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Capítulo 3 Dos contra el mundo

—Ya quisieras, Mark… ¡Yo nunca he hecho ninguna de las cosas que insinúas! —bramó Gianna, alarmada por semejantes acusaciones cuando todo lo que había hecho en su vida era tratar de pasar desapercibida.

—¿Olvidas que yo te conozco mejor que todos? —gruñó él—. Fuiste el estorbo de mi familia, nos obligaron a cuidarte cuando tu manada te regaló y creciste en nuestro hogar.

Era verdad. Gia creció en una casa de campo con la familia de Mark, aunque ellos sólo iban de forma esporádica. La loba pasaba más tiempo con los empleados del lugar que con ellos.

Y Mark siempre quiso algo más con ella…

—Los obligaron por ser de un nivel tan inferior —acusó Gia—. Eso no es mi culpa.

La loba apartó la mano de Mark y se dispuso a marcharse, pero el lobo tiró de su brazo por la fuerza y la arrojó hacia la fuente. Ella trastabilló y logró recuperar el equilibrio antes de caer en el agua.

—¡Recuerda tu posición, sucia comadreja! —gritó Mark—. ¡No puedes faltarme al respeto! ¡Soy tu superior y tienes que obedecerme!

—No eres mi superior, ¿quién te mintió? —retó ella con una sonrisa y olfateó el aire—. Apestas a peróxido, ¿te teñiste el cabello? ¿Ya tienes canas?

Mark apretó la mandíbula. El odio brotaba por sus ojos que comenzaron a tornarse ámbar.

Gia se mantuvo firme. No se sentía en desventaja frente a Mark, ninguno podía cambiar a lobo a voluntad, eso era algo que solamente la familia Ashbourne podía hacer; ahí radicaba su poder, eran los únicos en el mundo capaces de hacer eso porque descendían de los primeros hombres lobo que caminaron sobre la tierra.

—Estás pidiendo a gritos que te obligue a respetarme —siseó Mark y acortó la distancia hasta Gia—. Tu corazón late muy rápido.

Gia levanto más la mirada; no se dejó amedrentar. El corazón de Mark latía igual de rápido que el suyo porque Gia no era una loba indefensa, él lo sabía. Gianna era una guerrera formidable.

—¿Y tú qué? ¿Nervioso? —sonrió Gia.

Fue suficiente para Mark. Extendió la mano y la sujetó por el cuello; Gia tomó la muñeca del hombre con ambas manos dispuesta a romperla; sin embargo, la pelea tuvo que detenerse.

—¿Qué está pasando aquí? —bramó Darragh desde la escalinata.

La voz del futuro alfa retumbó en el jardín y Mark soltó a Gia.

Ella se sujetó el cuello y miró al lobo que acababa de llegar, su sola presencia imponía respeto como si el aire crujiera a su alrededor con la potencia de su voz y esencia.

—¿Qué pretendías hacer, Mark? —cuestionó Darragh.

—Ella me retó, sólo la estaba poniendo en su lugar y…

Gia no terminó de escuchar, sino que se apuró a salir de ahí sin importarle dejar a Darragh con la palabra en la boca.

La loba entró de nuevo a la enorme mansión, se mezcló entre las personas, recogió su abrigo en la entrada principal y salió de ahí.

«No puedo quedarme un minuto más aquí», pensó mientras se colocaba la prenda y recorría la parte delantera repleta de automóviles lujosos. Ella sabía que cualquier pequeño error podía poner en peligro su vida.

Gianna había abandonado aquella vieja casa de campo cuando cumplió la mayoría de edad; desde entonces comenzó a trabajar en lugar pequeñitos y a vivir en albergues hasta que logró rentar un cuarto.

La manada se olvidó de ella… o eso creyó.

Gianna tenía el coraje atorado en la garganta en forma de nudo. Quería llorar, mucho, dejarse caer sobre las rodillas y llorar por los padres que la regalaron como obsequio de paz.  Ya casi ni los recordaba, sólo eran una imagen borrosa. Ni siquiera pudo estudiar o ser una adolescente promedio de la manada que tenían acceso a todas las comodidades que les brindaban.

Gianna fue tratada como un bufón que no merecía un poquito de respeto.

La loba salió del terreno de la mansión y se enfrentó a la larga carretera solitaria que se extendía frente a ella. Tendría que caminar en medio de la oscuridad o pedir un taxi, pero al sacar su celular descubrió que se quedó sin batería.

—Genial —suspiró y emprendió la marcha.

Estaba de tan abrumada que le iría peor a cualquier humano que intentara hacerle algo, eso era seguro.

No obstante, su solitario caminar se interrumpió cuando Darragh la llamó con esa voz autoritaria con la que todos obedecían, pero ella no lo hizo y siguió andando. Supo que estaba jugando con fuego, que debió obedecer, mas sólo quería escapar de ahí y regresar a su monótona vida como una chica promedio.

Escuchó los pasos del hombre acercándose, percibió su aroma en el aire y su instinto de supervivencia se disparó.

¿Y si la atacaba? No podría con él, de eso no le quedaba duda. Darragh la aplastaría con una mano.

—¿Te vas? —preguntó el lobo cuando la alcanzó y empezó a caminar a su lado.

—Sí…

Darragh gruñó.

—No obedeciste.

—No.

—Tienes que obedecerme, lo sabes.

Gia se detuvo, lo miró y tragó duro. El cuello le dolió un poco al levantar la cabeza tan rápido para mirarlo a la cara.

Darragh la hizo sentir pequeñita; sin embargo, el temor se diluyó un poco porque no encontró furia en esos ojos grises.

—Perdón.

—¿Qué pasó ahí adentro?

—Creo que lo sabe, lo mismo de siempre, señor.

Darragh frunció el entrecejo.

—¿Saber qué?

Gianna echó una mirada desdeñosa hacia la mansión.

—Lo que toda la manada ha hecho siempre conmigo.

Darragh se aclaró la garganta.

—Gianna…

—Quiero ser una loba solitaria, por favor —musitó y volvió a mirarlo a los ojos. Era una súplica—. No quiero pertenecer a ninguna manada, ¿puedo hacer eso?

—Sabes cómo se castiga a los desertores, Gianna Davies.

Ella asintió.

No quería morir.

—Entonces me conformo con no tener que verlos más.

La loba apretó los labios y continuó caminando. Darragh avanzó a su lado en silencio por unos minutos.

»Ya casi es medianoche, debería volver con su familia y celebrar, señor.

Darragh asintió.

—Regresa, es peligroso que camines sola por aquí.

—Puedo defenderme.

—Lo sé, pero…

Gianna se detuvo. Él la imitó.

La loba contempló al hombre que tenía el cabello suelto sobre los hombros y que parecía brillar bajo la luz de la luna llena. Era una criatura hermosa.

—¿Por qué no lo detuvo?

—¿Qué…?

—Los latigazos, ¿por qué no lo detuvo? Si hubiera intervenido, se habrían detenido.

—Di la orden —interrumpió Darragh y no logró sostenerle la mirada—. Mi padre la anuló, dijo que era una ofensa que me atacaras.

—Usted empezó —recordó ella—. Sólo quiso hacer lo que todos los niños hacían conmigo, lastimarme.

Darragh se mantuvo en silencio.

»No merecía esos latigazos.

—No —reconoció él—. Te debo una disculpa.

Gianna se quedó boquiabierta.

—¿Usted se está disculpando?

Él levantó la mirada.

—Tómalo o déjalo.

Gia respiró hondo. Jamás había escuchado que Darragh se disculpara, ¿a qué se debía?

La loba emprendió de nuevo la marcha sin responder, se había quedado sin palabras.

Darragh se apresuró a seguirla y tiró de su muñeca; el contacto con su piel la estremeció. Gia giró, sus ojos se conectaron por unos segundos eternos en los que creyó escuchar un arrullo más viejo que la humanidad y, al notar la expresión de Darragh, supo que él escuchó lo mismo. Sin embargo, Gia notó un movimiento en medio de las sombras, por detrás de los árboles, y su reacción natural fue apartar a Darragh de un empujón.

Una flecha rozó la oreja de la loba y la sangre brotó. Gianna cayó hacia un costado con Darragh por delante.

Frente a ellos, en el suelo, había una flecha de plata y supieron que pronto llegarían más.

—¡Corre! —gritó Gia.

Darragh pensó que esa mujer estaba loca, ¿cómo iba a escapar y dejarla ahí?

La siguiente flecha rozó la mejilla del lobo. Él no se quedaría ahí a esperar que lo atacaran desde el refugio de los árboles, sino que se precipitó hacia las sombras y corrió a una velocidad sobrehumana hasta sumergirse en la maleza.

»¡Darragh, no!

Era su oportunidad para escapar. Si Darragh quería morir, era su problema, ¿no? Sin embargo, toda su vida la aleccionaran para proteger a la familia Ashbourne. Y, además, no se perdonaría que algo le sucediera porque… ¿por qué?

No había tiempo para pensar en eso.

Gia subió su falda, desenfundó la navaja que llevaba firmemente sujeta en la pierna y corrió detrás de Darragh. Su aroma fue lo primero que la guió en medio de las sombras y el silencio abrumador de los árboles; no necesitó ni esforzarse para seguir el rastro del lobo que se encontraba escondido detrás de un árbol.

Gia se movía con gracia y sigilo; Darragh sólo supo que se acercaba por su aroma.

Los hombres lobos tenían el olfato mas desarrollado aun en su forma humana, pero jamás habían percibido así el aroma de otro.

Ahí, en medio de las sombras, intercambiaron una mirada confundida.

Darragh rompió el contacto visual con Gia, lo desconcertaba, y señaló hacia un árbol al borde un claro unos metros por delante. Gia prestó atención y los vio; su corazón dio un vuelco. Se enfrentaban a varios oponentes y ellos sólo eran dos. Sin embargo, Darragh podría transformarse en lobo y eso los pondría en ventaja.

Darragh dudó. No podía sólo transformarse, era el momento más vulnerable de cualquier hombre lobo, y ahí sólo estaba Gia para defenderlo, ¿y si lo traicionaba?

—Te protegeré —susurró Gia lo más bajo que pudo.

Darragh la miró fijamente a los ojos y supo que no tenía otra opción más que confiar en aquella loba que una vez intentó asesinarlo. Tal vez terminaría lo que inició en aquella pelea años atrás o… podría cumplir su palabra y protegerlo como él mismo no pudo hacer con ella cuando sólo eran unos niños.

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