Nunca había jamás conseguido experimentar una sensación como tal, aquella sensación, dulce, pero asfixiante en la que una persona en específico no salía de su cabeza, en la que esa persona bailaba por las esquinas de su mente sin cesar, en la que esa persona se aparecía en sus sueños, jamás en toda su vida había experimentado un anhelo desesperado y casi enfermizo de tener a alguien cerca, de que esa persona no se le fuera del lado; él era Leonardo White, el soltero más codiciado de aquella ciudad, y con seguridad podía decir que uno de los solteros más codiciados de aquel país, podía tener a la mujer que quisiera, sin embargo, una mujer tan simple como Emma, lo mantenía en insomnio, en angustia constante, Leonardo no sabía lo celoso que podía llegar a ser, hasta que se vio en un peligro de perderla, la parte más racional de él, le decía que aquel peligro era uno falso, que no la perdería, pero había una parte de él, —una muy fuerte— que le gritaba que sí, que cualquier otro era capaz
Sabía que Emma sentía una incómoda presión sobre sus hombros cada vez que ambos salían tomados de la mano, las miradas de todos clavadas en ellos, eran como agujas que herían a Emma, le había dicho que evitara gestos así —a pesar de que todos sabían que ella y Leonardo estaban en una relación, y quien no lo sabía, lo sospechaba de manera enorme—, pero a él no le gustaba obedecer jamás lo que ella pedía, y lo hacía de manera intencional, pues todo se trataba de aquel plan que había ideado semanas atrás: hacer sentir tan incomoda a Emma en aquella empresa, que ella por su cuenta eligiera irse, para que así, estuviera a salvo de cualquier hombre que la buscara seducir, porque sabía que si le decía de manera directa: “Emma, no quiero que sigas trabajando aquí” luego le explicaba sus razones, ella se enfadaría por sus celos.Leonardo acarició la mano de Emma a medida que caminaban, ocasionando que una sonrisa se marcara en los labios de la muchacha. El rubio abrió la puerta en donde la jun
Había transcurrido una semana completa desde la última vez que había visto a Leonardo, y era tan extraño que sentía unos estúpidos deseos de reír: lo extrañaba como si lo conociera desde siempre, aunque hace solo meses había descubierto que aquel rubio hombre existía. Emma lo quería, claro que lo quería, y su corazón se sentía herido, porque en verdad le hubiese gustado que ambos pudieran tener algo, y podían, pero sus celos terminarían asfixiándola.Él era más insistente de lo que ella había podido imaginar; le había llamado, le había escrito, había tocado su puerta, diciéndole que le abriera, que no se podía esconder de él por siempre, que quería verla, que lo necesitaba, con su voz rota, Leonardo se había sentado frente a la puerta cerrada del sitio en donde Emma vivía y le había dicho: “No puedes terminar conmigo, eres la única persona que ha logrado llegar a mi corazón”, aquellas palabras casi habían convencido a Emma de abrirle la puerta, de decirle que todo estaba perdonarlo y
Sofía no había dejado de mirarla todo el rato que habían compartido juntas, como si supiera algo de Emma de lo que ni siquiera la misma muchacha estaba al tanto.—¿Qué te trae por aquí? —La voz de Emma sonó agitada, momentos antes de que su amiga llegara, ella había querido llorar, pero no había podido hacerlo, sentía las emociones atoradas en su garganta, sentía que si Sofía tocaba un tema delicado, o siquiera mencionaba el nombre de Leonardo, no sería demasiado fácil para ella contener sus lágrimas.Sofía miró a Emma desde los pies hasta la cabeza, percibiendo lo demacrada que estaba, tenía unos dos meses sin escribirle, sin llamarle, sin querer saber nada de ella, pero había recibido una noticia que no podía ignorar, aquella era la razón por la que se encontraba allí, mirando a Emma que parecía demasiado agitada, nerviosa por algo. La mirada de Sofía cayó de manera disimulada sobre la bolsa con comida que había en aquella mesa, ver la marca de comida costosa, le hizo un nudo en la
Emma siempre había escuchado y leído en libros sabios, que la felicidad era algo individual, que nadie jamás podría brindarte aquella sensación que solo podría tener lugar en lo profundo de ti, siempre le había parecido lógico, pues muchas personas intentaban llenar sus vacíos en otros, sin saber que la felicidad siempre estaba dentro de sí mismos… pero, hace unos días, lo había puesto en duda, había puesto en duda todo lo que conocía, porque si lo que sentía cuando estaba con él, no era felicidad, ¿entonces que era? ¿Qué era aquella dulce sensación, similar a acariciar una nube? ¿Qué era aquella sensación si no era la más plena felicidad que Leonardo le brindaba?Un mes más, casi dos, tenían cuatro meses de noviazgo, y ella podía decir, sin temor alguno a equivocarse, que aquellos habían sido los meses más felices de toda su existencia tan simple.Así que era aquello que volvía a una persona loca por otra: la felicidad que esta era capaz de brindarle.Con él había vuelto a ser una ni
No había llamado a Emma, pero eso no significaba que había dejado de pensar en ella, muy al contrario, no se la había sacado de la cabeza. Su amiga, ella no comprendía lo que ella trataba de advertirle, nadie parecía comprenderlo, solo Sofía. Por supuesto que ella estaba enojada con Leonardo, el rencor que le guardaba por no haberla escogido a ella años atrás, seguía quemándola por dentro, heridas sin cicatrizar, gritos sin emerger…, eso despertaba el nombre de Leonardo en ella, pero más que celos porque había escogido a Emma, Sofía sabía cosas sobre Leonardo, cosas que iban más allá de que era un hombre obsesivo cuando se lo proponía, celoso hasta el punto asfixiante, y que podía ser, horriblemente peligroso si así lo quería. Si Leonardo se proponía arruinar la vida de alguna persona, había mucha posibilidad de que terminara haciéndolo. Sofía sabía aquel “problema” que tenía Leonardo, uno que era casi imposible de reparar, ella mejor que nadie lo había vivido, temía que aquel “proble
Emma acomodó la cabeza de Liam sobre la almohada, una que había llevado de su casa, sabía lo tan descuidado que era su amigo, vivía solo y ni siquiera se preocupaba por su salud o comodidad en absoluto, le sorprendía que la hubiese llamado para pedirle ayuda, el Liam de años atrás hubiese simplemente dicho “esperaré a que se me cure solo o que la muerte venga por mí”, rió al pensarlo.—¿Cómo te sientes? —La dulce voz de Emma se abrió camino entre los oídos del hombre, quien se acomodó; no sabía si lo más adecuado era responder con sinceridad, porque en realidad se sentía horrible, no había parte de su cuerpo que no doliera—. ¿Cómo fue que te caíste?—De la manera más estúpida posible —rió él—. Ni siquiera tiene sentido contarlo.—¿Pero por qué no quieres que llame a un hospital?—¿Sabes lo costosos que son los hospitales aquí? Prefiero morir, Emma. —La muchacha le golpeó con suavidad el hombro cuando dijo aquello, una pequeña sonrisa se dejó ver en sus labios—. Pero creo que tarde o t
La mirada de Leonardo viajó por todas las esquinas de aquella casa, mirándola con desdén, la juzgaba, Emma podía darse cuenta, cuando así lo quería, sus ojos reflejaban demasiado, y en ese instante lo hacían. De vez en cuando, sus labios se entreabrían, como si quería decir algo, pero a la vez, no.El rubio sujetó a Emma de la mano, los labios rojos de la muchacha por el beso que hace no demasiados segundos atrás le había dado, le sacaron una sonrisa, usualmente, no la besaría tan fuerte, pero estaba buscando una manera de “marcar territorio” para que Liam, si acaso lo dudaba, supiera lo muy suya que ella en pocos meses se había convertido.El brillo se desvaneció de los ojos de Leonardo cuando llegaron a la habitación en donde estaba Liam, acostado, los ojos de ambos hombres colisionaron, ambas miradas frías, casi enojadas, no habían nacido para llevarse bien bajo ningún termino. Emma apretó la mano de Leonardo, suspirando, lo que menos quería, era un escándalo cuando Liam se encontr