Las estrellas alumbraban el firmamento, y la luna llena brillaba en todo su esplendor, la noche era fresca. Paula y Juan Andrés se hallaban sentados en uno de los sofás de la terraza, el sitio estaba adornado con hermosas plantas ornamentales, había una hamaca en una esquina, una barra tipo bar de reluciente madera con varios licores y una cafetera. El exquisito aroma de café se coló por las fosas nasales de Paula. —Quiero que me cuentes todo —solicitó Juan Andrés, al instante que se puso de pie y fue por las tazas con café. —¿Por dónde quieres que empiece? —averiguó Paula. Juan Andrés regresó, colocó las tazas encima de la mesa de centro, se sentó junto a Paula, tomó las manos de ella, la observó a los ojos, sintiendo su respiración agitada. —¿Alguna vez… Sergio te tocó? ¿Te forzó? Paula se reflejó en la azulada mirada de él. —No, jamás, por suerte yo no era de sus gustos, además era hermana de la mujer a la cual ultrajó y no quería recordar ese incidente, él tiene una amante,
Mariela se sobresaltó, se asustó, se llevó la mano al pecho. —¿Se encuentra bien? —indagó el agente López. Ella frunció el ceño. Él miró los pedazos rotos de vidrio, la botella de licor en la mesa de centro, y a Mariela con el cabello enmarañado, los ojos rojos, las mejillas húmedas. —¿Qué haces aquí? ¿Me estás persiguiendo? ¿Eres un acosador? —indagó casi arrastrando las palabras. —Estoy aquí porque su papá me contrató para custodiarla, teme por su seguridad. —La observó con profunda seriedad—, no la estoy persiguiendo, fui a visitarla al hospital, y me encontré con el doctor Roldán, y para su información no soy ningún acosador. —Pues ya viste que no hay peligro, vete, déjame sola, no quiero ver, ni hablar con nadie —ordenó con seriedad, volvió a sentarse en el sillón, tomó la botella, y se alzó para beber. López en un par de zancadas, se la arrebató. —¿Está loca? ¿Pretende morirse? —cuestionó respirando agitado—, su papá piensa que quieren hacerle daño, y no se ha dado cuenta
Juan Andrés se dirigió a la entrada principal, y abrió el portón. —Doctor Duque, lamentamos molestarlo tan temprano, lo fuimos a buscar en la hacienda, pero sus papás nos informaron que se encontraba aquí. —Sí, no hay problema, pasen. —Se hizo a un lado. —¿Algún inconveniente, teniente?—Tenemos información que le puede interesar, es sobre David Uribe. Juan Andrés inhaló profundo. —¿Qué pasa con él?—Descubrimos que su amigo no se suicidó, sino que el proyectil que lo mató salió desde el closet de la habitación de él. Juan Andrés parpadeó, se puso de pie de un solo golpe, enredó sus dedos en el cabello. —¿Qué dice? ¿David fue asesinado? —indagó balbuceando—, yo vi cuando se disparó. —El arma que tenía su amigo estaba sin balas, la que lo mató era del señor Uribe padre, pero quién disparó fue su hermano Sergio. —¡Infeliz! —gritó Juan Andrés apretando los puños. —¡M@l nacido! —Cogió las llaves del auto y salió desaforado. —¡Doctor Duque! —exclamó el teniente. —¡Juan Andrés! —g
Paula salió corriendo de la casa cuando escuchó el ruido del auto de Juan Andrés, apenas él bajó ella se aproximó sintiendo que el corazón le retumbaba. —Dime que no cometiste una locura —suplicó, lo miró a los ojos con expresión de angustia. Juan Andrés la tomó de la mano y la haló, la abrazó muy fuerte. —Ganas no me faltaron, mientras conducía hasta el hospital sentía ganas de ahorcar a ese infeliz, por culpa de él, se murió mi amigo, mi hermano —sollozó—, y mi vida se volvió una porquería, yo era el peor ser humano del mundo, me convertí en un hombre que creía que por ser guapo, y millonario tenía el mundo a mis pies, y que los demás debían hacer lo que yo quería, era un holgazán, un parásito, no entiendo cómo te enamoraste de mí, yo era un completo imbécil —habló con la voz entrecortada. Paula lo cobijó con sus brazos, suspiró profundo. —Si hubieras sido perfecto, no me habría fijado en ti —contestó con sinceridad—, eres un hombre real, no un príncipe de cuentos de hadas, eso
Cuando Andrés salió y Paula se aseguró que estuvieran solas, se aclaró la garganta. —Sé que estás sufriendo mucho, y te comprendo, porque pude haber sido yo la que en este momento estuviera en tu lugar —expresó con la voz pausada. —Sí, pero es a mí a quién le tocó perder —sollozó Mariela, y observó a Paula con seriedad.—Esa siempre fue una batalla perdida, y tampoco te culpo, es imposible no amar a Juan Andrés Duque, pero tú sabías que él no correspondía a tus sentimientos, insististe, y yo habría hecho lo mismo, pero llega un momento en que se debe pensar en uno mismo, y tú has demostrado ser una mujer con los pies en la tierra, me mostraste tu lado noble, al contarle la verdad a él, cuando pudiste quedarte callada, y manipular las cosas a tu favor.Mariela alargó un suspiro. —Lo hice por él, porque el amor verdadero no es egoísta, y no puedo tenerlo a mi lado, sabiendo que te ama a ti, viéndolo infeliz, a costa de mi felicidad, prefiero ser yo la que sufra, él merece lo mejor.
—¿Quién eres? ¿Por qué te metes? —inquirió mirando con seriedad Ana María a Mariela. —Soy la novia de Max —mintió, y se aproximó a él, lo tomó de la mano. Él la observó a los ojos, y no rechazó su tacto, al contrario, entrelazó sus dedos con los de Mariela—, y si lo hubieras amado como dices, habrías estado esperándolo, pero no, fuiste y te casaste con su mejor amigo, y vienes a decirle que lo amas, no seas mentirosa —enfatizó apretando los dientes, molesta. —¡No tienes derecho! —reclamó Ana María. —¿Quién es ella? —preguntó bramando a Max. —Ya te lo dijo, es mi novia —él le siguió la corriente a Mariela—, así que mejor vete, y olvídate de mí. —¡Max! ¡No! —Vete —ordenó Mariela—, es mejor que lo hagas por tu voluntad. —No es justo —gritó Ana María, miró de pies a cabeza a Mariela—, ella no es de tu misma clase, no te va a tomar en serio, date cuenta —suplicó llorando. —No necesito tus consejos —advirtió Max—, vete antes de que yo mismo llame a Mario y le diga que estás aquí
—Me da tanto gusto que se hiciera justicia —dijo Mariela cuando llegó hasta donde estaban Juan Andrés y Paula. —También colaboraste para que esos criminales reciban su condena —expresó Juan Andrés la observó con ternura. —Hice lo correcto —respondió Mariela, lo miró con cariño—, yo venía a despedirme, mañana me voy a New York a convivir con mi papá —relató. —Buen viaje, que te vaya bien, y recuerda lo que charlamos —intervino Paula, la miró agradecida—, te deseo lo mejor. —La abrazó sin que Mariela pudiera reaccionar. Mariela se quedó estática, y luego de unos segundos subió sus brazos y correspondió el gesto de Paula. —Cuídalos mucho —susurró. —Pierde cuidado —contestó Paula—, también cuídate, espero nos visites. Mariela se aclaró la garganta. —Espero volver algún día, cuando ya…—Suspiró—, despídeme de Cris, dile que lo quiero mucho. —Él está afuera con sus abuelos, ¿quieres despedirte? —cuestionó. Mariela miró dubitativa a Paula, despedirse de Cris, iba a ser muy
—No te vayas a quitar la venda, ni te muevas —advirtió Juan Andrés a Paula. —Qué misterioso andas, dime por lo menos en dónde estamos, siento que estoy en medio de la nada. Juan Andrés sonrió. —Ya sé por qué Marypaz es tan curiosa, salió igual a ti, ten paciencia. Paula resopló, y tan solo escuchó el crujir de las hojas con los pasos que Juan Andrés daba, sentía el viento rozando su rostro, el aroma era tan puro, no se oía ruidos de autos, ni voces de personas, tan solo el trinar de las aves nocturnas, acompañado de ese silencio tan apacible. Entonces se oyó de nuevo pasos, se sobresaltó. —Soy yo, no te asustes. La voz de Juan Andrés la tranquilizó, él la tomó de la mano, y la guio por ese camino de herrería. Los pies de Paula pisaban hojas, y luego sintió el crujido de la madera. —Con cuidado —recomendó Andrés. —Sí me haces caer te arrastro por la hacienda —advirtió ella, sonriente. —Qué obsesión tienes por hacer eso —reclamó él. —Me dejaste con las ganas, quería comprobar