"¿Qué harás tú, Deanna?"

Deanna solo supo hacer una cosa luego de que Beverly se marchara: encerrarse en la sala de música. Era su refugio cuando necesitaba pensar, cuando discutía con Daniel o cuando necesitaba llorar. Y en ese momento sí que necesitaba llorar.

Su lugar en la casa era hermoso, tan lleno de música, tan lleno del cariño de su esposo en cada detalle. Todo pensado para ella, desde los sillones para que pudiera recibir a sus amigos músicos, hasta los instrumentos que no sabía tocar.

Cantaba para todos ahí. Jonathan corría con todas sus fuerzas cuando sabía que Deanna les daría una presentación particular. Se acomodaba en el piso, con las piernas cruzadas y la carita llena de expectación, una sonrisa enorme de oreja a oreja. Y la miraba maravillado.

Allí, le ensañaba, aunque él no repetía nada. Solo movía la cabeza al compás y disfrutaba. Ese niño tan bonito y repleto de historias sin contar que la adoraba con locura. Recordar sus mejillas rosadas la hizo llorar más fuerte. Tuvo que cubrirse la bo
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