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—Voy a casarme con Marella Robles —anunció Dylan.Los ojos de Franco Nassin se abrieron sorprendidos; era su mejor amigo, y no podía creer lo que estaba escuchando.—¿Es una especie de broma que no entiendo? —exclamó, convencido de que Dylan nunca había tenido tan buen sentido del humor.Dylan negó con la cabeza.—No, ya lo decidí. Me casaré con ella para vengarme de los Aragón.Franco sacudió la cabeza, totalmente decepcionado.—¡Dylan, eso es una locura!—La locura fue dejar que esas personas pisotearan a mi madre y mi propia dignidad. Se han vuelto monstruos cada vez más grandes y difíciles de tolerar. ¿Sabes por qué mi mamá está en esa cama de hospital?Franco se encogió de hombros, intrigado.—¡Es culpa del cobarde de Eduardo!Dylan le mostró un video que le había enviado Marella, y Franco sintió un profundo odio hacia la actitud de ese hombre.—Entiendo que lo odies, pero ¿tanto como para casarte con su ex?Dylan sonrió, había un brillo de determinación en sus ojos.—¿Y por qué n
Los ojos de Marella reflejaron el temor mientras intentaba alejarse.—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz temblando.Eduardo la sujetó del cuello, mirándola con rabia.—¿A quién esperas aquí?Ella luchaba, sintiendo la presión en su garganta, mientras Dylan se acercaba, listo para intervenir. En un instante de desesperación, Marella le propinó un golpe bajo a Eduardo, quien cayó al suelo gritando de dolor.—¡Maldita perra! —exclamó, intentando levantarse.—Hice lo que querías al disculparme con tu prometida, ¿no? ¡Déjame en paz! —respondió Marella, furiosa.—¿Por qué? ¿Quieres disfrutar de la atención de mi hermano como una perra en celo? —preguntó Eduardo, con desprecio en su voz.Marella sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Tragó saliva, tratando de mantener la compostura.—No sé de qué hablas.Intentó alejarse, pero él la sujetó del brazo con firmeza.—¿Qué pretendes? ¿Revolcarte con el bastardo de Dylan para fastidiarme?—¿Estás celoso? —replicó Marella, sorprendida.Edua
Cuando Marella llegó a casa, su corazón latía con fuerza, y la ansiedad la invadía como una sombra. Las luces tenues de la sala iluminaban su rostro preocupado, y cuando Suzy la observó, su mirada se llenó de curiosidad y preocupación.—¿Qué sucede? ¿Cómo salió todo con tu madrastra? —preguntó Suzy, su voz, un susurro suave, como si no quisiera romper la tensión en el aire.Marella dudó un momento, buscando las palabras adecuadas.—Igual que siempre, esa mujer no cambia —respondió, recordando lo que había pasado con Dylan y Eduardo, las emociones se descontrolaban en su pecho. —Gracias por la ayuda, Suzy. Conseguí que un abogado me ayude, se llama Franco Nassim, y parece ser bueno.—¡Franco Nassim! —exclamó Suzy, su tono lleno de asombro—. Es el abogado que está casado con la jefa de mi esposo. Créeme, Marella, ¡él es capaz de sacar al mismo diablo de la cárcel! Pero ¡es un abogado de grandes ligas! ¿Cómo vas a pagarlo?La mención de los honorarios de Franco hizo que Marella se sintier
—¡Este hijo es de Eduardo! ¡Lo juro, es un Aragón!Yolanda aflojó su agarre en la mujer, quien comenzó a sollozar, nerviosa.—Más te vale que así sea.Yolanda fijó sus ojos en ella.—Necesitamos a un verdadero heredero. Si ese niño no es de Eduardo... ¡Dios mío! El abuelo jamás le perdonaría que haya lastimado a Marella por tu culpa. ¿Me entiendes? —Su voz era un susurro cortante—. Créeme, no querrás tenerme como enemiga.Con un último toque en su mejilla, Yolanda se marchó. Glinda, temblorosa, se sentó en la cama, abrazándose el vientre.—Por favor, que seas hijo de Eduardo... necesito esta vida perfecta como una señora Aragón.Al día siguienteYolanda y Glinda bajaron juntas al comedor, donde el abuelo y el resto de la familia ya desayunaban. Glinda lanzó una mirada segura, aunque sus manos temblaban.—Abuelo Santiago, no tengo dudas de que este hijo es un Aragón. Estoy dispuesta a hacer cualquier prueba de paternidad para demostrarlo.Santiago la observó con recelo, pero asintió.—B
Los días pasaron rápidamente. Marella cenaba con Suzy, pero no tocaba su plato, y sus manos temblaban sobre los cubiertos.—Marella, come algo —insistió Suzy con dulzura—. Necesitas fuerzas para el juicio de mañana.Marella respiró profundo, luchando contra el nudo en su estómago.—Estaré bien. ¿Cuándo regresa tu esposo?—En dos días, fue a Bahía Blanca con la señora Nassin para cerrar la venta de un pent-house. Lo extraño —contestó Suzy, nostálgica.Marella sonrió, deseando algún día experimentar el amor profundo de su amiga.En ese instante, su teléfono vibró, y al leer el mensaje, sintió un escalofrío. Era de Dylan Aragón: «Sal afuera».—Necesito un poco de aire —murmuró.Suzy asintió y la dejó ir.Marella caminó hasta la acera, observando nerviosa, hasta que una mano fuerte la tomó de la cintura y otra cubrió su boca. Intentó soltarse, aterrada, hasta que reconoció el rostro de Dylan, a escasos centímetros del suyo.—¿Estás loco? ¡Casi me muero del susto! —siseó, intentando zafarse
Eduardo apretó los puños al ver cómo su abuelo ignoraba sus exclamaciones y se dirigía directamente hacia el señor Robles, quien estaba al lado de Marella, su abogado Nassin, y Suzy. Santiago Aragón respiraba pesadamente, con su rostro encendido de una profunda vergüenza.—Señor Robles… —murmuró, dirigiéndose al hombre que le había servido fielmente por casi treinta años.El señor Robles se volvió lentamente, manteniendo la mirada firme y fría sobre su exjefe. Años atrás, le hubiera bastado una palabra de reconocimiento para sentirse satisfecho, pero ahora solo sentía desilusión y resentimiento.—Santiago —respondió con voz cortante—. Trabajé para usted por décadas, y nunca le di motivos para desconfiar de mí. Ni siquiera en los días en que la vida me golpeaba sin piedad: cuando mi esposa falleció, cuando enfermaba. Siempre estuve ahí, y usted lo sabe. Pensé que era un hombre justo, pero un verdadero hombre justo no es cruel cuando tiene el poder para ser compasivo.Santiago bajó la mi
—¡¿Qué sucede aquí?! —exclamó el abuelo al ver la confrontación entre sus nietos.—¡Él fue quien me provocó! —respondió Eduardo, señalando a Dylan.Dylan esbozó una sonrisa irónica.—Como siempre, Eduardo, solo sabes culpar a los demás. ¿Por qué no dices que me acusas de ser amante de Marella? Ridículo. ¿Querías tener a dos mujeres a tu disposición? No me sorprende, heredaste el gen de la infidelidad de tu padre.—¡Dylan, por favor! —intervino el abuelo, tratando de calmar la situación.Dylan le lanzó una mirada llena de resentimiento.—Al menos Eduardo todavía no muestra si heredó el gen de la mentira y la hipocresía… pero dale tiempo, abuelo. Tal vez pronto se note más el parecido contigo.Sin más, Dylan se dio la vuelta, dejando al abuelo impactado por sus palabras. El abuelo intentó detenerlo, acercándose rápidamente.—¡Dylan! No te vayas, hijo.Dylan se detuvo, aunque sin volverse de inmediato. Finalmente, giró y lo miró con frialdad.—¿Qué necesitas, abuelo?—Solo quiero que volv
Claudia dio un grito desgarrador mientras se lanzaba sobre su esposo, tratando de detenerlo y darle a su amante el tiempo necesario para escapar. El hombre, medio desnudo, huyó de la casa como un ladrón en plena noche, llevándose apenas su ropa en las manos. En medio de la confusión y cegado por la rabia, Franco apartó a Claudia con fuerza. Ella cayó al suelo con un sollozo, y sus ojos llenos de sorpresa y miedo lo miraron como si lo viera por primera vez.Franco la señaló con desprecio, su voz destilando veneno.—¡Eres una…! ¡Eres una sucia mujerzuela! Confié en ti, Claudia. Te di todo mi amor, todo… ¡Me das asco!Ella comenzó a llorar, sus palabras apenas un murmullo roto entre sollozos.—¡No me hables así! ¡Tú… tú te estás volviendo un monstruo! —le reprochó con la voz quebrada.Sus palabras golpearon a Franco, haciéndolo vacilar un instante. ¿Cómo era posible que ahora él fuese el villano? La confusión se apoderó de él, pero pronto dio paso a una determinación gélida. Se inclinó ha