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Capítulo 5 El poder de la sangre eterna

—Nos atacaron —explicó Darragh en un último intento por hacer entender a su familia que necesitaba salvar a Gianna—. Gia me defendió y está muy herida, necesito que beba esto para recuperarse y…

—Es una omega, Darragh, no puedes pretender que beba de la sangre de la eternidad, ¿sabes lo difícil que es conseguir más de ella? —interrumpió su padre—. Se agradece su acto heroico, su funeral será un homenaje a su valor, pero…

—¡No voy a dejar que muera! —gritó Darragh.

—¡Pero estás loco si piensas tirar la sangre de la eternidad de esa forma! —atacó Kilian—. Los vampiros están casi extintos y jamás volveremos a conseguir una sangre como esa, no puedes gastarla de esa forma…

—Ella me salvó.

—Era su deber —aseguró su padre—. Es lo menos que podía hacer luego de darnos tantas molestias.

—¿Molestias?

—Su manada.

—La entregaron de niña, ella no tenía idea de nada, nosotros…

—¿No recuerdas cómo te atacó cuando eran niños? —interrumpió su padre—. Tuvimos que sancionarla.

Darragh recordó a Gia amarrada y sobre sus rodillas mientras recibía los latigazos. Su rostro estaba desfigurado por el dolor y lloraba a raudales mientras los espectadores reían.

—Yo la ataqué primero —recordó Darragh—. Ella se defendió.

—Ella olvidó su lugar —corrigió Kilian—. ¿Y ahora pretendes usar la sangre con ella?

Darragh miró a ambos, ¿podría con los dos?

Quizá.

Hacía mucho tiempo que el futuro alfa sabía que podría tomar el liderato por la mala, era fuerte, más que su padre, podría derrocarlo. Y su hermano era joven e inexperto, prefería la diversión y las mujeres en lugar del entrenamiento.

Darragh podía vencer a los dos, pero no sabía si tenía tiempo suficiente para hacerlo y salvar a Gia. Él mismo estaba aterrado y sorprendido con sus pensamientos y sentimientos; prefería acabar con su padre y su hermano para mantener con vida a Gianna.

De repente, esa joven loba se había convertido en algo vital para él, ¿era por la leyenda? ¿Era su destino?

Darragh asomó los colmillos que eran discretos en su forma humana, muy diferentes a cuando era un lobo de dos metros.

Su padre apretó los puños. Él también era consciente de que no tenían ninguna oportunidad frente al mayor de sus hijos.

—Usaré la sangre, ¿de acuerdo? —dijo Darragh con voz firme—. Y si debo pasar sobre ustedes para hacerlo, lo haré.

Su padre se quedó boquiabierto, ¿era real? Su heredero estaba amenazándolo, ¿cómo era eso posible? ¿Y todo por una omega regalada?

Darragh contempló a ambos; eran fisicamente muy parecidos a él. Su padre también llevaba el cabello largo, su hermano lo usaba corto, pero los tres tenían las hebras plateadas y los ojos grisáceos.

El alfa extendió el brazo para detener a su hijo menor que no medía la fuerza real de Darragh; por el contrario, Leonard sabía que su hijo mayor podía con los dos.

—¿De cuántos te defendió? —inquirió Leonard.

—Ocho atacantes.

—¿Ella sola?

—Sí, mientras me transformaba.

El alfa hizo un asentimiento.

—Ve —ordenó—. Enviaré a algunos lobos a revisar la zona.

Darragh no dudó un segundo más, sino que salió disparado del estudio con la urna de oro entre las manos.

Los invitados seguían aglomerados en la planta baja hablando de lo que sucedió cuando lo vieron descender por las escaleras y reconocieron de inmediato la urna, no tardaron en deducir lo que haría y se preguntaron cómo era posible que fuera a usar la sangre en alguien como Gianna.

—¡Amor mío! —chilló Cornelia y se abrió paso entre la multitud para detener a Darragh, pero éste continuó andando—. ¡Espera! ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué pasó?!

—Estoy bien —resumió él—. Quédate aquí.

Darragh no quería verla, estaba confundido. Si Gianna era su Luna tendría que apartar a Cornelia, no quedaba duda.

—¿A dónde llevas la urna?

Cornelia sabía, pero quería escucharlo de sus labios, le parecía inaudito.

Darragh no respondió, sino que tomó el camino del pasillo izquierdo, avanzó hasta el fondo y abrió la última puerta en donde percibió el aroma de la sangre de Gia.

Gia yacía inconsciente sobre la cama con tres mujeres alrededor que le limpiaban la sangre y trataban de contener una hemorragia del vientre.

—Fuera —ordenó Darragh.

Las mujeres eran otras omegas, portaban sus uniformes de empleadas domésticas y ni titubearon cuando Darragh las echó; sin embargo, Cornelia se quedó ahí, estática.

—No pretenderás darle de la sangre a esta basura, ¿o sí?

—No es una basura y te prohibido expresarte así de ella —dijo él y avanzó hacia la cama; Gia tenía el rostro arañado y había perdido parte del labio con un rasguño—. Sal de aquí, Cornelia.

—Tu abuelo consiguió esa sangre, es una leyenda, Darragh, y sabes que jamás volveremos a conseguir algo así.

—Lo sé.

—¿Y la usarás en ésta…?

—En Gianna —interrumpió él y clavó la mirada plateada en su prometida—. Ahora vete.

—Pero…

—¡Vete! —bramó el lobo.

Cornelia retrocedió, dudó unos segundos, pero finalmente se marchó.

Darragh no perdió más el tiempo. Abrió la tapa, que incluía un gotero, y lo llenó con la sangre que contenía la urna.

La sangre de los vampiros era mágica, podía curar cualquier herida o enfermedad; a lo largo de los años la habían usado en batallas donde estuvieron a punto de perder a un lobo importante, pero jamás a un insignificante omega. Quedaba muy poca, apenas unas gotas, y usaría tres de éstas en Gia, quizá hasta cuatro, porque ella lo merecía.

Gianna tenía que vivir. Darragh la necesitaba, no sabía cómo o por qué, pero ya no concebía un mundo sin ella en éste.

—Bebe, Gia —susurró él y entreabrió los labios de la mujer donde vertió las cuatro gotas de sangre—. Vive, Gia.

Gia se movió un poco.

Y Darragh aguardó sin apartar la mirada del rostro maltrecho de la mujer que arriesgó su vida por él.

El lobo jamás imaginó que esa leyenda tan «cursi» podría ser real. Era una historia que había pasado de generación en generación, incluso había llegado a la ficción y existían miles de películas con el tema; pero… parecía real.

Darragh escuchó a Gianna en su cabeza, la sintió tan cerca… y aquello jamás había sucedido. Nadie estaba seguro de qué se debería sentir, pero Darragh estaba seguro de que jamás había hablado mentalmente con alguien más ni experimentado todo lo que vivió esos segundos antes de que fueran atacados.

Pero… si era verdad, ¿cuál sería la tragedia que se cerniría sobre ellos?

Ahí, en esa habitación, Darragh no quiso pensar en nada malo, sólo en que la mujer que yacía en la cama se salvaría.

El lobo se inclinó sobre Gia, recargó su frente en ella y escuchó con todos sus sentidos.

Escuchó… y ahí estaba, ese misterioso canto más antiguo que la humanidad, más real que cualquier cosa que hubiera presenciado antes.

Gia soñaba.

No, recordaba.

Por sus venas recorría la sangre ancestral que encerraba más preguntas que respuestas o al menos ningún ser viviente había podido contestarlas; los vampiros no contaban como criaturas vivas, no propiamente dicho.

En medio de esas imágenes era consciente de la sangre que la estaba curando, pero no podía abrir los ojos; estaba atrapada en sus sueños con escenas que prefería olvidar. Desfilaban rápido frente a ella, como si se tratara de un álbum que alguien más manejaba y, de pronto, se detuvo en la imagen del joven Darragh cuando tenía trece años; Gia lo recordaba muy bien, demasiado bien.

Gia miró sus manos, ¿estaba despierta? No, se recordó, estaba atrapada en sus recuerdos mientras esa sangre cumplía su cometido.

Y sus manos eran pequeñas, llenas de cortes y golpes; maltrechas, el resultado de horas entrenando a solas en medio del bosque a escondidas de los demás. Nadie podía saber que se preparaba para una guerra imaginaria, porque Gia temía que un día la manada la mataría, al menos quería defenderse.

Esos eran los miedos de una niña de doce años.

Gia se arrodilló frente al riachuelo y enjuagó las manos sucias. Entonces contempló su reflejo, su rostro aniñado, sucio y también maltrecho le regresó la mirada triste.

Gianna fue una niña triste y sola.

Una piedra la golpeó en la cabeza. Ella se quejó y miró sobre el hombro; estaba tan agotada que no escuchó a los chicos acercándose en medio de la maleza.

—Eh, muerta de hambre, ¿qué haces? —gritó Mark.

Dos chicas estaban con él, rieron. Una tomó una piedra y se la arrojó a Gia quien apenas pudo esquivarla por unos centímetros.

—Nada —musitó Gia cabizbaja.

—¡Mírame a la cara cuando te hablo! —bramó Mark y avanzó con paso decidido hacia ella, pero se detuvo unos metros antes—. Perra insolente.

Y el chico le arrojó otra piedra de forma imprevista que pegó de lleno en la frente de la chica.

Gia se encorvó, una gota de sangre chorreó por su rostro hasta el suelo. Su cara dolía, su corazón también. A veces sólo quería que todo se terminara rápido, que alguien acabara con su vida y por fin pudiera descansar.

Mark y las chicas rieron a carcajadas.

—¿Qué hacen? —preguntó otro chico.

Gia levantó un poco la mirada, era Darragh.

El miedo de la joven loba aumentó y su corazón se aceleró.

Gianna sabía que la presencia de Darragh podría cambiarlo todo, para bien o para mal, pero también conocía la amistad que compartía Mark con el hijo del alfa de la manada.

¿Y si Darragh la atacaba? ¿Debería defenderse o permitir que la lastimara como todos los demás? La joven loba se sentía tan cansada de todo que supo lo que haría, aunque también que eso podría costarle la vida sin importar si vencía a Darragh.

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