Maddox Prescott era el segundo hijo del macho alfa de su manada. El rebelde, el desordenado, el de carácter difícil y actitud arrogante.
«La oveja negra de la familia», le querían endosar algunos, pero él de oveja no tenía nada.
Aunque su padre era el alfa y Eric, su hermano mayor, el beta, él era el lobo más peligroso y astuto de su grupo.
Al igual que su hermano había heredado la fuerza y el poder de autoridad de su padre, pero, a diferencia de Eric, quien era un sujeto calmado, de mentalidad estratega y calculadora, Maddox había nacido con la fiereza interior de su madre: una hembra alfa altiva, valiente, inteligente y decidida, aunque también, algo impulsiva y despiadada.
En la manada Prescott, o lo que quedaba de ella, se le respetaba tanto como a su padre o a su hermano. Tenía sangre alfa corriendo por sus venas, lo demostraba con su mirada oscura y fría y con su postura desafiante.
En una manada de lobos tradicional, en tiempos de paz, un lobo con esas características era echado del grupo o él se iba por su cuenta para formar su propia manada, ya que su autoridad chocaba con la de sus superiores.
El problema era que Armand Prescott, su padre, no podía darse el lujo de perder a más machos. Mucho menos, a uno con la fortaleza de su hijo.
Cuando la amenaza no los acechaba lo enviaba a Augusta, la capital de Maine, a trabajar para la manada en asuntos del gobierno, pero ahora, allí en Portland, sufrían serios ataques.
—Padre, enviar a Maddox a Sutton nos traerá problemas —aseguró Eric—. Deja que yo vaya. Mi representación demostrará más autoridad. Soy el beta.
—Eso lo sé, hijo, pero te necesito aquí, junto a la manada. Si los causantes del incendio a nuestra fábrica de muebles se atreven a invadir la mansión, necesitaré de machos capaces y obedientes para enfrentarlos. Maddox es muy capaz, pero no escucha a nadie, siempre actúa por su cuenta. No puedo poner en riesgo la seguridad de la familia, tenemos a cuatro hembras fértiles qué cuidar. Por eso prefiero que él esté afuera, haciendo trabajo de investigación y que tú te quedes a mi lado.
Eric gruñó, inconforme con esa decisión. Maddox, con su personalidad indolente y despreocupada, se ganaba fácil el aprecio y la lealtad de otros lobos.
Tenía miedo de que su hermano, al convertirse en representante de la manada fuera de casa, sintiera la tentación de establecer alianzas y vínculos con otros lobos con intención de enfrentarlo en un futuro.
Cuando Armand dejara de liderar la manada, a él le correspondía ocupar su puesto, pero Maddox también poseía espíritu de alfa. Si se le antojaba enfrentarlo y pelear por el cargo teniendo apoyo, estaría en serios problemas.
Por eso quería que se mantuviera cerca, para vigilarlo e impedir que trenzara acuerdos a sus espaldas.
Lo que Eric no sabía, era que Maddox no aspiraba liderar esa manada. Él ansiaba marcharse lejos de su familia y construir una propia.
La manada Prescott estaba asentada sobre ideas antiguas que él no apoyaba y los pocos miembros que la conformaban no estaban animados a probar algo diferente. Habían pasado por tantas desgracias que se volvieron recelosos y precavidos.
Maddox prefería tomar riesgos. Por eso se encontraba escondido tras la puerta de entrada del despacho de su padre.
Quería escuchar la discusión que mantenía con su hermano y así saber con anticipación los planes que tenían para él. De esa forma prepararía estrategias para evitarlos.
—Envía a William —insistió Eric, mencionando a su primo—. Si es solo para buscar información, él puede servir.
—Sé que podrá hacerlo, pero yo sospecho de Freddy Browner y de esa alianza que de pronto quiere establecer conmigo —rebatió Armand, refiriéndose al líder de la manda vecina, quien le había hecho llegar información sobre una posible amenazaba en contra de las manadas de lobos de Maine que podía provenir de la isla Sutton.
Ambos sufrían de ataques despiadados. Por eso Freddy le propuso unir fuerzas para investigar enviando a Sutton a un representante de cada uno.
Entre manadas había rencillas desde hacía mucho tiempo por el control del territorio y de las hembras fértiles. Algunos alfas intentaban resolver las discordias formando parte de una Consejo de lobos, como lo hacía Armand, pero otros, como Freddy, preferían ir por su cuenta.
Por eso Armand sospechaba que ahora Freddy quisiera trabajar en equipo.
—Maddox es desconfiado y malicioso —continuó el alfa—, él sabrá manejar al representante de Freddy y conseguirnos la información que necesitamos. Si es una trampa, lo hará pedazos. Sabe muy bien cómo actuar frente a traidores.
Eric resopló, sin poder contradecir su teoría. Su hermano era muy bueno desentramando secretos y descubriendo a soplones.
Estaban desapareciendo lobos machos. En lo que iba de año ya habían perdido a cuatro. Dos de la manada Browner, uno de su manada y un lobo solitario que no solía salir de las fronteras del estado.
A ese último, Terry Jordan, lo encontraron desmembrado en una plantación propiedad de los Browner en la ciudad de Ashland, con marcas extrañas en su cuerpo.
—¿Rogers confirmó que las marcas que Terry tenía en su piel eran de la antigua alianza antilicantropos? —preguntó Eric.
Armand respiró hondo y se recostó en su butaca con actitud cansada. Rogers Phillips era el miembro de más edad en su manada, un antiguo beta que había trabajado para su padre y ahora era su asesor.
Rogers conocía las antiguas historias sobre el cruel exterminio que sufrían los lobos desde hacía cientos de años, cuando grupos de fanáticos religiosos descubrieron su existencia y se organizaron para eliminarlos.
—Es la marca del escudo de armas de los antiguos cazadores de lobos —reconoció Armand—: la silueta de un lobo con dos espadas encima formando una X. Tiene exactamente la misma forma. Lo sellaron a fuego en la piel de Terry antes de desmembrarlo.
Eric gruñó con enfado.
—De ser así, en Sutton podríamos encontrar una nueva célula de esa agrupación.
—No sabemos si serán verdaderos seguidores de esa gente o un puñado de tontos imitadores.
—Con todo respeto, mi señor, un puñado de tontos no torturaría ni cortaría en pedazos a un macho. Aunque Terry era un lobo solitario y ellos pierden parte de su fortaleza al estar lejos de una manada, él era mucho más fuerte que cualquier humano promedio. Además, tenía las garras brotadas, tuvo que haberse transformado en lobo mientras lo maltrataban. Los asesinos debieron ser gente preparada que nos conoce y están entrenados para enfrentarnos.
—Lo que menos necesitamos ahora es soportar la sombra de unos exterminadores, desde hace veinte años no sabíamos nada de ellos —se quejó el alfa—. Ya se viene la gala de las hembras, Nancy está preparando a tu hermana Casey para intercambiarla con la hembra fértil de otra manada y así conseguir a una esposa para ti. Ese encuentro es base para nuestra supervivencia.
Eric se irguió, algo inquieto. La gala de las hembras era un evento organizado por el Consejo de lobos para intercambiar hembras fértiles. Los líderes de las manadas más poderosas, como la de ellos, habían acordado esa estrategia nueve años atrás.
Las entregaban al alfa o al beta que necesitara compañera para casarse y procrear.
Tener hijos con una loba aseguraba la conservación de la manada, ya que con las humanas era imposible reproducirse.
Eric sabía que pronto le llegaría su hora de tener a su propia hembra. Como futuro alfa era su deber asegurar la multiplicación de la raza, pero… ¿eso era lo que deseaba?
Maddox, al escuchar que su hermano ya no haría más preguntas, se alejó de la puerta con el sigilo de un depredador.
La tarea que pretendían imponerle le agradaba y molestaba en la misma proporción.
Por un lado sería una oportunidad perfecta para salir de la mansión, estar lejos de su familia y hacer lo que se le viniera en gana, pero por otro, significaba una responsabilidad demasiado pesada.
Tendría que compartir viaje con un lobo de otra manada al que no soportaba. Además, el asunto de la desaparición y muerte de otros lobos lo ponía de muy mal humor.
Si llegaba a encontrar en Sutton al culpable de esos hechos actuaría sin pensarlo.
Aunque le incomodara vivir con su familia, no los quería muertos. Si alguien amenazaba a los Prescott, se las vería con él.
No quiso seguir pensando en esa posibilidad para no alterar su carácter y fue a su habitación a preparar lo necesario para el viaje.
Anhelaba encontrar en esa misión la libertad que necesitaba. En caso contrario, iba a enloquecer.
La presión que recibía al ser el segundo hijo del alfa estaba a punto de estallarle en la cabeza. De esa forma se volvería un peligro para todos.
Alana O’Hara se sentó en una silla junto a la cama de su padre, de esa forma vigilaba su respiración. Tenía miedo de que dejara de hacerlo.Desde hacía varios años el hombre sufría de una seria enfermedad pulmonar, pero hacía pocos días empeoró de manera considerable y sin motivo aparente.Su familia no tenía los recursos para darle el tratamiento que requería. Estaban en la quiebra y la isla Sutton, su hogar, no poseía hospitales especializados para que él recibiera la atención necesaria.Para eso tendrían que viajar a Augusta, la capital de Maine, o a cualquier otra ciudad cercana, pero ahora no podían concederse ese lujo.El dinero que conseguían solo alcanzaba para la comida diaria y si dejaban la granja, aunque fuese por unas horas, se las destruirían dejándolos en la calle.Hacía un tiempo les ofrecieron dinero por su granja, pero tan solo eran pocas monedas que no representaban ni la mitad del valor real de esas tierras.Se negaron a vender, pero ahora delincuentes despiadados
Maddox odiaba viajar en barco, pero la única forma de llegar a la isla de Sutton era de esa manera.Por los fuertes vientos que se producían en la zona las avionetas o helicópteros sufrían problemas en el vuelo, ya habían surgido algunas tragedias que obligaron a las autoridades a impedir ese tipo de traslado en esa zona.Una vez que sus pies tocaron tierra se alejó con rapidez de la embarcación, irritado porque en uno o dos días tendría que subir de nuevo para volver.El mal humor lo dominó. Se había puesto unos lentes oscuros para ocultar su mirada severa, pero su postura era tan intimidante que los humanos que pasaban por su lado lo esquivaban y bajaban la cabeza para no provocarlo.—No sabía que los Prescott le temían tanto al agua —se burló Aaron Miller, el representante de la manada de Freddy Browner.Aaron era un tipo alto y de piel tostada, con los cabellos largos hasta los hombros, el cuerpo ejercitado y habitualmente callado. Por eso Maddox lo observó con una ceja arqueada a
Alana había logrado abrir la cueva, cerrada al público hacía tantas décadas atrás con unas grandes y gruesas puertas de hierro.Ni los propios habitantes de la zona recordaban cuando habían sido construidas esas puertas, que resultaban tan pesadas que además instalaron un mecanismo automático que ayudaba a moverlas.Pero las bisagras y los engranajes estaban tan oxidados por culpa del tiempo y del clima que hacían un ruido horrible.Ella agradeció estar lejos del pueblo. Aquel sonido alertaría a los humanos que vigilaban el lugar para el clan Barrett. La delatarían, metiéndola en problemas.Una vez pudo tener el acceso despejado fue azotada por un olor desagradable.—Qué asco —exclamó, y se cubrió la nariz con un brazo antes de caminar al interior.Aquella cueva había sido usada en el pasado como entrada a una mina de carbón construida por los colonos asentados en la isla siglos atrás, quienes instalaron el astillero.La abandonaron al toparse con cientos de cadáveres que se hallaban
Alana corrió intentando recordar el camino exacto que había tomado al entrar, así no caía en algún sumidero y quedaba atrapada.Detrás de ella se producía una carnicería terrible. El enorme lobo degollaba a los vampiros con facilidad.En ocasiones giraba para ver la pelea, alumbrándola con mano temblorosa.El lobo era grande y fuerte, con un solo golpe de alguna de sus patas hacía pedazos a dos o tres vampiros a la vez, quienes tenían más apariencia de esqueletos vivientes que de seres infernales.El problema era que cada vez aparecían más. El interior de la cueva sonaba como si al final hubiese ejércitos de esos demonios.Alana no dejó de correr. Tenía que salir de allí. En medio de su carrera a ciegas tropezó con una piedra y cayó al suelo. Al mirar atrás vio a varios vampiros arrastrarse hacia ella con ayuda de sus manos, porque ya no tenían piernas.Se impactó por la imagen y como pudo se puso de pie, pero perdió una de las mochilas. No quiso regresar a buscarla, el miedo comenzó
Alana hervía por la rabia. Se había arriesgado a entrar en aquella cueva atestada de vampiros para conseguir la cantidad de huesos que los africanos le habían solicitado.Y los tuvo en las manos, pero la repentina aparición de aquel lobo de pelaje gris y ojos dorados no solo la había puesto en peligro al agitar a los seres infernales, sino que la hizo perder una de las mochilas.Caminó hacia su camioneta resoplando por la furia. Solo tenía la mitad del pedido, los africanos no negociarían por menos de lo solicitado y a ella le urgía la medicina.No podía entrar de nuevo a la cueva porque había dejado adentro un alboroto sin precedentes y no sabía cuánto tiempo tendría que esperar para que se adormecieran los vampiros. Estaba perdida.Lanzó la mochila en el interior de su vieja Ford de cabina simple y se giró con postura irritada hacia el lobo.Había escuchado sus pasos detrás de ella, sabía que la había seguido. Era hora de retarlo como se lo merecía.Sin embargo, quedó paralizada al
Eric salió del despacho de su padre para dirigirse a la azotea de la mansión, donde tenían una habitación de seguridad repleta de equipos informáticos que controlaban, con ayuda de cámaras de vigilancia y sensores de movimiento y calor, cada rincón de la propiedad.Como lobos que ya habían vivido varios ataques no escatimaban en seguridad.Aunque desde hacía veinte años no sufrían de un problema grave, ahora tenían a un lobo desaparecido y aún no habían descubierto si aquel hecho había sido por voluntad del implicado, quien de pronto decidió alejarse de la manada para convertirse en un lobo solitario, o porque alguien se lo había llevado.También estaban sufriendo ataques a sus empresas en la ciudad. Ya les habían quemado una fábrica de muebles y no esperarían a que destruyeran otra para proteger a la familia.—Eric, tengo que hablar contigo —pidió Casey, su hermana, antes de que él llegara a las escaleras.—Ahora no puedo, debo intentar comunicarme con Maddox.—Solo dame cinco minuto
Para salir del bosque, Alana tomó un camino de tierra lleno de baches y de restos de vegetación. El vehículo en el que viajaban se agitaba con violencia haciendo sonar cada una de sus partes.Maddox estaba seguro que aquel auto no llegaría muy lejos. El motor se quejaba, del techo caía óxido con cada movimiento y cada vez que ella hacía algún cambio de marcha emitía un ruido atronador.Tuvieron que atravesar un río pasando encima de su caudal pedregoso. La camioneta se sacudió tanto que él creyó que se desarmaría encima del agua.—Toma, ponte esto —dijo ella y le lanzó un trapo manchado con grasa.Supuso que se estaba sintiendo intimidada con su cuerpo desnudo, pero eso no le importó. Quería que lo viera así, que se excitara y su deseo por él despertara. Estaba dispuesto a seducirla.—¿Quién eres? —preguntó Maddox.Ella lo observó por el rabillo del ojo un instante antes de fijarse en la vía.—Me llamo Alana. Alana O’Hara. ¿Y tú?—Maddox Prescott. De la manada Prescott de Portland. ¿H
—¿Para qué quieres esos malditos huesos? —preguntó Maddox y subió también a la camioneta.Alana intentaba encender de nuevo el vehículo, pero el motor rugía como un animal lastimado.—No es tu problema.Maddox tomó una vez más la mochila y la sacó por la ventanilla del auto, como si fuese a lanzarla de nuevo.—¡Devuélvemela! —exigió la mujer.—Explícame lo que harás con ellos. ¿Por qué te arriesgaste a entrar en esa cueva para sacar estas cosas? —pidió el hombre con tal severidad que Alana no pudo seguir rebatiendo sus palabras.Se estremeció por el poder autoritario que él emitió.—Si me acompañas a casa, lo verás por ti mismo —respondió la mujer con los ojos empapados en lágrimas.Esa reacción movió unos centímetros el centro de gravedad de Maddox. El dolor que ella reflejó en sus pupilas se clavó en su pecho como si hubiese sido una lanza afilada que traspasaba su corazón.Hizo entrar de nuevo la mochila en el auto y la colocó sobre su regazo tapando su pene ahora erecto.Aquella l