Eres una grosera

Se volteó con el cuerpo cargado de calor, todas esas caricias, todos esos besos. Él conocía como tocarla, como saborearle la piel para desatarla. Era lo que buscaba cada vez: liberarla. Porque cuando lo hacía derramaba todo lo que tenía, se entregaba por completo, era suya. Lo miró con los ojos transformados, las pupilas dilatas y la respiración agitada.

Daniel iniciaba el juego, pero Deanna lo dominaba. Exudaba un halo de deseo que solo era para él, porque él lo provocaba, porque nunca había sentido esa necesidad básica y pura de amar con el cuerpo lo que el corazón le dictaba. No así, no con esa locura. Verla reaccionar era todo lo que lo lanzaba a perder los estribos; no lo había vivido con nadie más. Y por eso sus actitudes lo desconcertaban y a la vez lo halagaban, lo encendían y lo intimidaban en simultáneo. ¿Cómo no iba a perder la cordura?
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