Paula comenzó a narrar desde el instante que le diagnosticaron el tumor, y cómo llegó a la vida de la familia Duque. —Esos detalles no son parte del caso —rebatió el fiscal.—Denegado, deseo escuchar esta historia completa —contestó la juez con firmeza—, prosiga señorita. Paula asintió. —Así me convertí en la esposa de mentira de Juan Andrés, ni él ni yo sabíamos que había un oscuro secreto que unía nuestras vidas, con la convivencia fui descubriendo que él solo aparentaba ser un hombre rebelde, desorganizado, holgazán para olvidar la culpa que pesaba sobre su conciencia. —Claro, era un desadaptado, por eso él violó a esa muchacha —aseguró el abogado de Sergio—, y luego indujo al suicidio al señor David Uribe. —¡No es verdad! —gritó Paula—, él es inocente. —Señorita Osorio, procure ser más puntual —ordenó la juez. —Bueno, luego de que descubrimos que él fue testigo de lo que le ocurrió a mi hermana, decidimos guardar silencio, yo por no revivir esos momentos traumatizantes y él
Mariela se puso de pie desde donde estaba. —Yo las tengo señoría, soy prima de Sergio Uribe, y quiero declarar. —¿Estás loca? —rebatió Sergio—, no puede creer en la palabra de ella, es novia de Juan Andrés. La juez asintió, de inmediato le tomaron el juramento a Mariela. —Desde niños, mi primo tuvo un comportamiento extraño, mis tíos lo llevaban con un psiquiatra, cuando yo les preguntaba a mis padres, me decían que eran controles de rutina; sin embargo, siempre tenía juegos extraños, solía encerrarnos a David y a mí en el sótano de su casa, y nos torturaba poniéndonos arañas de hule, mientras nosotros gritábamos, él disfrutaba, y no volví a jugar con él, luego de la muerte de David, Sergio se fue al extranjero, no supe de él hasta que volvió. —Eso no es prueba de nada —rebatió el abogado de Sergio. Mariela lo observó con profunda seriedad. —Hace días me enfrenté a Paula, yo sabía que era ella, no podía disimular, era evidente en la forma que miraba a Juan Andrés, y cuando le r
—¡Infeliz! —gruñó el agente López, respiraba agitado, sin pensarlo dos veces tomó un arma y disparó a la cabeza de Sergio, el delincuente cayó abatido.—¡Mi hijo! —gritó Gonzalo, horrorizado de ver a Sergio sobre un, charco de sangre. Entre tanto Juan Andrés sostenía entre sus brazos el cuerpo ensangrentado de Mariela, ella se había atravesado para salvarle la vida. —Por favor resiste —suplicaba con la voz llena de angustia y los ojos llenos de lágrimas. —Ya viene una ambulancia —comunicó López, se inclinó y agarró la mano de Mariela tenía el pulso muy débil—, por favor resista —imploró. Paula apenas lograba recomponerse de aquel suceso, escuchó el llanto de Marypaz y corrió hacia donde estaba la niña en brazos de su abuela.—Por favor deme a mi hija —suplicó. María Paz asintió, y se la entregó. —Tranquila cariño, todo va a estar bien. —Abrazó a Marypaz a su pecho, entonces miró como Juan Andrés sollozaba sosteniendo el cuerpo de la que ella creía aún era su pareja, el corazón s
Tres días después. “Luego de las declaraciones en la audiencia, con ayuda de organismos internacionales lograron desarticular aquella banda de criminales, se descubrió que Gonzalo Uribe, no trabajaba solo, junto a él estaban sus socios: sádicos y psicópatas millonarios del mundo entero. Varias chicas fueron rescatadas, y familiares de las víctimas exigen justicia, además piden que se les entreguen los cuerpos de sus seres queridos. Una historia de terror que llega a su fin. La obsesión de un hombre enamorado de alguien que jamás lo iba a corresponder, lo llevó a cometer actos de cuento de horror»Esa fue la nota de una periodista que había seguido el caso muy de cerca. Juan Andrés logró dar con el paradero de Paula, pero necesitaba llegar a ella, no de improviso, sabía que estaba dolida por la forma en la cual él la trató y requería pedirle perdón.—¿La encontraste? —averiguó Mariela, ya estaba más restablecida, y Andrés no dejaba de visitarla. —Sí, hoy en la tarde nos encontrarem
«¿Me perdonas piojosa? ¿Vuelves a mi lado?»Esas dos preguntas provocaron que el corazón de Paula diera brincos en el pecho; sin embargo, aún había tanto que aclarar entre ellos, y de perdonarse, ella también no podía eximirse de la culpa, aunque sabía que todo lo hizo por amor. —Levántate. —Sonrió sin dejar de verlo a los ojos—, tu reputación se puede ver afectada: Juan Andrés Duque de rodillas ante una mujer —bromeó, y lo observó con ternura. —No me importa lo que piense el mundo entero, no me voy a poner de pie hasta no escuchar que me perdonas, y que por fin seremos una familia feliz junto a nuestros hijos. —Observó a Marypaz con la mirada brillante. Paula apretó los labios, suspiró profundo. —Fuiste muy cruel, me dan ganas de darte una lección, y que sufras, pero ya lo has hecho, además también me siento culpable. —La voz se le cortó. Los ojos de Juan Andrés se nublaron de lágrimas. —¿Culpable de qué, amor? ¿De ser la mujer más valiente que conozco? ¿De sacrificarte siempre
Más tarde la desquiciada mente de Sergio, recordó el instante en el cual asesinó a su propia madre. Verónica había entrado a la habitación de Sergio a buscar unas cosas que le hacían falta de la alcoba de David, habían pasado como cuatro meses de la muerte del joven. La mujer se estremeció cuando encontró varias fotos de su hijo menor llenas de alfileres, otras recortadas la cabeza, con mensajes de odio, también había observado fotografías de Juan Andrés, con corazones, y leyendas de amor. —¿Qué haces buscando mis cosas mamá?La mujer tembló al escucharlo; sin embargo, lo miró con seriedad y lo encaró. —¿Qué significa esto Sergio? —Mostró las fotografías, negó con la cabeza. —¿Quién te dio permiso de meterte en mis cajones? —vociferó, las pupilas se le dilataron, le arrancó de las manos aquellas fotos. —¿En verdad lo quieres saber, mamá?Verónica sintió que la piel se le erizó. —Habla.—Estoy perdidamente enamorado de Juan Andrés Duque, lo amo con todo mi corazón, pero David se
Las estrellas alumbraban el firmamento, y la luna llena brillaba en todo su esplendor, la noche era fresca. Paula y Juan Andrés se hallaban sentados en uno de los sofás de la terraza, el sitio estaba adornado con hermosas plantas ornamentales, había una hamaca en una esquina, una barra tipo bar de reluciente madera con varios licores y una cafetera. El exquisito aroma de café se coló por las fosas nasales de Paula. —Quiero que me cuentes todo —solicitó Juan Andrés, al instante que se puso de pie y fue por las tazas con café. —¿Por dónde quieres que empiece? —averiguó Paula. Juan Andrés regresó, colocó las tazas encima de la mesa de centro, se sentó junto a Paula, tomó las manos de ella, la observó a los ojos, sintiendo su respiración agitada. —¿Alguna vez… Sergio te tocó? ¿Te forzó? Paula se reflejó en la azulada mirada de él. —No, jamás, por suerte yo no era de sus gustos, además era hermana de la mujer a la cual ultrajó y no quería recordar ese incidente, él tiene una amante,
Mariela se sobresaltó, se asustó, se llevó la mano al pecho. —¿Se encuentra bien? —indagó el agente López. Ella frunció el ceño. Él miró los pedazos rotos de vidrio, la botella de licor en la mesa de centro, y a Mariela con el cabello enmarañado, los ojos rojos, las mejillas húmedas. —¿Qué haces aquí? ¿Me estás persiguiendo? ¿Eres un acosador? —indagó casi arrastrando las palabras. —Estoy aquí porque su papá me contrató para custodiarla, teme por su seguridad. —La observó con profunda seriedad—, no la estoy persiguiendo, fui a visitarla al hospital, y me encontré con el doctor Roldán, y para su información no soy ningún acosador. —Pues ya viste que no hay peligro, vete, déjame sola, no quiero ver, ni hablar con nadie —ordenó con seriedad, volvió a sentarse en el sillón, tomó la botella, y se alzó para beber. López en un par de zancadas, se la arrebató. —¿Está loca? ¿Pretende morirse? —cuestionó respirando agitado—, su papá piensa que quieren hacerle daño, y no se ha dado cuenta