Alana corrió intentando recordar el camino exacto que había tomado al entrar, así no caía en algún sumidero y quedaba atrapada.
Detrás de ella se producía una carnicería terrible. El enorme lobo degollaba a los vampiros con facilidad.
En ocasiones giraba para ver la pelea, alumbrándola con mano temblorosa.
El lobo era grande y fuerte, con un solo golpe de alguna de sus patas hacía pedazos a dos o tres vampiros a la vez, quienes tenían más apariencia de esqueletos vivientes que de seres infernales.
El problema era que cada vez aparecían más. El interior de la cueva sonaba como si al final hubiese ejércitos de esos demonios.
Alana no dejó de correr. Tenía que salir de allí. En medio de su carrera a ciegas tropezó con una piedra y cayó al suelo. Al mirar atrás vio a varios vampiros arrastrarse hacia ella con ayuda de sus manos, porque ya no tenían piernas.
Se impactó por la imagen y como pudo se puso de pie, pero perdió una de las mochilas. No quiso regresar a buscarla, el miedo comenzó a saturarla.
Al pasar por un cruce antes de llegar a la salida sintió que el suelo se hundía. Rápido se pegó a las paredes de tierra, así el sumidero no la tragaba.
Solo le faltaban unos metros para llegar al exterior, pero uno de los vampiros que se arrastraba la tomó por una pierna y la hizo caer de nuevo.
El demonio se impulsó con sus manos para lanzarse sobre la mujer y darle un gran mordisco, aunque no llegó siquiera a tocarla.
El gran lobo lo atajó en el aire y lo proyectó con tal fiereza hacia una de las paredes que lo reventó por completo e hizo que se desprendieran trozos de tierra y piedra.
Cuando esos restos cayeron al suelo abrieron el sumidero. La horda de vampiros fue tragada por el hoyo, al igual que el lobo. Aunque él logró sostenerse de unas rocas para no llegar al fondo, donde todos los seres infernales lo esperaban para devorárselo.
Para los vampiros, la sangre de un lobo adulto les resultaba tan poderosa como la de mil humanos. Para ellos era un alimento ideal.
No los comían más seguido porque les resultaba muy difícil atacarlos, pero en esa ocasión eran cientos. El lobo no tendría escapatoria.
Alana vio como la fiera intentaba subir escalando las piedras sin éxito. Era muy pesado y de cada piedra, raíz o trozo de tierra del que se sostenía, la derrumbaba.
Estaba perdido. Tarde o temprano caería al fondo del sumidero.
***
Maddox necesitó de un par de segundos para entender que aquel era su fin. No tenía medios para salir de ese atolladero, el suelo era débil y húmedo y él demasiado pesado.
Su única opción era dejarse caer y luego buscar impulsarse al otro extremo del sumidero donde se veía que sobresalían gruesas raíces, pero eso lo llevaría al interior de la cueva, que estaba habitada por una cantidad incontable de vampiros.
Por los chillidos que resonaban podía deducir que se trataba de cientos de esos seres infernales. Ellos iban hacia él atraídos por su aroma, cuando llegaran, se lanzarían en picada al sumidero para alcanzarlo y provocarían un derrumbe mayor.
Iba a morir, era lo único que tenía seguro, porque una vez que cayera al fondo no tendría forma de salvarse del hambre de todos esos demonios, que era evidente, habían pasado siglos allí encerrados sin ser alimentados.
Dirigió su atención hacia el borde superior del sumidero anhelando verla por última vez. Había entrado a esa cueva infestada de vampiros por ella, atraído por su poderoso aroma de hembra.
Hubiese preferido conocer la forma de su rostro antes de caer, así se entregaba a la muerte con un dulce recuerdo en la memoria, pero la loba no apareció.
Sin embargo, antes de llegar a resignarse por su derrota, una cadena gruesa y oxidada lo golpeó en la cabeza. Ella se la había lanzado.
Se enfadó por el ataque, pero, al evaluarla, se percató que era lo suficientemente gruesa como para usarla para escalar.
La haló con fuerza descubriendo que debía estar soldada a algún punto fijo que resultaba resistente, sería capaz de sostenerlo.
Enseguida trepó por ella para salir de aquel pozo.
Al estar afuera, vio a la mujer lobo correr hacia el exterior y, al girarse hacia los vampiros, notó que comenzaban a llegar los que se encontraban al fondo de la cueva.
Esos estaban más recuperados que los que él había enfrentado, no tenían la piel podrida ni se percibían sus huesos y resultaban tan ágiles que eran capaces de reptar por las paredes y el techo superando con facilidad el sumidero para llegar a él.
—¡Sal ya! —escuchó que la loba lo llamaba.
Su orden palpitó con autoridad en su pecho, como si hubiese sido una impartida por su alfa. No podía negarse a obedecerla.
Pero Maddox Prescott siempre debía cometer una rebeldía, así que, antes de correr hacia el exterior, rugió con tal ferocidad hacia los vampiros que logró que algunos de los que caminaban por las paredes y el techo cayeran al sumidero.
Apenas salió, unas grandes y pesadas puertas de hierro se cerraron haciendo un ruido ensordecedor que aplastó el chillido molesto de los vampiros.
Al quedar cerrada la cueva, él resopló con enfado y se sacudió para quitarse la tierra adherida a su pelaje.
Luego miró con severidad a la loba dispuesto a castigarla por la imprudencia cometida.
Por su culpa estuvo a punto de morir dentro de aquella cueva, pero al ver el rostro enfadado de la mujer sintió un nuevo palpitar de autoridad en su pecho.
Su mirada oscura y avasallante lo dominó. Jamás le había ocurrido tal cosa con ninguna otra loba o humana.
El poder que ella trasmitía con sus ojos debilitó sus huesos y lo obligó a sentarse sobre sus patas traseras como si fuese un perro obediente.
—¡Eres un imbécil! —gritó ella con una voz tan vibrante y sensual que hizo pedazos su fuerza de voluntad.
Alana hervía por la rabia. Se había arriesgado a entrar en aquella cueva atestada de vampiros para conseguir la cantidad de huesos que los africanos le habían solicitado.Y los tuvo en las manos, pero la repentina aparición de aquel lobo de pelaje gris y ojos dorados no solo la había puesto en peligro al agitar a los seres infernales, sino que la hizo perder una de las mochilas.Caminó hacia su camioneta resoplando por la furia. Solo tenía la mitad del pedido, los africanos no negociarían por menos de lo solicitado y a ella le urgía la medicina.No podía entrar de nuevo a la cueva porque había dejado adentro un alboroto sin precedentes y no sabía cuánto tiempo tendría que esperar para que se adormecieran los vampiros. Estaba perdida.Lanzó la mochila en el interior de su vieja Ford de cabina simple y se giró con postura irritada hacia el lobo.Había escuchado sus pasos detrás de ella, sabía que la había seguido. Era hora de retarlo como se lo merecía.Sin embargo, quedó paralizada al
Eric salió del despacho de su padre para dirigirse a la azotea de la mansión, donde tenían una habitación de seguridad repleta de equipos informáticos que controlaban, con ayuda de cámaras de vigilancia y sensores de movimiento y calor, cada rincón de la propiedad.Como lobos que ya habían vivido varios ataques no escatimaban en seguridad.Aunque desde hacía veinte años no sufrían de un problema grave, ahora tenían a un lobo desaparecido y aún no habían descubierto si aquel hecho había sido por voluntad del implicado, quien de pronto decidió alejarse de la manada para convertirse en un lobo solitario, o porque alguien se lo había llevado.También estaban sufriendo ataques a sus empresas en la ciudad. Ya les habían quemado una fábrica de muebles y no esperarían a que destruyeran otra para proteger a la familia.—Eric, tengo que hablar contigo —pidió Casey, su hermana, antes de que él llegara a las escaleras.—Ahora no puedo, debo intentar comunicarme con Maddox.—Solo dame cinco minuto
Para salir del bosque, Alana tomó un camino de tierra lleno de baches y de restos de vegetación. El vehículo en el que viajaban se agitaba con violencia haciendo sonar cada una de sus partes.Maddox estaba seguro que aquel auto no llegaría muy lejos. El motor se quejaba, del techo caía óxido con cada movimiento y cada vez que ella hacía algún cambio de marcha emitía un ruido atronador.Tuvieron que atravesar un río pasando encima de su caudal pedregoso. La camioneta se sacudió tanto que él creyó que se desarmaría encima del agua.—Toma, ponte esto —dijo ella y le lanzó un trapo manchado con grasa.Supuso que se estaba sintiendo intimidada con su cuerpo desnudo, pero eso no le importó. Quería que lo viera así, que se excitara y su deseo por él despertara. Estaba dispuesto a seducirla.—¿Quién eres? —preguntó Maddox.Ella lo observó por el rabillo del ojo un instante antes de fijarse en la vía.—Me llamo Alana. Alana O’Hara. ¿Y tú?—Maddox Prescott. De la manada Prescott de Portland. ¿H
—¿Para qué quieres esos malditos huesos? —preguntó Maddox y subió también a la camioneta.Alana intentaba encender de nuevo el vehículo, pero el motor rugía como un animal lastimado.—No es tu problema.Maddox tomó una vez más la mochila y la sacó por la ventanilla del auto, como si fuese a lanzarla de nuevo.—¡Devuélvemela! —exigió la mujer.—Explícame lo que harás con ellos. ¿Por qué te arriesgaste a entrar en esa cueva para sacar estas cosas? —pidió el hombre con tal severidad que Alana no pudo seguir rebatiendo sus palabras.Se estremeció por el poder autoritario que él emitió.—Si me acompañas a casa, lo verás por ti mismo —respondió la mujer con los ojos empapados en lágrimas.Esa reacción movió unos centímetros el centro de gravedad de Maddox. El dolor que ella reflejó en sus pupilas se clavó en su pecho como si hubiese sido una lanza afilada que traspasaba su corazón.Hizo entrar de nuevo la mochila en el auto y la colocó sobre su regazo tapando su pene ahora erecto.Aquella l
Una vez más cruzaron el río, pero esta vez, a través de un puente porque en la zona de las plantaciones era más caudaloso. Pronto llegaron a una casa de madera clara asentada cerca de sembradíos de maíz.Maddox se fijó que la vivienda estaba rodeada por algunas pocas instalaciones para el resguardo de animales. Era posible que esa familia se encargaba de la cría de cerdos, cabras o algún otro animal de granja, pero solo escuchaba el sonido de gallinas. El resto estaba vacío.Bajó del vehículo en el preciso instante en que la puerta de la casa se abría y salía un chico de unos diez años con síndrome de down.—¡Alana! ¡Alana!Corrió hasta la mujer y se abrazó a la cintura de ella.—Papá no respira.—¡¿Cómo que no respira?! —preguntó alarmada y se apresuró por entrar en la vivienda.El niño se quedó afuera. Cuando vio a Maddox desnudo y tapando sus partes íntimas con la mochila de su hermana, estiró por completo las facciones de su rostro.—¿Quién eres?Él lo saludó algo apenado.—Soy Ma
Alana le facilitó a Maddox un teléfono móvil. Así él logró comunicarse con su padre a través de mensajes de texto para dar señales de vida.Solo le notificó que había llegado bien y pronto comenzaría con su investigación. No le contó nada de la situación que allí ocurría porque no tenía suficientes datos ni de la cueva de vampiros.Si lo hacía debía hablarle de Alana y aún no estaba preparado para esa conversación.Luego de cumplir con su misión esperó a que ella terminara de preparar el postre que le había ofrecido a su hermano y después lo acercara al embarcadero en su camioneta.Necesitaba ropa y zapatos de su estilo y asistir a la reunión que tenía pautada en el restaurante Sutton para esa mañana con el informante.Mientras la loba se encontraba en la cocina con el chico, él se quedó en la sala mirando las fotografías familiares.Vio varias versiones de la mujer desde que era una bebé, eso revelaba que ella había pasado toda su vida con esa gente. Estaba ansioso por saber cómo hab
Maddox se cambió de ropa en la habitación de la loba. Mientras se vestía, repasó el dormitorio. Parecía el cuarto de una niña. Estaba lleno de muñecas y peluches, así como de libros.Ella leía mucho sobre geografía y viajes y tenía un mapa detallado de la isla pegado a una pared con cinta adhesiva. Lo rodeaban decenas de fotos de poca calidad que retrataban el embarcadero, el bosque y las costas.No siguió con su evaluación porque Alana tocó con timidez a la puerta. Él se sentó en la cama a atarse el cordón de los zapatos mientras le autorizaba a entrar.Le encantó la mirada fascinada que ella le dedicó.—¿Ya te vas?—Pero volveré —aseguró—. Tengo una reunión en el restaurante del embarcadero.La mujer se sentó a su lado, sin dejar de evaluarlo con interés.—¿Puedo llevarte?—Me encantaría —dijo mostrando una sonrisa seductora—, aunque prefiero caminar. Quiero conocer el lugar.Como ya había analizado el mapa, descubrió que esa granja estaba a pocos kilómetros del embarcadero. No le h
Maddox llegó al restaurante con la inquietud corriendo por sus venas. No le gustó alejarse de Alana, pero entendió que lo que le sucedía con esa loba era preocupante.Tan solo tenía unas horas a su lado y ya la sentía como una parte importante de su ser. Su cercanía lo serenaba y excitaba al mismo tiempo.Lo peor de todo, era experimentar ese poder de autoridad que ella ejercía sobre él, dominándolo como si fuese un cachorrito. Su influencia resultaba más imponente que la de su alfa.Eso no le gustaba. Siempre había sido el domador de su propio circo de fieras. Odiaba incluso que su padre aplastara su temperamento, pero con ella no podía evitarlo. Hasta podía jurar que eso le gustaba ya que aumentaba su deseo. Era enfermizo.Procuró olvidarse de la mujer mientras entraba en el establecimiento y buscaba a Aaron. El lobo se hallaba sentado en una mesa frente a unos enormes ventanales que daban vista al mar. Leía el periódico y tomaba un café.—Pensé que ya habías desatado un guerra con