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Cuando Marella llegó a casa, su corazón latía con fuerza, y la ansiedad la invadía como una sombra. Las luces tenues de la sala iluminaban su rostro preocupado, y cuando Suzy la observó, su mirada se llenó de curiosidad y preocupación.—¿Qué sucede? ¿Cómo salió todo con tu madrastra? —preguntó Suzy, su voz, un susurro suave, como si no quisiera romper la tensión en el aire.Marella dudó un momento, buscando las palabras adecuadas.—Igual que siempre, esa mujer no cambia —respondió, recordando lo que había pasado con Dylan y Eduardo, las emociones se descontrolaban en su pecho. —Gracias por la ayuda, Suzy. Conseguí que un abogado me ayude, se llama Franco Nassim, y parece ser bueno.—¡Franco Nassim! —exclamó Suzy, su tono lleno de asombro—. Es el abogado que está casado con la jefa de mi esposo. Créeme, Marella, ¡él es capaz de sacar al mismo diablo de la cárcel! Pero ¡es un abogado de grandes ligas! ¿Cómo vas a pagarlo?La mención de los honorarios de Franco hizo que Marella se sintier
—¡Este hijo es de Eduardo! ¡Lo juro, es un Aragón!Yolanda aflojó su agarre en la mujer, quien comenzó a sollozar, nerviosa.—Más te vale que así sea.Yolanda fijó sus ojos en ella.—Necesitamos a un verdadero heredero. Si ese niño no es de Eduardo... ¡Dios mío! El abuelo jamás le perdonaría que haya lastimado a Marella por tu culpa. ¿Me entiendes? —Su voz era un susurro cortante—. Créeme, no querrás tenerme como enemiga.Con un último toque en su mejilla, Yolanda se marchó. Glinda, temblorosa, se sentó en la cama, abrazándose el vientre.—Por favor, que seas hijo de Eduardo... necesito esta vida perfecta como una señora Aragón.Al día siguienteYolanda y Glinda bajaron juntas al comedor, donde el abuelo y el resto de la familia ya desayunaban. Glinda lanzó una mirada segura, aunque sus manos temblaban.—Abuelo Santiago, no tengo dudas de que este hijo es un Aragón. Estoy dispuesta a hacer cualquier prueba de paternidad para demostrarlo.Santiago la observó con recelo, pero asintió.—B
Los días pasaron rápidamente. Marella cenaba con Suzy, pero no tocaba su plato, y sus manos temblaban sobre los cubiertos.—Marella, come algo —insistió Suzy con dulzura—. Necesitas fuerzas para el juicio de mañana.Marella respiró profundo, luchando contra el nudo en su estómago.—Estaré bien. ¿Cuándo regresa tu esposo?—En dos días, fue a Bahía Blanca con la señora Nassin para cerrar la venta de un pent-house. Lo extraño —contestó Suzy, nostálgica.Marella sonrió, deseando algún día experimentar el amor profundo de su amiga.En ese instante, su teléfono vibró, y al leer el mensaje, sintió un escalofrío. Era de Dylan Aragón: «Sal afuera».—Necesito un poco de aire —murmuró.Suzy asintió y la dejó ir.Marella caminó hasta la acera, observando nerviosa, hasta que una mano fuerte la tomó de la cintura y otra cubrió su boca. Intentó soltarse, aterrada, hasta que reconoció el rostro de Dylan, a escasos centímetros del suyo.—¿Estás loco? ¡Casi me muero del susto! —siseó, intentando zafarse
Eduardo apretó los puños al ver cómo su abuelo ignoraba sus exclamaciones y se dirigía directamente hacia el señor Robles, quien estaba al lado de Marella, su abogado Nassin, y Suzy. Santiago Aragón respiraba pesadamente, con su rostro encendido de una profunda vergüenza.—Señor Robles… —murmuró, dirigiéndose al hombre que le había servido fielmente por casi treinta años.El señor Robles se volvió lentamente, manteniendo la mirada firme y fría sobre su exjefe. Años atrás, le hubiera bastado una palabra de reconocimiento para sentirse satisfecho, pero ahora solo sentía desilusión y resentimiento.—Santiago —respondió con voz cortante—. Trabajé para usted por décadas, y nunca le di motivos para desconfiar de mí. Ni siquiera en los días en que la vida me golpeaba sin piedad: cuando mi esposa falleció, cuando enfermaba. Siempre estuve ahí, y usted lo sabe. Pensé que era un hombre justo, pero un verdadero hombre justo no es cruel cuando tiene el poder para ser compasivo.Santiago bajó la mi
—¡¿Qué sucede aquí?! —exclamó el abuelo al ver la confrontación entre sus nietos.—¡Él fue quien me provocó! —respondió Eduardo, señalando a Dylan.Dylan esbozó una sonrisa irónica.—Como siempre, Eduardo, solo sabes culpar a los demás. ¿Por qué no dices que me acusas de ser amante de Marella? Ridículo. ¿Querías tener a dos mujeres a tu disposición? No me sorprende, heredaste el gen de la infidelidad de tu padre.—¡Dylan, por favor! —intervino el abuelo, tratando de calmar la situación.Dylan le lanzó una mirada llena de resentimiento.—Al menos Eduardo todavía no muestra si heredó el gen de la mentira y la hipocresía… pero dale tiempo, abuelo. Tal vez pronto se note más el parecido contigo.Sin más, Dylan se dio la vuelta, dejando al abuelo impactado por sus palabras. El abuelo intentó detenerlo, acercándose rápidamente.—¡Dylan! No te vayas, hijo.Dylan se detuvo, aunque sin volverse de inmediato. Finalmente, giró y lo miró con frialdad.—¿Qué necesitas, abuelo?—Solo quiero que volv
Claudia dio un grito desgarrador mientras se lanzaba sobre su esposo, tratando de detenerlo y darle a su amante el tiempo necesario para escapar. El hombre, medio desnudo, huyó de la casa como un ladrón en plena noche, llevándose apenas su ropa en las manos. En medio de la confusión y cegado por la rabia, Franco apartó a Claudia con fuerza. Ella cayó al suelo con un sollozo, y sus ojos llenos de sorpresa y miedo lo miraron como si lo viera por primera vez.Franco la señaló con desprecio, su voz destilando veneno.—¡Eres una…! ¡Eres una sucia mujerzuela! Confié en ti, Claudia. Te di todo mi amor, todo… ¡Me das asco!Ella comenzó a llorar, sus palabras apenas un murmullo roto entre sollozos.—¡No me hables así! ¡Tú… tú te estás volviendo un monstruo! —le reprochó con la voz quebrada.Sus palabras golpearon a Franco, haciéndolo vacilar un instante. ¿Cómo era posible que ahora él fuese el villano? La confusión se apoderó de él, pero pronto dio paso a una determinación gélida. Se inclinó ha
—¿Me ayudarás, Dylan? —preguntó Franco, con la voz rota, buscando desesperadamente el apoyo de su amigo.Dylan asintió sin dudar, su mirada firme reflejaba el inquebrantable lazo que los unía. —Sabes que siempre estaré aquí, Franco. Vamos, ven conmigo, pasarás la noche en mi casa.Franco asintió, derrotado, y siguió a Dylan en silencio.***Cuando Marella llegó a casa, encontró a su padre abrazando a Ilena, su madrastra. El resentimiento que había estado conteniendo se apoderó de ella. Era momento de la verdad.—Papá, necesito hablar contigo —dijo, con el rostro pálido pero decidido.Ilena se tensó, sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y furia mientras miraba a Marella.—Marella, ten cuidado con lo que dices —le advirtió, su tono lleno de veneno.Agustín, su padre, observó el intercambio con el ceño fruncido, sintiendo una inquietud latente en el aire.—¿Qué sucede, hija? Dime lo que sea, estoy aquí para escucharte.—Ilena me envió con Eduardo, quien me obligó a disculparme ante él.
—¡Franco! No puedes hacer esto —la voz de la mujer temblaba, casi en un susurro que trataba de contener su miedo—Ah, ¿no? ¿Y tú sí puedes engañarme? —replicó Franco con una frialdad que heló el aire entre ambos—. Parece que, además de traicionera, eres una egoísta.Ella bajó la mirada, derrotada, intentando ocultar el dolor en sus ojos.—Está bien, si eso es lo que quieres…Franco la observó con una mezcla de desdén y desconfianza.—Mañana quiero que traigas a ese "socio" tuyo. Nos pondremos de acuerdo y veremos si acepta mis condiciones. Si no, te quiero fuera. Quiero el divorcio.La dejó sola en la habitación, y la mujer, en estado de shock, lo vio alejarse, sintiendo que una parte de su vida se desmoronaba.***Los días pasaron, y Marella no recibía noticias ni de Dylan ni de Eduardo. Esa quietud la inquietaba. Una opresión en el pecho le advertía que algo no estaba bien. «Debo hablar con Dylan», pensó. «No estoy segura de sí, la venganza es el camino adecuado, pero quiero alejarm