Una curvy para el Alfa
Una curvy para el Alfa
Por: Federica Navarro
Capítulo 1

Tatiana

Tatiana

Yo era la única humana en entre lobos. Una mujer de la manada Medianoche, llamada Lucía, me había encontrado en el bosque llorando. Era simplemente una niña, y le di lástima; no quería dejarme sola y que muriera. Yo era pequeña y débil.

Solo algo me definía: no era igual que ellos.

Los hombres lobos tienen una estructura muy clara en su manada, donde más arriba estaba el alfa y su familia, y más abajo, los omegas. Y abajo de todos ellos… yo. Ayudaba a las omegas en los quehaceres y me dediqué a servir a la manada. Lucía hacía lo que podía… pero el alfa mandaba.

—Ella debe comportarse y ayudar en la manada como pueda— dijo Mauricio, el alfa de la manada. Y Lucía me cuidó; era una mujer fuerte y no dejó que nada me pasara. Pero desde el primer momento ellos me odiaban.

—¿Por qué tendríamos que ayudar a una humana?

—Es solo alguien más que mantener— yo los escuchaba decir.

—¡Una gordita que no debe estar entre los hombres lobos!

Y así había sido toda mi vida, una y otra vez. Era solo una humana entre hombres lobos, unos que odiaban especialmente a los humanos. Luego de años tranquilos con Lucía, que se preocupaba por mí, cuando iba a comenzar la adolescencia… ella murió en un ataque de rogues a nuestro territorio. Y a partir de ahí, todo cambió. Me quedé sola.

Vinieron años de maltratos y abusos. Cuando pasaba, me empujaban y me ponían nombres, se reian de mi peso y de todo lo que yo hacía. Me quitaban mis cosas y me mudaron a una pequeña habitación lejos. Y desde ese momento me convertí en una esclava de ellos. Viví en un cuarto pequeño, y convivia con las miradas, las risas cuando yo pasaba, y los comentarios.

—Es fácil notar que es la humana… es decir, ¡Solo mírenla! — decían en voz alta y se burlaban de mí. Lanzaban basura a mis pies mientras yo limpiaba.

—¡Es pequeña y no tiene ni un músculo fuerte! ¡Pura grasa!— decían riéndose.

Si algo caracterizaba a los hombres lobos es que eran muy activos y ágiles. Desde pequeños eran entrenados y sus cuerpos eran atléticos y en forma. Eran altos, hábiles, rapidos. En cambio yo, no lo era precisamente.

Estaba a punto de comenzar la adolescencia, veía que mi cuerpo empezaba a cambiar. Era una niña rechoncha, pero al crecer, empezaba a mostrar curvas y formas más redondas. Los otros escondían mi ropa, robaban mis cosas y yo regresaba a mi habitación a llorar a escondidas. Estaba en la más baja escala social, y jamás mejorarían. Porque… ¿Cómo iba a dejar de ser humana?

Un día estaba limpiando la casa principal y varios chicos se acercaron a reírse de mí. Era lo usual en ellos.Yo esperaba mi destino, con miedo.

—Deberíamos dejarse a los rogues, animales salvajes, se la comerían— decían unas chicas de mi edad. Ellas eran esbeltas, con piernas largas y estómagos tonificados. Yo no tenía amigos, ni nadie me hablaba.

—¡No puede ni correr!— decía otro chico y se reían. Los rogues eran hombres lobos salvajes, sin manada y muy violentos. Yo les tenía mucho miedo.

—¡No creo que ni ellos la quieran! — comentaban otros y se reían. —Coméntanos… ¿No puedes hacer dieta? ¿Hacer algo con ese cuerpo tan humano que tienes?—, decía otro empujándome y yo me caía y se divertían. Luego dañaron todo lo que yo había limpiado, lanzando basura en el suelo y muebles.

—Lo hicimos para ayudarte… tú sabes… para que hagas un poco de ejercicio… y así bajas unos kilos…— dijo uno y se volvían a reírse. Me odiaba especialmente un chico llamado Jorge, Regina y… el hijo del alfa.

—Pobre gordita… nunca va a tener un mate, ¿quién podría tener la mala suerte de ser el compañero de ella?

—Los humanos no tienen eso… tiene que contar con su encanto y enamorar a un pobre tonto— decían a lo lejos, riéndose aún de mí.

En este mundo, lo importante era la fuerza y tener tu lobo, y yo nunca tendría nada de eso. Tampoco deseaba ser esbelta como ellos. Realmente, lo que más quería, lo que más me dolía era que no iba a tener un mate, un compañero destinado por la diosa luna. Un compañero para siempre.

Los lobos odiaban a los humanos, y cuando escuchaba las historias de los hombres lobos encontrando a sus mates… yo imaginaba lo que sería tener un mate, un compañero incondicional que me amara como soy. Que me viera con amor no importa mi talla.

Mi vida fue así por un tiempo, hasta que, años después, encontré una pequeña alegría. Algunas familias me dejaban a sus hijos, ya que me veían como niñera sin pago, y cuando una pareja murió, dejaron a mi cargo a dos huérfanos: Marina y Henry.

Me encantaba cuidarlos y consentirlos, eran niños buenos. La primera vez que me abrazaron… algo nació en mí y sentí… que éramos una especie de familia. Una pequeña y rara familia.

—Yo podría cuidarlos para siempre, podrían vivir conmigo…me haría responsable d eellos— dije ofreciéndome hacerme cargo de ellos a tiempo completo.

—Supongo que para algo tienes que servir…— fue lo que dijo el alfa. Y se quedaron conmigo.

Nos dieron una casa pequeña cerca del bosque donde vivíamos los tres. Yo tenía dieciséis años, pero era por fin feliz. Eran unos niños vivaces e inteligentes, y yo les leía historias y los cuidaba, siempre atenta como si fueran mis hermanitos. Los amaba más que a mi misma.

—¿Tú también serás una guerrera Tati? — me preguntaba Henry y yo le sonreía triste.

—No, pequeño, pero ustedes seguro van a ser unos lobos muy fuertes.

—Sebastián nos va a entrenar dentor de muy poco ¡Él es el más fuerte!— decía Marina contenta mientras yo preparaba la comida. Soñaban con ser guerreros y defender la manada para que nadie más muriera como sus padres.

—¡Unos guerreros fuertes para proteger a todos!—, decía Henry contento saltando cerca de mí.

Sebastián Marden… suspiraba. Era el hijo del alfa y futuro alfa de la manada, el joven más importante de por aquí.

Era mayor que yo, un chico fuerte y aun siendo un adolescente todos lo escuchaban, era inteligente, respetado, serio y muy hermoso. Todo un alfa. Por supuesto que era el sueño de todas las chicas. Lo veía reírse de los chistes que hacían los otros sobre mi cuerpo y cuando limpiaba su cuarto, ni me veía. Yo era un objeto, la humana, la esclava.

A veces intentaba acercarme, pues él sería el futuro alfa… pero él me apartaba y se alejaba de mí como si yo tuviera una enfermedad contagiosa. Como si ser humano fuera una penosa dolencia.

—Voy al pueblo un momento a comprar algo para la salsa que tanto les gusta… y vuelvo, ¿está bien mis pequeños?— digo y en minutos, tomaba mi bicicleta y salía pedaleando de la manada.

Nadie solía ir al pueblo, sino yo, debido a que el pueblo era de humanos. Era pequeño, pero me gustaba ir… me trataban mejor. Y yo pensaba que cuando Marina y Henry fueran grandes… quizás podría en un pueblo así. No podría dejarlos solos aún. Nunca lo haría. Pero me sentía bien ahi

Pero cuando regresaba a la manada… veía que algo malo pasaba.

—¿Qué sucede? — pregunté angustiada y vi que un humo salía a lo lejos.

Aceleré y cuando tiré la bicicleta y me eché a correr, vi en una orilla del camino a hombres huyendo, que se transformaban en lobos… pero no eran de Medianoche, su pelaje era característicamente rojizo. ¿Un ataque de otra manada? ¿Por qué?

A mi alrededor, varias casas se incendiaban y muchos corrían gritando, era un infierno. Yo corrí a la mía, aterrada.

—¡Marina! ¡Henry!—, gritaba angustiada mientras entraba a nuestra casa ya en llamas. Empujaba como podía y me tapaba la nariz, lloré cuando los vi acurrucados y aterrados.

—¡Tati!—, gritaban ellos y se me echaron al cuello. Salí como pude, quemándome el brazo en el camino y terminamos jadeando en el jardín afuera. Pero ellos estaban sanos y salvos. Nadie se preocupó por los huérfanos, mis niños.

—¿Dónde estaba la humana? — preguntó el alfa, parado cerca de mí, y yo sentía que temblaba de miedo.

—Yo… salí y vi el humo a lo lejos…—

—¡Fue ella! ¡Ella los trajo!—, gritaban personas alrededor.

—Yo solo fui a comprar algo para los niños…—decía yo, la salsa y mis cosas ya olvidadas. El alfa Mauricio se agachaba y me tomaba de mi camiseta con fuerza.

—Unos humanos nos atacaron de sorpresa ¡Unos sucios humanos! ¿Tú sabías de esto no es cierto? ¡Tu los trajiste!— me apuntaba el alfa.

—¡Ella nos ha traído esta mala suerte!— gritaban otros.

—¡Casualmente, ella no estaba cuando sucede el ataque!—, decían los demás gritando.

Me di cuenta de que alrededor había varias casas en llamas y que la situación era crítica. Muchas personas debían haber muerto. Era algo insólito que ocurriera.

—Tú los dejaste entrar… ¿Verdad? ¡Contesta muchacha!—me gritaba el alfa.

—¡No eran humanos! Vi cómo se transformaban en lobos… allá en el camino…— decía y el alfa me golpeaba. Escuchaba a Marina y Henry llorando y yo me levantaba como podía. Mi mejilla latía; yo no era contrincante para él.

—¡Respeta a tu alfa!— me gritaban.

—¡Él es una gorda inútil!—

—¡Ella es una mentirosa!— gritaban los otros.

—Decidiremos qué hacer con ella…— dijo el alfa. Pero yo ya sabía qué pasaría. Me sacaron a rastras y me tiraron cerca del borde de la manada.

—Fuera de aquí ¡Traidora! ¡Después de que te acogimos! ¡De que te ayudamos— me dijeron.

—¡No sirves para nada!— gritaron. Sacaron lo poco que quedaba del incendio y las terminaron de quemar delante de mí mientras yo lloraba.

—Sácala de aquí hijo… y que no vuelva nunca más—decía el alfa y Sebastián hacía caso. Me tomaba del brazo y me zarandeaba. Henry y Marina lloraban desesperados.

—¡No… no, Tati es nuestra hermana! ¡Hermana no nos dejes!— gritaban ellos llorando.

—¡Jamás los dejaré! — les respondí y los hombres del alfa me patearon hasta que quedé sangrando en el piso.

—¡Ella no es nada de ustedes! ¡Es una traidora! ¡Una humana nunca podrá criar lobos! y solo porque ayudaste a los niños… te dejaremos vivir— decía el alfa.

—Eres un lastre… la manada estará mejor sin ti. Vete con tu gente… humana asquerosa… y no se te ocurra volver aquí… nunca. ¡Das asco!— dijo Sebastián con odio. Vi su cara hermosa ahora era una máscara de terror y desprecio.

—¡Marina! ¡Henry!

Me quedé llorando ahí, viendo a mis niños hasta que se los llevaron; ellos estiraban sus manos como si quisieran que yo los tomara… pero ahora estarían lejos de mí.

Como pude, me levanté y tomé mi bicicleta y anduve hasta el pueblo, y luego de ahí… seguí a otro. Pedaleé lo más que pudieron mis piernas. Mi corazón pesaba del dolor... ahora yo era una chica sola, sin familia. Una chica tonta, mentirosa y que no servía para nada, según ellos. Una traidora.

—No dejaré a mis niños, pero prometo nunca volver acercarme a los lobos. Y jamás volveré a pisar esa manada. Juré. Pero verán que a veces, el destino tiende a mostrarnos que estamos equivocados.
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP