Marella despertó, miró alrededor, nadie estaba en su habitación, se sentía tan cansada.
Tocó su vientre, sintió un gran miedo, lo recordó, todo lo que vino a su mente era que Eduardo la había abandonado en un accidente, y eligió salvar a su primer amor, a la mujer que tanto le causaba inseguridad en su relación.
Comenzó a gritar desesperada.
Hasta que una enfermera apareció.
—¡Señorita, cálmese, por favor!
—¡Mi bebé! Por favor, dígame, ¿Cómo está mi hijo?
La enfermera titubeó, hundió la mirada, no supo qué decir.
El doctor apareció y la enfermera se hizo a un lado.
—Señorita Ruiz… cuando llegó al hospital su estado era muy crítico, por desgracia, el sangrado era muy intenso, no pudimos hacer nada…
—¡¿Qué?! ¿Qué dice? —exclamó, las lágrimas se aferraban a sus ojos ensanchados que miraban al doctor sin entender—. ¿Mi bebé…?
El doctor negó.
—Lo siento, no pudimos salvarlo, cuando llegó aquí, ya lo había perdido, no pudimos hacer nada, tuvimos que hacer un legrado.
Marella parecìa tan desconcertada, sus ojos estaban llenos de un gran dolor, las lágrimas corrieron por su rostro.
Incluso el doctor y la enfermera sintieron lástima por ella, nunca vieron a una chica tan triste.
Por un instante, no supieron qué decir.
—Lo lamento mucho, si la hubieran rescatado antes, quizás hubiéramos detenido el sangrado, y la medicina pudo evitar que perdiera al bebé, pero… por desgracia, cuando llegó, era demasiado tarde.
—¡¿Demasiado tarde?! ¡No! ¡No!
El doctor se acercó, puso su mano en su hombro.
—Esto suele pasar, pero está bien, su estado de salud es estable, le aseguro que después podrá tener hijos saludables y hermosos, sea positiva, el destino será bueno.
Marella le miró incrédula, con el gesto arrugado.
—¡No hay destino! No quiero otros hijos, ¡quiero a mi bebé! —no pudo evitarlo, se rompió en llanto, tocando su vientre.
Los médicos no sabían qué decir, solo salieron para dejarle llorar su dolor en paz.
La enfermera y el doctor caminaron por el pasillo.
—Pobre mujer, y además parece tan sola, no tiene al padre de su hijo que la ayude con su perdida —dijo la enfermera.
—Escuché que la ambulancia demoró demasiado en llegar, si hubiera llegado a tiempo.
Eduardo caminó por el pasillo, escuchó esa conversación, pero no puso màs atención, sentía una rabia inmensa, solo quería una cosa, ver a Marella y desquitar la rabia que sentía.
***
Marella no dejaba de llorar, pensó en Glinda.
«¡Esa mala mujer provocó el accidente! Y Eduardo, ¿Cómo pude amar a ese mal hombre? No le importé ni un poco. Tonta, tonta, Marella, amaste a quien no debías, ahora sufres las consecuencias y tu hijito pagó por tus pecados», pensó entre sollozos de culpa y dolor.
Marella se levantó de la cama, a como pudo, se sentía agotada, quería salir, ni siquiera supo por qué, pero se sentía enloquecida.
Cuando estuvo de pie se mareó, pero intentó salir de la habitación muy despacio, sosteniéndose de las paredes.
***
Eduardo sabía en qué habitación encontrar a Marella, pero ni siquiera le importó conocer su diagnóstico.
Fue a buscarla, de pronto, la encontró ahí, deambulando con pasos débiles, sostenida de las paredes.
—¡Marella! —gritó mordiendo su nombre con rabia entre sus labios.
Ella levantó la vista, su mirada era oscura, odiaba a ese hombre, verlo fue como recordar que su hijo murió, lo culpaba a èl y a Glinda de su dolor.
—¡Tú eres un…! —Marella no pudo hablar, sintió las manos del hombre sobre sus brazos, estrujándola con fuerzas y poniéndola contra la pared con severidad.
—¡Eres una mala mujer! ¡Querías asesinar a un bebé inocente! ¿Así que provocaste el accidente porque el hijo que espera Glinda es mío? ¡Eres una mujer despreciable, Marella! —gritó
Ella estaba tan perpleja, sus ojos se llenaron de lágrimas, no entendía nada.
—¡Suéltame! —dijo con voz débil, sin entender de lo que la acusaba.
Él la soltó, la mujer cayó al suelo, se sentía en una pesadilla.
De pronto, las palabras de Eduardo tuvieron sentido en su mente.
—¡Es tu hijo…! —exclamó con voz débil
Eduardo pareció volver en sí, la miró.
—Sí, es mi hijo, Glinda acaba de decírmelo.
—¿Y nuestro hijo? —murmuró Marella en voz baja, soltando una carcajada de decepción mientras miraba al hombre con enfado.
—¿Qué dices?
Eduardo obviamente no oyó a la mujer, pero ya no importaba.
—¡Tú y esa zorra son escoria, espero que ambos se vayan al infierno!
¡Plap! Sintió el duro golpe en su mejilla, tocó su mejilla aún caliente, Eduardo le había abofeteado.
—¡No te permito que ofendas a la futura madre de mi hijo! —sentenció apuntándola con un dedo inquisidor.
Ella se levantó a como pudo, sus ojos enrojecieron de rabia. No podía creerlo, ¿Quién era ese hombre? Ya no era al que amó, ahora estaba segura de que lo odiaba, de que todo lo que quería en la vida era arruinarlo, como él había arruinado su felicidad.
—¡Eduardo Aragón, maldito cobarde, pagarás por mi dolor! —gritó
Él haló su mano, le quitó el anillo.
—Piensa lo que quieras, Marella, pero entre tú y yo ya no hay nada, hemos terminado, ahora me casaré con Glinda, y tendré a mi heredero, no te metas en mi camino, todo lo que fuimos, ya no será.
Eduardo dio media vuelta.
Marella le miró con odio y rabia, quiso gritar, pero solo pudo llorar, su cabeza dolía con esa bofetada, su vientre también, quiso perseguirlo, de pronto, se desvaneció en el suelo y las enfermeras corrieron a ayudarla.
***
Eduardo caminó a la habitación de Glinda, encontró a su madre afuera de la habitación.
—¿Qué pasa, Eduardo? ¿Cómo está Marella?
—He terminado con Marella.
Su madre Yolanda estaba asustada.
—¡¿Qué has dicho?! Tu abuelo adora a esa mujercita, si la terminas…
—¡Glinda está embarazada, madre! No voy a abandonar a mi bebé.
Yolanda miró por la ventanilla.
—¿Y estás seguro de que es tu hijo?
—¡Lo juro!
Yolanda asintió.
—Entonces, hablemos con el abuelo, y haz que Marella desaparezca de nuestras vidas.
***
Al día siguiente.
Marella abrió los ojos.
El doctor estaba en la habitación, ella hubiese querido que fuera una pesadilla, pero esta era su cruda realidad.
«Mi hijo está muerto, y mi prometido me abandonó a días de casarnos, me engañó y tendrá un hijo con otra mujer, ¡soy una mujer traicionada!»
—Usted está dada de alta, puede vestirse, pronto sus familiares vendrán.
Marella no dijo nada, pensó en quién iría por ella, cuando la puerta se abrió vio a su padre y a su mejor amiga Suzette, contuvo sus lágrimas, pero fue imposible.
Su padre la abrazó.
—¡Hija! ¿Cómo estás?
—Papá… Eduardo…
Suzette maldijo.
—¡Ese desgraciado cobarde! ¿Cómo pudo dañarte tanto? ¡Canceló el compromiso contigo, porque va a casarse con Glinda!
Marella escuchó eso, sintió como si le clavaran un puñal al corazón. Sollozó, sintiéndose rota y al mismo tiempo, una furia crecía en su interior.
—¡Ella está embarazada, abuelo!Los ojos del anciano se abrieron enormes al escuchar las palabras de su nieto, le miró con rabia.De pronto, el abuelo lanzó una bofetada a Eduardo.El hombre tocó su mejilla, mientras su madre le abrazaba.—¡Por favor, suegro, no le pegues a mi hijo! —suplicó Yolanda, la madre de Eduardo.—¡Cállate! Esto es tu culpa, Yolanda, siempre defendiendo a este cobarde, bueno para nada. ¡No puedo creerlo! Si te quedas con esa mujerzuela, ¡no serás el CEO de ninguna empresa! Solo un empleado más.Eduardo le miró sorprendido.—¿De verdad? ¿Prefieres que mi hijo quede sin padre?El abuelo sintió que eso le dolía.—¿Prefieres que Glinda sea solo una madre soltera y mi hijo pague por mis pecados? —exclamó EduardoEl abuelo sintió que no tenía fuerzas, hundió la mirada.—Bien, cásate con esa mujer, pero nunca la aceptaré, ya veremos si tú o tu hijo heredan algo, porque en este momento prefería dejar todo a la beneficencia pública que a ti, o al estúpido de tu padre,
Un silencio cimbró el lugar, los ojos de Eduardo se ensancharon, sorprendidos al ver a la mujer ahí.Glinda sintió una rabia intensa.—¡Haz que se vaya, ha venido a maldecirme! —dijo Glinda casi llorando.—¡Quiero felicitar a los novios! Se merecen el uno al otro, hacen una pareja perfecta, ¿no lo creen? Después de todo, son igual de traidores, ¿Acaso no engañaste a tu difunto marido con Eduardo, quien me traicionó a mí, Glinda? Diles, diles a todos que esperas un hijo de Eduardo, ¿O no es de Eduardo? Ya que es una mujer infiel, dinos, Glinda, ¿Ese hijo que esperas es realmente de Eduardo Aragón? —exclamó Marella en voz alta, sintiendo una adrenalina que le daba fuerzas.La gente estaba tan sorprendida, Eduardo estaba al borde de un ataque de ira.Glinda estaba llorando sin control, corrió alejándose, abrumada por la humillación, Yolanda fue tras ella.Justo al fondo, con una sonrisa burlona, estaba Dylan Aragón, el primogénito de Máximo y medio hermano de Eduardo.«Venir aquí y ver e
Marella caminaba por las calles sin rumbo, las lágrimas corrieron por su rostro, pensaba en Eduardo, creyó que serían felices, lo había amado desde la primera vez que lo vio, pensó que él también la amaba, hasta que Glinda volvió a sus vidas.Llegó a un parque, tomó asiento, y se desmoronó, no pudo evitarlo.De pronto, la mujer escuchó gritos, miró atrás y del otro lado del parque, observó un auto en medio de la calle, varios hombres bajaron a otro sujeto, y comenzaron a golpearlo.Marella se asustó, quiso llamar a la policía cuando se dio cuenta de que olvidó su teléfono en casa.Supo que debía irse, era peligroso para una dama estar ahí, pero poco le importó, pensó en el hombre herido.Corrió hasta ahí, cuidando no ser vista.Se escondió tras un árbol.Esos hombres eran como una banda de salvajes, golpeando entre tres a un solo hombre con tal saña, podían matarlo.Marella cubrió su boca, tenía mucho miedo.Uno de ellos sacó una pistola, el corazón de la mujer se congeló.El hombre h
La risa burlona del hombre retumbó por el lugar.Los ojos de la mujer se volvieron severos.—¡¿Quién se cree para burlarse de mí?!El hombre la miró con ojos pequeños.—Tu excuñado, o como quieras llamarme, te vi lanzar veneno sobre los novios —dijo y bebió la copa, luego aplaudió—. Buen trabajo.Ella retrocedió, estaba humillada.—Bueno, veo que no morirá, ahora me voy.—No puedes irte.Ella se detuvo, asustada.—¿Qué? ¿Cómo de que no?—No puedo llevarte, estás lejos de casa, no te irás, niña, te quedarás hoy, mañana que esté mejor, te llevaré a casa.—No es necesario, puedo tomar un taxi.La mujer casi alcanzaba la puerta, cuando Dylan se levantó, sintió un mareo, que casi lo hizo caer.Marella corrió hacia él.—No está bien, vamos, lo llevaré a que descanse, necesita dormir.Ella tomó su brazo, él caminó, estaba muy mareado, nunca se sintió tan vulnerable.Apenas llegaron a la oscura habitación, cayó sobre la cama, todo daba vueltas, cerró los ojos.Marella le miró angustiada, pero
Marella se levantó como un resorte, abandonó la cama, negó una y otra vez.—¡No! ¿Por qué me dice esas cosas? ¡Malagradecido! —exclamó furiosa, le apuntó con el dedo—. ¡Ayer salvé tu vida, curé tu fiebre! ¿Es así como pagas la ayuda? ¡Engreído, patán! —recriminó.El hombre se sorprendió de su carácter, en el pasado, vio a Marella solo dos veces, en fiestas de la familia Aragón, pero nunca fueron presentados, siempre le pareció demasiado bonita para el tonto de su hermano, pero ya que Eduardo y él siempre fueron rivales, nunca le habló, le pareció que cualquier persona asociada a Eduardo, o a su madrastra eran igual de malos que ellos.Dylan la miró por un segundo, los recuerdos vinieron claros como el agua a su mente, ella salvó su vida, siendo valiente, usando una pistola de los delincuentes, y luego, ella curó su fiebre.Pero, los recuerdos de ese beso vinieron repentinos, él no pudo olvidarlo, extrañamente, sintió su boca seca.—¿Y me curaste la fiebre a besos? ¿Por qué te recuerdo
Marella y su madrastra Lina estaban en la estación de policía, pronto apareció su amiga Suzy.Estaban desesperadas.Pronto, apareció el abogado, quien les indicó que el padre de Marella esperaría su juicio dentro de la prisión y que el juez había negado la fianza.Marella estaba sorprendida.—¡No puede ser! Por favor, debe poder hacerse algo, no es un delito tan grave para que no haya fianza —suplicó Marella.El abogado negó.—Tengo las manos atadas, además, no podré llevar el caso.—¡¿Qué?! ¿Por qué?—Lo siento, señorita Marella, su padre hizo malversación para la familia Aragón, ellos son poderosos, nadie puede enfrentarse a esa familia y salir airoso, no arruinaré mi carrera por usted.El hombre dio la vuelta y se fue.Marella estaba destrozada, Suzy la abrazó.Ella suplicó ver a su padre, pero el comisario les dijo que debían volver mañana.No había nada que hacer, tuvieron que volver a casa.***Al llegar, y abrir la puerta, encontraron a Eduardo Aragón en el recibidor.Los ojos
Al día siguiente.Marella decidió ir a su trabajo, se reunió con su jefe.Estaba muy nerviosa.—Marella, que bueno que viniste, hay algo de lo que debemos hablar, pero ¿Cuál es tu petición?—Señor Estrada, tengo un problema muy grave, es personal, ¿podría hacerme un préstamo urgente?El rostro de su jefe parecía renuente.—Lo siento, Marella, no puedo hacerlo.Marella se sintió sin esperanza, pero el hombre tomó un cheque y se lo dio, junto a una carta.—¿Qué es esto? —no era una cantidad de dinero despreciable, pero Marella no entendía nada.—Esto… es tu liquidación, Marella, estás despedida.Los ojos de Marella se abrieron en pánico, ¡no podían despedirla ahora!Lanzó un suspiro agotado.—¡¿Qué hice mal?!—Lo siento, Marella, nuestra empresa es muy cercana al conglomerado Aragón y como sabes…Marella asintió, tenía una sonrisa amarga en la cara, lo entendía todo, se trataba de Eduardo cerrándole las puertas, era increíble como hace menos de un mes era su prometido y ella era una pers
Marella los observó con odio encendido. Se levantó del suelo, su labio sangrando, pero una sonrisa torcida apareció en su rostro.—¡Jódanse! —escupió a sus pies, su voz cargada de veneno.Eduardo la miró lleno de rabia, su rostro irritado, y de un golpe, abofeteó su mejilla con fuerza. El eco del golpe resonó en la sala.Marella cayó al suelo, el dolor se extendió por su cara, pero en lugar de llorar, comenzó a reír. Una risa aguda y amarga que hizo que el aire en la habitación se sintiera pesado.—Eduardo Aragón, ¿me golpeas porque herí tu orgullo... o porque dudas de que ese bebé que espera ella sea tuyo? —susurró, cada palabra, una daga.Eduardo frunció el ceño, su rostro se puso rojo de ira. Marella lo miró, luego desvió la vista hacia la puerta, pero sonrió, triunfante.—No me disculparé. Sigo pensando que tu mujer es una zorra, y ese hijo que espera no es tuyo. Cría un bastardo, Eduardo... ya sabes lo que dicen, "de tal palo, tal astilla."—¡Marella! —rugió Eduardo, su voz era co