Habían transcurrido tres semanas desde que Leonardo había echado a aquellas dos secretarias, y si Emma hubiese sabido las consecuencias que eso traería, hubiese insistido en que no las echaran; todos en la empresa le apuntaban con un ojo acusador, todos le decían que había sido su culpa que hubiesen echado a esas dos inocentes muchachas que vivían de eso, pero nadie se lo decía directamente, porque, según lo que Emma había escuchado, todos temían de que ella fuese a donde Leonardo a contárselo. Le parecía una gran locura como pasó de ser una don nadie en aquella empresa, a ser una —por no decir la más— de las más odiadas de allí, miradas crueles se topaba en cada esquina, si necesitaba ayuda, y Leonardo no estaba a su lado, nadie se la ofrecía, pero para su dicha, él siempre estaba a su lado, incluso, hasta un punto algo… sofocante para Emma.“Soy un hombre bastante romántico cuando me enamoro” recordaba sus palabras, una sonrisa se le arrancó del rostro, no podía decir que mentía, en
Liam notó la expresión en los ojos de aquel desconocido, pero Emma pareció no hacerlo. La muchacha se limpió un poco de los trozos de galleta que se le habían caído sobre la ropa, y se colocó de pie, con una suave sonrisa caminó hacia donde Leonardo, quien se había quedado estático en su posición, como fuera incapaz de darle crédito a sus ojos, parpadeó con fuerza, como si con hacer aquello, lograría que ese sujeto que él desconocía, saliera del lugar en donde vivía Emma.La muchacha caminó hacia Leonardo, abriendo sus abrazos, dándole un abrazo que él ni siquiera correspondió, pues permaneció estático, en su lugar, mirando a Liam, que lo retó con la mirada, ni siquiera supo por qué, Leonardo no entendía que hacía aquel sujeto con Emma, y Liam no entendía quien era aquel sujeto y por qué Emma lo había abrazado y besado en la mejilla, ambos hombres se encontraban en una mezcla de dudas, Emma ni siquiera se percataba de que las miradas de ambos parecían batallar sin alguna razón.—Leona
Emma parpadeó de manera repetida, mirando a Leonardo desde los pies hasta la cabeza, su ceño se frunció, se alejó de él, tragando saliva con una sensación ocre en la boca.—¿Q-qué?—Que no volverás a ver a ese sujeto, Emma.—Claro que lo volveré a ver, es mi amigo desde hace como doce años —le dijo, enojada, no solo por el comportamiento que él tenía, sino por el comportamiento que había tenido cuando Liam había estado allí, no le había gustado para nada que su amigo hubiese sido tratado de esa manera, especialmente cuando Liam era un hombre tan dulce, que se hubiese llevado muy bien con Leonardo, si él no lo hubiese atacado—. ¿Por qué lo trataste así?—Emma, llegué con comida para ambos, saqué tiempo de donde no tenía, solo para verte, no tienes idea de lo desesperado que estaba de verte, y llego te encuentro con… ¿un sujeto dándote galleta en la boca? ¿Cómo querías que reaccionara?—No debiste de hablarle así, es mi amigo.—¿Por qué parece que te importa más él que yo?Emma miró a l
Nunca había jamás conseguido experimentar una sensación como tal, aquella sensación, dulce, pero asfixiante en la que una persona en específico no salía de su cabeza, en la que esa persona bailaba por las esquinas de su mente sin cesar, en la que esa persona se aparecía en sus sueños, jamás en toda su vida había experimentado un anhelo desesperado y casi enfermizo de tener a alguien cerca, de que esa persona no se le fuera del lado; él era Leonardo White, el soltero más codiciado de aquella ciudad, y con seguridad podía decir que uno de los solteros más codiciados de aquel país, podía tener a la mujer que quisiera, sin embargo, una mujer tan simple como Emma, lo mantenía en insomnio, en angustia constante, Leonardo no sabía lo celoso que podía llegar a ser, hasta que se vio en un peligro de perderla, la parte más racional de él, le decía que aquel peligro era uno falso, que no la perdería, pero había una parte de él, —una muy fuerte— que le gritaba que sí, que cualquier otro era capaz
Sabía que Emma sentía una incómoda presión sobre sus hombros cada vez que ambos salían tomados de la mano, las miradas de todos clavadas en ellos, eran como agujas que herían a Emma, le había dicho que evitara gestos así —a pesar de que todos sabían que ella y Leonardo estaban en una relación, y quien no lo sabía, lo sospechaba de manera enorme—, pero a él no le gustaba obedecer jamás lo que ella pedía, y lo hacía de manera intencional, pues todo se trataba de aquel plan que había ideado semanas atrás: hacer sentir tan incomoda a Emma en aquella empresa, que ella por su cuenta eligiera irse, para que así, estuviera a salvo de cualquier hombre que la buscara seducir, porque sabía que si le decía de manera directa: “Emma, no quiero que sigas trabajando aquí” luego le explicaba sus razones, ella se enfadaría por sus celos.Leonardo acarició la mano de Emma a medida que caminaban, ocasionando que una sonrisa se marcara en los labios de la muchacha. El rubio abrió la puerta en donde la jun
Había transcurrido una semana completa desde la última vez que había visto a Leonardo, y era tan extraño que sentía unos estúpidos deseos de reír: lo extrañaba como si lo conociera desde siempre, aunque hace solo meses había descubierto que aquel rubio hombre existía. Emma lo quería, claro que lo quería, y su corazón se sentía herido, porque en verdad le hubiese gustado que ambos pudieran tener algo, y podían, pero sus celos terminarían asfixiándola.Él era más insistente de lo que ella había podido imaginar; le había llamado, le había escrito, había tocado su puerta, diciéndole que le abriera, que no se podía esconder de él por siempre, que quería verla, que lo necesitaba, con su voz rota, Leonardo se había sentado frente a la puerta cerrada del sitio en donde Emma vivía y le había dicho: “No puedes terminar conmigo, eres la única persona que ha logrado llegar a mi corazón”, aquellas palabras casi habían convencido a Emma de abrirle la puerta, de decirle que todo estaba perdonarlo y
Sofía no había dejado de mirarla todo el rato que habían compartido juntas, como si supiera algo de Emma de lo que ni siquiera la misma muchacha estaba al tanto.—¿Qué te trae por aquí? —La voz de Emma sonó agitada, momentos antes de que su amiga llegara, ella había querido llorar, pero no había podido hacerlo, sentía las emociones atoradas en su garganta, sentía que si Sofía tocaba un tema delicado, o siquiera mencionaba el nombre de Leonardo, no sería demasiado fácil para ella contener sus lágrimas.Sofía miró a Emma desde los pies hasta la cabeza, percibiendo lo demacrada que estaba, tenía unos dos meses sin escribirle, sin llamarle, sin querer saber nada de ella, pero había recibido una noticia que no podía ignorar, aquella era la razón por la que se encontraba allí, mirando a Emma que parecía demasiado agitada, nerviosa por algo. La mirada de Sofía cayó de manera disimulada sobre la bolsa con comida que había en aquella mesa, ver la marca de comida costosa, le hizo un nudo en la
Emma siempre había escuchado y leído en libros sabios, que la felicidad era algo individual, que nadie jamás podría brindarte aquella sensación que solo podría tener lugar en lo profundo de ti, siempre le había parecido lógico, pues muchas personas intentaban llenar sus vacíos en otros, sin saber que la felicidad siempre estaba dentro de sí mismos… pero, hace unos días, lo había puesto en duda, había puesto en duda todo lo que conocía, porque si lo que sentía cuando estaba con él, no era felicidad, ¿entonces que era? ¿Qué era aquella dulce sensación, similar a acariciar una nube? ¿Qué era aquella sensación si no era la más plena felicidad que Leonardo le brindaba?Un mes más, casi dos, tenían cuatro meses de noviazgo, y ella podía decir, sin temor alguno a equivocarse, que aquellos habían sido los meses más felices de toda su existencia tan simple.Así que era aquello que volvía a una persona loca por otra: la felicidad que esta era capaz de brindarle.Con él había vuelto a ser una ni