Bueno, les dejo otro capítulo de esta historia, cada vez más cerca del final. Besitos.
Ivette estaba feliz. Demasiado feliz para gusto de Ricardo y eso solo podía significar una cosa —que cualquier daño que hubiera querido causar, lo había logrado con éxito—, siguió observándola mientras devoraba un desayuno a media mañana en su departamento. De repente, había aparecido con lo que presumía un apetito renovado. Supo que no se estaba alimentando bien, cuando Ileana lo llamó para preguntar por ella el día anterior. Su hermana se encontraba preocupada por los problemas de Ivette. Siempre le pareció que aquella forma de preocuparse por su hermana menor, era demasiado raro, aun cuando era cierto que, Ileana se hubo encargado de ella cuando sus padres murieron, siendo la menor muy una adolescente. Las conoció dos años después de la muerte de su tía, la madre de Daniel, y su padre en aquel accidente, justo cuando Dante Gossec las presentase ante todos como la mujer con quien volvería a casarse y su pequeña hermana. En ese entonces, Ivette entraba en la adolescencia. Era tímida
Katherine soñó. Soñó, eso si podía decirse que alguien en su condición era capaz de hacerlo. Se percibió vagando entre una densa neblina, no escuchaba nada, sus ojos intentaban adaptarse a la tenue luz que traspasaba un manto en su rostro. Estiró sus brazos, buscando asirse a algo, tenía miedo de caer, de dar un paso en falso. De pronto, lo que más temía sucedió. Cayó en una especie de pantano, sus pies se atascaron, el pavor se apoderó de su cuerpo, nublando por completo su razón. Aquello no podía estar ocurriéndole, estaba soñando. Era una pesadilla, solo eso. Movió sus pies para encontrar el fondo y tomar impulso, no lo encontró. Volvió a intentarlo y su cuerpo cayó hacia adelante, contuvo la respiración para no terminar tragando lodo. Agitó los brazos con desesperación. «Tienes que salir de aquí, por favor». Justo cuando se sentía más desesperanzada, se encontró frente a la puerta de su casa; sin embargo, esa puerta era enorme y ella se sentía pequeña, como si fuera Alicia en el
Ivette leyó rápido la noticia y dirigiendo la mirada hasta las últimas líneas, terminó perdiendo los estribos que sujetaban su cordura. —¡M*****a sea! —pronunció con rabia cortando la llamada—. ¿Por qué no te mueres, m*****a mocosa? ¿Qué debo hacer, ir al hospital y acabar con todo lo que empecé? M*****a sea, ¿por qué no me puede salir todo como deseo? Se levantó echa una furia, arremetió contra el espejo en la habitación. Ricardo escuchó todo el ruido cuando atravesó el umbral de la puerta. —Te odio…. Te odio —escuchó los vituperios provenientes de su recámara. —Ivette, ¿qué demonios te sucede? —le dijo tomándola por detrás y aventándola sobre la cama, esperando contenerla antes de que acabara con sus cosas. —¡Déjame, imbécil! —gritó vuelta una furia, su rostro estaba rojo y en su mirada el brillo depredador y desesperado se podía notar, el respirar acelerado de la joven le indicaba que no se apaciguaría pronto. —No voy a dejar que destruyas mi casa, solo porque te dieron tus ar
Daniel no se detuvo demasiado en la casa. Estaba cansado y solo había vuelto porque Anna lo persuadió de hacerlo. Apenas si pudo pasar bocado, el hambre no era un mal que lo aquejase, siendo sincero, durante esas horas en el infierno, lo menos que sintió fue hambre; en su lugar, todo fue reemplazado por la ansiedad.Entrar a la habitación que ambos compartían solo le recordó el frío de la soledad, producto de la ausencia de Katherine. No podía estar allí sin sentir cómo su corazón se encogía y el aire comenzaba a faltarle. Respiró con calma y se sentó en el borde la cama para tener de qué sostenerse. Pronto los recuerdos se agolparon en su mente, imparables y nítidos. Su sonrisa, sus palabras, los días que pasaron encerrados en la habitación mientras estuvo convaleciente y ella leía libros, haciendo aquellas voces raras y extraños sonidos que no se parecían en nada a los reales. No pudo evitar sonreír, y enseguida las lágrimas nublaron sus ojos.Se sintió pequeño, perdido y solo. En p
La furia de Ivette había cedido y fue remplazada por el frío silencio y la indiferencia. Aun así, en su interior no reinaba la paz, el dolor y la rabia contenida podían resultar en un cóctel fatal.Ileana la miró bajarse del auto como autómata, sin percatarse demasiado por dónde iba, en lugar de entrar a la casa, caminó alrededor de esta hasta llegar al jardín trasero y se sentó en la silla del jardín sin mencionar una sola palabra. Algo pasaba por su cabeza, Ileana lo supo. Su estado de ánimo actual distaba mucho del que mostró el día anterior.—Ivette… —Ileana la llamó.—No estoy para escuchar tus sermones de madre equivocada, Ileana —respondió a la defensiva y con impaciencia.Su hermana pronto se replanteó no preguntar cómo estaba o qué le pasaba. Además, le había dolido la forma en la que se expresó con ella, no quería comenzar a reprochar. A decir verdad, ese aguijón se clavó en su corazón hace mucho tiempo e Ivette solía moverlo cada vez que podía como si ella necesitase que le
La tormenta parecía haber pasado en el cielo de Katherine y Daniel, pero para Ileana comenzaba a sentirse un frente frío que decretaba tormenta y caos a su paso. La amenaza latente de un huracán. Esa noche luego de la discusión con su hermana y el hallazgo encontrado, Dante Gossec le traía con una noticia la contemplación de su presagio vuelto realidad.—Debo estar purgando una maldición —fue lo primero que dijo al entrar a la casa y encontrársela en la sala fingiendo mirar el televisor.—¿A qué te refieres? —inquirió preocupada. Se había encargado de mandar a recoger el auto y que lo llevaran al taller para que reparasen el daño, no había modo de que él se diera cuenta de algo.—No te enteras de nada, Ileana —respondió con sarcasmo—. Mi nuera sufrió un accidente. —Le entregó el diario donde salía la noticia.A Ileana la invadió el temor y con horror observó el titular, rauda con la mirada buscó el nombre y fue así que supo que no solo la esposa de su hijastro había resultado herida,
Alicia se tomó algo de su tiempo libre para visitar al hombre que, al parecer, podía arrancarle de la mente a su patrón. Debía admitir que Pedro la hacía sentir muy bien y la trataba con delicadeza, siendo un hombre tan curtido en el trabajo de campo, le resultaba dulce, tosco pero romántico a su medida. Cuando Katherine la descubrió saliendo de las caballerías aquel día, había sido el primer encuentro entre él y ella, desde entonces, debió actuar con cautela, eso no quería decir que no encontraran un sitio dentro o fuera de su lugar de trabajo para encontrarse. En los últimos días, verse resultó más complicado debido a los acontecimientos sucedidos. No obstante, hacía unas semanas atrás cuando descubrió a Pedro entregando dinero a otros empleados de la hacienda como si hubiera estado cancelando una deuda, la duda se instauró en ella como plomo sobre su cabeza.—¡Vaya, vaya! Pero si la reinita se atrevió a bajar de la torre —Pedro bufó con aquella voz ronca, tomando a Alicia de la cint
Era febrero y ya el calor comenzaba a hacerse notar en la ciudad, aun así, nada tenía que ver el mes con el clima o lo que se iba a suscitar en ese momento con el mes. Las cosas muchas veces o en su mayoría suceden como no te las esperas, esa parecía ser una de las tantas leyes del universo que ese día se cumpliría. —No. No estoy segura, y tampoco pienso dar marcha atrás —Katherine dijo negada a reconocer que tomó una decisión por rebeldía. Ana Collins guardó silencio con la mirada puesta en la única persona que quería, como si fuera su hija. Recordó que la mujer que ayudaba a vestir y arreglar para su matrimonio, había llegado a esa enorme casa con apenas dos meses de nacida, aquellos grandes ojos grises cual plata sólida y espesas pestañas, piel pálida y mejillas sonrosadas. En aquel entonces, supo que de ella dependía en parte, la felicidad de esa pequeña niña con cabellos de camomila, cuyo destino estuvo regido por la apatía alguien que resultaba ser carne de su carne y sangre d