Quiero saber qué piensan de los últimos sucesos. Espero sigas leyendo. Un besito.
Ivette se sentó en la cafetería del centro comercial con una extraña y macabra sonrisa adornando sus labios, sacó de su bolso el pequeño diario rojo, que guardó en casa de su hermana. Lo abrió y comenzó a hacer anotaciones, con aquel especial brillo demencial en la mirada. Si seguía uno a uno los pasos que tenía en su diario, las cosas comenzarían a caer como piezas de dominó, preparadas con estrategia e inteligencia para acorralar a su presa y entonces dar el zarpazo final. —Sí…, lo sé. Somos muy buenas en esto —murmuró a la vez que escribía oraciones sin sentido en aquel pequeño cuaderno rojo. Alicia salió corriendo de la casa para buscar a Daniel. Cuando hubo llegado hasta donde él se encontraba, le costaba respirar y todo su cuerpo, incluyendo la voz, le temblaba, no sabía cómo dar aquella noticia. Sin embargo, debía hacerlo. «Dios que no se convierta en tragedia», rezó. —¿Alicia? —Daniel la miró acuso y sin comprender la razón por la que la joven se veía tan agotada. Parecía
La joven se sostuvo la cabeza con ambas manos mientras lloró desesperanzada. Daniel tragó con dificultad y sus ojos se tornaron en un hipnótico y nítido azul rey, evidenciando las pequeñas venas rojas en ellos. Colocó ambas manos en jarras y mirando al techo exhaló todo el aire contenido y las lágrimas apresadas comenzaron a correr, dejó caer su rostro en derrota y apretó el tabique de su nariz, como si de ese modo pudiera contener el llanto y ahogarlo dentro de su pecho. —¿Dónde la tienen? —se atrevió a preguntar al fin. —Los médicos están atendiéndola. No me han dejado verla —Marian respondió sollozante. —¿Qué han dicho? —Caminó impaciente hasta la puerta de madera, que la muchacha había señalado e intentó mirar, mas le fue imposible—. ¿Hace cuánto la tienen allí? M*****a sea. ¿Por qué demonios no dicen nada? ¿Por qué nadie sale? —¡Calma! En estos casos toca esperar. —Eduardo se acercó y colocó la mano en su hombro para alejarlo de la puerta. Él se volteó atravesándolo con la m
Ivette estaba feliz. Demasiado feliz para gusto de Ricardo y eso solo podía significar una cosa —que cualquier daño que hubiera querido causar, lo había logrado con éxito—, siguió observándola mientras devoraba un desayuno a media mañana en su departamento. De repente, había aparecido con lo que presumía un apetito renovado. Supo que no se estaba alimentando bien, cuando Ileana lo llamó para preguntar por ella el día anterior. Su hermana se encontraba preocupada por los problemas de Ivette. Siempre le pareció que aquella forma de preocuparse por su hermana menor, era demasiado raro, aun cuando era cierto que, Ileana se hubo encargado de ella cuando sus padres murieron, siendo la menor muy una adolescente. Las conoció dos años después de la muerte de su tía, la madre de Daniel, y su padre en aquel accidente, justo cuando Dante Gossec las presentase ante todos como la mujer con quien volvería a casarse y su pequeña hermana. En ese entonces, Ivette entraba en la adolescencia. Era tímida
Katherine soñó. Soñó, eso si podía decirse que alguien en su condición era capaz de hacerlo. Se percibió vagando entre una densa neblina, no escuchaba nada, sus ojos intentaban adaptarse a la tenue luz que traspasaba un manto en su rostro. Estiró sus brazos, buscando asirse a algo, tenía miedo de caer, de dar un paso en falso. De pronto, lo que más temía sucedió. Cayó en una especie de pantano, sus pies se atascaron, el pavor se apoderó de su cuerpo, nublando por completo su razón. Aquello no podía estar ocurriéndole, estaba soñando. Era una pesadilla, solo eso. Movió sus pies para encontrar el fondo y tomar impulso, no lo encontró. Volvió a intentarlo y su cuerpo cayó hacia adelante, contuvo la respiración para no terminar tragando lodo. Agitó los brazos con desesperación. «Tienes que salir de aquí, por favor». Justo cuando se sentía más desesperanzada, se encontró frente a la puerta de su casa; sin embargo, esa puerta era enorme y ella se sentía pequeña, como si fuera Alicia en el
Ivette leyó rápido la noticia y dirigiendo la mirada hasta las últimas líneas, terminó perdiendo los estribos que sujetaban su cordura. —¡M*****a sea! —pronunció con rabia cortando la llamada—. ¿Por qué no te mueres, m*****a mocosa? ¿Qué debo hacer, ir al hospital y acabar con todo lo que empecé? M*****a sea, ¿por qué no me puede salir todo como deseo? Se levantó echa una furia, arremetió contra el espejo en la habitación. Ricardo escuchó todo el ruido cuando atravesó el umbral de la puerta. —Te odio…. Te odio —escuchó los vituperios provenientes de su recámara. —Ivette, ¿qué demonios te sucede? —le dijo tomándola por detrás y aventándola sobre la cama, esperando contenerla antes de que acabara con sus cosas. —¡Déjame, imbécil! —gritó vuelta una furia, su rostro estaba rojo y en su mirada el brillo depredador y desesperado se podía notar, el respirar acelerado de la joven le indicaba que no se apaciguaría pronto. —No voy a dejar que destruyas mi casa, solo porque te dieron tus ar
Daniel no se detuvo demasiado en la casa. Estaba cansado y solo había vuelto porque Anna lo persuadió de hacerlo. Apenas si pudo pasar bocado, el hambre no era un mal que lo aquejase, siendo sincero, durante esas horas en el infierno, lo menos que sintió fue hambre; en su lugar, todo fue reemplazado por la ansiedad.Entrar a la habitación que ambos compartían solo le recordó el frío de la soledad, producto de la ausencia de Katherine. No podía estar allí sin sentir cómo su corazón se encogía y el aire comenzaba a faltarle. Respiró con calma y se sentó en el borde la cama para tener de qué sostenerse. Pronto los recuerdos se agolparon en su mente, imparables y nítidos. Su sonrisa, sus palabras, los días que pasaron encerrados en la habitación mientras estuvo convaleciente y ella leía libros, haciendo aquellas voces raras y extraños sonidos que no se parecían en nada a los reales. No pudo evitar sonreír, y enseguida las lágrimas nublaron sus ojos.Se sintió pequeño, perdido y solo. En p
La furia de Ivette había cedido y fue remplazada por el frío silencio y la indiferencia. Aun así, en su interior no reinaba la paz, el dolor y la rabia contenida podían resultar en un cóctel fatal.Ileana la miró bajarse del auto como autómata, sin percatarse demasiado por dónde iba, en lugar de entrar a la casa, caminó alrededor de esta hasta llegar al jardín trasero y se sentó en la silla del jardín sin mencionar una sola palabra. Algo pasaba por su cabeza, Ileana lo supo. Su estado de ánimo actual distaba mucho del que mostró el día anterior.—Ivette… —Ileana la llamó.—No estoy para escuchar tus sermones de madre equivocada, Ileana —respondió a la defensiva y con impaciencia.Su hermana pronto se replanteó no preguntar cómo estaba o qué le pasaba. Además, le había dolido la forma en la que se expresó con ella, no quería comenzar a reprochar. A decir verdad, ese aguijón se clavó en su corazón hace mucho tiempo e Ivette solía moverlo cada vez que podía como si ella necesitase que le
La tormenta parecía haber pasado en el cielo de Katherine y Daniel, pero para Ileana comenzaba a sentirse un frente frío que decretaba tormenta y caos a su paso. La amenaza latente de un huracán. Esa noche luego de la discusión con su hermana y el hallazgo encontrado, Dante Gossec le traía con una noticia la contemplación de su presagio vuelto realidad.—Debo estar purgando una maldición —fue lo primero que dijo al entrar a la casa y encontrársela en la sala fingiendo mirar el televisor.—¿A qué te refieres? —inquirió preocupada. Se había encargado de mandar a recoger el auto y que lo llevaran al taller para que reparasen el daño, no había modo de que él se diera cuenta de algo.—No te enteras de nada, Ileana —respondió con sarcasmo—. Mi nuera sufrió un accidente. —Le entregó el diario donde salía la noticia.A Ileana la invadió el temor y con horror observó el titular, rauda con la mirada buscó el nombre y fue así que supo que no solo la esposa de su hijastro había resultado herida,