Ivette leyó rápido la noticia y dirigiendo la mirada hasta las últimas líneas, terminó perdiendo los estribos que sujetaban su cordura. —¡M*****a sea! —pronunció con rabia cortando la llamada—. ¿Por qué no te mueres, m*****a mocosa? ¿Qué debo hacer, ir al hospital y acabar con todo lo que empecé? M*****a sea, ¿por qué no me puede salir todo como deseo? Se levantó echa una furia, arremetió contra el espejo en la habitación. Ricardo escuchó todo el ruido cuando atravesó el umbral de la puerta. —Te odio…. Te odio —escuchó los vituperios provenientes de su recámara. —Ivette, ¿qué demonios te sucede? —le dijo tomándola por detrás y aventándola sobre la cama, esperando contenerla antes de que acabara con sus cosas. —¡Déjame, imbécil! —gritó vuelta una furia, su rostro estaba rojo y en su mirada el brillo depredador y desesperado se podía notar, el respirar acelerado de la joven le indicaba que no se apaciguaría pronto. —No voy a dejar que destruyas mi casa, solo porque te dieron tus ar
Daniel no se detuvo demasiado en la casa. Estaba cansado y solo había vuelto porque Anna lo persuadió de hacerlo. Apenas si pudo pasar bocado, el hambre no era un mal que lo aquejase, siendo sincero, durante esas horas en el infierno, lo menos que sintió fue hambre; en su lugar, todo fue reemplazado por la ansiedad.Entrar a la habitación que ambos compartían solo le recordó el frío de la soledad, producto de la ausencia de Katherine. No podía estar allí sin sentir cómo su corazón se encogía y el aire comenzaba a faltarle. Respiró con calma y se sentó en el borde la cama para tener de qué sostenerse. Pronto los recuerdos se agolparon en su mente, imparables y nítidos. Su sonrisa, sus palabras, los días que pasaron encerrados en la habitación mientras estuvo convaleciente y ella leía libros, haciendo aquellas voces raras y extraños sonidos que no se parecían en nada a los reales. No pudo evitar sonreír, y enseguida las lágrimas nublaron sus ojos.Se sintió pequeño, perdido y solo. En p
Era febrero y ya el calor comenzaba a hacerse notar en la ciudad, aun así, nada tenía que ver el mes con el clima o lo que se iba a suscitar en ese momento con el mes. Las cosas muchas veces o en su mayoría suceden como no te las esperas, esa parecía ser una de las tantas leyes del universo que ese día se cumpliría. —No. No estoy segura, y tampoco pienso dar marcha atrás —Katherine dijo negada a reconocer que tomó una decisión por rebeldía. Ana Collins guardó silencio con la mirada puesta en la única persona que quería, como si fuera su hija. Recordó que la mujer que ayudaba a vestir y arreglar para su matrimonio, había llegado a esa enorme casa con apenas dos meses de nacida, aquellos grandes ojos grises cual plata sólida y espesas pestañas, piel pálida y mejillas sonrosadas. En aquel entonces, supo que de ella dependía en parte, la felicidad de esa pequeña niña con cabellos de camomila, cuyo destino estuvo regido por la apatía alguien que resultaba ser carne de su carne y sangre d
Después de los dieciséis años, la joven se ganó el apodo de: la rebelde e irreverente, Katherine Deveraux. Todos compadecían al padre por tan atolondrada hija, que lo tenía siempre con el alma en un hilo. Dos veces se escapó de casa, por desgracia para ella y por fortuna para Anna Collins, su padre logró dar con su paradero en ambas ocasiones. La última vez terminó localizándola, trabajando en una zapatería en otra ciudad a cinco horas de donde vivían.Guillermo amenazó con demandar al empleador por violar la ley y darle trabajo a un menor de edad sin permiso de su padre. Aquello la hizo avergonzarse a morir, a Dios gracias, no volvería a ver a su jefe ni compañeros. Esa vez hasta sus amigos salieron crucificados, su padre les prohibió de forma tajante volver a verse, sobre todo porque ellos siempre acababan avalando cada travesura de su hija.A pesar de eso, ella siempre le veía lo bueno a todo, aunque no tuviera pies ni cabeza, eso era con exactitud lo que hacía cuando pensaba que de
Debió estar loca, nunca ha debido escucharlo. Si él no le hubiera propuesto aquello, ella no lo habría considerado jamás, de haber mejorado las cosas, seguro se estuviera casando por amor, no por rebeldía. Respiró profundo y giró con nerviosismo el ramo sobre sus manos. —¡Que comience la función! —Titubeó antes de llegar a la puerta y con voz trémula dijo—: Anna, regálame un abrazo. Ambas mujeres se envolvieron en un cálido y esperanzador abrazo. No tranquilizaría su alma atribulada, su padre una vez más le quitaba el placer de conocer el amor, al ser condescendiente en su más reciente dislate con disfraz de decisión. De todo eso le quedaba una certeza, que su padre no sería su salvador. En su interior, se confesaba una enamorada empedernida de la idea de amar a alguien y ser correspondida con igual intensidad. Una cursi que creía en poemas y cartas de amor, que leía novelas románticas con finales felices. Quizá porque buscaba con determinaci
Daniel se acercó a ella una vez que el jefe civil los declaró de manera oficial, unidos en matrimonio. Ella se irguió en su metro sesenta y siete, mirándolo directo a sus ojos azules, él le concedió una sonrisa y frunció un poco el ceño al observar la sólida plata de sus orbes, escrutándolo. Su respiración se detuvo ante su actitud, nunca había visto a alguien tan desesperanzada. Se acercó lo suficiente, para darle un beso en la comisura de sus labios, ella ni se inmutó. Pareció haber apagado sus emociones, ¿en realidad estaba perdiendo toda esperanza de ser feliz? ¿No iba a pelear, a luchar? ¿Tan fácil se estaba rindiendo? —¿Estás bien? —Él se preocupó, al darse cuenta de la forma en que ella parecía inconexa. Sin embargo, solo se limitó a asentir. Anna Collins la abrazó por un rato. Katherine no mostró ningún atisbo de flaqueza, a decir verdad, no mostró nada. El siguiente en felicitar a la novia fue Aarón, el padrino de la boda. —¡Felicidades, señora Gossec! —Sintió deseos de r
Hasta la noche de la propuesta, solo la había visto en fotos y de lejos, mientras ella tomaba una malteada de chocolate en la fuente de soda del centro comercial, acompañada de un grupo de jóvenes. Por designios del destino, al mirarla se decantó por su belleza sobria y sonrisas espontáneas, ignorante de cómo el resto la miraba con deleite. Ella era como el Sol y los demás solo orbitaban a su alrededor en busca de su luz y su energía.No era consciente del efecto que causaba en quienes la rodeaban.Fue justo allí, donde recordó esa absurda cláusula que meses atrás el abogado de su abuelo le revelase, para ese momento, salió sin preguntar muchas cosas; no quiso saber nada más, esa idea le parecía un dislate de su abuelo en pleno lecho de muerte. No obstante, al tener a la joven frente a él, no le incomodó tanto la idea del matrimonio, que, aunque absurd
Katherine se sentó en un lugar apartado de todos los que se hallaban en la casa. Cerca de una pequeña mesa en la que estaba un florero y un portarretrato donde aparecía enmarcada una foto suya de cuando celebraron sus quince años.Fue el único cumpleaños que disfrutó en grande y en el que creyó que su padre, en verdad, la quería. Menudo engaño, días después tuvo el desagrado de escucharlo discutir con la señorita Collins, sobre su actitud. Pasado el evento, él retornó a su postura apática y distante con ella.Su padre catalogó de insolente a su institutriz, y encima de eso le recordó con desdén que su único deber, era para con su hija.Buscó a Guillermo Deveraux con la mirada y lo encontró hablando con Daniel, su ahora esposo. Esa palabra pesaba demasiado para procesarla en un solo día, y mirarl