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Capítulo: Novia abandonada.

Marella caminaba por las calles sin rumbo, las lágrimas corrieron por su rostro, pensaba en Eduardo, creyó que serían felices, lo había amado desde la primera vez que lo vio, pensó que él también la amaba, hasta que Glinda volvió a sus vidas.

Llegó a un parque, tomó asiento, y se desmoronó, no pudo evitarlo.

De pronto, la mujer escuchó gritos, miró atrás y del otro lado del parque, observó un auto en medio de la calle, varios hombres bajaron a otro sujeto, y comenzaron a golpearlo.

Marella se asustó, quiso llamar a la policía cuando se dio cuenta de que olvidó su teléfono en casa.

Supo que debía irse, era peligroso para una dama estar ahí, pero poco le importó, pensó en el hombre herido.

Corrió hasta ahí, cuidando no ser vista.

Se escondió tras un árbol.

Esos hombres eran como una banda de salvajes, golpeando entre tres a un solo hombre con tal saña, podían matarlo.

Marella cubrió su boca, tenía mucho miedo.

Uno de ellos sacó una pistola, el corazón de la mujer se congeló.

El hombre herido lanzó una patada al estómago del delincuente, y por accidente lanzó la pistola a un lado, provocando que cayera muy cerca de Marella.

La mujer tuvo dos opciones; esconderse y alejarse, o ayudar al hombre.

Marella no pudo pensar, salió, tomó la pistola y apuntó a los hombres que se quedaron perplejos al verla.

—¡Suelta esa arma, niña! Si no te quieres meter en problemas, dámela y vete.

El hombre herido miró a la mujer, cuando el delincuente se iba a acercar, Marella levantó la pistola al cielo y disparó.

Ni siquiera supo cómo lo hizo, pero se asustó mucho.

Los hombres retrocedieron, ver algo de miedo en los ojos de los delincuentes, le dio valor, ella les apuntó de nuevo, y ellos comenzaron a correr desesperados.

Marella sintió alivio. Se acercó al hombre.

—¡Tonta, suelta esa arma! —exclamó el hombre severo, temeroso de que se le fuera a escapar una bala.

—¿Tonta? ¡Te he salvado la vida! —exclamó irritada, sorprendida de que fuera tan frío y poco agradecido.

Marella le dio la pistola, el hombre se levantó adolorido.

Ella sintió miedo, ¿y si ese hombre no era bueno?

Pero, cuando alzó el rostro, ella supo quién era él.

«¡Dios mío! ¡Es Dylan Aragón! El hermano de mi ex», pensó.

—Vamos, debemos irnos, ellos pueden volver.

Marella sintió un escalofrío, tomó el brazo del hombre que apenas podía caminar.

—¿Sabes conducir?

Ella asintió, le dio las llaves y subió al auto.

Marella condujo, él estaba sentado en el asiento de copiloto.

—¿A dónde lo llevo?

—Sigue derecho, te diré a donde vamos.

Dylan tocó su cabeza, se acomodó en el asiento, todo dolía, pero tenía una idea clara en su mente.

«¡Ellos no querían dinero, ellos venían a matarme! ¿Quién me odia tanto que quiere desaparecerme?», pensó

***

En la fiesta de compromiso.

Eduardo estaba furioso, cuando encontró a Glinda, ella aún lloraba.

—¡Marella es tan rencorosa! Me humilló.

Eduardo la abrazó.

—No llores, cariño, no llores, por favor.

—¿Por qué hizo eso? ¡Es mi culpa! Por amarte así, Eduardo —la mujer acunó su rostro—. No te desquites con Marella, por favor, no busques la forma de hacerle pagar por mi dolor, yo puedo superar esto.

La mujer se abrazó a su pecho, sollozando.

—De ninguna manera, Marella debe recibir un castigo ejemplar, ¡pagará por esto! —sentenció Eduardo.

Glinda sonrió sin que el hombre viera su expresión satisfecha.

***

Al llegar a una pequeña casa a las afueras de la ciudad, Marella ayudó al hombre a bajar, estaba muy golpeado, él le indicó la clave de acceso, casi de inmediato la puerta se abrió, entraron.

Dylan Aragón se derrumbó en el sofá, todo su cuerpo dolía demasiado.

El hombre corrió al baño, lo escuchó vomitar.

Marella le trajo agua, y el hombre se lavó su boca, y el rostro.

Observó su ojo morado, la sangre aún fluía por su nariz.

—Creo que tiene una conmoción cerebral —dijo Marella.

El hombre esbozó una tenue sonrisa.

—¿Eres enfermera?

Ella negó.

—Entonces, no te hagas la inteligente, sírveme un trago.

Ella miró la licorería.

«¡Oh! ¡Qué mal carácter que tiene! Claro, es un Aragón, ser estúpidos y crueles les viene en la sangre», pensó con rabia.

Quiso negarse, pero, al final, le sirvió la copa de vino y se la dio.

—No debería beber.

Él siseó con un aire de desdén que le hizo rabiar, sus miradas se encontraron.

—Espera… ¡Yo te conozco! ¿Eres la novia abandonada de Eduardo? ¿Verdad?

—¡¿Novia abandonada?! —exclamó con rabia.

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