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Marella salió del hospital a toda prisa, dejando a la señora Bauer sin una despedida. Su mente estaba abrumada por el miedo; solo podía pensar en su padre. Con el corazón latiendo desbocado, tomó un taxi y le pidió al conductor que la llevara al lugar que más le inquietaba.***Dylan Aragón llegó corriendo al hospital, desesperado por ver a su madre. Ella era todo lo que tenía en el mundo, y la idea de perderla lo estaba volviendo loco. Al encontrar al doctor, su corazón se detuvo por un momento.—Su madre está bien, señor Aragón —le dijo el médico—. Solo sufrió una baja de tensión. Al parecer, tuvo un episodio emocional que la llevó a este estado.La sorpresa lo golpeó como un puñetazo. ¿Qué podría haber llevado a su madre a una situación tan crítica? Su mente rápidamente se dirigió a Marella.Al entrar en la habitación, la imagen de su madre lo desconcertó. Ella sonreía, hablando animadamente por teléfono.—¡Cómo lo digo, amigas! Estoy segura de que pronto estaré celebrando una boda.
Dylan apenas podía contener su desdén cuando vio entrar a Máximo en la habitación.—¿Qué haces aquí, Máximo? —le espetó con voz firme y fría, sin una pizca de familiaridad.Máximo se detuvo, mirando a su hijo como si sus palabras fueran un golpe inesperado. Ya no le llamaba "papá". Aun con dolor en los ojos, trató de mantener la calma.—Me enteré de que Miranda enfermó y vine a ver cómo estaba. Quería ayudar.—Ni ella ni yo necesitamos nada de ti. Vete. —Dylan dio un paso adelante, cerrándole cualquier posibilidad de quedarse.El semblante de Máximo se hundió; aun así, insistió, tratando de contener su propio orgullo.—Dylan, ¿hay algo que pueda hacer para que me perdones?Dylan esbozó una sonrisa cínica y desvió la mirada, sin molestarse siquiera en responder con dignidad.—Te lo dije hace tres años, y te lo repito ahora: para mí, ya no eres nada. Ahora márchate.Máximo se quedó sin palabras, derrotado, y, con la cabeza baja, se dio la vuelta y salió de la habitación. Miranda, que lo
Los ojos de Marella se quedaron fijos en el mensaje que acababa de recibir. Lo leía una y otra vez, sin poder procesarlo del todo. Sus manos temblaban, y en su pecho sentía un latido fuerte y acelerado que la asfixiaba.—¿Dylan Aragón… aceptó casarse conmigo? —repitió en un susurro. Sacudió la cabeza con incredulidad, sintiendo que debía ser una broma, una cruel burla del destino. Alzó la mano y tocó su labio partido; la sangre se había secado, pero el dolor y la indignación permanecían ahí, en su piel y en sus recuerdos—. Esto tiene que ser una locura…El impulso de huir se apoderó de ella. Decidida, salió a la avenida con paso firme y, en cuanto vio un taxi, lo abordó sin dudarlo, alejándose de aquel lugar que le traía tan malos recuerdos.***En el hospital.Miranda, tendida en la cama, abrió los ojos lentamente. Estaba agotada, y su cuerpo, vulnerable. Lo primero que notó fue la ausencia de su hijo en la habitación, seguro estaba trabajando, eso creyó.Pensó en contarle a Dylan la
—Voy a casarme con Marella Robles —anunció Dylan.Los ojos de Franco Nassin se abrieron sorprendidos; era su mejor amigo, y no podía creer lo que estaba escuchando.—¿Es una especie de broma que no entiendo? —exclamó, convencido de que Dylan nunca había tenido tan buen sentido del humor.Dylan negó con la cabeza.—No, ya lo decidí. Me casaré con ella para vengarme de los Aragón.Franco sacudió la cabeza, totalmente decepcionado.—¡Dylan, eso es una locura!—La locura fue dejar que esas personas pisotearan a mi madre y mi propia dignidad. Se han vuelto monstruos cada vez más grandes y difíciles de tolerar. ¿Sabes por qué mi mamá está en esa cama de hospital?Franco se encogió de hombros, intrigado.—¡Es culpa del cobarde de Eduardo!Dylan le mostró un video que le había enviado Marella, y Franco sintió un profundo odio hacia la actitud de ese hombre.—Entiendo que lo odies, pero ¿tanto como para casarte con su ex?Dylan sonrió, había un brillo de determinación en sus ojos.—¿Y por qué n
Los ojos de Marella reflejaron el temor mientras intentaba alejarse.—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz temblando.Eduardo la sujetó del cuello, mirándola con rabia.—¿A quién esperas aquí?Ella luchaba, sintiendo la presión en su garganta, mientras Dylan se acercaba, listo para intervenir. En un instante de desesperación, Marella le propinó un golpe bajo a Eduardo, quien cayó al suelo gritando de dolor.—¡Maldita perra! —exclamó, intentando levantarse.—Hice lo que querías al disculparme con tu prometida, ¿no? ¡Déjame en paz! —respondió Marella, furiosa.—¿Por qué? ¿Quieres disfrutar de la atención de mi hermano como una perra en celo? —preguntó Eduardo, con desprecio en su voz.Marella sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Tragó saliva, tratando de mantener la compostura.—No sé de qué hablas.Intentó alejarse, pero él la sujetó del brazo con firmeza.—¿Qué pretendes? ¿Revolcarte con el bastardo de Dylan para fastidiarme?—¿Estás celoso? —replicó Marella, sorprendida.Edua
Cuando Marella llegó a casa, su corazón latía con fuerza, y la ansiedad la invadía como una sombra. Las luces tenues de la sala iluminaban su rostro preocupado, y cuando Suzy la observó, su mirada se llenó de curiosidad y preocupación.—¿Qué sucede? ¿Cómo salió todo con tu madrastra? —preguntó Suzy, su voz, un susurro suave, como si no quisiera romper la tensión en el aire.Marella dudó un momento, buscando las palabras adecuadas.—Igual que siempre, esa mujer no cambia —respondió, recordando lo que había pasado con Dylan y Eduardo, las emociones se descontrolaban en su pecho. —Gracias por la ayuda, Suzy. Conseguí que un abogado me ayude, se llama Franco Nassim, y parece ser bueno.—¡Franco Nassim! —exclamó Suzy, su tono lleno de asombro—. Es el abogado que está casado con la jefa de mi esposo. Créeme, Marella, ¡él es capaz de sacar al mismo diablo de la cárcel! Pero ¡es un abogado de grandes ligas! ¿Cómo vas a pagarlo?La mención de los honorarios de Franco hizo que Marella se sintier
—¡Este hijo es de Eduardo! ¡Lo juro, es un Aragón!Yolanda aflojó su agarre en la mujer, quien comenzó a sollozar, nerviosa.—Más te vale que así sea.Yolanda fijó sus ojos en ella.—Necesitamos a un verdadero heredero. Si ese niño no es de Eduardo... ¡Dios mío! El abuelo jamás le perdonaría que haya lastimado a Marella por tu culpa. ¿Me entiendes? —Su voz era un susurro cortante—. Créeme, no querrás tenerme como enemiga.Con un último toque en su mejilla, Yolanda se marchó. Glinda, temblorosa, se sentó en la cama, abrazándose el vientre.—Por favor, que seas hijo de Eduardo... necesito esta vida perfecta como una señora Aragón.Al día siguienteYolanda y Glinda bajaron juntas al comedor, donde el abuelo y el resto de la familia ya desayunaban. Glinda lanzó una mirada segura, aunque sus manos temblaban.—Abuelo Santiago, no tengo dudas de que este hijo es un Aragón. Estoy dispuesta a hacer cualquier prueba de paternidad para demostrarlo.Santiago la observó con recelo, pero asintió.—B
Los días pasaron rápidamente. Marella cenaba con Suzy, pero no tocaba su plato, y sus manos temblaban sobre los cubiertos.—Marella, come algo —insistió Suzy con dulzura—. Necesitas fuerzas para el juicio de mañana.Marella respiró profundo, luchando contra el nudo en su estómago.—Estaré bien. ¿Cuándo regresa tu esposo?—En dos días, fue a Bahía Blanca con la señora Nassin para cerrar la venta de un pent-house. Lo extraño —contestó Suzy, nostálgica.Marella sonrió, deseando algún día experimentar el amor profundo de su amiga.En ese instante, su teléfono vibró, y al leer el mensaje, sintió un escalofrío. Era de Dylan Aragón: «Sal afuera».—Necesito un poco de aire —murmuró.Suzy asintió y la dejó ir.Marella caminó hasta la acera, observando nerviosa, hasta que una mano fuerte la tomó de la cintura y otra cubrió su boca. Intentó soltarse, aterrada, hasta que reconoció el rostro de Dylan, a escasos centímetros del suyo.—¿Estás loco? ¡Casi me muero del susto! —siseó, intentando zafarse