La furia de Ivette había cedido y fue remplazada por el frío silencio y la indiferencia. Aun así, en su interior no reinaba la paz, el dolor y la rabia contenida podían resultar en un cóctel fatal.Ileana la miró bajarse del auto como autómata, sin percatarse demasiado por dónde iba, en lugar de entrar a la casa, caminó alrededor de esta hasta llegar al jardín trasero y se sentó en la silla del jardín sin mencionar una sola palabra. Algo pasaba por su cabeza, Ileana lo supo. Su estado de ánimo actual distaba mucho del que mostró el día anterior.—Ivette… —Ileana la llamó.—No estoy para escuchar tus sermones de madre equivocada, Ileana —respondió a la defensiva y con impaciencia.Su hermana pronto se replanteó no preguntar cómo estaba o qué le pasaba. Además, le había dolido la forma en la que se expresó con ella, no quería comenzar a reprochar. A decir verdad, ese aguijón se clavó en su corazón hace mucho tiempo e Ivette solía moverlo cada vez que podía como si ella necesitase que le
La tormenta parecía haber pasado en el cielo de Katherine y Daniel, pero para Ileana comenzaba a sentirse un frente frío que decretaba tormenta y caos a su paso. La amenaza latente de un huracán. Esa noche luego de la discusión con su hermana y el hallazgo encontrado, Dante Gossec le traía con una noticia la contemplación de su presagio vuelto realidad.—Debo estar purgando una maldición —fue lo primero que dijo al entrar a la casa y encontrársela en la sala fingiendo mirar el televisor.—¿A qué te refieres? —inquirió preocupada. Se había encargado de mandar a recoger el auto y que lo llevaran al taller para que reparasen el daño, no había modo de que él se diera cuenta de algo.—No te enteras de nada, Ileana —respondió con sarcasmo—. Mi nuera sufrió un accidente. —Le entregó el diario donde salía la noticia.A Ileana la invadió el temor y con horror observó el titular, rauda con la mirada buscó el nombre y fue así que supo que no solo la esposa de su hijastro había resultado herida,
Alicia se tomó algo de su tiempo libre para visitar al hombre que, al parecer, podía arrancarle de la mente a su patrón. Debía admitir que Pedro la hacía sentir muy bien y la trataba con delicadeza, siendo un hombre tan curtido en el trabajo de campo, le resultaba dulce, tosco pero romántico a su medida. Cuando Katherine la descubrió saliendo de las caballerías aquel día, había sido el primer encuentro entre él y ella, desde entonces, debió actuar con cautela, eso no quería decir que no encontraran un sitio dentro o fuera de su lugar de trabajo para encontrarse. En los últimos días, verse resultó más complicado debido a los acontecimientos sucedidos. No obstante, hacía unas semanas atrás cuando descubrió a Pedro entregando dinero a otros empleados de la hacienda como si hubiera estado cancelando una deuda, la duda se instauró en ella como plomo sobre su cabeza.—¡Vaya, vaya! Pero si la reinita se atrevió a bajar de la torre —Pedro bufó con aquella voz ronca, tomando a Alicia de la cint
Era febrero y ya el calor comenzaba a hacerse notar en la ciudad, aun así, nada tenía que ver el mes con el clima o lo que se iba a suscitar en ese momento con el mes. Las cosas muchas veces o en su mayoría suceden como no te las esperas, esa parecía ser una de las tantas leyes del universo que ese día se cumpliría. —No. No estoy segura, y tampoco pienso dar marcha atrás —Katherine dijo negada a reconocer que tomó una decisión por rebeldía. Ana Collins guardó silencio con la mirada puesta en la única persona que quería, como si fuera su hija. Recordó que la mujer que ayudaba a vestir y arreglar para su matrimonio, había llegado a esa enorme casa con apenas dos meses de nacida, aquellos grandes ojos grises cual plata sólida y espesas pestañas, piel pálida y mejillas sonrosadas. En aquel entonces, supo que de ella dependía en parte, la felicidad de esa pequeña niña con cabellos de camomila, cuyo destino estuvo regido por la apatía alguien que resultaba ser carne de su carne y sangre d
Después de los dieciséis años, la joven se ganó el apodo de: la rebelde e irreverente, Katherine Deveraux. Todos compadecían al padre por tan atolondrada hija, que lo tenía siempre con el alma en un hilo. Dos veces se escapó de casa, por desgracia para ella y por fortuna para Anna Collins, su padre logró dar con su paradero en ambas ocasiones. La última vez terminó localizándola, trabajando en una zapatería en otra ciudad a cinco horas de donde vivían.Guillermo amenazó con demandar al empleador por violar la ley y darle trabajo a un menor de edad sin permiso de su padre. Aquello la hizo avergonzarse a morir, a Dios gracias, no volvería a ver a su jefe ni compañeros. Esa vez hasta sus amigos salieron crucificados, su padre les prohibió de forma tajante volver a verse, sobre todo porque ellos siempre acababan avalando cada travesura de su hija.A pesar de eso, ella siempre le veía lo bueno a todo, aunque no tuviera pies ni cabeza, eso era con exactitud lo que hacía cuando pensaba que de
Debió estar loca, nunca ha debido escucharlo. Si él no le hubiera propuesto aquello, ella no lo habría considerado jamás, de haber mejorado las cosas, seguro se estuviera casando por amor, no por rebeldía. Respiró profundo y giró con nerviosismo el ramo sobre sus manos. —¡Que comience la función! —Titubeó antes de llegar a la puerta y con voz trémula dijo—: Anna, regálame un abrazo. Ambas mujeres se envolvieron en un cálido y esperanzador abrazo. No tranquilizaría su alma atribulada, su padre una vez más le quitaba el placer de conocer el amor, al ser condescendiente en su más reciente dislate con disfraz de decisión. De todo eso le quedaba una certeza, que su padre no sería su salvador. En su interior, se confesaba una enamorada empedernida de la idea de amar a alguien y ser correspondida con igual intensidad. Una cursi que creía en poemas y cartas de amor, que leía novelas románticas con finales felices. Quizá porque buscaba con determinaci
Daniel se acercó a ella una vez que el jefe civil los declaró de manera oficial, unidos en matrimonio. Ella se irguió en su metro sesenta y siete, mirándolo directo a sus ojos azules, él le concedió una sonrisa y frunció un poco el ceño al observar la sólida plata de sus orbes, escrutándolo. Su respiración se detuvo ante su actitud, nunca había visto a alguien tan desesperanzada. Se acercó lo suficiente, para darle un beso en la comisura de sus labios, ella ni se inmutó. Pareció haber apagado sus emociones, ¿en realidad estaba perdiendo toda esperanza de ser feliz? ¿No iba a pelear, a luchar? ¿Tan fácil se estaba rindiendo? —¿Estás bien? —Él se preocupó, al darse cuenta de la forma en que ella parecía inconexa. Sin embargo, solo se limitó a asentir. Anna Collins la abrazó por un rato. Katherine no mostró ningún atisbo de flaqueza, a decir verdad, no mostró nada. El siguiente en felicitar a la novia fue Aarón, el padrino de la boda. —¡Felicidades, señora Gossec! —Sintió deseos de r
Hasta la noche de la propuesta, solo la había visto en fotos y de lejos, mientras ella tomaba una malteada de chocolate en la fuente de soda del centro comercial, acompañada de un grupo de jóvenes. Por designios del destino, al mirarla se decantó por su belleza sobria y sonrisas espontáneas, ignorante de cómo el resto la miraba con deleite. Ella era como el Sol y los demás solo orbitaban a su alrededor en busca de su luz y su energía.No era consciente del efecto que causaba en quienes la rodeaban.Fue justo allí, donde recordó esa absurda cláusula que meses atrás el abogado de su abuelo le revelase, para ese momento, salió sin preguntar muchas cosas; no quiso saber nada más, esa idea le parecía un dislate de su abuelo en pleno lecho de muerte. No obstante, al tener a la joven frente a él, no le incomodó tanto la idea del matrimonio, que, aunque absurd