—¿Lo secuestraron? —preguntó Maddox.—Me avisaron hace minutos y no lo pongo en duda porque Ryan siempre se mete en problemas —explicó Alana.Él respiró hondo para llenarse de paciencia.—¿Qué te dijeron?—Que fue a molestar a unos tipos que se refugian en la zona oeste de la isla. Alguien les dijo que a esos hombres los habían visto cerca de la granja que incendiaron hace pocos días y mi hermano y su grupo de… revoltosos —mascó el calificativo con rencor—, fueron a reclamarles. Al parecer, esos sujetos los golpearon y amarraron, e iban a encerrarlos en un galpón abandonado ubicado en esa zona. Uno de sus amigos pudo escapar y fue a mi casa para avisarme.—¿Te avisó a ti y no a la policía?—Aquí la policía hace poco por solucionar los problemas de los nativos, solo cuidan de los turistas y vigilan la zona del embarcadero. Además, el grupo de seguridad en el que participa mi hermano ya ha cometido algunos delitos con la excusa de proteger la isla. Tienen varias advertencias. Si el comi
Maddox viajó con Alana en el vehículo de alquiler de Aaron hacia el oeste de la isla. Dejaron a Kiki, la camioneta desbaratada de la loba, en el estacionamiento del restaurante.No se sentía cómodo al ir con Aaron, pero lo aceptó para darle celeridad al asunto y tener más protección para Alana. La situación en la isla parecía delicada.En esa región no solo existía una cueva inundada de vampiros, sino que se producían ataques, secuestros y hasta asesinatos. Aquel sitio no era ningún lugar paradisíaco para descansar, sino un infierno.—¿Estás seguro que Rob Favre es la misma persona que iba a reunirse con nosotros en el restaurante? —preguntó Maddox hacia Aaron mientras iban por una carretera solitaria de asfalto cuarteado.—Sí, ese fue el dato que me facilitó Freddy. Él era el nativo que había aportado la mayor parte de la información.—Rob no era nativo de Sutton.La intervención de Alana silenció a los dos hombres y atrajo hacia ella su atención, algo que no le gustó a Maddox.—¿Lo
Los alfa de las dos manadas existentes en Maine decidieron reunirse en la ciudad de Bangor, a un poco más de una hora de la capital Augusta.Aquella era una tierra neutral, ubicada en medio de los territorios que lideraban. Les urgía sentarse a conversar, los problemas empeoraban a cada segundo.Tanto Armand de la manada Prescott, como Freddy de la manada Browner, asistieron con sus betas y un pequeño grupo de seguridad.Browner tenía menos acompañantes porque su manada no era tan numerosa. En solidaridad, Armand dejó a parte de su gente a varias calles de distancia.Los dos lobos eran hombres de gran porte y fuerza, los más poderosos de sus agrupaciones. Los acompañantes se quedaron algo rezagados, solo Eric se aproximó un poco al ser el beta de los Prescott y Vincent, uno de los gemelos de Freddy, por ser el beta de los Browner.—Que terrible que deba suceder una tragedia para poder estrechar tu mano, amigo mío —saludó Freddy a Armand.—Pensé que te vería de nuevo en unos meses en N
Maddox Prescott era el segundo hijo del macho alfa de su manada. El rebelde, el desordenado, el de carácter difícil y actitud arrogante.«La oveja negra de la familia», le querían endosar algunos, pero él de oveja no tenía nada.Aunque su padre era el alfa y Eric, su hermano mayor, el beta, él era el lobo más peligroso y astuto de su grupo.Al igual que su hermano había heredado la fuerza y el poder de autoridad de su padre, pero, a diferencia de Eric, quien era un sujeto calmado, de mentalidad estratega y calculadora, Maddox había nacido con la fiereza interior de su madre: una hembra alfa altiva, valiente, inteligente y decidida, aunque también, algo impulsiva y despiadada.En la manada Prescott, o lo que quedaba de ella, se le respetaba tanto como a su padre o a su hermano. Tenía sangre alfa corriendo por sus venas, lo demostraba con su mirada oscura y fría y con su postura desafiante.En una manada de lobos tradicional, en tiempos de paz, un lobo con esas características era echad
Alana O’Hara se sentó en una silla junto a la cama de su padre, de esa forma vigilaba su respiración. Tenía miedo de que dejara de hacerlo.Desde hacía varios años el hombre sufría de una seria enfermedad pulmonar, pero hacía pocos días empeoró de manera considerable y sin motivo aparente.Su familia no tenía los recursos para darle el tratamiento que requería. Estaban en la quiebra y la isla Sutton, su hogar, no poseía hospitales especializados para que él recibiera la atención necesaria.Para eso tendrían que viajar a Augusta, la capital de Maine, o a cualquier otra ciudad cercana, pero ahora no podían concederse ese lujo.El dinero que conseguían solo alcanzaba para la comida diaria y si dejaban la granja, aunque fuese por unas horas, se las destruirían dejándolos en la calle.Hacía un tiempo les ofrecieron dinero por su granja, pero tan solo eran pocas monedas que no representaban ni la mitad del valor real de esas tierras.Se negaron a vender, pero ahora delincuentes despiadados
Maddox odiaba viajar en barco, pero la única forma de llegar a la isla de Sutton era de esa manera.Por los fuertes vientos que se producían en la zona las avionetas o helicópteros sufrían problemas en el vuelo, ya habían surgido algunas tragedias que obligaron a las autoridades a impedir ese tipo de traslado en esa zona.Una vez que sus pies tocaron tierra se alejó con rapidez de la embarcación, irritado porque en uno o dos días tendría que subir de nuevo para volver.El mal humor lo dominó. Se había puesto unos lentes oscuros para ocultar su mirada severa, pero su postura era tan intimidante que los humanos que pasaban por su lado lo esquivaban y bajaban la cabeza para no provocarlo.—No sabía que los Prescott le temían tanto al agua —se burló Aaron Miller, el representante de la manada de Freddy Browner.Aaron era un tipo alto y de piel tostada, con los cabellos largos hasta los hombros, el cuerpo ejercitado y habitualmente callado. Por eso Maddox lo observó con una ceja arqueada a
Alana había logrado abrir la cueva, cerrada al público hacía tantas décadas atrás con unas grandes y gruesas puertas de hierro.Ni los propios habitantes de la zona recordaban cuando habían sido construidas esas puertas, que resultaban tan pesadas que además instalaron un mecanismo automático que ayudaba a moverlas.Pero las bisagras y los engranajes estaban tan oxidados por culpa del tiempo y del clima que hacían un ruido horrible.Ella agradeció estar lejos del pueblo. Aquel sonido alertaría a los humanos que vigilaban el lugar para el clan Barrett. La delatarían, metiéndola en problemas.Una vez pudo tener el acceso despejado fue azotada por un olor desagradable.—Qué asco —exclamó, y se cubrió la nariz con un brazo antes de caminar al interior.Aquella cueva había sido usada en el pasado como entrada a una mina de carbón construida por los colonos asentados en la isla siglos atrás, quienes instalaron el astillero.La abandonaron al toparse con cientos de cadáveres que se hallaban
Alana corrió intentando recordar el camino exacto que había tomado al entrar, así no caía en algún sumidero y quedaba atrapada.Detrás de ella se producía una carnicería terrible. El enorme lobo degollaba a los vampiros con facilidad.En ocasiones giraba para ver la pelea, alumbrándola con mano temblorosa.El lobo era grande y fuerte, con un solo golpe de alguna de sus patas hacía pedazos a dos o tres vampiros a la vez, quienes tenían más apariencia de esqueletos vivientes que de seres infernales.El problema era que cada vez aparecían más. El interior de la cueva sonaba como si al final hubiese ejércitos de esos demonios.Alana no dejó de correr. Tenía que salir de allí. En medio de su carrera a ciegas tropezó con una piedra y cayó al suelo. Al mirar atrás vio a varios vampiros arrastrarse hacia ella con ayuda de sus manos, porque ya no tenían piernas.Se impactó por la imagen y como pudo se puso de pie, pero perdió una de las mochilas. No quiso regresar a buscarla, el miedo comenzó