Tatiana
Pasó un año, y otro y otro. Había luchado por sobrevivir. Luego de mucho esfuerzo, ahora vivía sola en una pequeña casa y trabajaba en el único restaurante de este pequeño pueblo. Lejos estaba mi mundo con los lobos y Medianoche.
—¿Sabes la nueva noticia? — me preguntaba mi mejor amiga Mariela. Era baja y delgada, con el cabello liso y corto y unos lentes redondos. Tenía apariencia inocente, también de nerd, y era la mejor chica del mundo.
—¿Noticia?
—Vienen empresarios para una reunión aquí en el restaurante. Dios, espero que sean muy atractivos. Y yo con este delantal feo. Así me voy a quedar sola para siempre —decía ella, mirando nuestros vestidos opacos y poco llamativos.
—Te ves bien en tu uniforme, siempre te ves bien —respondí.
—Pues a ti te queda mejor ¡Ya quisiera yo tener tus curvas! —decía ella, chocando sus caderas con las mías, y yo me reía. Seguía siendo la chica curvy. Pero ahora no me sentía mal con mis curvas, o al menos lo intentaba. Tenía el cabello oscuro, caderas amplias, muslos gruesos, baja, una chica curvy que intenta pasar desapercibida.
—¿Qué tipo de empresarios? — pregunté a Gaby, ella era una señora mayor, la dueña del restaurante, y la persona que más me había ayudado desde que llegué aquí. Mi vida era tranquila, tantos aquí me habían ayudado. Me había permitido quedarme en su casa, me ayudó a entrar en la escuela local y me dio trabajo. Y me trataba como si fuera su familia. Haría lo que fuera por esta mujer.
—Gente con poder, buenos candidatos a novios ¿no crees? — decía Mariela guiñando un ojo.
—Han reservado un área de reuniones por uno par de días. Necesito que todo esté a la perfección —decía Gaby.
—Voy a dejar una lista de tareas para que se la des a los demás. Sabes que confío en ti para que todo funcione, esto es importante.
—Por supuesto— contesté. Se vendrían días con mucho ajetreo.
Estaba por cenar, cuando de repente, escuchaba un ruido, y cuando abrí la puerta, vi a dos chicos que conocía muy bien. Estaban parados en la entrada, ella con una camiseta grande, él con un short.
—¡Henry, Mariana! ¿Y por qué tienen esa ropa? —les preguntaba, riéndome de ellos, y los abrazaba con fuerza. Los hermanos habían crecido bastante y para mí ya eran unos gigantes.
—¡Venimos por la noche de películas! —decía Marina.
—Me siento ridículo, esta ropa ya no me queda ¡Somos guerreros Tati! —decía Henry divertido. Desde hace años les dejaba ropas afuera y escondidas, porque siempre venían en su forma de lobo, y así no andaban desnudos por ahí y llamarían demasiado la atención.
Cuando fueron más grandes, lo primero que hicieron fue venir a buscarme. Yo pasé años mirando al bosque, rezando para que vinieran, que encontraran mi olor. Y cuando los vi de nuevo, fue el mejor día de mi vida. Los tenía de nuevo.
—Sabíamos que no nos dejarías, así que aquí estamos— me dijeron en ese entonces. Cuando les pregunté por qué habían venido me dijeron simplemente que yo era su su familia. Después de eso, les escribí cartas, y estuvimos en contacto. Yo los amaba tanto, eran mis chicos.
—Vengan, vamos a cenar y ver una película— comenté. Pero en la cena Marina explicó mejor a qué habian venido.
—Vendrán alfas, los escuché la otra vez en la manada—ella estaba nerviosa. Ellos nunca me decían mucho más de la manada, pero esta vez, debía ser importante. Tiene que ver con la reunión de empresarios. Buscarían un lugar neutral, serían varias manadas. Por todos los cielos. Espero que no se aprovecharan de los humanos.
—Creímos que sería pertinente avisarte. No creo que se atrevan a hacer nada malo. Nosotros no podremos estar cerca—decía Henry preocupado.
—No se meterán con nosotros ¿cierto? — pregunté.
—No lo creo. Hay problemas más grandes en la manada, los concilios, todo es un caos— dijo ella.
—¿Nos vemos otro día? —pregunté en la mañana mientras Marina y Henry engullían el desayuno que les había preparado y ahora atacaban mi refrigerador.
—Sí, tenemos que entrenar, pero volveremos y estaremos alertas. No te dejaremos Tati — prometieron. Antes de irme al trabajo vi que el bosque estaba tranquilo, tenía pánico de los rogues. Dejé un plato con lo que sobró del desayuno, me gustaba alimentar a los animales del bosque. A mí no me gustaba mucho adentrarme en el bosque, pero me gustaba estar cerca de ellos.
Ese día trabajé arduamente para que todo quedara perfecto. Ya estaba nerviosa, y todas las personas en el pueblo tenían grandes expectativas sobre cómo serían los grandes empresarios que venían a este pequeño pueblo a reunirse.
—Deben traer dinero.
—Y prestigio a nuestra pequeña comunidad— indicaba el alcalde. Yo lo dudaba.
Todo estaba preparado, y de repente empezamos a ver que llegaban autos y camionetas muy grandes. Todos eran fuertes y atractivos, como ningún humano lo era. Yo sabía la razón, por supuesto, pero el resto no. Vi hombres rubios, de cabello oscuro, altos, morenos, bronceados, todos impecablemente vestidos con ropa de diseñados, exacta y perfecta para ellos. Honestamente había olvidado lo atractivos que eran los lobos, lo gigantes y fuertes que se veían.
—Demonios... ¿De dónde dijeron que eran estos empresarios? Parecen artistas de cine ¿Estás seguras de que no son actores? —preguntaba Mariela, muy emocionada, abanicándose con nuestro menú.
—Compórtate Mari, que tenemos mucho trabajo que hacer —respondí, acomodando las mesas. Yo solía ser la encargada del lugar, junto con Gaby, pero hoy haría el trabajo que fuera.
—Esos hombres son inmensos, y se les marcan los músculos... y esos tatuajes... ¡mi buen dios! —decía ella, y la veía acalorada.
—A trabajar Mari…— susurré. Cuando de repente apareció Gaby, bastante nerviosa.
—Tati... hemos estado organizando las mesas, vamos a dar una copa a cada recién llegado, te encargarías de eso?
—¿Qué?
Que me lleve el demonio. La idea no me gustaba. Mi objetivo era estar el mayor tiempo posible lejos o en el bar con Martín, el bartender para que nadie me viera, pero ella contaba conmigo. Yo no podía defraudarla.
—Te lo ruego— me dijo y accedí a ser la cara visible del restaurante y del pueblo… ante la gente que yo más odiaba. Uno tras uno fue pasando mientras mi miraban de mala gana. Yo pude haberme vestido mejor si supiera que iba a estar en este rol.
—¡Que pueblo tan humano!
—No debimos venir aquí— decían. Y comenzaron las malas noticias.
Razzio.
Cuando lo vi caminar, su cabello rojizo y algo en él, lo supe. Siempre me había preguntado quién podría haber provocado los incendios. Pero ahora, después de tantos años, comprobaba mi sospecha. Esos lobos tenían un pelaje rojizo, y veía que era el más pelirrojo de todos aquí. ¿Podría ser posible? Los incendios y tanta gente que murió. Recuerdo haber escuchado que Marina decía que los Razzio eran muy amigos de los Marden. Razzio y Sebastián deberían ser más que conocidos. Dos futuros alfas, amigos, compañeros.
¿Pero qué podría hacer? Si decía algo, capaz me matan aquí mismo.
Y uno puede ser un humano débil... pero era mejor cuidarse. Mejor que digan por aquí corrió, que aquí murió.
—Una tonta ovejita enfrentando al lobo. Una ovejita gorda y débil—me susurró con una sonrisa maligna, balanceando la copa de vino que le acababa de dar, en su mano. —Upps…— dijo cuando de repente la tiró exactamente sobre mí, manchando mi cara y uniforme c. Yo parpadeaba aterrada mientras el resto de los alfas ni siquiera escondían cómo se reían de mí. No podía creer que me recordaban.
—Siempre vas a ser una asquerosa, pero te doy razones para que te bañes. Intenta quitar tu asqueroso olor —me dijo, y se fue riéndose. Yo me limpiaba la cara, y mi pecho se agitaba. Temí hacer algo y que se desquitaran con Marina y Henry, ellos tenían un buen futuro. En cambio, esta reunión pasaría, los alfas se olvidarían de mí. No me dio ni tiempo de reaccionar cuando el corazón se me detuvo cuando vi en la lista un nombre que no esperaba ver.
—¿Sebastián Marden? — dije con voz queda.
No, no puede ser. El hijo del alfa de la manada Medianoche.
Sebastián era inmenso y al contrario de mi caso, se había puesto aún más atractivo, musculoso y fuerte. Tenía un cabello oscuro magnífico y sus ojos azules parecían el cielo. Su traje negro era perfecto y exudaba fortaleza y aura de alfa. La camisa prácticamente se le abría y su caminar era seguro. Básicamente, era un modelo. Mariela tenía razón.. Tuve que contener un ligero jadeo solo de verlo. Podía imaginar que a Mariela se le deberían estar saliendo los ojos.
¿Eres tonta, Tatiana, o qué? Si iban a venir todas las manadas de esta región, Medianoche tenía que venir. Tenía pánico que él me viera, pero obvio que iba a hacerlo. Él ya no era el hijo del alfa… era el alfa. Él me vio, y su cara era de desconcierto. Sin duda no esperaba que yo estuviera aquí... y la expresión que tenía era de molestia e inclusive de asco.
Me reconoció. Obvio que sí. Juré no volver a ver a estos lobos, y aquí estaba él, como si nada. Más allá reconocí a David, su mejor amigo, supongo que era su beta.
—No puede ser… —dijo como si viera a su peor enemigo. Su voz era profunda, y sentí un estremecimiento. Sus manos se apoyaron en el mostrador, de forma tan fuerte que parecía que iba a romper la madera. Me vio de arriba a abajo, y podía detallar que sus ojos se oscurecían, parecía ser como si evitara respirar para no sentir mi olor.
—Por aquí — señalé y él siguió con el resto de invitados. Sebastián estaba tenso y no paraba de verme, volteando a cada rato. Yo no podía dejar de pensar que él realmente estaba aquí.
Pasé por un espejo y vi mi conjunto manchado. No pude evitar llorar. Mi pesadilla había vuelto, y de la peor forma. ¡No podía creer mi mala suerte! Tenía miedo por mi vida, ahora si… podría ser mi fin. ¡Tan feliz que era!
—Tati vi lo que sucedió, esos hombres son muy groseros— me dijo Martín el chico que atiende el bar.
—Sí, sí, estoy bien... —¿Cómo explicarle? Había contado poco de mi pasado, solo dije que hui de una familia disfuncional y unos padres malvados. Aquí solo saben que tengo hermanos adoptivos, nada más.
—Por aquí hay un uniforme de mesera, no es lo adecuado, pero servirá— dice él y me voy al baño. Todo iba mal, peor podría ir peor y tenía un pésimo presentimiento. Gaby estaba como loca de un lado al otro.
Desde el momento en que me coloqué la pieza, supe que esto no iba nada bien. El vestido era muy ajustado, y corto. Ni con el delantal esto iba a solucionarse. Quizás si iba a casa podía solucionarlo y volvería. Eso era, iba a salir por la puerta de atrás.
Ya los alfas se habían reído de mí, Razzio me había humillado. Sebastián me había mirado con odio, y casi podría jurar que el resto se iban a reír de que yo perteneciera alguna vez a la manada de él.
Aunque honestamente... ¿Por qué tendría que importarme? Él no es nada mío, y yo no soy importante para ellos. Seguramente ni se acuerdan de mí.
—Vamos, fuerza Tati. Sebastián Marden... los alfas y todos los lobos no son nada para ti—dije en voz alta mientras me acomodaba lo mejor posible, y me dispuse a salir. Sentí que la puerta del baño se abrió.
—Lo siento, está ocupado y…— pero me encontré cara a cara con nada más y nada menos que Sebastián, rojo como un tomate, acelerado como si corrió un maratón, y viéndome como si yo fuera un fantasma.