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Capítulo 5. Encuentro en la cueva.

Alana corrió intentando recordar el camino exacto que había tomado al entrar, así no caía en algún sumidero y quedaba atrapada.

Detrás de ella se producía una carnicería terrible. El enorme lobo degollaba a los vampiros con facilidad.

En ocasiones giraba para ver la pelea, alumbrándola con mano temblorosa.

El lobo era grande y fuerte, con un solo golpe de alguna de sus patas hacía pedazos a dos o tres vampiros a la vez, quienes tenían más apariencia de esqueletos vivientes que de seres infernales.

El problema era que cada vez aparecían más. El interior de la cueva sonaba como si al final hubiese ejércitos de esos demonios.

Alana no dejó de correr. Tenía que salir de allí. En medio de su carrera a ciegas tropezó con una piedra y cayó al suelo. Al mirar atrás vio a varios vampiros arrastrarse hacia ella con ayuda de sus manos, porque ya no tenían piernas.

Se impactó por la imagen y como pudo se puso de pie, pero perdió una de las mochilas. No quiso regresar a buscarla, el miedo comenzó a saturarla.

Al pasar por un cruce antes de llegar a la salida sintió que el suelo se hundía. Rápido se pegó a las paredes de tierra, así el sumidero no la tragaba.

Solo le faltaban unos metros para llegar al exterior, pero uno de los vampiros que se arrastraba la tomó por una pierna y la hizo caer de nuevo.

El demonio se impulsó con sus manos para lanzarse sobre la mujer y darle un gran mordisco, aunque no llegó siquiera a tocarla.

El gran lobo lo atajó en el aire y lo proyectó con tal fiereza hacia una de las paredes que lo reventó por completo e hizo que se desprendieran trozos de tierra y piedra.

Cuando esos restos cayeron al suelo abrieron el sumidero. La horda de vampiros fue tragada por el hoyo, al igual que el lobo. Aunque él logró sostenerse de unas rocas para no llegar al fondo, donde todos los seres infernales lo esperaban para devorárselo.

Para los vampiros, la sangre de un lobo adulto les resultaba tan poderosa como la de mil humanos. Para ellos era un alimento ideal.

No los comían más seguido porque les resultaba muy difícil atacarlos, pero en esa ocasión eran cientos. El lobo no tendría escapatoria.

Alana vio como la fiera intentaba subir escalando las piedras sin éxito. Era muy pesado y de cada piedra, raíz o trozo de tierra del que se sostenía, la derrumbaba.

Estaba perdido. Tarde o temprano caería al fondo del sumidero.

***

Maddox necesitó de un par de segundos para entender que aquel era su fin. No tenía medios para salir de ese atolladero, el suelo era débil y húmedo y él demasiado pesado.

Su única opción era dejarse caer y luego buscar impulsarse al otro extremo del sumidero donde se veía que sobresalían gruesas raíces, pero eso lo llevaría al interior de la cueva, que estaba habitada por una cantidad incontable de vampiros.

Por los chillidos que resonaban podía deducir que se trataba de cientos de esos seres infernales. Ellos iban hacia él atraídos por su aroma, cuando llegaran, se lanzarían en picada al sumidero para alcanzarlo y provocarían un derrumbe mayor.

Iba a morir, era lo único que tenía seguro, porque una vez que cayera al fondo no tendría forma de salvarse del hambre de todos esos demonios, que era evidente, habían pasado siglos allí encerrados sin ser alimentados.

Dirigió su atención hacia el borde superior del sumidero anhelando verla por última vez. Había entrado a esa cueva infestada de vampiros por ella, atraído por su poderoso aroma de hembra.

Hubiese preferido conocer la forma de su rostro antes de caer, así se entregaba a la muerte con un dulce recuerdo en la memoria, pero la loba no apareció.

Sin embargo, antes de llegar a resignarse por su derrota, una cadena gruesa y oxidada lo golpeó en la cabeza. Ella se la había lanzado.

Se enfadó por el ataque, pero, al evaluarla, se percató que era lo suficientemente gruesa como para usarla para escalar.

La haló con fuerza descubriendo que debía estar soldada a algún punto fijo que resultaba resistente, sería capaz de sostenerlo.

Enseguida trepó por ella para salir de aquel pozo.

Al estar afuera, vio a la mujer lobo correr hacia el exterior y, al girarse hacia los vampiros, notó que comenzaban a llegar los que se encontraban al fondo de la cueva.

Esos estaban más recuperados que los que él había enfrentado, no tenían la piel podrida ni se percibían sus huesos y resultaban tan ágiles que eran capaces de reptar por las paredes y el techo superando con facilidad el sumidero para llegar a él.

—¡Sal ya! —escuchó que la loba lo llamaba.

Su orden palpitó con autoridad en su pecho, como si hubiese sido una impartida por su alfa. No podía negarse a obedecerla.

Pero Maddox Prescott siempre debía cometer una rebeldía, así que, antes de correr hacia el exterior, rugió con tal ferocidad hacia los vampiros que logró que algunos de los que caminaban por las paredes y el techo cayeran al sumidero.

Apenas salió, unas grandes y pesadas puertas de hierro se cerraron haciendo un ruido ensordecedor que aplastó el chillido molesto de los vampiros.

Al quedar cerrada la cueva, él resopló con enfado y se sacudió para quitarse la tierra adherida a su pelaje.

Luego miró con severidad a la loba dispuesto a castigarla por la imprudencia cometida.

Por su culpa estuvo a punto de morir dentro de aquella cueva, pero al ver el rostro enfadado de la mujer sintió un nuevo palpitar de autoridad en su pecho.

Su mirada oscura y avasallante lo dominó. Jamás le había ocurrido tal cosa con ninguna otra loba o humana.

El poder que ella trasmitía con sus ojos debilitó sus huesos y lo obligó a sentarse sobre sus patas traseras como si fuese un perro obediente.

—¡Eres un imbécil! —gritó ella con una voz tan vibrante y sensual que hizo pedazos su fuerza de voluntad.

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