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Marella miró a Glinda y Yolanda con desprecio, pero sabía que ya había tenido suficiente de ellas. Todo lo que quería era marcharse. Estaba a punto de irse cuando la voz chillona de Glinda la detuvo.—¡Marella, has robado mi anillo de compromiso! ¡Devuélvemelo!Marella se giró, furiosa, sus ojos ardiendo de indignación.—¡Vete al diablo! No te he robado nada.Yolanda, rápida como un rayo, le arrebató el bolso a Marella antes de que pudiera reaccionar. Abrió el cierre y, para sorpresa de nadie, allí estaba la sortija.—¡Ladrona! —exclamó Yolanda con un desprecio profundo—. Claro, como ahora tu padre es un delincuente, tú también te has convertido en una ladrona.El rostro de Marella se encendió de vergüenza e ira.—¡Eso no es cierto! —gritó, temblando de rabia—. ¡No robé nada! ¡Glinda, tú lo pusiste en mi bolso!Glinda sonrió, fingiendo indignación.—¿Yo? —preguntó con un tono cargado de sarcasmo—. Eres patética, Marella. Solo acepta que me robaste.No pasó mucho tiempo antes de que los
Marella tomó la copa y apenas probó el líquido. Frente a ella, el hombre le sonreía, como si ya supiera lo que vendría. Solía emplear esas tácticas para acercarse a mujeres jóvenes y hermosas, aquellas que normalmente no le dirigirían ni una mirada.—¿Y bien, primor? ¿Cuál es el asunto? —preguntó él, con una sonrisa calculada.Marella respiró hondo antes de responder, procurando que su voz no temblara.—Mi padre fue acusado de malversación de fondos, pero es inocente, ¡lo juro!El hombre arqueó una ceja, divertido.—Vaya, vaya, parece un caso serio. ¿En qué empresa trabaja?Marella vaciló; temía que, al revelarlo, él la rechazara.—Es… la empresa Aragón.El hombre enmudeció por un instante y luego soltó una carcajada.—¡Cariño, esto es una guerra de David contra Goliat!***Al fondo del bar, Dylan Aragón estaba con su amigo Franco, intentando pasar desapercibido. Dylan apenas prestaba atención a las mujeres que, desde lejos, le lanzaban miradas llenas de halagos. Para él, esta noche so
Dylan observó a Marella con sorpresa e intriga.—¿Estás bien, Marella? ¿Qué haces aquí?Ella lo miraba con una mezcla de miedo y urgencia, echando rápidas miradas hacia atrás. En ese momento, el hombre que la seguía los alcanzó y, con una expresión retorcida, tomó a Marella del brazo.—No pasa nada, señor, ella es mi mujercita. Ha bebido un poco de más, vendrá conmigo.—¡Suéltame! —gritó Marella, mientras su mirada empezaba a nublarse.Dylan sujetó el brazo de Marella y se enfrentó al hombre con furia.—Suelta a la señorita Robles ahora mismo, o será lo último que hagas —dijo con una firmeza que hizo retroceder al hombre.—Yo… yo… ¡Ella me pertenece!Dylan apretó el puño, sus ojos fulgurando con rabia.—Nadie le pertenece a nadie. Aléjate, si no quieres perder unos dientes.Un guardia se acercó al escuchar los gritos.—¿Señor Aragón? ¿Todo está bien?El hombre palideció, soltando a Marella de inmediato.—Ha sido un malentendido… no volverá a ocurrir.El hombre se dio la vuelta y se fue
Aquellas caricias se intensificaron, y por un instante, Dylan no pudo detenerse. Era como si aquel beso tuviera un poder electrizante, incapaz de resistir el impulso. Ambos cayeron sobre la cama, consumidos por el deseo. Él siguió besándola, sus manos se deslizaron hasta su cintura, abrazándola con más fuerza, acercándola a su cuerpo.Dylan llevó sus labios al cuello de Marella, quien dejó escapar un jadeo entrecortado. Pero, de pronto, comenzó a reír. Con una sonrisa algo borrosa, ella acarició su rostro y lo miró a los ojos. En ese momento, Dylan se detuvo, dándose cuenta de algo extraño: sus pupilas dilatadas y su mirada fija le hicieron darse cuenta de que su conciencia estaba alterada.Preocupado, acunó su rostro entre sus manos.—¡Marella! ¿Qué has tomado? ¿Te has drogado?Ella soltó una carcajada y trató de acercarlo de nuevo.—¡Dame otro beso, tengo calor! —dijo, entre risas.Él retrocedió, resistiéndose, aunque su cuerpo le pedía lo contrario. No podía hacerlo; jamás tocaría a
Al día siguiente, Marella abrió los ojos y se removió entre las sábanas, sintiendo un intenso dolor de cabeza. Su cuerpo estaba débil, y al mirar a su alrededor, el techo blanco y el estilo minimalista del cuarto casi le hicieron pensar que estaba en el hospital.«¿Dónde estoy?», pensó, confusa.De pronto, los recuerdos de la noche anterior la golpearon: ¡aquel abogado repugnante! Marella se enderezó de un salto y levantó la sábana que la cubría, mirando su cuerpo semidesnudo. El miedo se apoderó de ella; la posibilidad de haber sido abusada por un hombre tan despreciable la hizo sentir una mezcla de rabia y terror. Entonces, una figura masculina salió del cuarto de baño.Dylan Aragón apareció con el torso descubierto, su camisa abierta dejando ver su musculoso torso y abdominales perfectamente definidos. Marella lo miró, sorprendida, y rápidamente se cubrió con la sábana.—¡Señor Aragón! —gritó, abrumada.Dylan esbozó una pequeña sonrisa burlona mientras abotonaba su camisa y ajustaba
Los empleados no dudaron en llamar a una ambulancia, y Marella no se alejó de la mujer, acompañándola al hospital con el corazón acelerado.***Cuando Eduardo llegó a la casa de Marella, la frustración lo invadió al no encontrarla. Sus ojos se fijaron en la madrastra de Marella, y su voz retumbó en la habitación.—¡¿Dónde está?! —gritó, su ira palpable.—¡He dicho que no lo sé! —exclamó la mujer, visiblemente asustada—. Por favor, libera a mi esposo. Te aseguro que Marella no volverá a entrometerse en tu vida. Deja en paz a mi marido.Los ojos de Eduardo se tornaron severos, llenos de determinación.—Escucha con atención: si quieres que deje en paz a tu querido marido, asegúrate de que tu amada hijastra llegue a este lugar —dijo, anotando una dirección con rapidez—. Miéntele, no quiero que sepa que se encontrará conmigo. Debe estar completamente confiada.La mujer miró el papel, dudó un momento, pero finalmente asintió.—Lo haré.Con un gesto de desprecio, Eduardo se levantó y se march
Marella salió del hospital a toda prisa, dejando a la señora Bauer sin una despedida. Su mente estaba abrumada por el miedo; solo podía pensar en su padre. Con el corazón latiendo desbocado, tomó un taxi y le pidió al conductor que la llevara al lugar que más le inquietaba.***Dylan Aragón llegó corriendo al hospital, desesperado por ver a su madre. Ella era todo lo que tenía en el mundo, y la idea de perderla lo estaba volviendo loco. Al encontrar al doctor, su corazón se detuvo por un momento.—Su madre está bien, señor Aragón —le dijo el médico—. Solo sufrió una baja de tensión. Al parecer, tuvo un episodio emocional que la llevó a este estado.La sorpresa lo golpeó como un puñetazo. ¿Qué podría haber llevado a su madre a una situación tan crítica? Su mente rápidamente se dirigió a Marella.Al entrar en la habitación, la imagen de su madre lo desconcertó. Ella sonreía, hablando animadamente por teléfono.—¡Cómo lo digo, amigas! Estoy segura de que pronto estaré celebrando una boda.
Dylan apenas podía contener su desdén cuando vio entrar a Máximo en la habitación.—¿Qué haces aquí, Máximo? —le espetó con voz firme y fría, sin una pizca de familiaridad.Máximo se detuvo, mirando a su hijo como si sus palabras fueran un golpe inesperado. Ya no le llamaba "papá". Aun con dolor en los ojos, trató de mantener la calma.—Me enteré de que Miranda enfermó y vine a ver cómo estaba. Quería ayudar.—Ni ella ni yo necesitamos nada de ti. Vete. —Dylan dio un paso adelante, cerrándole cualquier posibilidad de quedarse.El semblante de Máximo se hundió; aun así, insistió, tratando de contener su propio orgullo.—Dylan, ¿hay algo que pueda hacer para que me perdones?Dylan esbozó una sonrisa cínica y desvió la mirada, sin molestarse siquiera en responder con dignidad.—Te lo dije hace tres años, y te lo repito ahora: para mí, ya no eres nada. Ahora márchate.Máximo se quedó sin palabras, derrotado, y, con la cabeza baja, se dio la vuelta y salió de la habitación. Miranda, que lo