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Una loba rebelde para el alfa
Una loba rebelde para el alfa
Por: Malena de la Luna
Capítulo 1 Una invitación, un reencuentro

Gianna no quería ir a esa fiesta, detestaba la simple idea de ver a los lobos de aquella manada que tanto daño le causaron desde que era una niña, pero, sobretodo, no deseaba ver a Darragh Ashbourne por nada del mundo.

Que la Diosa Luna la protegiera de ver esos ojos plateados que parecían atravesarte el alma.

La joven loba había logrado labrarse un humilde camino lejos de la manada de «La luna susurrante», la más antigua y poderosa del mundo, y no pensaba arrojarlo por la borda. Era como si ellos se hubieran olvidado de su existencia y no quería que eso cambiara.

Gianna era feliz con su modesto trabajo en la cafetería que estaba debajo de su humilde departamento en Queens, Nueva York, ¿por qué arriesgar todo eso?

Los recuerdos de aquellos tormentos continuaban adheridos en su memoria, así como en su piel; todavía poseía cicatrices de aquellas injusticias por las que tuvo que atravesar.

«Darragh Ashbourne», pensó y su corazón se aceleró, pero no por la emoción, sino por la incertidumbre.

Recordaba la sensación de aquella soga atada a sus muñecas mientras estaba sujeta a aquella madera en espera de los latigazos a los que fue sometida por atreverse a retar al hijo del alfa.

«¿Quién se creía?», podía leer en las miradas que todos los que la rodeaban mientras Gia suplicaba por perdón. Su voz aniñada, sumergida en el llanto, retumbaba en sus tímpanos mientras pedía por una clemencia que sería imposible otorgarle; ella sería un ejemplo para imponer respeto. En su inocencia se atrevió a responder el ataque de Darragh, quien apenas era un año mayor que ella, cuando debió simplemente recibir las agresiones y callar.

Pero Gianna no entendía por completo todavía su posición en la manada como un obsequio de paz; ella quiso defender su cuerpo, su dignidad y terminó peor.

«Por favor, por favor, Gia. No puedo ir sola, por favor», suplicó Beth por mensaje de texto.

Gianna leyó el mensaje, suspiró hondo y guardó el aparato en el bolsillo trasero de su pantalón ajustado. Bajó la puerta metálica de la cafetería y se sacudió las manos.

Beth no quitó el dedo del renglón, así que la llamó y Gia contestó de mala gana:

—No iré, Beth, no quiero verlos.

—Yo tengo que ir, lo sabes, será una ofensa terrible no asistir a la fiesta de Año Nuevo cuando nos han invitado a todos, pero Oliver estará ahí y no quiero enfrentarlo sola.

—Irás con tus padres, Beth, son los beta.

—Ya sé, pero no quiero estar pegada a ellos, por favor.

Gia suspiró. Beth era la única loba de la manada que jamás la trató mal, por el contrario, la defendió siempre que pudo, aun cuando Gia tenía dominada la situación.

Gia estaba en deuda con ella, lo sabía.

—No estoy invitada —dijo Gianna en un último intento por salvarse.

—Sabes que sí.

—No me llegó la invitación.

—Darragh nunca se olvidaría de ti, lo sabes.

Gianna volvió a suspirar. Era probable que la invitación estuviera en su correo electrónico, porque ya no estaba en la época medieval para enviarse palomas mensajeras, sino que todos los integrantes de la manada poseían un correo electrónico oficial que ella omitía revisar.

—Revisaré y si estoy invitada, iré, si no, pues no.

—Perfecto, paso por ti en treinta minutos.

Beth colgó.

Gianna odió la confianza con que su amiga estaba convencida de la invitación, quería que estuviera equivocada y que Darragh la hubiera olvidado; sin embargo, ahí mismo decidió revisar el correo electrónico desde el celular y comprobó que Beth estaba en lo cierto.

Darragh la recordaba y Gianna odió eso. No podía rechazar la invitación, sería considerada otra ofensa y no quería recibir un castigo por ello. Era más sencillo asistir y marcharse pronto, de esa forma continuarían ignorando su existencia y ella podría continuar siendo feliz.

La imagen del joven lobo la atormentaba, esa impasibilidad en su rostro aniñado mientras ella recibía aquellos latigazos por atreverse a responder el ataque. Gianna gritó durante los primeros diez, luego calló y fijó la mirada en él; sólo en ese momento lo notó vacilar.

Y en su presente aquellas cicatrices le produjeron un hormigueo, a veces sucedía; Gianna se preguntaba si era real o sólo imaginaciones suyas.

—Carajo —masculló Gianna.

Un hombre pasó por la calle; resguardaba algo en su chaqueta. Gianna adivinó que pensaba asaltarla, nadie podía resistirse a una inocente damisela sola en las calles oscuras de Queens.

Pero Gianna no era una inocente damisela.

La joven loba sostuvo la mirada del hombre y manifestó la energía ancestral que corría por sus venas; sus ojos se tornaron ámbar y el hombro corrió despavorido.

Gia sonrió con satisfacción y pensó que era una lástima que no pudiera espantar así a Darragh Ashbourne; ya no más. Atrás estaban los años en los que podía vencerlo en un combate, aquello ya sería imposible y ella lo sabía; además, como una buena omega su única misión era servirlo y adorarlo, por mucho que le costara entenderlo.

Gianna se vistió con su mejor vestido; lamentó no mirar antes esa invitación ni adivinar que Beth la obligaría asistir, así habría comprado algo un poco menos… revelador, pero ya no quedaba tiempo. Ella solía ser recatada con su ropa, pero ese atuendo fue un arrebato de seguridad y lo había usado en muy pocas ocasiones.

La joven loba se miró en el espejo completo detrás de la puerta de su habitación. El ceñido vestido rojo con el escote de corazón hacia resaltar su curvilíneo cuerpo que era resultado de sus extenuantes entrenamientos. Sin embargo, debía llevar la cabellera roja suelta sobre la espalda para esconder las cicatrices que portaba por su dura infancia.

Un collar, con una piedra azul, completaba el atuendo y combinaba con el mismo tono de sus ojos.

Pintó sus labios con un color rojo carmesí y sonrió.

Era hermosa, lo sabía, pero no siempre se sintió así, sino más bien como un bufón. No sólo estaba su encuentro con Darragh, sino que fue objeto de cientos de burlas y «bromas», como cuando le quemaron toda su ropa porque de seguro tenía sangre de «bruja»; tenía diez años y tuvo que usar la misma ropa por un mes.

«Unos traidores y unos fracasados», pensó Gia sobre su manada, ni habían logrado su cometido y ella estaba pagando los platos rotos.

El sonido del claxon interrumpió sus pensamientos. Gianna tomó su bolso, un abrigo y salió del departamento; descendió las escaleras con maestría y sonrió a Beth, quien aguardaba adentro de su precioso automóvil deportivo en color amarillo chillón.

Beth no sabía nada de discreción. Era una preciosa mujer rubia de ojos verdes que seducía a todos con una sonrisa inocente.

—Oh, por Dios, Darragh se babeará cuando te vea —rió Beth cuando Gianna subió al automóvil—. Su prometida arderá en celos.

Gia puso los ojos en blanco. Lo último que quería era ese tipo de atención por parte de Darragh, aunque comprendía la emoción de Beth; era el sueño de cualquier mujer de la manada.

—Son tal para cual.

—¿No te gusta ni un poquito? —tanteó Beth.

—No.

—Será el líder, Gia, ¿te imaginas? Serías la hembra alfa.

Gia soltó una risa cansada.

—La manada me mata primero antes de tolerar que fuera su alfa.

—Tendrían que matar primero a Darragh y eso lo veo complicado, amiga.

La pelirroja tragó duro y asintió. Darragh era un peleador formidable, el único al que no pudo vencer cuando eran pequeños, pero le bastaba con pensar en él para recordar el dolor en carne viva de los latigazos.

Gia sintió los nervios meterse en su cuerpo. Recordó la mañana cuando lo conoció, cuando Darragh sólo vio a una niña regordeta, pero que lo hizo callar con una despiadada pelea que la hizo ganarse quince latigazos por atreverse a desafiar al hijo del alfa.

Darragh intentó detener el castigo, claro, pero en las intenciones se quedó y tampoco hizo más por ella.

Desde entonces Gia lo evitaba, aunque Darragh intentaba encontrársela en los sitios más extraños. Incluso le mandó una rosa negra y roja para sus quince años, Gia fingió tirarla a la basura, pero la guardó y cuidó hasta que se marchitó.

Nunca volvieron a hablar. Sólo intercambiaron algunas miradas, nada más; no obstante, Gia sentía que esas miradas encerraban millones de palabras.

Y ahí estaba ella, camino a la fiesta de Año Nuevo de la manada que la molió a golpes, latigazos y humillaciones, todo por acompañar a Beth que no quería enfrentarse sola a su ex prometido infiel; sólo por eso iba, claro…

¿Claro?, no estaba tan segura.

Gia miró por la ventanilla mientras recorrían las calles de Nueva York en el automóvil deportivo de su amiga. Se preguntó si podría mentirse por completo si continuaba repitiéndose que sólo estaba asistiendo por acompañar a su amiga, «nada más» y así no aceptar la realidad de que el futuro alfa de la manada siempre la había inquietado más de lo adecuado a pesar del pasado complicado que compartían.

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