Alana había logrado abrir la cueva, cerrada al público hacía tantas décadas atrás con unas grandes y gruesas puertas de hierro.
Ni los propios habitantes de la zona recordaban cuando habían sido construidas esas puertas, que resultaban tan pesadas que además instalaron un mecanismo automático que ayudaba a moverlas.
Pero las bisagras y los engranajes estaban tan oxidados por culpa del tiempo y del clima que hacían un ruido horrible.
Ella agradeció estar lejos del pueblo. Aquel sonido alertaría a los humanos que vigilaban el lugar para el clan Barrett. La delatarían, metiéndola en problemas.
Una vez pudo tener el acceso despejado fue azotada por un olor desagradable.
—Qué asco —exclamó, y se cubrió la nariz con un brazo antes de caminar al interior.
Aquella cueva había sido usada en el pasado como entrada a una mina de carbón construida por los colonos asentados en la isla siglos atrás, quienes instalaron el astillero.
La abandonaron al toparse con cientos de cadáveres que se hallaban en avanzado estado de putrefacción. Pensaron que se trataba de un cementerio antiguo, sin imaginar que eran vampiros.
Alana no sabía en qué momento de la historia los humanos la sellaron y se olvidaron de ella, sin investigar lo que había dentro. La abrían curiosos o cazadores de fortuna, como ella, a espaldas de las autoridades de la isla.
Los vampiros en la antigüedad habían poblado las zonas más agrestes del planeta. Se alimentaban de animales, pero al descubrir al humano y obtener de él su sangre y su carne, sintieron una fuerza mayor. Por eso decidieron invadir sus poblados y esclavizarlos como alimento.
Se transformaron en una plaga que solo podía ser controlada por los lobos.
Para protegerse del ataque de sus depredadores, los vampiros construían fortalezas o se escondían en cuevas profundas, aunque, al acabarse su alimento, salían siendo cazados sin contemplaciones o morían por inanición.
Quizás, eso último había sido lo que les había sucedido a los vampiros allí encerrados. Sutton fue un lugar solitario hasta que un pequeño grupo de indígenas tomó la isla como su hogar. De seguro llegaron siglos después de los vampiros.
Cuando aparecieron los colonos y echaron a los indígenas, ellos ya estaban inmóviles en la cueva. Aunque no del todo muertos.
Algunos movían ciertas partes del cuerpo y, con una estimulación adecuada, como la cercanía de alimento, eran capaces de ponerse de pie aunque avanzaban lento. Tal vez por ese motivo sellaron la cueva.
Alana sabía que el aromar de un lobo macho y adulto era una gran motivación. Kurt se lo había explicado en una ocasión. Por eso él no se animaba a meter siquiera sus narices en aquel lugar.
Las hembras tenían un olor menos intenso, más aún, si no habían sido convertidas, como ella. Alana con apenas veinte años jamás había alcanzado la transformación, que era común al cumplir la mayoría de edad.
Como ella no había sido criada por lobos, sino por humanos, nunca supo qué hacer ni cómo hacerlo. Ese era el motivo por el que no era una loba en todo el sentido de la palabra. O eso creía.
Confiaba en que su aroma no resultaba atrayente para los vampiros, así que se aventuró a entrar en la cueva. Ya lo había hecho un par de veces con su hermano Ryan.
Los huesos de los vampiros era un objeto valioso en el mercado negro, aunque resultaba extraño que lo solicitaran.
Cuando eso pasaba, ella y su hermano no dudaban en buscar un trozo. El dinero que les daban por ellos los ayudaba a cubrir los gastos de una semana.
Lo malo, era que casi nadie sabía de la existencia de ese cementerio de vampiros. Solo algunos nativos de la isla y brujos venidos de otras tierras. Los restos solicitados solían usarlos para asuntos de magia y hechicería.
Alana creía que ese era el motivo por el que los africanos estaban interesados en esas cosas.
Esa tribu se había asentado en Sutton desde hacía varias décadas, huyeron de su país por culpa de guerras internas que los había llevado casi al exterminio y ahora sobrevivían de la fabricación y venta de medicinas naturales, pero también, del contrabando y de la santería.
Agradeció que en ese momento necesitaran de ese recurso, porque a ella le urgía la medicina milagrosa que ellos producían y no tenía mucho dinero. No quería perder a su padre. Ya había perdido demasiado en la vida.
Se internó con sigilo en la cueva iluminando el camino con una linterna. Debía caminar con cuidado porque el lugar acumulaba agua en los tiempos de lluvia y formaba profundos sumideros que debilitaban el suelo.
Apenas divisara los primeros huesos, los tomaría y saldría de allí. Tenía un extraño presentimiento.
Luego de avanzar varios metros escuchó un gruñido extraño. Jamás había oído algo diferente al sonido del viento o de los murciélagos cuando entraba en ese lugar.
Se detuvo para evaluar la zona con la luz de la linterna. No divisó nada fuera de lo normal, solo un grupo de huesos de vampiros.
Corrió hacia ellos y llenó con rapidez las dos mochilas que había llevado consigo.
Cuando estaba por terminar, volvió a oír el gruñido, aunque ese además, estaba acompañado por un misterioso arrastre.
—Mierda —susurró bajito, descubriendo que los gruñidos se multiplicaban, así como el arrastre. Algo se acercaba hacia ella.
Tomó su linterna y alumbró el lugar donde provenían esos sonidos. Quedó paralizada al ver a varios vampiros caminando en su dirección con dificultad, como si fuesen zombis recién salidos de sus tumbas.
La carne de sus rostros les colgaba de los huesos y en algunos, les goteaba sangre.
—No puede ser —exclamó aterrada. Eso jamás había sucedido.
Todo empeoró cuando retumbó en el exterior de la cueva un rugido atronador. Era el de un lobo adulto, cuyas pesadas pisadas hacían temblar el suelo.
Él corría hacia ella.
—¡No! —exclamó asustada.
Si no salía de allí cuanto antes quedaría atrapada. El piso podría ceder por las vibraciones.
Los vampiros se alteraron por la cercanía del depredador. Chillaron todos a la vez abriendo sus grandes y huesudas bocas de filosos dientes.
Alana tuvo que taparse los oídos para no enloquecer por el sonido y corrió hacia el exterior sin ver por donde caminaba y cargando con las dos mochilas.
Los vampiros de pronto recuperaron la movilidad y se apresuraron por abalanzarse sobre ella para devorarla, justo en el momento en que un enorme lobo entraba a la cueva.
Él saltó para pasar sobre la joven y caer encima de aquellos nefastos seres.
Alana corrió intentando recordar el camino exacto que había tomado al entrar, así no caía en algún sumidero y quedaba atrapada.Detrás de ella se producía una carnicería terrible. El enorme lobo degollaba a los vampiros con facilidad.En ocasiones giraba para ver la pelea, alumbrándola con mano temblorosa.El lobo era grande y fuerte, con un solo golpe de alguna de sus patas hacía pedazos a dos o tres vampiros a la vez, quienes tenían más apariencia de esqueletos vivientes que de seres infernales.El problema era que cada vez aparecían más. El interior de la cueva sonaba como si al final hubiese ejércitos de esos demonios.Alana no dejó de correr. Tenía que salir de allí. En medio de su carrera a ciegas tropezó con una piedra y cayó al suelo. Al mirar atrás vio a varios vampiros arrastrarse hacia ella con ayuda de sus manos, porque ya no tenían piernas.Se impactó por la imagen y como pudo se puso de pie, pero perdió una de las mochilas. No quiso regresar a buscarla, el miedo comenzó
Alana hervía por la rabia. Se había arriesgado a entrar en aquella cueva atestada de vampiros para conseguir la cantidad de huesos que los africanos le habían solicitado.Y los tuvo en las manos, pero la repentina aparición de aquel lobo de pelaje gris y ojos dorados no solo la había puesto en peligro al agitar a los seres infernales, sino que la hizo perder una de las mochilas.Caminó hacia su camioneta resoplando por la furia. Solo tenía la mitad del pedido, los africanos no negociarían por menos de lo solicitado y a ella le urgía la medicina.No podía entrar de nuevo a la cueva porque había dejado adentro un alboroto sin precedentes y no sabía cuánto tiempo tendría que esperar para que se adormecieran los vampiros. Estaba perdida.Lanzó la mochila en el interior de su vieja Ford de cabina simple y se giró con postura irritada hacia el lobo.Había escuchado sus pasos detrás de ella, sabía que la había seguido. Era hora de retarlo como se lo merecía.Sin embargo, quedó paralizada al
Eric salió del despacho de su padre para dirigirse a la azotea de la mansión, donde tenían una habitación de seguridad repleta de equipos informáticos que controlaban, con ayuda de cámaras de vigilancia y sensores de movimiento y calor, cada rincón de la propiedad.Como lobos que ya habían vivido varios ataques no escatimaban en seguridad.Aunque desde hacía veinte años no sufrían de un problema grave, ahora tenían a un lobo desaparecido y aún no habían descubierto si aquel hecho había sido por voluntad del implicado, quien de pronto decidió alejarse de la manada para convertirse en un lobo solitario, o porque alguien se lo había llevado.También estaban sufriendo ataques a sus empresas en la ciudad. Ya les habían quemado una fábrica de muebles y no esperarían a que destruyeran otra para proteger a la familia.—Eric, tengo que hablar contigo —pidió Casey, su hermana, antes de que él llegara a las escaleras.—Ahora no puedo, debo intentar comunicarme con Maddox.—Solo dame cinco minuto
Para salir del bosque, Alana tomó un camino de tierra lleno de baches y de restos de vegetación. El vehículo en el que viajaban se agitaba con violencia haciendo sonar cada una de sus partes.Maddox estaba seguro que aquel auto no llegaría muy lejos. El motor se quejaba, del techo caía óxido con cada movimiento y cada vez que ella hacía algún cambio de marcha emitía un ruido atronador.Tuvieron que atravesar un río pasando encima de su caudal pedregoso. La camioneta se sacudió tanto que él creyó que se desarmaría encima del agua.—Toma, ponte esto —dijo ella y le lanzó un trapo manchado con grasa.Supuso que se estaba sintiendo intimidada con su cuerpo desnudo, pero eso no le importó. Quería que lo viera así, que se excitara y su deseo por él despertara. Estaba dispuesto a seducirla.—¿Quién eres? —preguntó Maddox.Ella lo observó por el rabillo del ojo un instante antes de fijarse en la vía.—Me llamo Alana. Alana O’Hara. ¿Y tú?—Maddox Prescott. De la manada Prescott de Portland. ¿H
—¿Para qué quieres esos malditos huesos? —preguntó Maddox y subió también a la camioneta.Alana intentaba encender de nuevo el vehículo, pero el motor rugía como un animal lastimado.—No es tu problema.Maddox tomó una vez más la mochila y la sacó por la ventanilla del auto, como si fuese a lanzarla de nuevo.—¡Devuélvemela! —exigió la mujer.—Explícame lo que harás con ellos. ¿Por qué te arriesgaste a entrar en esa cueva para sacar estas cosas? —pidió el hombre con tal severidad que Alana no pudo seguir rebatiendo sus palabras.Se estremeció por el poder autoritario que él emitió.—Si me acompañas a casa, lo verás por ti mismo —respondió la mujer con los ojos empapados en lágrimas.Esa reacción movió unos centímetros el centro de gravedad de Maddox. El dolor que ella reflejó en sus pupilas se clavó en su pecho como si hubiese sido una lanza afilada que traspasaba su corazón.Hizo entrar de nuevo la mochila en el auto y la colocó sobre su regazo tapando su pene ahora erecto.Aquella l
Una vez más cruzaron el río, pero esta vez, a través de un puente porque en la zona de las plantaciones era más caudaloso. Pronto llegaron a una casa de madera clara asentada cerca de sembradíos de maíz.Maddox se fijó que la vivienda estaba rodeada por algunas pocas instalaciones para el resguardo de animales. Era posible que esa familia se encargaba de la cría de cerdos, cabras o algún otro animal de granja, pero solo escuchaba el sonido de gallinas. El resto estaba vacío.Bajó del vehículo en el preciso instante en que la puerta de la casa se abría y salía un chico de unos diez años con síndrome de down.—¡Alana! ¡Alana!Corrió hasta la mujer y se abrazó a la cintura de ella.—Papá no respira.—¡¿Cómo que no respira?! —preguntó alarmada y se apresuró por entrar en la vivienda.El niño se quedó afuera. Cuando vio a Maddox desnudo y tapando sus partes íntimas con la mochila de su hermana, estiró por completo las facciones de su rostro.—¿Quién eres?Él lo saludó algo apenado.—Soy Ma
Alana le facilitó a Maddox un teléfono móvil. Así él logró comunicarse con su padre a través de mensajes de texto para dar señales de vida.Solo le notificó que había llegado bien y pronto comenzaría con su investigación. No le contó nada de la situación que allí ocurría porque no tenía suficientes datos ni de la cueva de vampiros.Si lo hacía debía hablarle de Alana y aún no estaba preparado para esa conversación.Luego de cumplir con su misión esperó a que ella terminara de preparar el postre que le había ofrecido a su hermano y después lo acercara al embarcadero en su camioneta.Necesitaba ropa y zapatos de su estilo y asistir a la reunión que tenía pautada en el restaurante Sutton para esa mañana con el informante.Mientras la loba se encontraba en la cocina con el chico, él se quedó en la sala mirando las fotografías familiares.Vio varias versiones de la mujer desde que era una bebé, eso revelaba que ella había pasado toda su vida con esa gente. Estaba ansioso por saber cómo hab
Maddox se cambió de ropa en la habitación de la loba. Mientras se vestía, repasó el dormitorio. Parecía el cuarto de una niña. Estaba lleno de muñecas y peluches, así como de libros.Ella leía mucho sobre geografía y viajes y tenía un mapa detallado de la isla pegado a una pared con cinta adhesiva. Lo rodeaban decenas de fotos de poca calidad que retrataban el embarcadero, el bosque y las costas.No siguió con su evaluación porque Alana tocó con timidez a la puerta. Él se sentó en la cama a atarse el cordón de los zapatos mientras le autorizaba a entrar.Le encantó la mirada fascinada que ella le dedicó.—¿Ya te vas?—Pero volveré —aseguró—. Tengo una reunión en el restaurante del embarcadero.La mujer se sentó a su lado, sin dejar de evaluarlo con interés.—¿Puedo llevarte?—Me encantaría —dijo mostrando una sonrisa seductora—, aunque prefiero caminar. Quiero conocer el lugar.Como ya había analizado el mapa, descubrió que esa granja estaba a pocos kilómetros del embarcadero. No le h