Sofía no había dejado de mirarla todo el rato que habían compartido juntas, como si supiera algo de Emma de lo que ni siquiera la misma muchacha estaba al tanto.—¿Qué te trae por aquí? —La voz de Emma sonó agitada, momentos antes de que su amiga llegara, ella había querido llorar, pero no había podido hacerlo, sentía las emociones atoradas en su garganta, sentía que si Sofía tocaba un tema delicado, o siquiera mencionaba el nombre de Leonardo, no sería demasiado fácil para ella contener sus lágrimas.Sofía miró a Emma desde los pies hasta la cabeza, percibiendo lo demacrada que estaba, tenía unos dos meses sin escribirle, sin llamarle, sin querer saber nada de ella, pero había recibido una noticia que no podía ignorar, aquella era la razón por la que se encontraba allí, mirando a Emma que parecía demasiado agitada, nerviosa por algo. La mirada de Sofía cayó de manera disimulada sobre la bolsa con comida que había en aquella mesa, ver la marca de comida costosa, le hizo un nudo en la
Emma siempre había escuchado y leído en libros sabios, que la felicidad era algo individual, que nadie jamás podría brindarte aquella sensación que solo podría tener lugar en lo profundo de ti, siempre le había parecido lógico, pues muchas personas intentaban llenar sus vacíos en otros, sin saber que la felicidad siempre estaba dentro de sí mismos… pero, hace unos días, lo había puesto en duda, había puesto en duda todo lo que conocía, porque si lo que sentía cuando estaba con él, no era felicidad, ¿entonces que era? ¿Qué era aquella dulce sensación, similar a acariciar una nube? ¿Qué era aquella sensación si no era la más plena felicidad que Leonardo le brindaba?Un mes más, casi dos, tenían cuatro meses de noviazgo, y ella podía decir, sin temor alguno a equivocarse, que aquellos habían sido los meses más felices de toda su existencia tan simple.Así que era aquello que volvía a una persona loca por otra: la felicidad que esta era capaz de brindarle.Con él había vuelto a ser una ni
No había llamado a Emma, pero eso no significaba que había dejado de pensar en ella, muy al contrario, no se la había sacado de la cabeza. Su amiga, ella no comprendía lo que ella trataba de advertirle, nadie parecía comprenderlo, solo Sofía. Por supuesto que ella estaba enojada con Leonardo, el rencor que le guardaba por no haberla escogido a ella años atrás, seguía quemándola por dentro, heridas sin cicatrizar, gritos sin emerger…, eso despertaba el nombre de Leonardo en ella, pero más que celos porque había escogido a Emma, Sofía sabía cosas sobre Leonardo, cosas que iban más allá de que era un hombre obsesivo cuando se lo proponía, celoso hasta el punto asfixiante, y que podía ser, horriblemente peligroso si así lo quería. Si Leonardo se proponía arruinar la vida de alguna persona, había mucha posibilidad de que terminara haciéndolo. Sofía sabía aquel “problema” que tenía Leonardo, uno que era casi imposible de reparar, ella mejor que nadie lo había vivido, temía que aquel “proble
Emma acomodó la cabeza de Liam sobre la almohada, una que había llevado de su casa, sabía lo tan descuidado que era su amigo, vivía solo y ni siquiera se preocupaba por su salud o comodidad en absoluto, le sorprendía que la hubiese llamado para pedirle ayuda, el Liam de años atrás hubiese simplemente dicho “esperaré a que se me cure solo o que la muerte venga por mí”, rió al pensarlo.—¿Cómo te sientes? —La dulce voz de Emma se abrió camino entre los oídos del hombre, quien se acomodó; no sabía si lo más adecuado era responder con sinceridad, porque en realidad se sentía horrible, no había parte de su cuerpo que no doliera—. ¿Cómo fue que te caíste?—De la manera más estúpida posible —rió él—. Ni siquiera tiene sentido contarlo.—¿Pero por qué no quieres que llame a un hospital?—¿Sabes lo costosos que son los hospitales aquí? Prefiero morir, Emma. —La muchacha le golpeó con suavidad el hombro cuando dijo aquello, una pequeña sonrisa se dejó ver en sus labios—. Pero creo que tarde o t
La mirada de Leonardo viajó por todas las esquinas de aquella casa, mirándola con desdén, la juzgaba, Emma podía darse cuenta, cuando así lo quería, sus ojos reflejaban demasiado, y en ese instante lo hacían. De vez en cuando, sus labios se entreabrían, como si quería decir algo, pero a la vez, no.El rubio sujetó a Emma de la mano, los labios rojos de la muchacha por el beso que hace no demasiados segundos atrás le había dado, le sacaron una sonrisa, usualmente, no la besaría tan fuerte, pero estaba buscando una manera de “marcar territorio” para que Liam, si acaso lo dudaba, supiera lo muy suya que ella en pocos meses se había convertido.El brillo se desvaneció de los ojos de Leonardo cuando llegaron a la habitación en donde estaba Liam, acostado, los ojos de ambos hombres colisionaron, ambas miradas frías, casi enojadas, no habían nacido para llevarse bien bajo ningún termino. Emma apretó la mano de Leonardo, suspirando, lo que menos quería, era un escándalo cuando Liam se encontr
Los labios de Leonardo recorrieron el cuello de Emma con sutileza, a pesar de que no estaba acostumbrado a ser así de delicado con las mujeres a las que llevaba a la cama, con ella tenía que serlo, aunque sabía que Emma no era virgen, algo le decía, que mientras más suave, mucho mejor. Por un segundo, el pensamiento de que otro hombre había tocado su cuerpo, fue deplorable, incluso, había casi pensado en detenerse, daría muchas cosas en aquel preciso momento para que ella fuese virgen, la excitación recorría cada uno de sus músculos al imaginar la sensación que experimentaría al quitarle la virginidad, al conseguir ser el primero que tocara su cuerpo, tan magnifico, que no podía creer que por fin tenía la oportunidad de tomarlo para sí. Pero no era, no era el primero.Las manos de Leonardo, se encargaron de retirar con delicadeza el vestido de Emma, dejando a la agitada muchacha en ropa interior, los ojos de ella, revelaron dudas, inseguridades, miedos… mientras que los ojos del rubio
Se encontraba al borde de un profundo ataque de pánico, sus pies vertiginosos viajaban de un margen hacia el otro, sus dedos se removían de manera trémula, pocas veces se había visto a Leonardo White tan agitado como se encontraba en aquel instante, con su cabello rubio despeinado, con su torso desnudo, sus labios agrietados de tantas mordidas que se había dado en estos. El volumen de sus propios pensamientos, era como las olas del mar: se lo llevaban, haciéndolo flaquear, intentaba mantener la calma, pero parecía una misión demasiada difícil hacerlo, porque aquel problema había regresado, y algo le decía que esta vez, no podría controlarlo, el empeño que ponía en silenciar a sus impulsos, era completamente nulo, se insultaba a sí mismo por dejarse castigar por un impulso tan estúpido como aquel, ni siquiera era una enfermedad, pero lo angustiaba y fustigaba como una.Habían transcurrido tres días desde que había tomado el cuerpo de Emma por primera vez, y no solo no se había podido d
Corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron, en más de una ocasión, su cuerpo sintió la tentación de caerse, el camino era borroso, sus lágrimas no le permitían ver nada, pero siguió corriendo hacia las afueras de aquella empresa, escuchando los gritos de Leonardo, que exclamaban su nombre con una aterradora desesperación, pero no pensaba en mirar hacia atrás; el dolor que sentía en su corazón, era uno indescriptible, su estómago había sido golpeado por un dolor apenas soportable, sus labios se habían de repente agrietado, sus manos temblaban, sus ojos no salían de aquella amarga sorpresa, en su garganta tenía gritos que se aferraban a esta, casi asfixiándola, en su cabeza recreaba una y otra vez aquella imagen, desgarrándose cada vez más.—¡Por favor, Emma, mi amor! —Había sentido la mirada de todos caer sobre ellos mientras corrían en la empresa, y al salir a la calle, también sentía como las personas le miraban, como si fueran capaces de conocer que ella había sido lo sufi