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Una boda por venganza
Una boda por venganza
Por: J.D Anderson
Capítulo: La que quiere no soy yo

—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?

Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.

La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.

Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.

—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.

Glinda sonrió. Miró al frente.

—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.

Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.

Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.

Marella se quedó callada, sin saber que eso solo avivaba el desprecio de Glinda.

—¿Sabes quién es el padre de mi bebé, Marella?

Marella le miró, sintió miedo. Glinda estaba embarazada de tres meses actualmente.

—De tu difunto esposo, ¿de quién más?

Glinda volvió a sonreír.

—Y si te digo que no, y si te digo que mi bebé es de quien estás pensando.

Marella le miró con ojos enormes.

—¿Y en qué estoy pensando?

Glinda rio con burla, escucharon un claxon resonar, era el auto de Eduardo Aragón que les había alcanzado.

El hombre rebasó al auto en el que iban.

—¡¿De quién es tu hijo, Glinda?! —exclamó Marella, había una sospecha latiendo en su ser, ella llevaba dos años al lado de Eduardo Aragón, la idea de ser solo una mujer engañada comenzaba a destrozarle el corazón.

De pronto, Glinda aceleró, zigzagueó, perdió el control del auto. Marella tuvo mucho miedo.

Sintió el fuerte latigazo en el cuello, lanzó un quejido, el auto dio varias vueltas, hasta detenerse.

Marella se había golpeado con el tablero, no se dio cuenta hasta que un líquido caliente caía por su rostro y supo que era sangre.

—¡Glinda! —escuchó un grito a lo lejos.

Pudo divisar a Eduardo, que corría hacia el auto desesperado y luego desapareció de su vista.

Eduardo las observó, Marella susurraba su nombre, pero los ojos ansiosos del hombre se posaron en la mujer embarazada, ignorando simplemente a su prometida.

Marella vio que ayudaba a liberar a Glinda, ella se quejaba, aunque no parecía herida.

Marella sintió dolor al ver a su prometido, el hombre que amaba, salvando primero a Glinda.

—¡Ay, me duele! —gritaba Glinda.

Eduardo la cargó en sus brazos.

Marella agarró el abrigo de su prometido antes de que estuvieran a punto de marcharse.

Aún no quería creer lo que decía la mujer.

—¡Eduardo…! —gritó Marella con ojos suplicantes—. No me dejes…

—Ya vengo, Marella, dejaré a Glinda en el auto y vendré por ti. Solo espera un rato.

—¡No, Eduardo! Déjala, la ambulancia ya viene en camino, ¡llévame al hospital! ¡Me duele el vientre! —dijo Glinda.

—Eduardo… —Marella susurraba su nombre de nuevo, mirándolos de reojo, adolorida.

—Eduardo, ¡sálvame! ¡Salva a tu hijo! —dijo Glinda

El corazón de Marella latía con fuerza e inconscientemente apretó los puños.

Eduardo se quedó perplejo ante las palabras de Glinda.

—¿Qué has dicho? —exclamó sorprendido.

—Este bebé que espero es tuyo, ¡debes salvarlo!

Marella se quedó mirando la cara del hombre, mientras intentaba captar su expresión de rechazo, pero nada.

«¡¿De verdad es su hijo?!», pensó.

Lo soltó de repente, las comisuras del abrigo de Eduardo se habían arrugado, como su corazón, y no podían alisarse.

Eduardo no pudo pensarlo más, llevó a la mujer en brazos y se alejó a toda prisa sin mirar siquiera a su prometida.

Marella aún pudo sentir su mirada, pero luego, el auto avanzó, dejándola ahí abandonada.

Marella contuvo las lágrimas y esperó a que el rugido del coche se alejara para soltar un grito.

—¿Qué soy yo para ti?... ¡Te odio, Eduardo Aragón! ¡¡¡Te odio!!!

El repentino dolor punzante en su vientre la puso en trance por un momento hasta que vio el vestido blanco manchado de rojo por la sangre.

¡No podría ser!

El dolor incrementó, y perdió el conocimiento.

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