gia se incorporó de un salto, la pateó en el abdomen y la mandó a volar hasta el siguiente árbol. No tuvo tiempo de reponerse, un hombre tiró de su cabello y trató de degollarla con sus garras, pero Gia interpuso la pistola y logró vaciarle medio cartucho en la cabeza.

La sangre de su oponente bañó a la loba.

Dos más se acercaban corriendo a Darragh; Gia logró dispararles en las piernas. La plata hizo lo suyo y los dejó imposibilitados.

Una flecha atravesó el hombro de Gia; ella chilló de dolor y cayó de rodillas. El ardor que producía la plata lunar era tal que podía cegarte o volverte loco si no lograbas sacarlo de tu cuerpo, pero no tuvo tiempo de hacerlo.

Una mujer con arco apuntaba a Darragh. Gia apretó los dientes y se lanzó hacia la mujer; trató de dispararle, pero la enemiga se defendió y logró hacerla soltar las pistolas.

Gia la derribó y se posicionó arriba de ella; trató de noquearla golpeando la cabeza contra las piedras, pero su atacante clavó las garras en sus brazos y comprobó que tenía las puntas de éstas con plata.

Gianna no tuvo tiempo de reaccionar; estaba tan adolorida que ni percibió la incomodidad que le producía transformar sus garras para tratar de defenderse, pero era inútil. No podía con lo maltrecho de su cuerpo.

La pobre loba gritaba de dolor sin ceder en su agarre mientras era arañada al punto de desprenderle pedazos de piel. Pronto no pudo mantener la fuerza, su oponente la derribó y clavó las garras en su cara; Gia aulló y sus ojos se volvieron color ámbar, nunca había sentido tanto dolor.

Y, de pronto, su oponente ya no estaba arriba de ella.

«Tengo que defender a Darragh», pensó y encontró fuerzas para sentarse y buscar al lobo, pero ya no estaba ahí, sólo su oponente al que le faltaba la cabeza.

El dolor la estaba haciendo desvanecerse. Intentó buscar a Darragh, pero sólo estaba su ropa rota y ensangrentada por la transformación. Los sonidos se mezclaban, habían gritos, gruñidos, huesos rompiéndose.

Gia trató de incorporarse, pero su pierna se había roto y no pudo hacerlo; volvió a caer y se arrastró hacia las pistolas. Sólo una tenía un par de balas, pero la empuñó con fiereza y se refugió detrás de un árbol.

Los gritos y gruñidos continuaron unos minutos más, luego todo fue silencio.

Gia olfateó a Darragh, se acercaba; ella bajó la pistola y enmudeció ante el enorme lobo blanco se asomó frente a ella. Era más majestuoso de lo que había escuchado, ninguna descripción le hacía justicia.

Darragh, como lobo, medía dos metros de altura y su pelaje blanco robaba todo el brillo de la luna; sin embargo, esa noche se encontraba manchado de sangre que también escurría por el hocico del animal.

El lobo se acercó a Gia; ella cerró los ojos porque creyó que le pondría final a su sufrimiento, pero en su lugar sujetó la flecha con el hocico y tiró de ella. Gia escuchó la piel de Darragh quemándose con la plata, así como el aroma que dejaba en el ambiente; ella ya casi no era consciente del dolor.

—Estoy perdiendo mucha sangre —dijo y percibió sus colmillos lobunos que en algún momento se habían asomado durante la batalla—. No lo voy a lograr.

El lobo sollozó y frotó su cabeza con la de Gia.

»Te perdono, Darragh.

Él se apartó, negó y se agazapó frente a ella.

»¿Quieres que suba? Tengo la pierna rota.

Darragh se pegó más, necesitaba salvarla.

»No podré…

—Por favor, Gianna, por favor —escuchó Gia en su cabeza.

Ella miró al lobo.

—Darragh, no puedo… Voy a…

—No vas a morir. —Darragh volvió a hablar en su cabeza—. Puedo salvarte, sólo tenemos que llegar a la mansión y te salvaré, lo prometo.

Gianna no comprendía. Los hombres lobo no poseían la telepatía, ¿acaso los Ashbourne sí?

Ella lo intentó:

—Acércate más, Darragh —susurró con su pensamiento.

Darragh soltó un respingo, ¿Gia estaba en su cabeza?

»¿Qué está pasando?

Darragh negó, no lo sabía, pero no tenía tiempo para averiguarlo. Gia tenía muchos huesos rotos y una hemorragia interna, podía adivinarlo con escuchar el latido cansado de su corazón.

Gia apretó los dientes, se sujetó con todas las fuerzas del pelaje abundante de Darragh y se incorporó; el lobo la empujó con el hocico y, en medio de gritos de dolor, Gia logró subir a su lomo.

—Sujétate fuerte, debo ir rápido —pidió Darragh.

Su voz, en la cabeza de Gia, era un calmante.

Ella aceptó con los dedos enredados en el pelaje.

Y Darragh corrió más rápido que nunca porque en su lomo iba la mujer que probablemente era parte de una leyenda muy vieja.

Si sus sospechas eran ciertas, Gianna podría ser su mate, su Luna, pero la simple idea le parecía imposible. No se habían concebido algo semejante en siglos y, según la leyenda, eso sería el presagio de una catástrofe que necesitaría del alfa más fuerte y aquello sólo podría ser con la compañía de su Luna…

¿Gianna sería eso para Darragh?

El lobo apresuró el paso; no podía permitir que Gia muriera porque sintió que si eso pasaba, una parte de él también fallecería.

Darragh brincó el muro de la mansión y cayó en medio del jardín; algunos habían percibido el aroma de la sangre segundos antes, mas no tuvieron tiempo de reaccionar rápido.

El enorme lobo blanco aterrizó con Gia en su lomo; su pelaje estaba bañado en sangre y permanecía alerta en medio de gruñidos.

Darragh se inclinó y Gia bajó del lomo, mas no logró mantenerse en pie y cayó.

El lobo blanco aulló; no tuvo que hacer nada más para que se movilizaran y auxiliaran a Gia sin detenerse a preguntar por qué esa «regalada» se encontraba en tan malas condiciones.

—¡¿Qué está sucediendo?!

Leonard, el alfa y padre de Darragh se abrió paso entre la multitud que ya corría de un lado a otro para auxiliar a Gia.

Un par de mujeres corrieron hacia Darragh con una bata de satín y la dejaron caer sobre el lomo del lobo; éste empezó a regresar a su forma humana con el mismo espectáculo escalofriante que unos momentos atrás Gia fue capaz de presenciar.

En esta ocasión el pelaje cayó en trozos sobre el jardín y luego se deshizo, dejando en medio sólo al humano desnudo que se apresuró a cerrar la bata.

—Nos atacaron —respondió Darragh con la voz ronca y entró a la casa sin esperar respuesta de su padre; él lo siguió hasta el interior.

—¿Qué? ¿Quiénes?

—Hombres lobo, no sé quiénes, no me detuve a averiguar.

El grito de la mujer lo hizo correr hacia las escaleras. La estaban atendiendo en una de las habitaciones inferiores, pero él necesitaba llegar primero al estudio de su padre.

»Gia estaba mal herida y…

—Darragh —llamó el alfa, pero era una orden para que se detuviera.

Su hijo lo hizo por dos segundos, luego se apuró a terminar de subir las escaleras y a internarse en el largo pasillo que conducía al estudio.

»¿Qué estás haciendo?

Darragh abrió la puerta del estudio y encontró a su hermano menor teniendo sexo con una mujer sobre el escritorio de su padre; la pareja se apartó y recompusieron sus ropas al ver a ambos lobos entrar.

—Perdón… —titubeó Kilian, el hermano, mientras que la mujer salió corriendo del estudio—. Pensé que…

Kilian también calló al ver a Darragh dirigirse a la vitrina blindada del fondo que resguardaba una jarra de oro con incrustaciones de piedras preciosas; sólo necesitó su huella dactilar para abrir la vitrina y tomó la jarra.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —bramó su padre—. ¡¿Se puede saber qué son todas estas faltas de respeto?!

—¿Qué planeas hacer con eso? —inquirió Kilian.

Darragh respiró hondo. No tenía tiempo para todo eso cuando en sus manos ensangrentadas yacía la cura para salvar a Gianna luego de arriesgar su vida por él.

Sin embargo, supo que su hermano y su padre no permitirían tan fácilmente que empleara aquella milagrosa cura en una omega como Gianna, una que ni siquiera nació perteneciendo a la manada y ahí, en esos breves segundos, descubrió que era capaz de todo por salvar a esa loba… hasta desafiar a su padre, el alfa de la manada.

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